sábado, 30 de mayo de 2015

SOBRE LIBROS, LITERATURA, ESCRITORES Y OTRAS TONTERÍAS



Hace años tenía yo sacralizada la literatura, como tantas otras cosas. También tenía sacralizada la universidad. E incluso sentía cierta reverencia por algunos productos alimenticios que eran para privilegiados o, en todo caso, consumibles tan sólo en fiestas señaladas. Lo mismo sucedía con objetos diversos que hoy són género de consumo rápido y en proporción mucho más baratos que antes, la ropa, el calzado, el material escolar.

El bienestar económico, aunque sea relativo y con subidas y bajadas, provoca cierta insensibilidad, comprar lo que sea ya no nos produce aquella emoción inexplicable e inefable de antes. Hace algún tiempo escuchaba el testimonio de un viejo barraquista, inmigrante en los años sesenta a aquella Barcelona, dónde convivía la miseria gravísima y eso que dio en llamarse la gauche divine y que no era ni una cosa ni otra, y explicaba el hombre como cualquier pequeño logro en el tema del bienestar econòmico hogareño era vivido como un gran triunfo personal.

Cuando empecé a trabajar como maestra recogía del suelo los trozos de lápices de colores y los guardaba en cajitas, se aprovechaba mucho papel impreso por una cara, para dibujar. Las papeletas sobrantes de las primeras elecciones eran un material muy apreciado. En estos últimos años las maestras parvulistas me subían cada curso al aula un montón de lápices de colores todavía en buen estado, porque a principio de curso a los niños les gustaba estrenar. Por mucho que se recicle y aproveche todo eso es relativo cuando no es necesario ni imprescindible, la verdad.

Vuelvo a la literatura. La producción de libros ha aumentado de forma exponencial, el libro tiene muy poco valor hoy, me lo dijo un señor que vino a vaciar el piso de mis padres cuando ellos murieron, el libro pesa, se llena de polvo, nadie lo quiere, con pocas excepciones. ¡¡¡Todo ha cambiado tanto!!! No es ni bueno ni malo, es así. Cada día llegan a mi buzón virtual montones de recomendaciones literarias, anuncios de presentaciones de libros, propagandas relacionadas con novedades. Me regalan libros nuevos a menudo, con la intención de qué escriba algún comentario sobre ellos en mis modestos blogs que leen cuatro gatos.

Todo es efímero y se vende poco, en relación a lo que se produce. Una bibliotecaria me aclaró, hace ya algunos años, cuando yo me mostraba reticente a la hora de hacer limpieza en la biblioteca escolar y comprar novedades  que más de un noventa por ciento de lo que se publica en dos años vuelve a ser pasta de papel. Incluso las editoriales prefieren reeditar viejos títulos, nueva cubierta, nueva tipografía, todo debe ser novedad o parecerlo. Incluso los libros de segunda mano, que hoy se pueden encontrar con facilidad por internet, han bajado de precio, con pocas excepciones.

Publicar no es fácil para la mayoría pero hoy existen soluciones al alcance de personas que prefieran editarse un libro a hacer, por ejemplo, un viajecito. Por no hablar de las ediciones virtuales. Otro aspecto es la difusión, la propaganda, pero eso no te lo garantiza ni una editorial convencional, lo que mejor funciona son los conocidos pero poca gente tiene parientes o conocidos importantes en los periódicos o en los medios de comunicación. En medio de esta abundancia se consume mucha tontería y pasan desapercibidos buenos libros, quizás siempre ha sido un poco así pero como antiguamente escribía poca gente y la educación no se había masificado el tema era muy diferente.

Hemos sacralizado en exceso la literatura, el arte, la música, se supone que lo que triunfa o triunfó es  bueno. Vana pretensión. Incluso la relectura de libros considerados clásicos, a mi tercera edad, me ha hecho percibir que tampoco aquellos libros oficialmente consagrados son lo que me parecieron en mi juventud. Se supone que leer es bueno, así, de forma global, pero yo creo que depende de lo que se lee, comer también es bueno e imprescindible, además, pero no todo es comestible ni digerible. Premios como el mismo Nobel están condicionados a la política, al mercado, incluso a la casualidad.

Leí hace poco tiempo el libro de Ayén sobre el boom de la novela hispanoamericano, unos autores triunfaron y otros, tan buenos como los primeros o más, no lo hicieron porque no tuvieron su oportunidad, su momento, su promoción adecuada. La gente antes no quería admitir que tiraba libros, era como un pecado, pero ahora ya te lo cuenta y lo acepta sin ninguna prevención. Se tiran libros en las bibliotecas, en las escuelas, en todas partes. Pocos lugares aceptan libros usados aunque estén, incluso, en buen estado.

