sábado, 25 de febrero de 2012

Ahi va la loca soñando: Rosalía, 175 años


Yo las amo, yo las oigo

cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!

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Eu ben sei destos secretos
que se esconden nas entrañas,
que rebolen sempre inquietos
baixo mil formas estrañas.


Eu ben sei destes tormentos

que consomen e devoran,
dos que fan xemer os ventos,
dos que morden cando choran.
..........................................
I anque ora sorrindo canto,
anque ora canto con brío,
tanto chorei, chorei tanto
como as auguiñas dun río.

Tiven en pasados días,
fondas penas e pesares,
e chorei bágoas tan frías
como as auguiñas dos mares.

Tiven tan fondos amores
e tan fondas amarguras,
que era fonte de dolores
nacida entre penas duras.


El dia 24 de febrero se conmemoraron 175 años del nacimiento de Rosalía de Castro, un personaje que ha formado parte de mis mitos juveniles y de mi memoria sentimental por muchas razones. La época de Rosalía es misteriosa y apasionante, miserable y esperanzadora. Las lenguas regionales resucitan de su letargo, en Catalunya gracias al movimiento de la Renaixença (Víctor Balaguer invitó a Rosalía a los Jocs Florals y tradujo algunos poemas de la autora al catalán) y muchas cosas, aparentemente, parecen cambiar en una buena dirección. Sin embargo la historia tiene altos y bajos y las miserias del siglo XX no tendrían que envidiar nada a las anteriores, más bien al contrario.

En mi libro de lectura escolar, una de aquellas enciclopedias autárquicas, hoy entrañables, había algún poema de Rosalía. Recuerdo, especialmente, ese de las campanas, que copio en el encabezamiento de este artículo. Las campanas no han enmudecido del todo pero casi. No tienen el peso específico de otros tiempos, en algunos pueblos incluso las silencian por la noche para no molestar a los dormilones. En mi barrio barcelonés uno de los campanarios, el más importante, tiene el sistema estropeado y el reloj parado desde hace tiempo. 

Cuando, en el bachillerato de antes, empecé a estudiar literatura recuerdo que un comentario biográfico sobre Rosalía me intrigaba, al mencionar su vida familiar se añadía una especie de coletilla, más o menos creo que decía quizás no alcanzaron la felicidad, haciendo referencia a la pareja formada por ella y Murguía. Me extrañaba ya que yo consideraba que, por las imágenes que se conservaban, era una mujer hermosa, seguramente admirada, que se había casado enamorada, con un intelectual y había conseguido, en aquella época, realizarse más o menos con algo creativo. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. Rosalía tuvo momentos muy tristes y muchos problemas. 

El relativo éxito de Rosalía en su época fue un arma de doble filo. Todavía no están claras las razones por las cuales abandona en algún momento la lengua gallega y dice que no volverá a escribir en gallego. Si escribir en España era llorar, como decía Larra, para una mujer el llanto resultaba mucho más dramático. Además de eso, no es fácil pertenecer a culturas minoritarias sin estado propio, lo sé por experiencia. 


Se te exigen cosas exageradas, quienes más defienden la pureza incondicional a esa cultura son los primeros en traicionarla por cosas tan vulgares como el dinero, en muchas ocasiones. Se exige también devoción incondicional al servicio de la causa, una causa en la cual, como en todas, convergen muchos intereses y divergencias intelectuales y políticas. También se quiere creer que si escribes bien en gallego -o catalán- no puedes -o no debes- hacerlo en castellano. O en inglés. Sin embargo todo eso son tópicos y en el mundo intelectual hay ejemplos muy diferentes de escritores. 

En el tema lingüístico y cultural se mezclan muchos tópicos, prejuicios, ignorancias y resentimientos. Las lenguas y las formas dialectales, la frontera entre una cosa y otra tampoco es nada clara, deberían servir para comunicarse plácidamente, en el fondo son creaciones culturales, las lenguas románicas no son más que latín mal hablado y seguramente el latín también fue el resto de algo anterior, convenientemente elaborado por los poderes culturales de la época del imperio. Sobre qué es o no es la cultura, habría mucho que comentar, existen miles de definiciones de esa palabra, tan manipulada y tergiversada.

