sábado, 28 de marzo de 2020

REALIDADES INCÓMODAS SOBRE LA VIDA BREVE




Nos hemos dado de bruces con la realidad, incluso en mi entrada anterior y en el artículo que copié se percibí cierto escepticismo ante la alarmante situación, ¿quién podía pensar en algo tan molesto, tan doloroso, tan incómodo, tan largo?

Me equivoqué, como tanta gente, en la percepción del peligro. Escucho periodistas de esos habituales en la radio, en el periódico, que también han cambiado de opinión ante la indiscutible gravedad, en cantidad y en cualidad, de los efectos de ese virus inesperado, que parecía cosa de la lejana China, como en otras ocasiones nos parecían los malos microbios cosa de África o de colectivos determinados, como pasó con los homosexuales al principio del estallido del VIH. O como otros virus, más bien políticos, parecían afectar a algunos, solamente, curas, comunistas, judíos...

Una injusticia hecha a un hombre es una amenaza contra todos, escribió Montaigne. Gran verdad, pocas veces admitida en su totalidad. El otro día vi la repetición de uno de esos estupendos programas de Imprescindibles, dedicado a Gregorio Marañón, en el cual se recordó una frase del personaje, algo así como que quién no duda es una amenaza para los demás.

Y, sin embargo, cuantas afirmaciones contundentes hemos de aguantar en estos días. Qué si el gobierno lo hizo mal, qué si aquí o allá se tomaron medidas eficaces, qué somos un país de inoperantes, que en Catalunya se hizo mejor... Todo queda en entredicho ante la realitat. Hace tiempo escribí, en este blog y en otros, de la situación de tantas residencias. En las residencias  catalanas se ha asesinado y violado, la cosa no parece haber inquietado demasiado. Al fin y al cabo, la gente vieja molesta, con pocas excepciones, aunque eso de viejo, hoy, parece un insulto.

Hace pocos días, en un pueblo del sur español, un grupo vandálico recibió con piedras a unas ambulancias que trasladaban ancianos de una residencia infectada a otro lugar. Hay que decir que una parte del pueblo reaccionó de forma positiva pero en los pueblos es difícil y peliagudo contradecir a las mayorías, son lugares más cerrados que las grandes ciudades, para bien y para mal. Durante la guerra civil fueron muchas más las barbaridades cometidas en los pueblos que no en las grandes ciudades, hay datos, y estadísticas.

Pienso en estos días en dos ancianos confinados en mi casa, cuando yo era joven. Uno era  mi abuelo, tenía un enfisema, a causa del tabaco. Mi escalera no disponía, entonces, como tantas otras, de ascensor. Su única distracción era contemplar a la gente que iba y venía por el barrio. Hoy, en esa calle que fue mía, han plantado árboles, almeces, lledoners en catalán. Han crecido mucho y, menos en invierno, cuando no tienen hojas, no dejan ver la calle, por ello mi padre, que también acabó confinado en una silla de ruedas, no tenía ni tan sólo esa distracción. Los ayuntamientos deberían tener en cuenta ese tipo de cosas a la hora de embellecer los barrios con árboles, tan hermosos y necesarios, sin embargo.

Otra confinada fue una tía-abuela, prima de mi abuelo, que acabó viviendo y muriendo en casa. Era una mujer orgullosa, independiente, pero tuvo que admitir el paso del tiempo. Un ascensor, entonces, hubiese mejorado la vida de mi abuelo, de mi tía-abuela, de mi padre. Mi madre también murió antes de disfrutar del ascensor que, finalmente, se instaló en la escalera. Mi madre acabó en un centro socio-sanitario, no me dieron a elegir, un día llegué y vi que le habían puesto una sonda alimentaria en la nariz, porque no podía tragar, no me pidieron permiso, no me atreví a protestar. Allí pasó siete horribles meses, con la sonda en la nariz, la cabeza relativamente lúcida, con algunas lagunas. Yo todavía trabajaba entonces, cada tarde subía al centro, después de la escuela. Tengo muy mal recuerdo de aquellos meses, aunque el personal era amable, pero insuficiente, y hacía lo que podía.

Murió sola, en una madrugada de otoño. No se ha abierto un debate profundo sobre eso de alargar la vida más de la cuenta, cuando no hay perspectivas de mejora de calidad de vida. Quizás ahora se plantee el tema, la muerte es un tema inquietante, no nos gusta. Tampoco la evidencia de la vejez, se supone que cada viviremos más y mejor, los humanos somos orgullosos, crédulos, pero eso del virus nos ha puesto, de momento, en nuestro sitio. Resulta que los de más de sesenta somos grupos de riesgo y que las residencias dejaban mucho que desear, en general. 