Pasa algo parecido con la ropa, con la comida, con los viajes. Todo se ha masificado y frivolizado y la cosa también tiene su parte positiva que quizás sólo conseguiremos comprobar en perspectiva, cuando pasen los años. Uno puede autoeditarse sin tener que recurrir a hacer montones de copias para presentarse a premios que muchas veces están condicionados a criterios comerciales y que dependen también de la subjetividad de los jurados, sin tener que mandar ejemplares a editoriales diversas, pequeñas, medianas o grandes. Las pequeñas editoriales se encuentran con muchas dificultades y tampoco pueden apostar por según qué libros, en muchas ocasiones publican sobre seguro, más o menos, a personas que ya tienen relaciones en el mundo mediático, académico. Aunque eso tampoco asegura las ventas, al menos las ventas masivas. 

A cada bugada es perd un llençol, decimos, en catalán. Cada cambio cultural y social y lo que sea comporta ciertas pérdidas pero también mejoras en muchos aspectos que a menudo cuesta comprobar de forma inmediata, para todo hace falta perspectiva y la vida es corta para eso. Los grafómanos tenemos la posibilidad, al menos, de publicar de forma libre en sitios como este mismo blog, de forma gratuita, eso sí, pues si alguién sueña con hacerse rico con la literatura -o con tantas otras cosas- lo tiene claro. 

A alguno y a alguna les toca la lotería de vez en cuando, pero el cálculo de probabilidades nos demuestra lo difícil que es eso de hacerse rico y famoso, en la vida. Otro tema es la calidad, tema subjetivo, relacionado con modas e incluso con momentos vitales. Queremos creer que la calidad siempre flota por encima de la mediocridad pero eso no es así, al menos no siempre es así. Nadie sabe explicar con claridad qué es eso de la calidad. Hay gente que escribe muy bien textos aburridísimos y escritores imperfectos que tienen gancho. Hay quién critica que escriba tanta gente, normalmente opinan así los escritores con suerte y promoción, claro, no cuestionan que ellos mismos pueden sobrar o que quizás no son tan buenos como les han hecho creer.

El tema se puede aplicar a muchos sectores de la cultura. Un inmenso número de grandes actores no han pasado de secundarios mientras que una minoría, a veces no se sabe el motivo, ha triunfado, más o menos, porque en nuestro contexto el triunfo jamás es definitivo sinó puntual  e inestable, como sabe mucha gente. En todo caso ni el mejor de nuestros escritores más cercanos ganará en toda su vida lo que gana un futbolista de primera en una temporadita de darle al balón, claro que de futbolistas de primera hay muy pocos y que en el tema del futbol hay que demostrar de forma práctica si sirves o no sirves. 

Todo es relativo. La literatura, también.

sábado, 16 de mayo de 2015

FOTOGRAFÍAS QUE AMARILLEAN Y GENIALIDADES INCLASIFICABLES

Resultat d'imatges de el tiempo amarillo






Por suerte para los lectores y para los admiradores del gran e inclasificable personaje que fue Fernando Fernán Gómez se han reeditado hace algún tiempo sus memorias, ampliadas y en un solo tomo, ya que anteriormente (Debate, 1988) se encontraban divididas en dos volúmenes.
No son unas memorias convencionales, cada apartado nos evoca paisajes perdidos, personajes entrañables, como esa madre soltera y artista y esa abuela inolvidable además de un gran número de actores, autores, directores, de diferentes épocas y situados en diversas circunstancias.  Pero también encontramos gente anónima, conocidos, vecinos, criadas, parientes, tenderos.
Admite el autor que se sintió muy amado por esa madre y esa abuela, a pesar de lo irregular de su situación y de los años difíciles que vivió. Lo seguimos en su infancia y adolescencia, agradecemos al destino la suerte que tuvo  de ser considerado argentino y librarse del frente, dónde tantos jóvenes, casi niños, murieron sin apenas haber vivido.
Fernando Fernán Gómez es discreto en muchos aspectos personales relacionados con sus amores, modesto en la apreciación de su trabajo,  humilde al evocar actos valerosos relacionados con temas políticos y sociales, en una época en la cual no era nada común que personas del teatro y del cine pusieran en peligro su trabajo o incluso su seguridad física. Incluso admite que la memoria es engañosa y que algunos detalles del libro no son exactos sino víctimas del recuerdo sentimental y de ese paso del tiempo que hace que todo amarillee.
Marcos Ordóñez, en un interesante comentario a esta reedición,  que se publicó en El País, insistía en la necesidad de un índice final con nombres de personajes, de películas, de libros.  También echaba en falta la cita de Miguel Hernández que da título al libro y percibía algunos errores. Sin embargo todo eso, que debe de ser tenido en cuenta, no reduce en nada el encanto que emana de esas páginas, literatura pura, y que podría ser perfectamente un conjunto de excelentes narraciones puesto que muchos de los capítulos tienen vida propia.
En el libro se incluye un magnífico prólogo de Luis Alegre, quien conoció a Fernando Fernán Gómez ya mayor, en los años noventa, cuando se había extendido una cierta opinión sobre su mal carácter, potenciada por una anécdota con  un admirador pelmazo que se repitió por la tele hasta la saciedad. El prólogo es también muy buena literatura y resulta conmovedor por los detalles que cuenta y el afecto y admiración evidentes por el personaje. El libro incluye bastantes fotografías pero podría haber muchas más, son imágenes que nos transportan a un pasado complejo recordado de forma amable,  con una sana dosis de humor inteligente y una distancia imprescindible, literaria sin pretensiones, moderadamente nostálgica.

