domingo, 16 de marzo de 2014

HISTORIA ESTÚPIDA DE LA LITERATURA O EL HUMOR QUE NUNCA MUERE








Enrique Jardiel Poncela.JPG

He tenido una agradable e inesperada sorpresa al recibir, por email, el regalo de este libro desacomplejado sobre literatura, con una amable referencia a las ocasiones en las cuales, en mis blogs, he hecho referencia a Jardiel Poncela. El autor de esa historia literaria, mucho menos estúpida de lo que el explícito título pueda hacer pensar, es un nieto del escritor, del cual hasta ahora desconocía la existencia y la trayectoria. Enrique Gallud Jardiel es doctor en Filosofía y Letras y eso que podríamos llamar un erudito si esa palabra no despertase en nuestro tiempo extrañas reticencias. Tiene una buena presencia en internet, con una página propia y un blog que se llama Humoradas y que a partir de ahora será objeto de mi interés internáutico.

Jardiel Poncela era casi un mito familiar, mi madre lo citaba en muchas ocasiones y al hacerse socia hace ya muchos años, del Círculo de Lectores, me compró un ejemplar inolvidable, el Libro del Convaleciente, del cual todavía me vienen a la memoria fragmentos que me hacen reir sola de vez en cuando. Claro que uno puede ser muy brillante y tener nietos sosos pero no es en absoluto el caso. Aunque algunos pasajes me han hecho recordar a su ilustre abuelo, el humor de Enrique Gallud Poncela tiene originalidad propia y nos ofrece en esta especie de manual literario un paseo por la cultura desde un punto de vista irónico, con ese humor inteligente y amable que en nuestro tiempos presente echo en falta a menudo, tanto en castellano como en catalán, ya que en mi lengua habíamos tenido grandes personajes con su lado humorístico siempre a flor de piel, como en el caso de Rusiñol o Pitarra o de los autores menos conocidos de la Editorial Millà con cosas como aquella perla del lloro, el moro i el mico i el senyor de Puerto Rico.

Hoy la gente, en general, se lo toma todo demasiado en serio y cuando se hace humor suele ser un humor barato y de poca monta, facilón, como por ejemplo reirse de los políticos de forma poco sutil, directa y llegando fácilmente a la astracanada. Claro que el humor es muy personal y a veces hay gente que me dice que le hacen gracia cosas de la tele que a mi no me hacen ninguna. El humor ha de ser breve y la televisión quema a los humoristas por un exceso de repetición de fórmulas, pasaba ayer y pasa hoy. Ya mi abuelito decía a menudo que era más fácil hacer llorar en el teatro que hacer reir. Un chiste repetido o mal explicado tiene poca gracia. El chiste debe tener algo de suspense, claro. Y las cosas aparentemente más serias tienen siempre un lado cómico tal y como podemos constatar en este libro.

Enrique Gallud Poncela se pasea de forma brillante a la vez que humorística por la literatura clásica y moderna porque la conoce muy a fondo y eso se nota. También ironiza sobre zarzuelas, canciones melódicas, villancicos y todo aquello que tenga un texto analizable, o sea, entra a fondo en la cultura seria pero también en la cultura popular y en nuestro imaginario sentimental. Bromea, por ejemplo, con eso de la poesía japonesa, ya que parece que la moda del haiku ha llegado a los rincones más ignotos de la poética elitista. También se ríe -o sonríe- de la poesía moderna, esa que consigue textos etéreos combinando palabras diversas, de la misma manera que se confeccionaban discursos políticos con una especie de fórmula divertida que corría por internet y que consistía en estructurar un rollazo con apariencia de cosa seria a base de relacionar palabras al azar.

No sé si a todo el mundo le divertirá este libro como me ha divertido a mi, yo creo que sí, es una opinión subjetiva y personal. En muchos de los textos que se incluyen en el libro hay  una perceptible crítica hacia el elitismo académico, la fanfarronería verbal o la intelectualidad que se alimenta de verborrea vacía, algo que también sucede en el campo de las artes plásticas, la gastronomía, la moda o lo que sea. Me ha recordado incluso programas de radio humorísticos de otros tiempos, en concreto uno en el que se juzgaba la letra de alguna canción de moda. Hoy sería más complicado ya que se canta mucho en inglés, claro. También he encontrado en el libro ecos de aquella gran revista inclasificable que fue La Codorniz y de unos tiempos en los cuales se trampeaba la censura con un humor surrealista però al alcance de todos los españoles. Hoy no hay censura en apariencia pero la corrección política y la trascendencia abusiva también cuentan, por eso es tan necesario recuperar el humor, el buen humor. No se lo pierdan. 

WEB del LIBRO
http://historiaestupidadelaliteratura.blogspot.com.es/

sábado, 1 de marzo de 2014

AQUELL 11 DE MARZO DE HACE DIEZ AÑOS


Atentado de Atocha el 11 de marzo de 2004.

Va a hacer diez años del atentado de Madrid. Yo estaba entonces todavía en activo y una maestra joven y alegre, pionera en la utilización de internet, entró en mi aula pálida y preocupada después de salir del aula de informática: han tirado una bomba en un tren de cercanías en Madrid y hay más de cuarenta muertos, me dijo. Creo que pusimos la radio, que era por aquel entonces el medio más rápido de información. Por desgracia los muertos fueron muchos más, como todo el mundo sabe. El tiempo pasa y todo parece minimizarse, incluso las grandes barbaridades que hemos vivido de cerca. Pudo haber pasado en Barcelona, parece que esa era la intención, la repetición de la masacre en nuestra ciudad. Los terribles hechos dieron lugar a un rifirrafe político, el partido popular perdió unas elecciones que tenía ganadas por su absurda manera de enfocar la desgracia y por sus estúpidas mentiras insistentes. Creo que la situación actual es, en cierta manera, producto de aquella tragedia, llegó Zapatero con su sonrisita y su inoperancia y regresaron después los populares, más radicalizados hacia la derecha que nunca, si eso es posible. 