Volviendo a Rosalía, con el tiempo me ha continuado fascinando. Encuentro igualmente buenos sus poemas en gallego y los que escribió, por el motivo que fuese, en castellano. Hace años, más de los que quisiera, estuve en su casa de Padrón y pocas visitas a lugares parecidos, relacionados con escritores, me han producido tanta emoción como aquella visión del pozo familiar y de la casita, hoy museo. Todo es subjetivo, claro. Se dice que su abandono tardío del gallego vino de unas demoledoras críticas a su persona por haber ella misma criticado ciertas costumbres de su tierra, algo bárbaras, seguramente con mucha razón. 

Las imágenes de Rosalía, que llegaron incluso a los billetes de quinientas pesetas de hace años, nos la muestran siempre con esa profunda tristeza o melancolía interior, muy gallega, si se me permite recurrir a un tópico territorial. Pero es que gran parte del paisaje de Galicia parece vivir en esa mirada distante y lluviosa, poética y resignada. Su obra no es muy extensa y, por lo tanto, resulta asequible en su totalidad. Merece relecturas periódicas. Su musicalidad ha motivado que algunos cantantes se atrevieran con sus letras. 175 años son muchos. O pocos, según se mire. Pocos vivió también Rosalía que murió antes de los cincuenta, una edad que hace años me parecía avanzada y hoy me parece de plenitud, casi juvenil. 

En todo caso, merece la pena aprovechar ese aniversario o cualquier otro para recuperar su obra y disfrutar de sus poemas, sobre todo en algún día de lluvia o de niebla, aunque sea de niebla mediterránea.

sábado, 18 de febrero de 2012

Reivindicación del jardielismo eterno









Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa.


Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre.


Realmente, sólo los padres dominan el arte de educar mal a los hijos.


El que no se atreve a ser inteligente, se hace político.


En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan.


Patrimonio es un conjunto de bienes; matrimonio es un conjunto de males.


                               Jardiel Poncela


Se cumplen hoy sesenta años de la muerte de Enrique Jardiel Poncela, un autor todavía poco y mal conocido, aunque tiene y tendrá seguidores absolutamente adictos. Jardiel fue un hombre sin suerte, murió prematuramente, a los cincuenta años, bastante olvidado. Cincuenta años parecen muchos cuando eres joven, después, con el tiempo, te das cuenta de que en esa edad todavía puedes hacer muchas cosas.

Mi madre nos recitaba divertida muchos fragmentos de obras de Jardiel, en especial de Angelina o el honor de un brigadier, que había visto en teatro y cine. Tan mitificada tenía yo esa obra que en una ocasión, hace muchos años, la emitieron por televisión en aquellos añorados Estudios 1 y tuve incluso una cierta decepción. Claro que las obras de teatro dependen en buena parte del montaje y de los actores, además del texto.

Uno de los primeros volúmenes que compramos en el Círculo de lectores, al comienzo de aquella iniciativa popular de venta a domicilio de literatura, fue El libro del convaleciente, con el cual me había reído mucho de jovencita. El yerno de Jardiel fue un lince del teatro comercial, Alfonso Paso, y se decía que había aprovechado muchos materiales del suegro. Puede que fuese así pero yo creo que también pesaba la envidia hacia el éxito popular del teatro de Paso que, con todos los defectos que se le quieran encontrar, funcionaba y funciona. 

Jardiel recibió palos por todas partes. Estuvo en una checa, acusado injustamente, pudo irse al fin de España durante la guerra pero su humor, tan especial, tampoco no era del gusto de los vencedores. La guerra fue un desastre para la convivencia y para las relaciones humanas. En la posguerra, una gira por hispanoamérica fue muy mal recibida por los exiliados republicanos, que la boicotearon ruidosamente. Recibió algún premio pero también palos morales diversos. Sin embargo su humor creó escuela y tuvo seguidores, aunque no todos reconocieron su influencia.

Jardiel venía de una familia de artistas e intelectuales. Su yerno, Alfonso Paso, pertenecía también a una familia con muchos personajes relacionados con el teatro, con la música. Dos nietas de Jardiel fueron actrices, Paloma y Rocío,  y un biznieto, Darío Paso, es un hoy un muy buen actor conocido por sus intervenciones en películas y series, que también ha dirigido interesantes cortometrajes. 

