martes, 19 de febrero de 2013

LA PERSONA Y LA HISTORIA, ENCUENTROS Y DESENCUENTROS









A menudo nos sorprende comprobar como en el pasado, en un pasado en el cual fuimos relativamente felices y despreocupados, o indiferentes ante realidades que no conocíamos, sucedían en el mundo tragedias y desastres. Hablaba hace unos días con una abuela algo mayor que yo y me decía que sufría por el futuro de sus nietos y que cuando tuvo a sus hijos, hoy cuarentones, el mundo no estaba tan mal. Bueno, le hubiese bastado mirar alguna hemeroteca o referencia histórica para comprobar que no era así, más bien al contrario. Pero esa era su percepción porque desde finales de los sesenta a finales de los ochenta se vivió, en general, cierta mejora económica evidente. Además, el espejismo de la transición abrió grandes horizontes cercanos que después se mostraron bastante rancios. El mundo de la pijería discotequera y avanguardista, de la cual salieron muchos fotógrafos de culto, convivía en mi ciudad, en los sesenta, con espacios de miseria inmensa aunque ésta se encontrase en proceso lento, lentísimo, de recesión.

Estos días vivimos en medio de noticias algo preocupantes sobre corrupciones, estafas y caída en desgracia de personajes que nos merecían cierto respeto. Sin duda no es gratuito que todo eso salga ahora, hay muchos condicionantes, incluso jugadas políticas y periodísticas que desconocemos la gente normalita. Sin embargo, en general, seguimos con nuestras vidas, nuestras fiestas, nuestras celebraciones familiares. Los niños van a la escuela y aunque repitamos que todo va mal nuestra cotidianidad no ha cambiado demasiado.

Hace unos días escuchaba por radio a un joven taxista, en esos programas de noche a los cuales llama gente diversa para contar sus experiencias. Explicaba que no había estado mentalizado ante el tema de los deshaucios hasta que hubo uno en su bloque de pisos, y que ahora, con su mujer, iban a menudo a reforzar la protesta cuando había alguno y comprobaba que incluso en ese tipo de actuaciones había alguna en las cuales era habitual la presencia masiva de gente y de periodistas y otras en las cuales eran cuatro gatos los que acudían, o sea que de deshaucios, como de guerras, los hay de mediáticos y los hay que no lo son. El  hombre era contrario, como yo misma, a todo tipo de subvenciones, fuese a toros, cine, teatro o el resto. Cuando la gente de la farándula, vestida de Dior, protesta en un acto glamuroso de los gobernantes presentes, a los cuales han mendigado a menudo dinerito, siento vergüenza ajena, como la sintió, supongo, esa joven socialista que denunciaba hace poco lo bien que se estaba en un hotel de cinco estrellas divagando desde la supuesta izquierda sobre los males del mundo.

Pasamos a menudo por la vida y por la historia sin saber muy bien qué pasa hasta que nos lo cuentan, casi siempre tamizado por el condicionante de un libro de texto politizado, que olvida matices y hace una lectura bastante parcial del tema. Leí hace poco la extraordinaria Historia de un alemán, de Haffner.  Este autor cada vez me interesa más, pertenece a la minoría crítica que intenta explicar las cosas y no tan sólo condenarlas o defenderlas. Y lo hace con razones históricas y con opiniones cotidianas y personales. Cuando la historia nos cambia la vida en profundidad, como pasó con la gente de todas las ideologías que vivió y padeció la guerra civil, entonces el tema es realmente dramático y nuestras penas pasadas, en un contexto más o menos soportable, parecen verdaderas tonterías. Hay siempre en algún lugar gente a quien la historia castiga y transforma, que no nos suceda es cuestión de suerte, de casualidad, aunque siempre la estabilidad es frágil y a menudo pasa lo que no esperábamos y no sucede lo que se preveía. 

Un tema inquietante es la de la fotografía supuestamente de denuncia, que gana premios, mostrando las imágenes de esas víctimas de la situaciones deplorables. No veo que cambien nada, gente pija visita a menudo esas exposiciones sin tener mala conciencia y eso pasa también cuando nos muestran un pasado miserable que ignoramos, incluso cuando lo compartíamos y cuando podíamos formar parte de uno de esos paisajes cutres y destartalados de la Barcelona pretérita. Lo mismo con el cine, ver una película sobre ancianitos abandonados no presupone que mi conciencia quedará tan conmovida como para que cada fin de semana visite a mi tía nonagenaria olvidada en una residencia de pago. Por ejemplo.