FernandoFernán Gómez fue un personaje inclasificable, genial en muchos aspectos, hizo muchas cosas y todas las hizo bien aunque fuesen películas malas, sobre las cuales ironizaba en ocasiones. En un programa radiofónico reciente sobre cine, oí comentar que en otros países sería más considerado, admirado y conocido que gente como esos grandes mitos del cine francés, inglés, americano o italiano, salvando las distancias. Él mismo bromea con el tema en esas memorias singulares, en otros lugares llegas a actor famoso y ya lo eres para siempre pero en España un éxito o muchos éxitos no significan gran cosa, ni tampoco te aseguran una economía saneada de forma definitiva.

El tiempo amarillo nos habla de nuestro país sin dramatizar, de cómo se sobrevive en épocas difíciles, del mundo del cine, del teatro, de la literatura y de la vida cotidiana, nos muestra una guerra civil doméstica, una especie de epidemia que hay que pasar cómo sea para poder retornar a la normalidad precaria del mundo de los actores y de casi todo el mundo. No es éste un libro para leer de un tirón sino para disfrutarlo de forma lenta y poder volver hacia atrás si es necesario, actividad para la cual el índice que propone Marcos Ordóñez resultaría muy útil. Al leer este libro parece incluso poderse escuchar la personalísima voz de su protagonista contándonos su vida a su manera, a retazos, con esa magnífica carga de genialidad que se desprende del libro y que en cambio no convierte en ningún momento a su protagonista en un escritor pedante sino más bien en alguien que no está nunca satisfecho del todo con aquello que hace.


lunes, 11 de mayo de 2015

HOMENAJE DE LOS BLOGS A OLGA XIRINACS (11/05/2015)






Olga Xirinacs (Tarragona, 1936) es una escritora catalana con una larga trayectoría en diversos géneros. Ha ganado muchos premios importantes y su obra literaria és sólida y reconocida. Hoy, 11 de mayo, es su aniversario, y desde diferentes blogs culturales queremos rendirle un homenaje y reivindicar para ella el próximo Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, galardón que se concede desde el año 69 y que para vergüenza general se ha concedido hasta ahora a cuarenta y tres hombres y tres mujeres. Es evidente que para la igualdad generalizada todavía queda mucho a reivindicar.


Olga Xirinacs ha escrito toda su obra en catalán aunque tiene una parte traducida a otros idiomas. Es muy crítica con la política de traducciones, un aspecto cultural necesario para conseguir una cierta proyección a nivel español e internacional. En el año 2006 publicó directamente en castellano la novela El hijo del tejedor, reivindicando la necesidad de traducciones y, al mismo tiempo, como homenaje a la rama asturiana de su familia.


Sinopsis:


En un agreste lugar del litoral de Asturias, los Del Río, un tejedor de tapices y una concertista de arpa, disfrutan de una vida apacible, dedicada casi en exclusiva al desarrollo de sus quehaceres artísticos. Sin embargo, un terrible y macabro hallazgo los lanzará hacia un torrente de situaciones extremas y despertará en ellos la fuerza de unos sentimientos que nunca habrían creído poseer. El empuje del instinto maternal y el descubrimiento de una sexualidad oculta formarán parte también del gran secreto de sus vidas, un secreto que los conecta directamente con la mitología de la tierra y los árboles asturianos, con los habitantes reales e irreales de sus bosques y sus montañas, con la vida que lucha siempre por triunfar sobre la muerte.



martes, 5 de mayo de 2015

AQUELLOS GUAPOS CORRESPONSALES DE ANTAÑO


 

Hoy se considera joven de forma ingenua y algo infantil a las personas que no han llegado a los ochenta años. Por eso la muerte de Jesús Hermida ha parecido, en general, prematura. Leo en la prensa, de forma algo apresurada, que ha sido a causa de un infarto cerebral. Los infartos suelen ser rápidos y piadosos, una ya empieza a envejecer y teme esas largas enfermedades que comportan tratamientos agresivos, caer en el circuito de las pruebas hospitalarias y de los procesos de decadencia largos e irreversibles, por ello esas muertes de agonías cortas me parecen casi deseables, considerando que se ha de morir de alguna manera.