Todo pasará y volveremos a las andadas, se escarmienta de momento, pero luego todo se olvida, se reinventa, se publican novelas bonitas y series divertidas sobre los grandes problemas del mundo. Y, aún así, tenemos ilusiones, ideales, buenas intenciones, vuelve la primavera, nacen niños y niñas, bailaremos, cantaremos, leeremos. Algún día, por ley natural, seremos gente confinada, en casa, en la residencia, donde sea, si no tenemos la suerte de morir de forma rápida e indolora, inesperada, de un patatús o un accidente inesperado. No podemos olvidar que somos mortales, y no hace falta que un esclavo romano nos lo vaya recordando, en nuestro paseo triunfal por la vida.

domingo, 22 de marzo de 2020

MANIPULACIÓN MEDIÁTICA Y RELATIVIDAD DE LA MUERTE




Me disponía a escribir algo en la misma línea, aunque con menor oficio, así que prefiero reproducir el sensato artículo de Público: El coronavirus y la mentira global.

El autor es el periodista Pedro Luis Angosto.





'Durante el año pasado se registraron en España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos morirán en un plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su vida un calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible. En una sociedad avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar el cáncer, las enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían ocupar un lugar preeminente, dedicándoles todos los medios económicos posibles. Del mismo modo, en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud, en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los tratamientos para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas estatales de salud, declarar la libertad de todos los países para copiar cualquier medicamento que sirva para mejorar la vida de los enfermos y condenar el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de los grandes laboratorios. No lo hace, mira para otro lado, y la curación de esas enfermedades que tanto dolor causan a tantísima gente se pospone hasta que la mafia quiera. 

El año pasado murieron en España por accidente laboral casi setecientas personas, resultando heridos de gravedad o enfermos debido al trabajo varios miles de personas. Las causas están claras, precariedad laboral, jornadas interminables, destajo, escasas medidas de seguridad y explotación. Ningún organismo estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca inversión, no abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.

No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres

En 2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión que mata todos los años a miles de personas en África sin que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas necesarias -que valen cuatro perras- para evitar ese genocidio silencioso. Al fin y al cabo, la mayoría son negros.

En 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma causa el fallecimiento de ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de vida.

En 2017 más de seis millones de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos. Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo, ningún periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo machaconamente en esa tragedia que martiriza a diario a media humanidad y amenaza con llevarnos a todos a condiciones de vida insufribles.

La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G

Hace unas semanas surgió en una región de China un virus que causa neumonía y tiene una incidencia mortal menor al uno por ciento. Los medios de comunicación de todo el mundo, acompañados con las redes sociales de la mentira global, decidieron que ese era el problema más terrible que había azotado al mundo desde los tiempos de la peste bubónica del siglo XIV que diezmó la población de Europa en casi un tercio. No hay telediario, portada de periódico por serio que sea o red social en la que el coronavirus no ocupe un lugar preferente y reiterativo hasta la saciedad, como si no tuviésemos bastante con las enfermedades ya conocidas que matan de verdad a muchísima gente después de largos períodos de sufrimiento y tortura vital. No sé cómo surgió ese nuevo virus, tampoco si es nuevo, carezco de conocimientos científicos para ello, lo único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que apenas mata ni deja secuelas importantes. Pese a ello, a que lo saben, los informativos siguen creando alarma a nivel mundial. ¿Por qué?

No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres. Vivimos un tiempo de relevos, la potencia hegemónica -Estados Unidos- tiene por primera vez desde el final de la Guerra Fría un serio competidor que se llama China. Ese competidor fue alimentado desde los años ochenta por las potencias occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios bajísimos de sus trabajadores. Han pasado cuarenta años y lo que entonces pareció una decisión magnífica para acabar con los Estados del Bienestar, abaratar costes e incrementar riquezas de modo exponencial, ha tomado otro cariz y ahora esa potencia pobre produce casi el 18% de todo lo que se fabrica en el mundo y está en disposición de dar el gran salto que la coloque en como primera potencia mundial, algo que será inevitable haga lo que haga Trump y sus amigos porque tienen el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria. La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G. Se trataba de impedir de cualquier manera que los chinos pudiesen demostrar que hay campos en los que ya están por delante de Estados Unidos y, por supuesto, de Europa. No hay otra explicación ni otra razón. Con la cancelación del congreso de Barcelona y la información apocalíptica sobre las consecuencias de la expansión del coronavirus se daba un paso más en la nueva guerra fría que se ha inventado Donald Trump, dejando claro a China que todo vale en la guerra y que su ascenso al primer puesto les va -nos va- a costar sangre, sudor y lágrimas.

El coronavirus es una enfermedad que no arroja datos alarmantes, primero porque no se expande al ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo, segundo porque tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a los de otras plagas como la “gripe española”. Sin embargo, y dentro de un lenguaje medieval, se está intentando crear pánico a escala global y por eso cada día nos cuentan el nuevo caso que se ha descubierto en Italia, Croacia, Malasia o Torrelodones, uno por uno, haya dado muestras de quebranto o no. Se trata de alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos, y nunca antes como hoy, en la sociedad de la desinformación, han existido tantos medios para imponer las mentiras como verdades absolutas al servicio de intereses bastardos. El coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le parezca, es una enfermedad normal, como tantas y con poca mortandad, pero la manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de consecuencias devastadoras.