jueves, 7 de enero de 2010

Camus en la Europa de nuestro tiempo



Se han cumplido cincuenta años de la muerte de Albert Camus, en un trágico y absurdo accidente de coche. Camus, un poco como el Guadiana, surge y resurge de vez en cuando, siempre es actual, porque responde a un humanismo integrador, que flota por encima de las ideologías y que, por ello, siempre resulta incómodo a los predicadores de causas diversas.


Sarkozy quería llevar sus restos a ese panteón patrótico francés, tan xauvin. Parece que el hijo de Camus se opone al tema y que su hija, Catherine, que se ocupa del legado del escritor, no lo tiene claro. Espero que Camus siga reposando en su cementerio de pueblo, con tranquilidad, y espero también que no encuentren nunca los huesos de García Lorca. Esas parafernalias mortuorias gustan mucho a los poderes vigentes, que así tienen excusas para organizar actos y fotografiarse. En una España en qué vuelven a resurgir los problemas de diversidad por resolver, un panteón patrótico parecido, a la francesa, sería un peligro más, una excusa para echar gasolina al fuego de las pasiones políticas y para reconvertir a los muertos en aquello que quizá nunca quisieron ser.


Camus, como se sabe, nació en una Argelia colonizada por Francia, que entonces era un lugar de acogida para muchos pobres desesperados de aquel país y de muchos otros lugares. Su abuela materna era menorquina, su madre se llamaba Caterina Sintes. Una madre analfabeta, muy humilde, que perdió a su marido muy pronto, en aquella carnicería del Marne, en una guerra que respondía a intereses poderosos reconvertidos en patriotismo de consumo y que salpicó el país vecino de monumentos a les infants de la patrie. 


Camus pudo estudiar gracias a un maestro que vio en él algo más que en el resto de alumnos pobres de su escuela. A ese maestro dedicó el escritor su discurso en la concesión del Nobel. No sé si hoy podría pasar algo así, en una escuela que ha acabado por castigar la excelencia parece que destacar es pecado, que hay que tender al igualitarismo monocromo y comunistoide de estar por casa. Camus vivió en la Europa en ebullición de la segunda guerra mundial, de la guerra de España, de la postguerra. Fue el único intelectual que criticó, en su momento, el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki por parte de los aliados. Abandonó la Unesco cuando esta institución aceptó la España franquista, una España que había levantado pasiones europeas progres durante la guerra civil pero que después fue abandonada a su suerte dictatorial, por parte de unas potencias que ya habían firmado antes de la segunda guerra mundia el vergonzoso pacto de no intervención, y a  quienes no interesaba en absoluto una vecina desarrollada y moderna, competitiva, quizá con tendencias demasiado izquierdosas...


Rompió con Sartre, con ese grupo de comunistas dogmáticos, cuando se dio cuenta de la trampa comunista, de las barbaridades de Stalin, que tanta izquierda ortodoxa silenció y sigue, más o menos, olvidando. Cuando le concedieron el Nobel, en 1957, recibió críticas irónicas del sector sartriano que le quiso considerar un escritor acabado. La guerra de Argelia, una Argelia que él hubiese querido integradora y fraternal, francesa y argelina al mismo tiempo, sacudió sus esperanzas, sus deseos, su propia historia familiar. Los franceses, que tanto admirábamos por sus revoluciones, su cine, su literatura, sus canciones, guillotinaban, ahogaban y torturaban rebeldes. Conocer la historia europea hace que vaya superando mi complejo de inferioridad por ser peninsular, mataron más gente allí en esos años que en nuestro país dictatorial y franquista, las cosas son como son y también hay que admitirlo, aunque no nos guste.


Camus estaba contra toda violencia, también contra la de los rebeldes, cuando ponían bombas de forma indiscriminada. A un estudiante argelino que lo entrevistó le manifestó que entre la justicia y su madre se quedaba con su madre. Era una respuesta bastante literal, tenía a su madre en Argelia, en peligro, pero fue criticado sin piedad por ese tipo de manifestaciones. El fin, para Camus, evidentemente, no justificaba los medios. Es un tema que se olvida hoy, cuando incluso películas de moda como Avatar muestran que hay que achicharrar a los malos sin manías. A Camus le costó el tema àcidas críticas de todos los sectores. En el fondo, como en tantas cosas, había también celos y envidia de un Sartre mucho más feo y menos atractivo que él, de una Beauvoir a quien, decían, había rechazado sexualmente Camus. El Nobel, que también barajaba los nombres de Malraux y de Sartre, fue la puntilla. Años después, Sartre se negaría a aceptarlo, por cierto. Me pregunto si no lo hubiese aceptado, de habérselo concedido antes que a Camus.


