Coinciden en cartelera dos películas sobre la vejez, dos visiones muy distintas sobre esa etapa de la vida, inevitable si no es que se muere prematuramente. Amour de Haneke ha estado muy alabada por los seguidores de este director, que a mi no me gusta nada, en general. No le negaré valores cinéfilos, no soy quién para hacerlo, pero las visiones excesivamente grises y oscuras de la vida y de los hombres, que me hacen salir del cine com eso que llaman vulgarmente mal cuerpo no me gustan nada, todavía menos desde que envejezco.
El paso de los años nos da una visión más matizada de las cosas, al menos a la mayoría de personas que hemos tenido una vida normalita, con alegrías y penas, épocas mejores y peores, familia convencional y todo eso. La película con la cual Dustin Hoffman se estrena como director es otra cosa muy distinta, más amable, con pinceladas de amor inglés y con una profundidad que quizá no se percibe a primera vista pero que tiñe toda esa sencilla historia con colores positivos, sin caer en la sensiblería ni en esa tontería recurrente de que cada edad tiene sus cosas buenas y siempre se está a tiempo de todo.
La dama de Haneke, que también podía haber ido a una buena residencia, incluso privada, para músicos viejos, hace prometer a su marido que no la llevará a un sitio de esos. Claro que no todas las residencias son como la de la película de Hoffman, tan bonitas y luminosas, pero tampoco son tan trágicas y grises como en ocasiones se pintan. En ellas, como en la vida exterior y activa, suele haber de todo: olvido y recuerdo, tristeza y alegría infantil, enfermedad y esperanza inútil, inocencia y perversión. La vejez llega, si no se muere de forma prematura. De vez en cuando el cine, espejo de la vida, nos ofrece visiones de la vejez, como de la juventud. No todo es de color de rosa, no me creo, en el caso de la vejez, que cada época tenga sus cosas buenas y todo eso. Pero tampoco todo ha de ser tan gris y devastador, la vida es breve y hay que vivir -y morir- con esa verdad irreversible, nos guste o no, que más bien no, como es natural. Darle al tema tonos de tragicomedia me parece más real que hurgar en una herida ya de por sí bastante dolorosa.