sábado, 20 de agosto de 2011

El lejano espejismo de la paz universal


Cuando era jovencita pensaba que la paz era cosa de una suma de voluntades individuales y de acabar con los malos. Identificar a los malos es fácil en un mundo de tópicos, esquemas y generalizaciones. Como en mi infancia eran tiempos de guerra fría, los malos eran los rusos malos. Cuando crecí los malos pasaron a ser los americanos, de las delicias comunistas no nos contaban la verdad. Parece mentira como se cae fácilmente de una religión a otra.

Las izquierdas de entonces jamás han sido autocríticas. Hoy ya poca gente se reivindica como comunista, los efectos del comunismo estatalizado han sido bastante peores que los del denostado capitalismo salvaje,  en muchos casos. Nos cuesta reconocer que las buenas ideas no son factibles porque el ser humano es como es, diverso, muy bueno en ocasiones, mediocre la mayoría de veces, malísimo y perverso de vez en cuando. Incluso una misma persona no es siempre igual.

Una idea hermosa es la del anarquismo, ni estado ni patrón, autogestión. El anarquismo es bueno a nivel individual pero cuando pretende imponerse cae en los mismos defectos que todas las teorías, consignas y dogmas. Lo mismo sucede con el fondo ideológico cristiano, próximo al comunismo, incluso al anarquismo. Muchas de estas cosas se van viendo con el tiempo, las decepciones, la contemplación impotente de los cambios de camisa, las pequeñas traiciones cotidianas. 

De todas las cosas que me han inquietado y me inquietan una de ellas es la tendencia de las masas a romper y quemar lo que sea por los motivos que sea. Las ideas pacifistas, la no violencia, la resistencia pacífica, ¿dónde han ido a parar? Estoy releyendo un libro antiguo, que ha vivido reediciones y que todavía se vende bien en las librerías de lance, Memorias de un menestral de Barcelona (1792-1864). Sobrevivir en aquella Barcelona de bullangas constantes era casi un milagro. Cuando no había bullangas había epidemias. Los hechos de la Semana Trágica que parecen tan singulares no están tan distantes de las revueltas anteriors del mismo modo que la Guerra Civil no está tan alejada de las guerras carlistas como se supone. Coroleu, en su libro, hace reflexionar a ese menestral sobre la violencia, admite que existe una parte de razón en las revueltas pero también observa que es fácil que entre las masas violentas se mezcle a menudo gente con malas intenciones, delincuentes habituales, incluso provocadores interesados. A río revuelto, ya se sabe lo que ocurre. Cuando las cosas se calman el poder vigente tiene todos los números para reprimir como sea y a menudo pagan justos por pecadores. O sea, que la situación que provocó la revuelta no mejora, más bien empeora.

Eran aquellos tiempos en general más violentos que los nuestros, al menos en apariencia. Las guerras parecieron inevitables, incluso justas en muchas ocasiones. Sin embargo no estamos tan lejos de nuestros antepasados, somos seres humanos como ellos, con sus mismas virtudes y defectos, con tendencia a los dogmas y a los esquemas preconcebidos, partidarios de la libertad nuestra pero no tanto de la de los demás.  A unos clichés les siguen a los contrarios y siempre vienen los iniciados a contarnos que las cosas no eran como nos habían dicho sinó justo al revés. Una amiga mía acaba de leer un bestseller nacional en el cual el protagonista es hijo de una morisca violada por un cura cristiano. El libro le ha decepcionado bastante, no tanto por la forma sinó por los tópicos de su fondo. Me temo que hoy sería muy mal visto un libro en el cual un imam medieval violase una cristiana cautiva. Segurament el autor sería definido como racista e intolerante. 

