viernes, 24 de diciembre de 2010

domingo, 12 de diciembre de 2010

Concha Piquer (1906-1990)



Curioseando por internet, ese lugar extraño donde se encuentra 'de todo' aunque no se encuentre todo, me he enterado de que hoy, 12 de diciembre, hace veinte años de la muerte de Concha Piquer, cantante muy presente en la memoria sentimental de aquellos que, como yo, ya peinamos canas aunque sean teñidas. Mis primeros recuerdos de esa gran dama de la canción vienen de los inefables discos solicitados de Radio Miramar y la canción que más sonaba y recuerdo era ese inmenso Tatuaje. La canción, de pequeña, me evocaba las callejas sórdidas cercanas al puerto de Barcelona, un olor a café rancio y vino peleón, y un mundo pecaminoso de marineros con pasado y señoras de la vida, eufemismo que usaban en casa y que yo, entonces, no sabía a qué se refería con exactitud. Las señoras de la vida eran mujeres decadentes, gordas y pintadas que pululaban por la calle y que acompañaban a hombres borrachos y malolientes para hacer no se sabía qué exactamente, un misterio de aquellos de épocas pasadas y pacatas.

De jóvenes, con la modernidad de los sesenta, renegamos de aquella memoria sentimental, de Machín, de Piquer, incluso del Duo Dinámico yeyé de nuestra adolescencia. Hoy queda bien decir que escuchabas a los Beatles o a los Stone en versión original, de la misma manera que queremos creer que ganamos la democracia a costa de nuestro sacrificio colectivo. La leyenda siempre es más bonita que la realidad. Con el tiempo, sectores intelectuales desacomplejados reivindicaron aquella música, cantantes jóvenes la recuperaron en nuevas versiones y la copla, como el tango, pasó a ser patrimonio cultural colectivo. Concha Piquer fué mucho más que una señora que cantaba historias, es hoy un mito de la canción, muy presente en nuestro recuerdo. 

Me gustán las canciones que cuentan historias, bien rimadas y estructuradas. Así son aquellas coplas, de grandes autores, poemas narrativos, novelas. Como los tangos o como las canciones que cantaba, en catalán, Emili Vendrell, con letras de grandes poetas. Hace poco tiempo pude ver, en la segunda cadena, un programa magnífico de la serie Imprescindibles, sobre la apasionante y apasionada vida de Concha Piquer. Los programas de Imprescindibles deberían ser, valga la redundancia, imprescindibles, efectivamente: Miguel Hernández, Vicenç Vives, Gil de Biedma, Rafael Azcona...

Algunas de las canciones de Piquer me producían una profunda tristeza, sobre todo cuando hablaban de mujeres abandonadas, de amores imposibles, de muerte y tristeza. Las había optimistas, la niña de la estación acababa por casarse, se casaba  la picadita de viruela acomplejada y la solterona de la lima y el limón. Casarse era casi la única salida laboral seria para un gran nombre de señoritas. Eran canciones que al estar bien construídas y rimadas se aprendían de memoria con cierta facilidad, cosa que contribuía a crear lazos colectivos cuando, aunque fuese en broma, las entonábamos en fiestas señaladas y reuniones familiares.

La vida de Concha Piquer transcurrió de forma inteligente y apasionada por épocas difíciles, no fue una cantante franquista, com creímos com ignorancia petulante. Fue ella misma y mucho más, merece una serie de la tele bien hecha, con medios y documentación, para dar a conocer a los jóvenes cosas como su paso por Estados Unidos, o que protagonizó la primera película sonora en español. Los míticos baúles de la Piquer se han convertido en una especie de refrán popular. Ah, como admiro la habilidad de países como Francia para mitificar sus mitos o crearlos! Aquí somos algo autodestructivos, el franquismo estigmatizó toda una larga época y a los que sobrevivieron con éxito a ella! Sin embargo, por lo que oigo y escucho, la copla goza de buena salud. Afortunadamente.

A la hija de Concha Piquer, como al hijo de Emili Vendrell, les pasó una cosa parecida, siendo excelentes artistas no pudieron acabar de superar el peso inmenso de sus progenitores. Al tipo de canción que cantaba Vendrell, en catalán, le faltó una etiqueta de género. Los comparo porque Vendrell también cantaba historias y era de los pocos cantantes en catalán, anteriores a la Nova Cançó, que podíamos escuchar en los espacios de discos solicitados, al lado de Piquer y Machín. Por desgracia, hoy está muy olvidado en su propia tierra, cuando fue, también, todo un mito. En Catalunya con frecuencia soportamos un exceso de modernidad y diseño, de afición desmesurada a la novedad galopante. Lástima.

La época también cuenta. Estos días se ha hablado mucho de Lennon, de los Beatles y de su tiempo. No digo que no fuesen buenos pero estuvieron en el lugar apropiado en el momento oportuno. El éxito de Piquer fue también un éxito de labor de equipo: buenos músicos, excelentes letristas. Y una sociedad que escuchaba con devoción aquellas historias cantadas y contemplaba ilusionada las películas del cine del barrio. Hoy nos hemos convertido en una sociedad de petulantes nuevos ricos en crisis. Aquellas canciones nos dicen mucho más de nosotros mismos que cualquier manual de historia.





sábado, 4 de diciembre de 2010

Tradiciones, costumbres, dogmas y reivindicaciones



Asistí ayer a una tertulia sobre temas históricos, se hablaba del famoso libro de Hobsbawm, La invención de la tradiciónun clásico algo reiterativo, quizá porque los ejemplos que recoge quedan  lejos de nuestra propia historia. Con los años te das cuenta de que todo es mentira, como dice el tango, o que te mueves en un mundo bastante mítico de medias verdades. Necesitamos símbolos, cohesión social, lo que sea, para sobrevivir durante nuestro tiempo en este lugar tan complicado, diverso y, en ocasiones, muy desagradable. Quina sort haver viscut ara i aquí, (qué suerte haber vivido ahora y aquí), me decía un amigo en una ocasión, a pesar de qué perdió el padre en la guerra y pasó, como todos los que tenemos algunos años, tiempos difíciles. Para una mujer todavía resulta más afortunada la casualidad de ese ahora y aquí.

