domingo, 28 de marzo de 2021

RECUERDOS SENTIMENTALES DE SEVILLA

 


Si yo tuviese algún poder político, cosa imposible, fomentaría que en todas las escuelas del estado español los niños y niñas y los adolescentes se escribiesen a menudo entre ellos y viajasen constantemente de un lado a otro de la península, del mundo, si fuese posible, estableciendo lazos afectivos y duraderos. Si la transición hubiese tenido esta prioridad muchos malos entendidos del presente serían vistos como absurdos y por más que los políticos oportunistas dijesen tonterías sobre gente de aquí o de allá cuando, en realidad todos y todas somos más iguales de lo que queremos creer o nos han hecho creer.



Yo, sin embargo, soy una persona poco viajera, quizás lo hubiese sido de más joven, de haber podido entonces, en esa edad en la cual la curiosidad es inmensa y todo nos fascina. Hace más de diez años estuve en Sevilla un Domingo de Ramos, viendo esa emotiva procesión de La Borriquita, con los niños y niñas vestidos de nazarenos y las madres, padres i abuelos llevándoles bebida y merienda. La ciudad estaba llena de estudiantes ruidosos, son días en qué se hacen muchos viajes de secundaria, los estudiantes de esta edad suelen ser ruidosos, desobedientes y juerguistas, hay que tener paciencia, todos hemos sido adolescentes y jóvenes.

Subían y bajaban riendo por La Giralda, bromeaban a gritos en el barco turístico del Guadalquivir, ante la impotencia y tolerancia del profesorado, con quién a menudo me identifico, en estos casos. Había una exposición ampliada sobre Murillo, un pintor poco apreciado en algún momento, casi como si fuese un Velázquez menor. Y, nada de eso. No hay Sagrada Familia más maravillosa que esa del pajarito, ese guapo San José, esta escena familiar, intimista, de trabajo hogareño, de felicidad sencilla. Murillo, como tanta gente durante tantos siglos, perdió a muchos de sus hijos, hubo una peste en Sevilla, durante sus primeros años de matrimonio. No fue una vida fácil, la suya, pero no lo era para casi nadie, en aquells años y durante muchos siglos. Sus niños pobres nos interpelan desde el pasado y sus ángeles y sus vírgenes y santas nos consuelan.


Cuando yo era pequeña las estampas religiosas eran una especie de cromos populares gracias a los cuales conocimos muchas obras de arte relacionadas con aquella religión de entonces, que todo lo envolvía y condicionaba. Los libros de la escuela tenian dibujos de poca calidad que mostraban las 'bellezas de España', la Giralda, la Torre del Oro, lugares míticos, para mi tan lejanos e irreales como el Taj Mahal o la Luna. 



Jesús, dicen, entró en Jerusalén montado en la borriquita, le aclamaron y lo recibieron muy bien. Al cabo de pocos días, contaba mi madre, fueron a curiosear i aplaudir como lo crucificaban. El mundo es complicado, el ser humano, contradictorio. La fiesta de hoy, en mi ciudad, ya hace años que no es como antes, cuando los niños estrenábamos ropa y en la calle nos tropezábamos con todo el barrio y el único vecino que tenía máquina de fotografiar nos hacía un retrato. Todo pasa y cambia y así ha de ser. Pelearnos o discutirnos por lo que sea no tiene sentido, considerando lo breve que es la vida. Y, sin embargo, repetimos errores y nos amargamos la vida si motivo. La pandemia genera muchas protestas, la gente está harta, los políticos están desbordados, las vacunas no llegan a todos. Podríamos aprovechar el tiempo para meditar sin prisa ni impaciencia sobre el mundo y el sentido de la vida, si es que tiene alguno. Nuestra vida, con pandemia, incluso, es, en muchos casos, mejor que la de los sevillanos pobres, que eran la mayoría, del tiempo de Murillo.

viernes, 5 de marzo de 2021

EVOCACIONES PASADAS Y FUTUROS INCIERTOS

 



Paseaba hace pocos dias por ese nuevo espacio marítimo, detras del Hotel Vela, muy concurrido por gente joven y no tan joven, sobre todo durante los fines de semana. Había personas corriendo, haciendo gimnasia, bailando, parejitas, ciclistas, patinadoras, patinetistas, grupos de abuelitas y paseadores de perros. 

