lunes, 3 de agosto de 2020

MIENTEN MÁS QUE ESCRIBEN

Hace años escuché por televisión una entrevista a una actriz ya mayor, que había conocido a muchos famosos, entre los cuales un montón de escritores. Manifestó que los escritores, así, en general, y con todas las excepciones que se puedan encontrar, eran los profesionales que más la habían decepcionado. 

Supongo que eso se puede aplicar también a las escritoras, claro, pero todavía la percepción no es la misma para hombres y mujeres, incluso en esos campos intelectuales. Se refería la actriz, claro está, a escritores hombres, de un cierto prestigio y reconocimiento y que se ganaban relativamente bien la vida escribiendo. Autores 'de culto'.

La profesión intelectual tiene, todavía, un halo especial. Leer, así, en general, se supone que es algo bueno y recomendable. Pero lo cierto es que se pueden leer muchas tonterías, a lo largo de la vida, incluso tonterías de prestigio, recomendadas por esos expertos del tema, entre los cuales, los críticos, a menudo más criticados que lo que critican. 

Puede que también decepcionen, claro, los actores. Pero un actor es más polivalente, puede ser un héroe o un villano. Y sabemos, en cierto modo, que son títeres de prestigio, al servicio de intereses complejos y venales. Los escritores, a veces, también. Pero es cierto que grandes escritores, tratados en persona, a menudo tienen poco que ver con las cosas interesantes y profundas que han escrito.

Hace años eso de escribir, de escribir cosas de peso, estaba al alcance de poca gente. En el éxito literario tiene un gran valor práctico la oportunidad, el momento, la suerte, los conocidos, la promoción, la casualidad. De hecho, escritores o lo que sea, la gente miente bastante. No siempre ni en todo momento, depende. Se miente por supervivencia, para quedar bien, para impresionar. La gente se reinventa la propia biografía. Con los años te das cuenta de la gran cantidad de mentiras que has admitido y de las que tú misma has contado, sin mala intención, por motivos diversos. 

Las buenas biografías a menudo acaban con todos los mitos. Sabemos que es así pero queremos admirar a alguien, quizás sea una necesidad. O una necedad. Las mujeres, antes, puede que todavía queden unas cuantas, necesitaban admirar a su pareja, en teoría. De ese modo, damas brillantes quedaron a la sombra de sus maridos o amantes y aguantaron de todo y más. Puede que haya algún ejemplo a la inversa pero son pocos, todavía.

Cuando una chica se quedaba embarazada, de soltera, en los tiempos en los cuales eso era habitual y, a menudo, un gran drama familiar, una explicación era que la habían engañado. Ese padre de mi niña Lola, tan preocupado, le pregunta a la hija si un hombre la ha engañao. No sabemos el desenlace, la canción nos deja en el misterio. Lo pero es que, en muchos casos, era cierto. Los hombres tenían más experiencia sexual, adquirida de mala manera, claro, y los tópicos sobre mujeres pecadoras hoy pueden parecer hilarantes pero hicieron mucho daño. 

La literatura muestra cuán diferente era la vara de medir, para hombres y mujeres. Hay autores admirables por sus obras, por sus novelas, por su poesía, pero puede que en su vida privada fuesen muy diferentes, o, más bien, humanos, contradictorios, incoherentes. Vease eso de Miller y algunos otros intelectuales, con sus hijos subnormales, horrible adjectivo que hoy se ha vuelto un insulto. Cierto que eran otros tiempos, pero, claro, es que estamos hablando de señores con ideas, con buenas ideas de izquierda. 

Muchos escritores, en cierta manera, y me resulta comprensible, se idealizan a sí mismos al escribir. Es la magia de la literatura. Y no sólo en la supuesta ficción, también lo hacen en sus libros de memorias, incluso reforman dietarios del pasado. Además, los lectores tenemos cierta tendencia a construirnos nuestros propios mitos. Hace algun tiempo un conocido me alababa la postura de Machado respecto al tema catalán y casi puso en duda mis aclaraciones, sobre la existencia de textos del poeta muy poc comprensivos y nada amables con el tema. Otra cosa es que el poeta tuviese amigos aquí, no hace falta pensar igual para apreciarse a nivel humano. Galdós tuvo amigos muy diferentes, ideológicamente hablando. 

No hay que dar a las ideas literarias de los autores que apreciamos carta de veracidad. Claro que eso lo vamos entendiendo con los años. A los políticos ya se les admite una cierta e inevitable dosis de doblez pero a los escritores, ay, eso ya resulta más espinoso. Sin embargo es así, se pueden poner muchos ejemplos, y de todas las épocas, incluso de la actualidad más reciente. La sinceridad, lo admito, está sobrevalorada. A los niños les insistimos en qué deben decir la verdad pero pronto se dan cuenta de qué los adultos mienten a menudo. La convivencia humana, en muchos casos, se sostiene gracias a una cierta dosis de mentira e hipocresía, aunque no nos guste admitirlo. Y es que hay muchos refranes sobre el tema: diciendo las verdades, se pierden las amistades o aquello de qué el que dice lo que piensa nunca piensa lo que dice.