martes, 20 de octubre de 2020

DELIBES, CENTENARIOS, EVOCACIONES, TELEVISIÓN

 



El segundo canal volvió a pasar, en el excelente programa Imprescindibles, La X de MAX, sobre Miguel Delibes. El dia 17 de este mes se cumplieron cien años del nacimiento del escritor, aunque se organicen actos diversos nada será como en tiempos de normalidad, sin esa espada de Damocles del virus limitando nuestra libertad y nuestras actividades.

Delibes es un personaje de consenso, apreciado, respetado y valorado por la gran mayoría de personas, incluso más allá de los gustos literarios de cada cual. En cierta manera eso pasa con el pintor Joan Miró y creo que, en ambos casos, lo que merece respecto es que se trata de buenas personas. La bondad no es hoy un valor excesivament apreciado, ni tampoco lo son las vidas familiarmente convencionales y relativamente tranquilas.

Pasó por el amargo trago de perder a su esposa demasiado pronto, no se volvió a casar ni se le conocieron amores de madurez. Incluso, en el reportaje, su hija pequeña comentaba que quizás, de haber aceptado dirigir El País y vivir en Madrid se habría vuelto a enamorar de alguien. Però no lo hizo. Se quedó en su ciudad, rodeado, eso sí, de una familia que produce hoy envidia sana, con tantos niños, bien avenida, organizando esas marchas en bicicleta que reproducen el largo camino que el escritor, joven, hacía para ver a su novia.

Puede que hoy, con el rechazo que produce la caza, no se entienda su afición a algo que, bien conducido, contribuye al equilibrio ecológico. Más allá de ese tema, en muchos otros, Delibes fue una especie de precursor de muchas cosas, sin proponérselo, incluso. En El disputado voto del señor Cayo se percibe ya el desencanto respecto de la evolución democrática. Esa España vacía de la cual hoy se habla y se escribe ya era uno de sus motivos de preocupación. No fue beligerante ni hombre de partido, pero fue lúcido y tuvo sus problemillas con aquella absurda censura de la época.

Incluso ha tenido suerte con las adaptaciones que de sus libros ha hecho el cine, todas son eficaces, respetuosas con el espíritu del escritor, algunas, como Los santos inocentes, excelentes. Delibes, amigo de Pla y de tantos otros, me evoca los buenos tiempos de Destino, aquella revista cultural posibilista que fue una luz en la penumbra de la larga postguerra. Mi abuelo la compraba cada sábado, olía a tinta y papel, era un olor que me encantaba, diferente del de otras revistas.

En ella colaboraban Delibes, Pla y tantos otros. Organizaban salidas culturales, por aquel entonces imposibles para nosotros, en autocar, en las cuales sorteaban libros. Poder hacer pequeños viajecitos, en aquellos tiempos sin turismo masivo, debía ser un gozo, limitado, lo admito, a gent con algunos posibles. Delibes ganó el Nadal, un premio que durante años gozó de un gran prestigio, hoy, uno más. Aquello, en cierta manera, cambió su vida, incluso a pesar de qué el escritor pesaba que el libro premiado no era gran cosa.

Delibes pasó al teatro, sobre todo, gracias a Lola Herrera y sus Cinco horas con Mario. La primera vez que leí el libro, sin quitarle méritos, me pareció algo injusto con la protagonista, Delibes era un hombre de su tiempo y su visión de la mujer, en aquel caso, es algo sesgada. Lola Herrera, con el tiempo, le dio una lectura más favorable al personaje. 

En la actualidad José Sacristán ha representado esa larga evocación que el escritor hace de su esposa, un texto emotivo, bastante lineal, no debe ser sencillo representarlo. Nos evoca a una mujer activa, dinamica, alegre, enamorada, amante de su familia, brillante y atractiva. Me recuerda el caso de la esposa de Savall, el músico, quien la perdió también de forma prematura, y decía, en una ocasión que era como una especie de ángel que había pasado por la vida familiar. Quizás comparo porque esa señora de rojo sobre fondo gris se llamaba, precisamente, Ángeles.

Delibes vivió muchos años, noventa. Escribió, de forma documentada y valiente, El hereje, un libro con el que no he acabado de conectar. Hubo quién dijo que no era suyo cuando la familia sabe que es, precisamente, del que hay más pruebas acerca de su redacción y documentación elaborada por el escritor. En una ocasión decía Delibes que la medicina actual alarga la vida pero no nos devuelve la ilusión. Pero eso es ley de vida, la ilusión juvenil no puede volver. Era tan tristón como dicen? Puede ser, pero en esas imágenes con sus nieto y biznietos no lo parece tanto. 

Una imagen del reportaje me emocionó y me provocó nostalgia, más allá de la vida del escritor. Esa en la cual Juan Carlos y Sofía, todavía jóvenes, se presentan en el portal de su casa, para visitarle, queridos y respetados por la gente, en aquella época. Me pregunto cómo es posible que la monarquía haya malbaratado aquel activo que tanto costo de ganar, con actuaciones lamentables. La vida da muchas vueltas y el recuerdo que dejas depende incluso de cuando y como mueres. 

Delibes es esa España amable, culta, respetuosa con el paisaje, con la gente, con las diferencias, sin estridencias ni partidismos, de la cual, probablemente, nadie querría salir si la reciprocidad fuese efectiva. Eso oi decir una vez a ese otro sabio, David Trueba, que quería una España en la cual Catalunya quisiese estar. Parece sencillo pero no lo es. 

