lunes, 22 de diciembre de 2014

FAMILIAS DE ACTORES Y EVOCACIONES DIVERSAS SIN NOSTALGIA AÑADIDA


He escuchado hace poco por la radio una entrevista a Lola Herrera, gran actriz de la cual puedo escribir poca cosa que la gente ya no sepa. Hace unos meses falleció quién fue su marido, el atormentado Daniel Dicenta. Los Dicenta pertenecen a esas sagas de actores y autores notables con vidas en ocasiones apasionadas y complejas, aunque en todas la familias suele haber de todo. El conocido inicio de Ana Karenina con la tan repetida frase sobre familias felices y desgraciadas está muy bien como frase literaria pero creo que ninguna familia es feliz ni desgraciada del todo, así, en general, sinó que se pasan épocas y temporadas y todo depende de un gran número de factores complejísimos.

Lola Herrera ha sobrevivido con inteligencia, belleza, profesionalidad y elegancia a sus problemas personales y ha realizado una carrera actoral estable e impresionante donde hay de todo pero mucho de bueno. Incluso en producciones que se pueden considerar mediocres -ella misma, como hacía el gran Fernán Gómez, admite que no rechazó nunca nada cuando necesitaba trabajar- su intervención aumenta la categoría del conjunto. Esos anuncios comerciales en los cuales asume el papel de señora de la tercera edad en activo parecen, cuando sale ella, pequeñas comedias costumbristas del presente,  más allá de la promoción del producto anunciado. Por las redes sociales he leído cosas surrealistas criticando que se la vea con el pelo blanco, yo la veo así incluso más joven y de buen ver, con ese hermoso pelo blanco, pero la devoción a la apariencia hace que nuestros parámetros estéticos se vean condicionados por mucha tontería. Lola Herrera, además, diseña ropa, cose y en los últimos años ha comercializado esa faceta suya para alegría de las damas maduras que no encontramos nada interesante en Zara o en Desigual.
Cuando yo era pequeña el gran famoso de la familia era Manuel Dicenta, aunque la gente del tiempo de mis abuelos todavía recordaba a su padre. El hermano de Manuel Dicenta, Joaquín, fue un gran autor, después de la guerra estuvo en la cárcel y estos días lo he recordado porqué Vicenç Villatoro, en un libro reciente dedicado a su abuelo, comenta que compartió prisión con él. En mis tiempos infantils la radio era algo singular y sagrado y la voz de Manuel Dicenta era inconfundible y admirada.

Durante los años de la primera televisión, cuando en mi casa todavía no teníamos ese aparato mágico e íbamos a contemplarla a casa de una vecina generosa que era la única del edificio en poseer tal adelanto, vi varias veces actuar a Manuel Dicenta. Dicen que la memoria es un buen crítico, no lo sé, ya que la memoria también es selectiva. También ignoro el motivo por el cual unas cosas se recuerdan y otras no. El caso es que por televisión, en aquellos inolvidables espacios teatrales emitieron El cero y el infinito, de Arthur Koestler, con Manuel Dicenta en uno de los principales papeles, y aquella obra me impresionó mucho, en ella se evocan las terribles purgas estalinistas, algo que los progres de aquí no veían con buenos ojos ya que se confundía a menudo antifranquismo con democracia. Todavía falta mucho examen de conciencia sobre tantos silencios culpables condicionados por el miedo a eso que en catalán decimos donar peixet al franquismo.
He buscado por internet y he visto que en la obra salían un montón de actorazos de la época. Entre ellos Paula Martel, todavía en activo y que debía ser muy jovencita. A Lola Herrera la primera vez que la vi fue también por televisión, muy joven, y yo diría que fue en una versión de El séptimo cielo, aunque en este caso no he encontrado referencias sobre ese montaje. Incluso puede que me confunda. Lo que sí recuerdo es a mi madre y las vecinas comentando lo encantadora y buena actriz que era aquella chica, que entonces casi no conocíamos. 

Koestler fue también un hombre atormentado, inmenso, con una vida inclasificable y excesiva. Acabó suicidándose aunque ya era viejo y estaba enfermo. El suicidio nos produce inquietud pero en su caso inquieta más, como en el de Zweig, por haber arrastrado ambos a la muerte compartida a mujeres todavía jóvenes, devotas de sus complejas y geniales personalidades. La tendencia femenina a la dependencia de los hombres debería revisarse a fondo y las mujeres deberíamos tener prudencia con ciertas devociones amorosas aunque los tiempos cambian y ya no es como antes, al menos por aquí. Koestler no ha sido reivindicado como otros autores de su época, como el mismo Zweig, y me temo que es porque en su biografía hay zonas muy oscuras, incluso alguna violaciones. No es el único, sin embargo, un ejemplo de señor complicadísimo que me viene a la cabeza y que por aquí hemos sacralizado de vez en cuando es Simenon.


La madre de Daniel Dicenta se suicidó, cosa que sin duda influyó en el actor. Lola Herrera contaba que posiblemente en esos últimos años Daniel Dicenta tuviese algún tipo de depresión profunda que no aceptaba y que también ese pasado familiar podía haber incidido en su extraña vida, la que quiso vivir, al fin y al cabo. Lo que ocurre es que esos temperamentos tienden al egoísmo y a hacer daño a casi todo el mundo, incluso sin querer. Tuve un abuelo algo complicado que había tenido un padre más complicado todavía, mi abuela también se suicidó, cosa que hemos sabido después de morir mi madre. De mi abuelo se decía algo que podría aplicarse a personalidades como la de Dicenta, no son buenos ni con ellos mismos. La mente humana es todavía un gran misterio por más que la psicología y la psiquiatría intenten esclarecer ese misterio y prevenir conductas de eso que llaman riesgo.

