miércoles, 19 de noviembre de 2008

Menorca en otoño y otras evocaciones

El primer viaje que hice sin mis padres, de joven, fue a Menorca. Recuerdo la emoción de aquellos días, era la primera vez que iba en avión y las ocasiones de viajar eran pocas, todavía más para las chicas a quienes costaba bastante conseguir los permisos 'familiares' necesarios. Todo me parecía una aventura excitante, allí conocimos algunos chicos y nos metimos ocho personas en un seiscientos, cosas de la edad. Los padres que tanto vigilaban nuestra moral no se enteraban demasiado de las imprudencias habituales a las cuales nos empujaba la edad, por cierto.


Tenía veinte años más o menos y fui con otras tres amigas, a una de las cuales la había conocido haciendo aquello que se llamaba 'Servicio Social', necesario para sacar el pasaporte, conducir, y otras actividades por el estilo. Se aprendía economía doméstica, cocina, puericultura y unas pinceladas de política hispánica del momento pasada por frases joseantonianas diversas. Eramos gente que trabajábamos y estudiábamos, el desarrollo de los sesenta había empezado a dar algunas facilidades de acceso a estudios superiores en aquella época. Todo parecía que sólo podía mejorar.


Cursé aquel servicio en el mismo edificio donde ahora voy a hacer unos cursos de dibujo, en la magnífica sede de la Baixa de Sant Pere, que después de la guerra y hasta la transición pasó a la sección femenina, que tuvo allí escuela, incluso de magisterio. Tuve también una amiga que estudió allí para maestra y en ocasiones había ido a escuchar teatro leído, actividad frecuente en las actividades lúdicas de la sección femenina. Era la directora por aquellos años una señora que se llamaba Ángela, dinámica y con carácter, que luego me volví a encontrar en la Normal de Sans, dándonos formación política que también llamaron del espíritu nacional, y que resultó tan poco exitosa, a juzgar por la historia, cosa que demuestra como machacar en la escuela sobre determinados valores no asegura nada de nada. Los tiempos cambiaban y se tendía a mostrar una actitud más dialogante, recuerdo unos comentarios sobre Juan Carlos que resultaron bastante acertados. En aquella época nadie creía que sería rey, era el tiempo en qué se votó la Ley de Sucesión y se hacían muchos chistes crueles y groseros sobre su servitud hacia Franco, es un hombre mediocre, pero él lo sabe y se aconseja bien, dará sorpresas, nos comentó Ángela, más o menos.


He vuelto a la Baixa de Sant Pere que ha recuperado su tradición catalana, con l'Escola de la Dona y la Biblioteca Bonnemaison. Por cierto, la biblioteca se respetó siempre, aunque ahora ha mejorado mucho. He vuelto a Menorca y también ha sido una primera vez, la primera vez con el Imserso. Se bromea mucho de más joven con el Imserso, pero los años pasan y vale la pena aprovechar sus baratas ofertas. La primera vez en Menorca fue en primavera, en Semana Santa y en la primavera de mi vida. Ahora ha sido en otoño, noviembre en Menorca, después de más de treinta años y también en el otoño de mi vida. Todo ha cambiado bastante, aunque es una isla que intenta respetar el medio ambiente y el paisaje con grandes esfuerzos y sacrificando una parte de ganancia económica acelerada, un buen ejemplo para muchos otros lugares de la costa peninsular. Maó se ha convertido en una ciudad modernísima, con una gran actividad y Ciutadella conserva su pátina aristocrática y algo decadente, extraordinaria y misteriosa.


La historia de Menorca fue bastante trágica hasta la llegada de los ingleses, era un lugar estratégico, sometido a ataques diversos, los pueblos cercanos al mar son muy bonitos ahora pero durante siglos vivir en la costa fue un peligro constante a causa de los ataques de piratas. Los hoteles para jubilados son enormes, como unas grandes casas de colonias y la situación no difiere demasiado de los tours operators masivos de épocas pasadas. Se puede ironizar mucho sobre todo pero es una suerte vivir ahora y aquí y poder disfrutar de ese tipo de cosas a buen precio, cuando, en las familias normalitas, a menudo los abuelos trabajaron hasta muy viejos sólo por un pedazo de pan y poco más. Con demasiada frecuencia no acabamos de darnos cuenta de la fragilidad de la historia, de como nunca estamos vacunados contra las tragedias colectivas, de la felicidad hogareña de la cual disfrutamos, a pesar de la crisis. Quizá los habitantes de los impresionantes poblados talayóticos también vivían en paz y, a su modo, felices, sin saber que todo cambiaría tanto con el tiempo.