Por
suerte para los lectores y para los admiradores del gran e inclasificable
personaje que fue Fernando Fernán Gómez se han reeditado hace algún tiempo sus memorias,
ampliadas y en un solo tomo, ya que anteriormente (Debate, 1988) se encontraban
divididas en dos volúmenes.
No
son unas memorias convencionales, cada apartado nos evoca paisajes perdidos,
personajes entrañables, como esa madre soltera y artista y esa abuela
inolvidable además de un gran número de actores, autores, directores, de
diferentes épocas y situados en diversas circunstancias. Pero también encontramos gente anónima,
conocidos, vecinos, criadas, parientes, tenderos.
Admite
el autor que se sintió muy amado por esa madre y esa abuela, a pesar de lo
irregular de su situación y de los años difíciles que vivió. Lo seguimos en su
infancia y adolescencia, agradecemos al destino la suerte que tuvo de ser considerado argentino y librarse del
frente, dónde tantos jóvenes, casi niños, murieron sin apenas haber vivido.
Fernando
Fernán Gómez es discreto en muchos aspectos personales relacionados con sus
amores, modesto en la apreciación de su trabajo, humilde al evocar actos valerosos
relacionados con temas políticos y sociales, en una época en la cual no era
nada común que personas del teatro y del cine pusieran en peligro su trabajo o
incluso su seguridad física. Incluso admite que la memoria es engañosa y que
algunos detalles del libro no son exactos sino víctimas del recuerdo
sentimental y de ese paso del tiempo que hace que todo amarillee.
Marcos
Ordóñez, en un interesante comentario a esta reedición, que se publicó en El País, insistía en la necesidad de un índice final con nombres de
personajes, de películas, de libros.
También echaba en falta la cita de Miguel Hernández que da título al
libro y percibía algunos errores. Sin embargo todo eso, que debe de ser tenido
en cuenta, no reduce en nada el encanto que emana de esas páginas, literatura
pura, y que podría ser perfectamente un conjunto de excelentes narraciones
puesto que muchos de los capítulos tienen vida propia.
En
el libro se incluye un magnífico prólogo de Luis Alegre, quien conoció a Fernando
Fernán Gómez ya mayor, en los años noventa, cuando se había extendido una
cierta opinión sobre su mal carácter, potenciada por una anécdota con un admirador pelmazo que se repitió por la
tele hasta la saciedad. El prólogo es también muy buena literatura y resulta
conmovedor por los detalles que cuenta y el afecto y admiración evidentes por
el personaje. El libro incluye bastantes fotografías pero podría haber muchas
más, son imágenes que nos transportan a un pasado complejo recordado de forma
amable, con una sana dosis de humor
inteligente y una distancia imprescindible, literaria sin pretensiones,
moderadamente nostálgica.
FernandoFernán Gómez fue un personaje inclasificable, genial en muchos aspectos, hizo muchas cosas y
todas las hizo bien aunque fuesen películas malas, sobre las cuales ironizaba
en ocasiones. En un programa radiofónico reciente sobre cine, oí comentar que
en otros países sería más considerado, admirado y conocido que gente como esos
grandes mitos del cine francés, inglés, americano o italiano, salvando las
distancias. Él mismo bromea con el tema en esas memorias singulares, en otros
lugares llegas a actor famoso y ya lo eres para siempre pero en España un éxito
o muchos éxitos no significan gran cosa, ni tampoco te aseguran una economía
saneada de forma definitiva.
El tiempo amarillo nos habla de nuestro
país sin dramatizar, de cómo se sobrevive en épocas difíciles, del mundo del
cine, del teatro, de la literatura y de la vida cotidiana, nos muestra una guerra civil doméstica, una especie de epidemia que hay que pasar cómo sea para
poder retornar a la normalidad precaria del mundo de los actores y de casi todo
el mundo. No es éste un libro para leer de un tirón sino para disfrutarlo de
forma lenta y poder volver hacia atrás si es necesario, actividad para la cual el
índice que propone Marcos Ordóñez resultaría muy útil. Al leer este libro
parece incluso poderse escuchar la personalísima voz de su protagonista
contándonos su vida a su manera, a retazos, con esa magnífica carga de
genialidad que se desprende del libro y que en cambio no convierte en ningún
momento a su protagonista en un escritor pedante sino más bien en alguien que
no está nunca satisfecho del todo con aquello que hace.
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