Durante mi infancia y mi juventud se sabían pocas cosas sobre separaciones, adulterios, suicidios y otros hechos diversos que afectan a famosos y anónimos. En el núcleo familiar y vecinal todo se ocultaba o se intentaba ocultar. El demonio y el pecado servían para explicar lo inexplicable. Después todo se intento definir con términos casi médicos, a veces bastante pedantes. En ocasiones se quiere creer que la gente de antes era ordenada, trabajadora, fiel, cuando incluso con la espada de Damocles del infierno pendiendo sobre sus cabezas había conductas de lo más raras e irresponsables. El gran Dicenta del siglo XIX, fue todo un carácter. Copio un fragmento de wikipedia sobre su vida, nada secreta ya, después de tantos años:

Tuvo un gran adversario en Julio Camba, que escribió en muchas ocasiones contra el bilbilitano; por el contrario, Ramiro de Maeztu y su amigo Pedro de Répide le elogiaron. Azorín y Miguel de Unamuno le censuraron su vida disipada y frecuentar los bajos fondos y los hampones. Aunque salió de apuros económicos merced al éxito de 'Juan José', tuvo una vida turbulenta. Eduardo Zamacois, gran amigo suyo, le recuerda el día del estreno: "Llegó sangrando: alguien le había atizado un par de bastonazos en la cabeza". Añade que a Dicenta le gustaba reñir. "En su biografía hay puñaladas, un rapto, un suicidio". Era, dice, "vanidoso, informal, ilógico, esquivo y cordial. Era la juventud". Parece que Dicenta, en una de tantas francachelas nocturnas, le cortó a Valle las melenas y el genial gallego hubo de afeitarse el cráneo y esperar al crecimiento natural.

A veces parece que esas cosas pertenecen al mundo de la farándula, de los artistas, sin embargo ha habido actores, pintores y escritores con vidas de lo más convencionales, fieles padres de familia, trabajadores y con vidas de lo más estables y prudentes, mientras que a poco que observemos cualquier entorno encontramos personajes de ese tipo. Cuando las familias tenían muchos hijos siempre surgía alguna oveja negra o más de una. Hace unos días un periodista comentaba sobre la familia Pujol, hoy en boca de todo el mundo, y sobre lo raro que es que en una familia con siete hijos todos se hayan dedicado a los negocios y a negocios algo dudosos. Sería de esperar que incluso entre ovejas negras surgiese una de blanca, un médico, un profesor de universidad, una monja benedictina. Los padres y madres tampoco son responsables de como salen los hijos, en la escuela he visto padres impresentables con hijos estupendos y al revés, pero la gente se me inquieta cuando les digo eso, querríamos que todo fuese previsible y controlable, incluso la salud. 

Lola Herrera, como es sabido a través de las revistas y reportajes, tiene un hijo fotógrafo y una hija actriz y cantante. Natalia Dicenta es una grandísima actriz y si no es tan conocida como debiera, más allá de sus apellidos, que son un peso pesado, puede que sea porque, como escuché comentar a su madre en una ocasión, no es ambiciosa o no es excesivamente ambiciosa. A Natalia Dicenta la recuerdo muy joven, en una versión de La dama del alba en la cual Ana Marzoa, otra gran actriz, era esa muerte en forma de mujer que vaga por los caminos. Tengo cierta debilidad por esta obra aunque el argumento sea algo esotérico, en televisión habían emitido otras versiones de ella y tiene una magia especial que supera el argumento. Siempre me emociona y no sé el motivo exacto.

Es una lástima que por motivos diversos no podamos ver más a menudo a Natalia Dicenta en Barcelona. Entre otras cosas la recuerdo en aquella versión excelente y de gran éxito de Ay, Carmela, con Galiana. El cine prefirió a otros, más populares, gran  e injusto error aunque la versión cinematográfica no estuvo mal del todo. Sin embargo, no era lo mismo ni tenía la misma fuerza. Dicenta, además, canta muy requetebién. La televisión, en otros tiempos, nos ofrecía muy buen teatro, lo mismo que la radio, así como grandes novelas, en años en los cuales no había mucho dinero pero había mucha imaginación.  Por cierto, hay otro Dicenta muy buen actor, Jacobo, hijo tardío de Manuel Dicenta y hermanastro de Daniel Dicenta. 

Había también hace años mucha buena y diversa música y verla por televisión en tantos y diversos programas hacía que nos fuese conocida y apreciada. Hoy también hay mucho de todo, sí,  pero a veces ni sabemos que existe, todo ha cambiado y no quiero parecer la abuela Cebolleta ni aquellos autores clásicos como Plinio o Cicerón que ya en su madurez criticaban los nuevos tiempos y la loca juventud. Aunque cuando una envejece sirve de cierto consuelo pensar que vivimos cosas que los de ahora no viven y que aunque tantos aspectos de la vida cotidiana hayan mejorado se ha perdido algo que fue nuestro y no será de nadie más, como, por ejemplo, un Estudio 1 contemplado en hermandad vecinal en una noche de aquellos lejanos sesenta, que tantas expectativas despertaron.

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