La denuncia seria ha de venir de los afectados y en países desfavorecidos se han iniciado campañas para que, al menos, sean sus propios habitantes quienes fotografíen y comercien con esas fotos, hoy no es difícil hacerlo o, al menos, es más fácil que en tiempos en los cuales una cámara no estaba al alcance de todo el mundo. Cómo manifiesta Haffner en el fragmento que copio, lo que nos da una verdadera dimensión humana de los hechos es la autobiografía, pero la de la gente normal y corriente, no la de los famosos. Por desgracia, esas autobiografías son todavía restringidas, minoritarias. Nadie dice toda la verdad en un escrito de ese tipo pero el conjunto de unos cuantos nos puede dar una visión algo más objetiva del conjunto humano del pasado o del presente que no un artículo de opinión o un libro de historia convencional, por muy documentado que esté. Tampoco podemos saber si un hecho determinado tendrá suficiente peso como para cambiar nuestras vidas normalitas. Como en el chiste, más de una vez deseamos quedarnos como estamos, cuando pertenecemos, todavía, a la minoría universal que no pasa hambre ni frío y que tiene un hospital cerca, de momento, incluso aunque sea un hospital con recortes.




Es obvio que los sucesos históricos tienen distintos grados de intensidad. Un «acontecimiento histórico» puede pasar casi inadvertido en la realidad más próxima, es decir, en la vida más auténtica y privada de cada persona, o bien puede causar en ella estragos que no dejen piedra sobre piedra. Esto no se detecta en el relato normal de la historia. «1890: Guillermo II destituye a Bismarck.» Sin duda alguna se trata de una fecha clave, escrita en mayúsculas dentro de la historia alemana. Sin embargo, difícilmente será una fecha importante en la biografía de un alemán cualquiera, excepto en la de los miembros del pequeño círculo de implicados. Todas las vidas continuaron como hasta entonces. Ninguna familia fue separada, ninguna amistad se malogró, nadie tuvo que abandonar su tierra natal ni ocurrió nada similar. Ni siquiera se canceló una cita ni la representación de una ópera. Quien sufría de mal de amores, siguió padeciéndolo, quien estaba felizmente enamorado, continuó estándolo, los pobres siguieron siendo pobres y los ricos, ricos... Y ahora comparemos esto con la fecha «1933: Hindenburg nombra canciller a Hitler». Un terremoto acababa de comenzar en la vida de sesenta y seis millones de personas. 

Como he dicho antes, el relato científico-pragmático de la historia no dice nada acerca de esta diferencia de intensidad en los sucesos históricos. Quien desee saber algo al respecto ha de leer biografías, y no precisamente las de los hombres de Estado, sino las de individuos desconocidos, mucho más escasas. En ellas comprobará cómo un «acontecimiento histórico» pasa de largo ante la vida privada, es decir, la verdadera, como una nube sobre un lago; nada se inmuta, sólo se refleja una imagen fugaz. El otro tipo de acontecimiento hace saltar las aguas como un temporal acompañado de tormenta; apenas es posible reconocer el lago. El tercer acontecimiento tal vez consista en la desecación de todos los lagos. Creo que la historia se interpreta mal si se olvida esta dimensión (lo cual ocurre casi siempre). Por lo tanto, permítanme contar veinte años de historia alemana desde mi perspectiva, por puro placer, antes de llegar al tema propiamente dicho: la historia de Alemania como parte de la historia de mi vida privada. 

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán)

domingo, 3 de febrero de 2013

MAIGRET Y SU PIPA



Tengo la suerte de qué hayan instalado la nueva Filmoteca de Barcelona cerca de mi casa. Ayer fui a ver una de las tres películas del miniciclo dedicado a Maigret, creo que tiene relación con eso de la Semana Negra. Las Semanas Negras no son las que la gente normalita pasa a causa del paro y la crisis sinó una semana de eventos diversos relacionados con el auge de la novela de misterio, de suspense, policíaca o como se la quiera llamar. Es un género que hace años que vive una especie de esplendidez editorial que contribuye a la publicación -y venta- de muchas estupideces.

No soy contraria al género, me gustan las novelas de misterio cuando son buenas o pasables y saben mantener el interés del lector. Lo que ocurre es que el éxito de vendas produce una gran cantidad de paja, lo mismo que el auge de eso que llaman novela histórica, que  promociona muchas tonterías comercializadas con hipérboles inmerecidas. Lo que toca es vender. De joven leí con afición casi todo lo de Agatha Christie. Alguien enterado me criticó a la dama del crimen, siempre ha habido cierta competencia entre lo anglófono y lo francófono, y me regalo una novela de Maigret que, por cierto, no me gustó. 

Georges Simenon no ha sido nunca un autor de mi gusto. Lo he leído bastante, no sólo los libros de Maigret, sinó también sus otras novelas, siempre relativamente breves, cosa que se le criticó a menudo. Son buenas novelas, una cosa es que a mi no me convenzan y la otra que el escritor no tenga su mérito. Son libros inquietantes, poco amables, sombríos, en general. A medida que fui conociendo la vida del escritor mezclé, como suele pasar aunque sea algo injusto, su valor literario con el repelús que me provocaba ese personaje que flirteó bastante con los nazis, se declaró antisemita -cosa perceptible en muchos libros suyos-, violaba criadas y afirmaba haber hecho el amor con más de treinta mil mujeres. Fue un fanfarrón con un ego quilométrico y con bastantes sombras en su vida. Tuvo la suerte de ganar y poder gastar el dinero a raudales con sus libros, cosa difícil para cualquier escritor normalito. Con dinero se te perdona casi todo.

