Sócrates, juicio y muerte
de un ciudadano
Hasta el 2 de agosto de 2015
AUTORES: Mario Gas i
Alberto Iglesias
DIRECCIÓN: Mario Gas
Hasta
el dos de agosto, en el marco del FESTIVAL GREC, se puede ver en el Teatro Romea Sócrates,
juicio y muerte de un ciudadano, después
del triunfo en Mérida de esta obra imprescindible que nos evoca la figura del
filósofo y las circunstancias de su juicio y condena. La escenografía, pobre y austera, con un blanco con matices en
el vestuario, incide en la personalidad
del personaje, en su desprecio por los
bienes materiales y consigue que nos parezca aún más absurda su conocida
condena.
El
texto potencia paralelismos con la realidad actual de un mundo en el cual
los sinceros e incorruptibles que no
tienen pelos en la lengua provocan inquietud y reticencias. La situación de Grecia y los sucesos
políticos de estos últimos tiempos contribuyen a esos guiños a la actualidad.
Posiblemente todo se repita, en el fondo la naturaleza humana es siempre la
misma aunque muchas cosas han cambiado, al menos en una parte del mundo.
También ha evolucionado en apariencia, nuestra mentalidad. Sin embargo los
miedos y la inseguridad son terreno abonado para la barbarie y la sinrazón.
Creo
que se percibe un feliz regreso al teatro de ideas y con cierta profundidad
retórica que durante un tiempo parecía pasada de moda. Sócrates fue el
protagonista de un recordado montaje de principios de los años setenta, con
texto de Enrique Llovet y Marsillach en el personaje principal. Fue aquella una
buena época teatral y, a pesar de las circunstancias, llena de esperanza. Todo
vuelve y los temas universales siempre tendrán público ya que nos hablan de
nosotros mismos, de nuestras miserias y de nuestros esfuerzos por subsistir con
dignidad. Desencanto y esperanza se alternan en nuestra percepción del
presente.
Ignoro
si en un contexto en el cual las humanidades en general van perdiendo peso específico
la figura de Sócrates es tan conocida como hace años. La obra tiene la virtud
de ser relativamente breve, una hora y
media en la cual se exponen las circunstancias y el contexto de ese juicio sin
sentido y de esa condena irreversible. Josep Maria Pou interpreta de forma
magistral un Sócrates burlón, irónico, discursivo hasta el final. Unos
secundarios de lujo lo acompañan, Carles Canut, Pep Molina, en un papel poco
amable pero muy interesante, el de ese antagonista convencido quizás de la
culpabilidad del condenado, pero que manifiesta sus dudas e incluso el
convencimiento de actuar de forma inmoral.
Y
debe destacarse a Amparo Pamplona, una
gran actriz a la cual tenemos pocas ocasiones de ver en Barcelona,
inmensa en sus intervenciones puntuales, sobre todo cuando interpreta a la
esposa de Sócrates y contrasta la realidad cotidiana de una vida doméstica
llena de escasez con esos ideales de un esposo que se dedica a filosofar. Única mujer en un mundo de
hombres, la singularidad de su sexo en el conjunto nos recuerda que aquella
supuestamente perfecta democracia tenía muchos puntos débiles y unos cuantos
seres marginados de las decisiones colectivas.
Los
otros actores, más jóvenes, tienen intervenciones breves pero igualmente excelentes. La dicción,
un tema que hoy parece menor pero que en el teatro es importantísimo, roza la perfección. Todo
se entiende sin dificultad y la expresión oral, ni lenta ni rápida, juega con
los silencios y el ritmo de forma precisa. El texto quizás pierde
fuerza en algún momento puntual pero no
estamos ante una obra de acción ni nos enfrentamos a un argumento convencional. Ya conocemos de
antemano el desenlace, que se nos cuenta al principio y al final cerrando el
círculo de una condena ridícula si no fuese irreversible. Es aquello tan
conocido de la banalidad del mal, los discípulos pagarán el gallo y la vida
seguirá, con sus miserias y sus ambiciones y sus injusticias.
No
puedo dejar de pensar que esta obra habría encontrado un marco excelente en el Teatre Grec, aunque el Romea sea un
espacio en el cual se respira historia y tradición teatral. Estará en cartel
hasta el dos de agosto pero probablemente regrese al Romea en otoño.
(Sócrates, al principio de la obra, comenta 'si un burro me da una coz, ¿debo llevarlo a los tribunales? Imposible no evocar temas judiciales del presente...)
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