Tenemos tendencia a la queja, nunca estamos del todo satisfechos, aunque no pasemos hambre, ni frío, tengamos un techo y una paguita, una familia más o menos estable, amigas queridas para charlar y un ordenador, que hoy es una ventana abierta al mundo donde se puede encontrar de todo a todas horas, todos queremos más, cantaban durante mi infancia, por la radio. En general, en el mundo occidental hemos avanzado en muchas cosas que a veces nos cuesta admitir. Los lamentos sobre la educación y la conducta de los jóvenes son ancestrales, Plino y Cicerón ya se quejaban del tema. Sin embargo hemos conseguido, de forma general, unas relaciones familares muy distintas de las antiguas que hacen que gran part de la juventud, en encuestas recientes, valore la familia por encima de muchas otras cosas. También en lo moral, en algunos aspectos, al menos teóricos, hemos avanzado.

Las costumbres cambian pero a veces da miedo proponer cambios pues las mejores ideas degeneran cuando se convierten en religiones y dogmas. Pasó con el cristianismo, con el comunismo. Cuando trabajaba en la escuela tenía, al cabo de los años, cierto temor a proponer mejoras, ya que si se aceptaban quedaban enquistadas y convertidas en intocables. Pondré un ejemplo algo frívolo: en los setenta teníamos las clases llenas de niños y niñas, cuarenta y cinco alumnos por aula era una ratio habitual, incluso deseada. En la escuela llegamos a tener dos, tres líneas y en el patio a menudo había problemas con tanta gente. Propuse que los pequeños ocupasen un patio alternativo, en la entrada de la escuela. El tema topó con los privilegios conseguidos, hacíamos turnos de patio y hacerlo en dos espacios comportaba hacer más vigilancia, renunciar a horas libres a la hora de almorzar, a privilegios adquiridos. Al fin ganó la lógica y se dividió el recreo en dos espacios.

Con la bajada de natalidad el colegio se vació, llegaron a cerrarlo y convertirlo en escuela de idiomas. En los últimos tiempos, a finales de los ochenta, teníamos una sola línea, clases incluso con quince alumnos. Propuse volver a hacer los patios conjuntos, daba casi pena aquel gran espacio medio vació. Nadie recordaba que yo había propuesto, hacía muchos años, el cambio anterior. No hubo manera de cambiar nada, siempre lo hemos hecho así, hay una norma en el proyecto de centro que exige dividir los ciclos en espacios... Las razones esgrimidas eran absurdas y no conseguí una mejora que nos hubiese favorecido a todos ya que existía una norma antigua escrita que parecía intocable. La mejora se había vuelto costumbre, ley, dogma, lo de menos era la razón del cambio antiguo.

Pienso en esas cosas a menudo, como hoy, ante esa acción absurda y prepotente de los controladores. Pienso en muchas huelgas surrealistas de nuestro tiempo, huelgas de privilegiados con trabajo fijo por los siglos de los siglos, sostenidas por sindicatos burocratizados, profesionalizados y alejados de la realidad. Costó mucho conseguir ese derecho me dicen los convencidos. Sí, claro, lo consiguieron obreros mal pagados, mal tratados por los poderes estatales, que pasaban hambre y creaban sus sindicatos esforzados y vocacionales, compuestos por trabajadores en activo cuyo lugar de trabajo era absolutamente frágil. Hace pocos días vi un magnífico reportaje por televisión, de una huelga de mujeres del año 82, en una empresa catalana, reclamando igualdad de salario para igual trabajo. Los hombres mentalizados de izquierda no las apoyaron en nada, finalmente consiguieron, con gran esfuerzo, la igualdad que reclamaban.

Aquellos ideales que Pratolini reflejó en sus personajes han pasado a la historia. Quizá tampoco en su tiempo fue la cosa tan bonita y solidaria como la leemos o recordamos, todo se idealiza. Sin embargo, la huelga tiene que revisar su poder como protesta, en nuestro tiempo. Sabemos que no está al alcance de todos los españoles, todavía menos de los que no lo son aún y trabajan como pueden y donde pueden sin o con papeles. Me da algo de repelús el país de nuevos ricos en qué nos hemos convertido y en el cual, como decimos en catalán, estirem més el braç que la màniga. Han llegado tiempos de vacas flacas, no han hecho más que empezar, ya nos avisan cada día quienes no fueron capaces de guardar para el invierno, cigarras políticas que no dudaron en subvencionar fiestas y tonterías que, ay, sabían que les conseguían votos y clientelismo. Por suerte, cada día nos sale algún experto inteligente que predica, propone, profetiza, sabía lo que iba a ocurrir... No entiendo que con tanto sabio vayamos tan mal. Però, bueno, también se creía que cuando un filósofo gobernase todo funcionaría y Marco Aurelio las paso moradas.

La vida es un tango, ya lo decían mis mayores. Lo único que ha mejorado, respecto al precioso tango que incluyó en esta entrada, es que nadie va a probarse la ropa que vamos a dejar. Es mucho más cómodo e higiénico -qué manía nos ha dado por la salud, en los últimos tiempos- comprar cosas nuevas en el bazar chino de la esquina, cosidas a precio mísero en algún lugar ignorado, por obreros y obreras de verdad y quizá sin derecho a huelga. Nos importa?