A mi lado se habían parado un padre y un hijo, el chico tenía unos doce años. El padre le contaba características de aquel paisaje durante sus años mozos, todavía en tiempos del antiguo Rompeolas. Se conserva todavía el edificio del Porta Coeli, donde comíamos festivos mejillones, al llegar allí en 'golondrina'. 

Habían venido en bicing, comentaban si sería mejor volver con la bicicleta o dejarla y tomar el metro, deduje que el regreso debía presentarse largo y en subida, porque el chico optó por volver en transporte público. 

-En el año 2100 -dijo el muchacho- tendré noventa y un años.
-Entonces se vivirá más que ahora -le comentó el padre, optimista.

El dialogo me evocó pasados remotos, hay fechas que nos parecen muy lejanas, fechas redondas, casi siempre acabadas en cero, fechas misteriosas y que parecen más importantes que las otras. Cuando era muy pequeña se especulaba con el año 1960, parecía que podía pasar de todo, una tercera guerra mundial, por ejemplo. No pasó nada o pasó de todo, las cosas no pasan siempre igual en todas partes, la Covid parece un mal universal però en cada lugar del mundo se vive de una manera diferent y, a nivel personal o familiar, lo mismo.

Mas remoto era el año dos mil, el cambio de siglo. Una compañera de escuela contaba que su abuela recordava la llegada festiva y alegre del siglo XX, un siglo que parecía que iba a traer grandes novedades y adelantos y, quizás, eso que no llega nunca, la paz universal. Pero no fue así, el siglo XX fue bastante peor, incluso, que los anteriores, al menos en su primera mitad. Para los europeos, claro. No podemos evitar mirarnos el ombligo, sin mala intención, eso sí.

En la escuela especulábamos sobre si estaríamos vivas, ya con más de cincuenta años, en ese lejano y enigmático dos mil en el cual se suponía que ya volaríamos por el espacio sideral. El niño que comento ni se preguntaba si viviría, aseguraba, sin dudas existenciales, que tendría noventa y un años. 

Yo ya no viviré, en el dos mil cien, por mucho que haya evolucionado la medicina. El tiempo es relativo cuando eres pequeño, cuando eres joven.. Todo es posible a los doce, a los quince años. Podemos hacer muchas previsiones pero todo se quedará en hipótesis, podemos imaginar un mundo mejor o un mundo peor, todo será distinto a como lo hayamos imaginado. 

Una vez llevamos a comer mejillones en golondrina a una tía, hermana de mi padre, que estaba de visita en Barcelona. Yo era muy pequeña y se me antojó uno de esos cangrejos vivos que vendían entonces, atados a una caña, después substituídos por bichos de plástico y ahora, definitivamente, desaparecidos. No me lo querían comprar, y se generó una de esas escenas familiares al estilo italiano o español, lloros, exigencias, nervios de los adultos. Me puse muy impertinente. A mi padre, que era un santo, se le escapó un bofetón, yo lloré más, luego le supo muy mal haberse pasado, acabaron comprándome el cangrejo y entonces, sin querer, lo pisé y lo asesiné. Mi tía, una mujer con un gran sentido del humor, cuando en otras ocasiones mi hermano o yo nos enfadábamos por cualquier tontería, decía a mi padre, riendo, en catalán, compra-li un cranc, home! Y eso de comprar un cangrejo se convirtió en una de esas frases familiares que se repiten a través de las generaciones, incluso cuando se olvida su origen real. 

El cangrejo asesinado por mí es también un símbolo, a veces, podemos acabar con nuestros deseos realizados, incluso destruir lo conseguido, ya que, al realizarse, pierden interés. Ningún cangrejo será nunca como el cangrejo imaginado.