Más prematura fue la muerte de José Antonio Plaza, a los cincuenta y ocho años. Durante sus años de corresponsales en Londres y Nueva York ambos, jóvenes y guapos, fueron para nosotras, las adolescentes y jovencitas de la época, tan famosos y admirados como los actores de cine o los cantantes de moda. Recuerdo que había partidarias del uno y partidarias del otro. En todas las Españas veíamos los mismos programas de televisión. Hermida nos parecía demasiado presumido, en una ocasión recuerdo que acariciaba un inquietante gato negro. Plaza tenía más apariencia de buen chico, de encantadora modestia profesional. Esos corresponsales fueron también muy imitados por los humoristas, la imitación y la parodia son recursos muy efectivos ligados a cada época y a cada situación.

Todas esas tonteríasjuveniles conformaronn un imaginario colectivo que nos unía más que los gobiernos, la política o las patrias gloriosas. Pienso en ello a menudo cuando miro por la tablet, con mi nieta, los encantadores dibujitos de Peppa Pig y compruebo que se pueden escuchar en tropecientos idiomas. Me imagino a mi niña en un futuro que no veré, viajando a China, a Rusia, al Perú, y comentando con gente de su edad cosas de este tipo, los dibujos que todos veían, de pequeñines, los actores de moda de su adolescencia, las músicas que aún están por inventar y que formarán parte de su memoria sentimental, la mayoría de cosas estarán ya absolutamente globalizadas y quiera el destino que exista eso que hoy todavía parece tan imposible y lejano, la paz universal o al menos la ausencia de guerras enquistadas y crueles.

Los coches y la televisión nos cambiaron del todo.  La guerra civil era un fantasma del pasado que parecía irrepetible y que debía ser olvidada a cualquier precio, por lo menos se comía y había trabajo, decía, incluso la gente poco adicta a un gobierno que, ese sí, parecía inmortal. De pronto el mundo venía a casa y tú podías ir a correr mundo con cierta facilidad y, todavía, con un pasaporte que exigía pesados  trámites e incluso un certificado de penales para serte concedido. 

El tiempo pasó y ambos, Plaza y Hermida, hicieron otros muchos trabajos periodísticos, todos interesantes, pero ya nada conservaba la mística de cuando nos hablaban desde ciudades entonces tan míticas y lejanas para la mayoría como Londres o Nueva York. Los setenta ya no fueron económicamente tan boyantes como los sesenta aunque llegó la transición y la ilusión se disparó de nuevo.

Mueren estos personajes y se llevan también trocitos de nosotros mismos, retazos de toda una época con luces y sombras en la cual ellos eran jóvenes y nosotros, todavía más jóvenes que ellos. Primero íbamos a ver la tele a algún local del pueblo o a casa del vecino que se la había podido comprar y nos abría sus puertas de forma generosa y algo presuntuosa, al fin y al cabo, de qué sirve tener cosas bonitas y caras si no se pueden enseñar?

Luego todos tuvimos tele casera y se perdieron aquellas comunidades que se formaban delante de la pantallita, como antaño se había perdido la emoción de ir al cine del barrio o del pueblo y coincidir con todo el mundo. Todavía hoy se produce ese milagro en algunos bares y centros sociales, gracias al fútbol. Los corresponsables en el extranjero ya no tienen el mismo carisma, mucha gente chapurrea inglés en la actualidad e incluso idiomas más difíciles. No me gusta la nostalgia ni tampoco comparar el pasado con el presente, todo resulta engañoso cuando eres mayor, existe una gran tendencia a la mitificación retrospectiva.

Descanse en paz Jesús Hermida en el cielo de los periodistas en el cual, al menos por ahora, no hay ningún corresponsal que pueda contarnos como va por allí o en qué idioma se comunican las almas de los difuntos que nos precedieron en la fe y ahora duermen el sueño de la paz, como dicen en misa. Aunque yo no me refiero a la fe religiosa sinó a la fe en un futuro mejor, imposible y también mítico, el de aquellos años sesenta que tantas ilusiones de todo tipo construyeron en nuestro imaginario individual y colectivo. Luego siempre llegan las rebajas.