Los grandes errores políticos se suelen olvidar y es que en el contexto hispánico hay poco donde escoger más allà del PSOE y el PP.  A menudo me vienen a la cabeza aquellas palabras de Josep Pla, señor poco radical y algo complejo, sobre el hecho de qué un español de derechas era muy parecido a un español de izquierdas. Las generalizaciones siempre son injustas y hay españoles muy distintos, lo mismo que catalanes, aunque es cierto que en el contexto político a veces todo se confunde y se asemeja.

Hay españoles como el señor Fernando Reinares, a quién escuché ayer en una entrevista en TV3, hablando sobre su reciente libro acerca de aquel atentado, el contexto, las motivaciones. Reinares es un gran periodista y una persona que se muestra abierta e inteligente, según mi opinión personal que es la única que tengo. Por suerte en ese espacio matinal de TV3 han cambiado el estilo al cambiar la periodista. La anterior formaba parte de ese grupo actual de jóvenes atrevidos y poco respetuosos que interrumpen, increpan, no dejan hablar al entrevistado y ponen nerviosa a la gent con algunos años encima. Es un periodismo de moda, por desgracia. La actual, Lídia Heredia, es una persona amable, que sabe escuchar y que por ello saca lo mejor de los entrevistados, de forma distendida y oportuna. Espero que dure. 

Por desgracia, por mucho que se escriba y comente sobre aquella tragedia, los muertos no volverán, tanta gente joven, trabajadora, españoles y inmigrantes de esos que vienen a ganarse la vida como pueden, a menudo en cosas que los de casa no queremos hacer. De momento, porque la crisis y el paro acaban por hacer deseable cualquier ocupación. En los trenes de cercanías y los metros viajan, en general, los humildes, los modestos. Pocas veces se ven políticos conocidos en el transporte público, o grandes artistas, actores, escritores de éxito o cantantes bien pagados. Bueno, será por seguridad y todo eso, digo yo. Aunque convendría que muchas personas estuviesen constantemente en autobuses y metros, arriba y abajo, escuchando lo que dice la gente normal. Un político catalán, el señor Durán, ya admitió con gran cinismo que con un sueldo de profesor no tenía ni para empezar, él lo dijo pero seguro que muchos también lo piensan.

Con motivo de los atentados de aquel fatídico marzo de hace diez años se pararon los programas de televisión. Pero no paró el fútbol ni se dejó de emitir publicidad porque hay cosas que parece que son sagradas y suelen ser las más banales si no fuese porque dan dinero y mueven la economía. Me pareció una gran falta de respeto no pararlo absolutamente todo, la verdad. Pero, ¿qué es el respeto? No andamos sobrados de él, en general. Aquel día nos sentimos más españoles que ahora, en Catalunya, madrileños sobre todo, claro. Las cosas no son fáciles en este país ni en ninguno, las víctimas de aquel terrorismo, en general, no quisieron ser etiquetadas ni manipuladas, Pilar Manjón, madre de una de aquellas víctimas ha tenido problemas y ha recibido amenazas en muchas ocasiones. La política tiene mucho interés en aprovecharse del martirologio y no es fácileser un espíritu libre en circunstancias dolorosas.

Aquel atentado nos enfrentó con nuestra fragilidad, jamás podemos estar vacunados en contra del fanatismo, del azar trágico, de la desgracia colectiva o de la enfermedad inesperada. Por desgracia también escuché esas llamadas a la mano dura y a la pena de muerte y todo eso que se repite cuando pasa algo grave cerca de nosotros. Escucho y leo también en estos días del presente llamadas a la revuelta violenta, a las guillotinas para los corruptos, a las cárceles para los separatistas, cosas muy raras que parecen abstractas pero que en un contexto adecuado pueden germinar si no lo han hecho ya. Mirando hacia atrás con ira o sin ella es evidente que las ideas pacifistas han hecho mucho camino y que estamos lejos de la valoración indiscriminada de la violencia como solución a casi todo pero como cantaba Dylan y nosotros mismos, hace años, ¿cuántas bombas estallarán antes de qué no quede ninguna? ¿cuántos muertos tendremos que contemplar para constatar que ya ha muerto demasiada gente? No lo sé pero basta con mirar telenoticias para ver que el tema no cesa y que cuando no es aquí es allá y que cuando un conflicto parece terminar otro se inicia.

En tiempos más religiosos se decía aquello de que Dios nos perdone. Considerando que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, según la doctrina oficial, debíamos haberle pedido responsabilidades. Eso de tener que pedir perdón es también un absurdo, el que se arrepiente de veras ya lo demuestra con hechos y no con palabras vacías y nadie es responsable de lo que hizo alguien de su religión, de su grupo social o de su familia, en el pasado. La historia sirve para muchas cosas contradictorias y es fácil de reinventar. Sería mejor mirar siempre hacia adelante, desde el presente, olvidando las marchas militares y los himnos pacifistas que sirvieron para poco. Y las venganzas y las revanchas, aunque sean retrospectivas. No sólo porque son injustas e indiscriminadas sino porque no sirven para nada, más bien para complicar los problemas y la convivencia.