domingo, 10 de marzo de 2019

FERNANDO REY, UNO DE LOS GRANDES, UN CUARTO DE SIGLO DESPUÉS


Hace pocos días, con motivo de mi asistencia a una tertulia sobre libros de historia en la cual habíamos comentado la biografia de Carlos I de Herny Kamen surgió el tema de la reina Juana y, por extensión, se mencionó esa pelicula mitica que es Locura de amor. La película nació el mismo año que yo, la vi varias veces, algunas en la escuela, donde era un clásico en las esperadas sesiones de cine educativo. Se basa en un drama romántico del mismo título, de Tamayo y Baus.  Más allá de sus circunstancias creo que ha resistido bien el paso del tiempo y que refleja, además, aquel final de los años cuarenta, una España rancia pero con aspiraciones y unos intentos de cine histórico bastante digno, si pasamos por alto la realidad histórica y las inevitables consignas ligadas a la lamentable situación política de entonces. 
Algunas escenas están inspiradas en cuadros de temática historica de esos que tuvieron tanto éxito durante años, sobre todo a finales de nuestro siglo XIX y principios del XX. Cuadros que son estampas teatrales y que han conformado nuestro imaginario sentimental de forma, a veces, imperceptible. Muchas de esas pinturas nos llegaron a través de cosas como los cromos de las tabletas de chocolate o las deficientes reproducciones de las enciclopedias autárquicas. Algunos, como el que cuelgo, de Padilla, tienen tintes impresionistas, incluso. La modernidad los quiso olvidar pero actualmente se están reivindicando, afortunadamente.

Una de las últimas veces en qué vimos Locura de amor en la escuela, ya casi adolescentes, nos reímos de ella sin compasión, incluso jugábamos a imitar de forma hilarante a Aurora Bautista repitiendo aquello de esta dormido, ssss... La ignorancia es muy atrevida. La película cuenta con un reparto de categoría. Bautista era algo histriónica y exagerada pero esos papeles le iban que ni pintadors. Fue Juana la Loca y fue Agustina de Aragón y, años después,  fue La tía Tula. 

Hoy, en ese excelente programa de cine que es Sucedió una noche, recordaban a Fernando Rey.  Se cumplieron, el 9 de marzo, veinticinco años de su muerte. La vida de Fernando Rey fue de película, uno de esos casos en los cuales el destino es benigno y agradecido, a pesar de todo. Era hijo de militar republicano de categoría, estaba destinado a ser arquitecto y esa maldita guerra de la cual todavía sufrimos secuelas, olvidos y tergiversaciones, lo cambió todo. Puedo escapar, por casualidad, de la cárcel. No así su padre, condenado a muerte. 

Rey se llamaba, en realidad, Casado y ese Franco que no  era tan tonto como muchos quieren pensar le lanzó una pulla en una visita de un equipo de actores al Pardo: qué tal su padre... Rey no pudo evitar admitir que estaba en prisión, cosa que el dictador sabía de sobras. Franco, según cuentan, comentó al actor que, por desgracia, su progenitor se había equivocado de bando. El padre de Fernando Rey fue Fernando Casado Veiga y en muchas ocasiones se le ha confundido con Segismundo Casado, a causa del  apellido y la profesión. 

Fernando Rey llegó al cine por necesidad. La ausencia del padre y la pérdida del patrimonio familiar le obligaron a trabajar en lo que fuese y respondió a un anuncio solicitando extras para una película. Admitía no tener vocación de actor e incluso haber aborrecido la profesión en algún momento. Odiaba su imagen con mofletes y peluca, ese Felipe el Hermoso tan antipático pero tan creible, y, más adelante, se dejó barba. Ramon y Cajal era un gran defensor de la barba que, según él, y estoy bastante de acuerdo, mejoraba muchos rostros masculinos. 




Luego llegaron Bardem, Buñuel, el exito internacional, incluso. Lo que demuestra que no hace falta tener vocación ni estudios para ser bueno en algo. Incluso en algo que nos parece que no nos va. La vida es extaña. Rey tenia madera de actor a su pesar y adquirió, además, oficio, con la experiencia y las relaciones. Se casó, algo mayorcito, con Mabel Karr, la preferida chica de la Cruz Roja de mi madre. Karr se retiró del cine pronto, aunque regresó después de enviudar. La mala suerte quiso que muriese de forma prematura. Fueron una familia discreta y digna. El hijo de Fernando Rey, médico, protestó hace algún tiempo del contenido de uno de esos programas basura de la tele, en el cual achacaban la muerte de Karr al abuso de cirugía estética cuando las presentadoras de esos programas, si el motivo fuese tan evidente, deberían estar todas en el otro mundo. 

A Fernando Rey le hicieron compartir pantalla con actrices jóvenes y hermosas, en su elegante madurez. Siempre fue serio con el tema familiar, ya que en ese oficio pasa lo mismo que en todos aunque las tentacions resulten habituales, depende de cada uno. Fue un inmenso Quijote, al lado de un excelente Sancho Panza, Landa, otro de los grandes recuperado por buenos directores después de sus inicios cómicos y sin transcendencia. Mucha gente joven de hoy, incluso aficionada al cine o con deseos de trabajar en él, sabe poco sobre la gente de esas generaciones y tiene pocas ocasiones de acceder a grandes películas antiguas. El país no es muy agradecido, la verdad, en eso envidio a los franceses, a los argentinos... Los veinticinco años de la muerte del actor han pasado de puntillas pero aún hay esperanza de que nos monten un miniciclo por la tele. 

Sobre Juana la Loca, con Eugenia de Montijo y María de las Mercedes forman un trío mítico que tengo ligado a la música popular, a esas coplas inolvidables que se les dedicaron, tan instructivas en relación a la historia romántica y que eran habituales en las emisiones de discos solicitados. En un cine de barrio al que asistía con frecuencia, el América, del Paralelo barcelonés, todavía estuve a tiempo de conocer aquello de las variedades complementarias. Siempre actuaba alguien que cantaba coplas y no se me ha olvidado nunca aquello de doña Juana, por qué lloras, si es tu pena la mejor... Hay que ver lo que llegamos a saber, más por viejos que por diablos, claro.