El humor de Jardiel sería, en cualquier otro país europeo, mítico y mitificado, no andamos tan sobrados de autores humorísticos inteligentes. En nuestro mediocre presente el humor grueso y la tontería recurrente tienen muchos más adeptos. También en catalán la ironía de otras épocas, de la cual tanto se presumía, ha cedido el paso a la broma fácil y vulgar. Una muestra de humor estúpido son los gags y los programas de risa relacionados con los políticos, cualquier chiste clandestino sobre Franco, de nuestra juventud, tenía mucha más gracia, a pesar de la censura, que esas supuestas críticas facilonas. Los aspirantes a humorista hispánico deberían realizar un doctorado en jardielismo, de forma obligatoria, todavía más si aspiran a ser televisivos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Reflexiones sobre la ética de la estética



La muerte de Tàpies y la reciente exposición sobre Miró me han llevado de nuevo a reflexionar sobre eso que llamamos arte, aunque las reflexiones las podría hacer extensivas a cualquier otra cosa. Mi abuelo repetía a menudo un refrán antiguo, en catalán, agafa fama i fote't a jeure. No creo que haga falta traducir-lo, hay versiones en castellano de ese dicho recurrente. La fama cuesta -o no- de adquirir pero una vez se tiene, debidamente gestionada, da dinero para vivir cómodamente. Claro que para gestionarla de forma adecuada hace falta también una gran dosis de razonamiento y de inteligencia práctica. 

Un tópico muy del gusto romántico incide en el carácter extraño y autodestructivo de muchos genios. Sin embargo, al lado del artista autodestructivo, de vida corta y apasionada, existe y ha existido el artista previsor y pesetero, el buen vendedor, normalmente de origen burgués o de clase media altita, que acaba convertido en un burócrata, en un artista oficial de los poderes públicos que son hoy los mecenas de casi todo. Si no fuese así no se entendería el dinero que mueven galerías y obras de arte actuales y los artistas geniales que han estructurado su obra en medio de discursos sobre libertad, democracia, ruptura y el resto se hubiesen negado a cobrar más, por ejemplo, que un buen albañil.

Claro que todavía no sé qué es un genio. Hay personas que nacen con un don para el deporte, para la música, gracias al cual llegar a ser eso que llamamos genios. Sin embargo también la supuesta genialidad conoce altos y bajos, como la bolsa, y los genios de hoy quizá no serán genios del mañana, de la misma manera que los genios de ayer no todos resistieron igual el paso del tiempo.

Estos días, a causa de la muerte del pintor Antonio Tàpies, he escuchado a muchos expertos comentar aspectos de su genialidad. Creo que esa pintura avanguardista, hoy tan alabada y de las bondades de la cual no puedes discrepar si no quieres ser mirada con cierto desprecio compasivo por aquellos que son sus incondicionales seguidores, guste o no, ya no es moderna, ni provocadora, ni contraria a la burguesía. Es más, creo que con el tiempo, aunque quizá yo no lo vea, se manifestará como un cierto engaño, al estilo de aquel invisible retablo cervantino o del traje del emperador de Andersen.

Las instituciones se han hartado de comprar, a muy buen precio y con nuestro dinero en muchas ocasiones, producciones artísticas de ese tipo moderno, por ponerle alguna etiqueta generalista. El dirigismo  cultural que los mismos artistas como Tapies criticaban y rechazaban ha asumido ya esas producciones que fueron revolucionarias y que hoy son tan burguesas y oficiales como aquellas que combatían hace, ay, más de cincuenta años.

No sé todavía, qué es o no es arte. Las definiciones de la palabra, lo mismo que las definiciones de cultura son múltiples y contradictorias. Por no saber no sé ni qué es una lengua, concepto que los nacionalismos grandes, medianos y pequeños parecen entender de forma monolítica y devota. Sin embargo ninguna de las definiciones oficiales de todas esas grandes palabrejas me ha convencido, con los años me he vuelto agnóstica en casi todo. O ya, directamente, atea.

En el fondo todo es política, cosa que no debería ser negativa, al contrario. La política es necesaria para la convivencia y la organización. Una frase brillante de hace años insistía en el hecho de que toda ética tenía su estética y su política. No dudo de qué así debería ser, sin embargo el sistema es capaz de fagocitarlo todo. Cuando las circunstancias son duras y dictatoriales hay un riesgo en enfrentarse al sistema y el arte y la cultura disidente tienen un valor añadido, cuando no es así las cosas no resultan nada claras.