Camus fue un hombre atractivo y mujeriego. Sus contradicciones personales se centran en su vida familiar, su esposa Francine sufrió fuertes depresiones a causa de sus muchas infidelidades, él mismo sentía bastantes remordimientos por su comportamiento, pero parece que la cosa no tiene enmienda, menos aún si eres famoso, brillante, interesante, y las señoras brillantes, famosas, interesantes y de buen ver se te ponen a tiro con facilidad. Una de sus grandes pasiones fue Maria Casares, la gran actriz, hija de Casares Quiroga, que se sintió extranjera en todas partes, y que volvió a España de forma breve, en la recuperación de la democracia, pero que no quiso ser convertida en un símbolo extraño y manipulable y regresó, algo decepcionada, a una Francia donde tampoco estaba del todo a gusto.


Camus fue casi olvidado durante años en un país con una mitología sartriana en alza, por encima del humanismo camusiano, que parecía tibio y cobarde. La historia ha dado la razón a ese humanismo de Camus, con la caída y reconocimiento de las miserias de un comunismo que empezó intentando crear al hombre nuevo y acabó como acabó, con un cruel estado policial y con la evidencia de matanzas numerosas, torturas y represión indiscriminada. Hoy es más actual que nunca, ese existencialismo con rostro humano de Camus, que debemos recuperar sin complejos. Esa valoración de las personas por encima de las ideas, de la vida por encima del sacrificio y el martirologio. 


El cincuentenario, y el centenario de su nacimiento, de aquí a pocos años, van a hacernos derramar mucha tinta, tinta virtual, sobre todo, en ese mundo permeable en el cual tenemos la libertad de escribir en blocs i webs de producción propia, sin limitaciones de filtros editoriales. Al menos, de momento. Y que dure. Camus, en una ocasión, poco antes de su accidente, manifestó que seguía siendo de izquierdas pese a la izquierda y pese a él mismo. ¿Cuántos de nosotros -y nosotras- no firmaríamos esa frase, en pleno siglo XXI?

3 comentarios:

Juan Carlos Garrido dijo...

Interesante entrada.

Saludos.

Francisco Ortiz dijo...

Pero, querida amiga, hoy en día lo absolutamente correcto es ser camusiano y antisartreano, se reduce todo a un: uno u otro; y se echa en un olvido nefasto todo lo que Sartre supuso, todo lo que cuestionó, todo aquello en lo que acertó para quedarnos solo con aquello en lo que erró. En estos tiempos tan políticamente correctos, en que tu misma -a quien considero progresista- escribes esa horrible palabra que es comunistoide y la insertas en este texto hablando de educación y olvidas que una cosa es el comunista y otra el totalitarismo que en nombre de un falso comunismo se implantó, se impuso en países como Rusia, la simplificación es condena de la pluralidad y negación de los logros del otro, de quien tanto y tan bien habló Sartre. No coincidimos esta vez, y lamento decirte que me parece que te contentas con lo fácil en esta visión de las cosas: hay obras de Sartre fundamentales para entender el siglo XX(La náusea, Los caminos de la libertad), hay errores de Sartre fundamentales para entender el siglo XX, hay meditaciones de Sartre que lo ponen a la altura de los grandes pensadores validos del siglo XX. Lo no correcto políticamente, ahora, lo más vivificador creo que es: Camus, sí; Sartre, también. Y cada uno con sus errores. Te dejo una propuesta: revisitar a Sartre de la mano de Annie Cohen-Solal, en el libro editado por Anagrama. Si aceptas el reto, volveremos a hablar del asunto.
PD: Alguna vez tenía que llevarte la contraria, admiradísima Jùlia. Un abrazo.

Júlia dijo...

Francisco, admito que es algo visceral, incluso desde mi juventud en qué todo el mundo era más sartriano sentí por este señor y su séquito una antipatía profunda, el hecho de no denunciar el estalinismo, de ocultarlo, mientras personas muy conocidas suyas, casi parientes, sufrían aquellas terribles purgas, me parece todavía horrible.

Respecto al comunismo, quizá también adolezco de haber creído en él y en lo que me decían sus predicadores, de la misma manera que había creído en el catolicismo. De buenas intenciones está empedrado el infierno. Me temo que creer en qué las utopías son realizables es un gran error, los hombres son como son (y las mujeres), puede que debamos conformarnos con lo posible, enemigo de lo mejor. La verdad es que con grandes ideas se han forjado grandes y largas pesadillas.

Quizá sí que debamos revisitarlo, a él y a Beauvoir, que tiene textos magníficos. Pero, lo siento, a veces no puedo separar la persona, el pensador y el escritor. Me pasa incluso con Pla, es un señor que me cae mal por muy bien que escriba en catalán, no puedo separar su obra de su cinismo y su misoginia, aunque no tengan nada que ver (o quizá sí).

Precisamente en 'Los caminos de la libertad' encontré muchas opiniones suyas que no me acabaron de gustar, claro que hace años en que leí esos libros.

Te doy la razón en que debe revisitarse y que eso de: o el uno o el otro, no debe ser así. Sin embargo el hecho es que el tiempo le ha dado más la razón al humanismo de Camus, aunque no sabemos como habría evolucionado de llegar a viejo.

En general, todo aquel mundo me parece, hoy, excesivamente elitista, quizá sea eso.

Buscaré el libro que me aconsejas. Me alegro que discrepemos, je, je. Faltaría más...