Cuando yo estudiaba magisterio un buen profesor de literatura, ya desaparecido, Jesus Tusón, nos habló de Delibes con cierta condescendencia. Era la época del boom hispanoamericano, Delibes parecía ya un antiguo, un hidalgo castellano decadente, respetable y demodé. Supongo que con el tiempo y la madurez Tuson, que también se convirtió en un gran defensor de la lengua y la cultura catalanas, valoraría más a fondo la grandeza de un escritor que no ganó el Nobel, como tantos otros que lo merecen y nunca lo tendrán. Pero que es un gran clásico y que tuvo algo que quizás hoy tampoco se valora tanto, bondad, amor y una buena familia.

En la última entrevista hecha a Montserrat Caballé la cantante hablaba, muy bien por cierto, de Maria Callas. Pero, dijo, en la vida hay otras cosas más importantes que el éxito y Callas, más atractiva que ella, no las había conseguido: pareja estable, buena familia, hijos, amor y fidelidades. Todo eso también depende, quizás, del azar, de la genética, del carácter de cada cual. 

Espero que el centenario de Delibes no quede en poca cosa. Ni que libros imprescindibles como El camino no se conviertan en esa lectura obligatoria en secundaria, cosa que en ocasiones, si los profesores no son tan entusiastas, cultos y brillantes como deberían ser, más bien dejen un recuerdo aburrido y la evocación del indispensable trabajo preceptivo. En esos tiempos de aislamiento necesario me encantó recuperar ese capítulo de Imprescindibles. Por cierto, me pregunto que motivos hacen que no se puedan recuperar todos los espacios de esa serie de programas, absolutamente imprescindible. 

sábado, 17 de octubre de 2020

RIVALIDADES URBANAS

 


Más allá de la política y desde tiempos no sé si remotos, pero bastante lejanos, existe entre Madrid y Barcelona, o sea, entre sus habitantes o una parte de sus habitantes, una especie de rivalidad que las circunstancias, futbol añadido, fomentan a menudo.

Ayer, en la sede de CaixaForum, en Barcelona, visité una excelente exposición sobre mitología, que procede del Prado. Y es que más allá de esas rivalidades que, en ocasiones, se asemejan a los odios entre pueblos o barrios vecinos, las dos ciudades, de alguna manera, se complementan. Y con mar o sin mar y con toda su mitología urbana, se parecen, como se parecen las ciudades grandes entre sí, en muchos aspectos.

Estos días tristes de pandemia, protocolos, prohibiciones y el resto, también se percibe algo de eso, cuando por aquí parecia que íbamos peor que Madrid, en número de contagios, se insinuaba que las cifras de allí no eran exactas. Ahora las cosas han cambiado y, a veces, parece que la rivalidad futbolística se traslada a ámbitos donde sobra y molesta.

A mi me gustan las dos ciudades, claro que soy de Barcelona y mi imaginario sentimental me ha convertido en barcelonesa militante, de barrio popular, como es el Poble-sec. No me ciega el cariño, conozco los defectos y problemas de mi ciudad, muchos de los cuales se dan en otras partes, aunque en cada lugar, a su manera.

No he tenido tantas ocasiones de estar en Madrid como desearía pero, de todas las veces en qué estuve allí, guardo muy buenos recuerdos. Siempre, de forma inevitable, te encuentras alguien con pocos modales, que te oye hablar catalán y te mira mal o te dice cualquier tontería, pero esas cosas me han pasado más a menudo en ciudades más pequeñas, en pueblos, incluso. 

La gente, en general, es buena y tiene ganas de ser amable. Yo también intento serlo con los forasteros que visitan Barcelona, hoy muchos menos, a causa de la situación. Hace sesenta años, cuando iba a la escuela, el tema de Madrid era recurrente, que si allí dejaban hacer edificios más altos, que no tenían mar, que si contaban más habitantes de la cuenta. Años después incluso había quién decía que Franco respetó Madrid, en comparación con los bombardeos sufridos en Barcelona cuando Madrid quedó absolutamente destrozado, con motivo de la guerra civil y fue todo un ejemplo de resistencia.

La situación política es actualmente inestable, a veces, absurda, pero eso es culpa de los que avivan los fuegos de la incomprensión con informaciones para crear mal rollo. A veces lo consiguen porque somos humanos y cuando te critican lo tuyo, familia, barrio, ciudad, país, te sientes dolido, y porque la clase política, en parte, a veces se nutre del mal rollo, aquí y en las antípodas. Hoy las ciudades grandes han recibido gente de todas partes del mundo, sobre todo en sus barrios populares, bastante parecidos aquí y allá. El bazar chino de la esquina ha superado aquello de la hamburguesería de moda. 

En eso del virus vale más no presumir, es fácil pegarse el batacazo. Creo que hay una tendencia, o bien a sentirse patriota al máximo, de forma bastante irracional, o bien a creer que todo lo nuestro es lo peor de lo peor. Pero todos los países tienen sus miserias, sus pecados, sus guerra, sus odios y sus maravillas, claro. Estaría bien que, al nacer, o cuando pudiésemos decidir, nos preguntasen qué familia y qué país elegimos, pero eso no funciona así. Enorgullecerse o avergonzarse de algo que nos ha tocado por casualidad genética no tiene sentido.

La fraternidad universal, un sueño de algunos de nuestros antepasados utópicos, está muy lejos, todavía. Nos quejamos de lo nuestro, virus incluído, pero en este anchuroso mundo hay personas que hoy lo pasan mucho peor y tienen pocas esperanzas, incluso, de sobrevivir. Considerando como va todo las rivalidades provincianas, aunque se situen en capitales de una cierta magnitud, me parecen altamente surrealistas.