Las universidades y los llamados expertos, a menudo muy brillantes, igual que ciertos políticos también expertos, del poder y de la oposición, en eso no hay grandes diferencias semánticas, son capaces de emitir discursos que captan con facilidad los ánimos juveniles. A veces reflexiono, desde mi casi vejez, en todo lo que creía de buena fe cuando me lo decía alguien con prestigio, desde el lugar privilegiado del profesor universitario, del conferenciante de culto, del gurú cultural indiscutible.

Escucho a gente joven hablar de arte, de política, de literatura, y me sorprende ver que repiten, sin saberlo, consignas oficiales. Las consignas oficiales no son sólo las del poder en el poder, sinó también las del poder opositor. Se eternizan políticos en el poder pero también se eternizan sindicalistas, gurús del pensamiento alternativo, artistas supuestamente revolucionarios.

Respecto al arte, reflejo de éticas y políticas, me puedo interesar por producciones hechas por gente anónima, joven o no, con inquietudes e ideas, por extrañas que me resulten, cuando no mueven dinero. Sin embargo cuando son los poderes vigentes quienes me venden genialidades y cuelgan obras de arte en lugares públicos sin consultarme, aunque pague yo, en parte, la supuesta maravilla destinada a mentalizarme sobre nuevos caminos que ya son muy trillados, todo me resulta bastante dudoso, inquietante. Todavía más cuando muchas veces no se expresan opiniones contrarias y serias a todo eso, o cuando los supuestos oponentes esgrimen razones que también resultan ya bastante apolilladas.

Nos gustan muchas cosas porque personas que nos merecen confianza nos han dicho que nos tenían que gustar. Pero en el fondo todo es venta y comercio. Lo realmente alternativo no tiene, hoy, demasiados canales para darse a conocer, a pesar de internet. Un profesor de historia del arte que tuve en una ocasión, para defender eso que llamamos arte moderno, recurrió a una imagen muy gráfica, en el fondo, decía, todo es cuestión de devociones. Por ejemplo, explicaba, para un no creyente una misa no dice nada, puede ser un acto incluso ridículo. Para un creyente es mucho más. Hay que comulgar con las ideas, aunque sea con las ideas estéticas, para valorarlas y disfrutar del contenido. Otro ejemplo que ponía era el de la diferencia entre una virgen venerada en su santuario o reconvertida en una talla románica y colocada, con otras muchas en un museo.

Me parece todo muy bien, sólo que reivindico la libertad religiosa y la libertad estética. Sin embargo, respecto a ciertos artistas indiscutibles sólo percibo monolíticos discursos que desprecian, aunque sea de forma educada y condescendiente, la discrepancia, como si ésta fuera fruto de la ignorancia o de la falta de educación estética. Las universidades, las escuelas profesionales, oficiales o no, también han contribuido a la existencia de dogmas incuestionables respecto al arte, incluso a la cocina creativa. Desde la escuela primaria, desde el parvulario, se vende el producto vigente, por lo tanto a las nuevas generaciones les va a costar desprenderse de esos lastres, tanto, casi, como a mi me costó desprenderme de los antiguos. Mentalización y adoctrinamiento son, muy a menudo, casi sinónimos.


Un reciente monumento als castellers ha producido reacciones diversas en Barcelona, sobre todo cuando se ha sabido el coste que tiene, a mucha gente no le gusta, gente que conozco y que no es, ni mucho menos, de derechas. Sin embargo algunos brillantes opinadores del presente han comentado con tópico humor actual que es una garantía que no le guste al concejal del PP. Eso son razones dialécticas evidentes y el resto, paja. Claro, ahora mucha buena gente que no es del PP, situada mucho más a la izquierda que esos opinadores de culto, no se atreverá a decir que el monumento les parece una birria, no fuese el caso que ya les colgasen la etiqueta correspondiente, la de fachas ignorantes, vaya. Así nos va. Cuando temas concretos, éticos, estéticos o políticos, se etiquetan como de derechas o de izquierdas de forma irreversible y no permiten ninguna discrepancia seria y razonada ya la hemos fastidiado.