La francofonía tiene grandes recursos para reconvertir sus personajes emblemáticos en mitos, no es cainita, como la hispanidad o la catalanidad. Suma en lugar de restar. Simenon no era francés, era belga, y además murió en Suiza, pero eso no tiene importancia a la hora de reivindicarlo como de cultura francesa. No fue tratado siempre con amabilidad, se le reprochó la brevedad de sus obras de ficción, la limitación del vocabulario que empleaba -los expertos se entretienen en esas cosas- y el no haber escrito una gran novela gorda y pesada, de más de mil páginas. Sin embargo su obra conforma un gran mosaico interesante e inquietante. Recuerdo haberlo visto fotografiado en revistas, en mi infancia y juventud, con su pipa y su aspecto inofensivo, parecía todo un señor, un buenazo. Mucha gente que no quiere saber nada de escritores de derechas tipo Vargas Llosa alaba hoy a Simenon como representante de un europeismo se supone que muy recomendable y distinguido. Simenon es también una muestra de las miserias de ese europeísmo, de sus conflictos, sus pecados y sus traiciones. 

Hay quién cree que la literatura es algo que debe separarse de la vida del escritor. Quizás sea así. Podemos leer a Cervantes, a Tolstoy, a Maupassant, incluso a Maquiavelo, sin meternos demasiado con su vida privada. Todo nos queda muy lejos. Pero es difícil actuar así con los contemporáneos, necesitamos distancia. Por eso hay un gran interés en ocultar los pecados de la gente de culto, no sólo de los novelistas, de los poetas, sinó también de los grandes mitos ideológicos, políticos. Todo se va conociendo con cuentagotas gracias a arriesgados biógrafos, no siempre objetivos, aunque la objetividad es también un mito.

Maigret, el gran personaje de Simenon, ha sido interpretado por muchos grandes actores pero yo siempre lo relacionaré con Jean Gabin, el actor francés. Fue también un hombre complicado, con un ego excesivo pero no quiso saber nada con los nazis y se fue del país durante la ocupación, eso dice mucho a favor de él, pues incluso gente como Sartre se corría bastantes juergas en los cafés parisinos de la época del gobierno de Vichy. Fue un gran actor pero en su época le dieron un premio limón dedicado a los peores actores, o sea, que todo es subjectivo y condicionado a simpatías y antipatías diversas. Lo mismo podía ser un villano siniestro que un anciano venerable. Como Maigret está estupendo, este personaje es bastante agradecido con aquellos que lo interpretan, en general. Las películas de esa época, la de Gabin-Maigret, nos muestran la Francia profunda, muy alejada del mito que nos forjamos en España sobre el país vecino, confundiendo el estado francés con la libertad parisina. Con los años vas mirando las cosas sin cristales coloreados y te das cuenta de la poca inocencia que queda por ahí. 

Hace unos días acabé la Historia de un alemán de Sebastian Haffner. Son unas memorias apasionadas, terribles, escritas en vivo y en directo por su autor, en los años de la subida al poder de los nazis. Muestra, en ellas, cierta admiración por esa Francia próxima, por París. Son también espejismos juveniles, incluso en atisemitismo no tenian los franceses, desde hacía muchos años, nada que envidiar a los alemanes y bien que se demostró a la hora de colaborar con ellos en hacer limpieza étnica. Las circunstancias favorables -más bien desfavorables- provocaron que el horror del nazismo se desarrollara en plenitud en Alemania pero podía haber surgido en cualquier parte, con ese nombre o con otro. 

Nadie está vacunado contra la sinrazón colectiva. Del nazismo sabemos mucho pero, por ejemplo, las purgas estalinistas son todavía muy poco conocidas y condenadas. El mismo Satre sabía lo que pasaba por las Rusias, tenía conocidos por allí, purgados y torturados y lo silenciaba para no inquietar y  desmovilizar a los obreros comunistas. El hecho de que las víctimas se diversifiquen, resulten indiscriminadas y no pertenezcan a colectivos étnicos, políticos, religiosos o nacionales, hace mucho más difícil y poco cómoda  su reivindicación.

Personalmente, incluso intentando hacer una abstracción literaria de su producción, me sigue pareciendo Simenon sobrevalorado pero no soy experta en ese autor ni en ninguno y, en todo caso, debería releerlo desde la visión del siglo XXI, en perspectiva. Me temo que con las tonterías que se editan hoy con una buena cubierta y unos cuantos crímenes en el interior las novelas de Maigret me parecerán incluso sublimes, la verdad.