Las cosas de hoy y de ayer, seguramente las de mañana también, no son blancas ni negras. Todo tiene matices y nunca podemos sabernos de quién nos tendremos que fiar ni de quién recibiremos ayuda. El anticlericalismo visceral se fraguó también a partir de textos de ficción, de literatura popular, llenos de monjas perversas, frailes asesinos y cosas así, como La monja enterrada viva, por cierto, escrita sin mala intención por un señor que era un buenazo, generoso y que lo que quería era ganar algún dinerito con el teatro barato y gore, dinerito con el cual ayudaba a sus vecinos en todo lo que podía.  

Hoy sufrimos un alud de novela de género, sobre todo histórica y policíaca o negra. En muchos de esos libros se percibe, a través de la trama, la afición a lo actualmente políticamente correcto. Hombres malos que maltratan mujeres indefensas, mujeres violentas que adoptan rols masculinos, mujeres medievales liberadas que piensan como una hippie de los setenta y cosas por el estilo. 

La realidad es complicada y da pereza entrar a fondo en ella. La historia se escribe y reescribe al gusto del presente, por eso la novela histórica es novela contemporánea, lo mismo que los manuales de historia escritos por supuestos expertos. Una historiografía romántica y nacionalista nos vendió héroes antiguos que nunca existieron. Pero tampoc aquellos personajes fueron todo lo contrario. Entre un Cid héroe indiscutible del romancero a un mercenario cruel y sin escrúpulos hay una distancia humana y diversa que debemos tener en cuenta. Entre un Jaume I paladín de una Catalunya que no fue, caballeroso, guapo y añorado y el genocida de musulmanes mallorquines también hay muchos matices. Sin embargo, ¡cuánta pereza da tener que admitir que nada es como queremos que sea ni como nos han contado, unos y otros!

De joven quieres creer en verdades absolutas. Por eso tiene éxito hoy una lectura de la guerra civil en clave malos y buenos. Cierto que unos tenían mejores ideas, en teoría. Pero del dicho al hecho...  Las biografías de hombres y mujeres admirables tienen, a menudo, agujeros negros y esqueletos en sus armarios ideológicos. El pueblo unido no existe y si se une es también vencido, cuando la coyuntura aconseja que se le venza. Además, ese pueblo unido acostumbra a tener fisuras diversas cuando el enemigo no está tan claro como parecía. 

Me preocupa que gente de buena fe, joven o vieja, mire con simpatía cosas como los saqueos de Londres, justificándolo todo por la crisis, por el paro, por la falta de perspectivas de promoción. Hemos vivido, los que ya somos mayorcitos, épocas de pobreza mucho más absoluta y la buena gente no se fue a saquear ni a robar. Meterlo todo en el mismo saco es una gran injusticia. Me preocupa también la visceralidad antipapal, tanto como la visceralidad filopapal. Aquello de vive y deja vivir parece que ha perdido vigencia. Si es que la tuvo en algún momento. En todo caso, también me preocupa la incoherencia que nos hace salir a la calle contra guerras en las cuales están implicados los capitalistas mientras otras guerras terribles durán décadas y provocan hambrunas trágicas, ante nuestra impotencia más o menos indiferente. ¿Qué tal hubiese estado una campaña seria para mandar a Somalia el importe de nuestras imprescindibles vacaciones veraniegas, tan estúpidas que incluso provocan síndrome post-vacacional? Por no hablar de un sindicalismo que ha perdido los papeles y que ignora olímpicamente al repartidor paki de butano, al albañil sub-sub-contratado o a la prostituta de carretera súper explotada. Porqué en estos casos, como en tantos otros, lo malo no es el trabajo en sí, sinó la explotación. Ya lo decía una vecina de mi infancia, para ser puta y no ganar nada vale más ser mujer honrada. 

La paz, nos decían, no es lo mismo que la ausencia de guerra. Pero hay que empezar por la ausencia de guerra y seguir en ello, sin hacer volar palomitas de Picasso, que quedó bien haciendo el dibujito pero podía haber hecho también cosas mucho más efectivas, económicamente hablando.

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