viernes, 15 de junio de 2012

Sobre libros perdidos y recuperados: 'Eleuterio', de Félix Valtueña Borque

Los libros eran, no hace mucho, un valor codiciado, sobre todo por aquellas personas que no habíamos tenido muchos en casa. Se prestaban con reticencias, incluso se alquilaban y cambiaban. Todo ha cambiado mucho, hoy pesan, se llenan de polvo y les hemos liberado de su sacralización incondicional. Los libros son como todo, un instrumento. Los hay de buenos, de mediocres, de malos. Los podemos solicitar fácilmente en las bibliotecas y los podemos almacenar a cientos en aparatos minúsculos. No soy devota del libro de papel, cada cosa tiene su momento y su oportunidad.

En la biblioteca de mi barrio, como en muchos otros lugares, han instalado, desde hace tiempo, unos cajones en los cuales la gente deposita libros que ya ha leído y que no tiene interés en conservar. Al principio veía allí muchos ejemplares que más bien debían haber ido directamente a los contenedores de reciclaje: estropeados, sucios, libros de esos que regalaban en tiempos mejores en las cajas y bancos, de papel amarillento, casi ilegibles. Hoy la gente deposita allí libros bastante nuevos, actuales. También se pueden encontrar revistas, vídeos, devedés.

Bajo a menudo libros al cajón de la biblioteca y a veces me llevo algún otro que suelo devolver una vez leído. Me fascinan los libros antiguos, de los sesenta o los setenta, aquellos libros de Áncora y Delfín, bastante bien encuadernados, o de editoriales ya olvidadas. Sus dueños fueron gente interesada por la lectura ya que comprar esos libros en aquella época era caro y no siempre posible. Me apenan los libros con dedicatorias, tanto del autor como de las personas que lo regalaron a alguien.

Pasé hace unos días y vi uno de esos libros, algo deteriorado. En la primera página había escrita una dedicatoria a mano, con caligrafía de persona mayor de la época, que me emocionó:

Muchas felicidades te desean en el día de tu Santo, tu mamá y hermanita que te quieren mucho, y desean que las quieras a ellas de verdad. María y Ana María. Barcelona 18 de Abril 1961.

No sé quién era el destinatario del libro ni de la dedicatoria. Intuyo que quizá fuese un muchacho algo indiferente al amor materno y fraternal. ¿Habrá muerto? ¿Habrá decidido librarse de libros inútiles? Quién sabe. Esa fue la primera historia ligada a esa novela que encontré por casualidad. La otra fue la misma novela, Eleuterio, de Félix Valtueña Borque, Premio Elisenda de Moncada 1960.

El autor dedica el libro a sus padres y a Rachel. La novela es la historia de un pobre muchacho de pueblo que llega a futbolista en un buen equipo sin encontrar ni la paz ni la felicidad. Más allá de la peripecia del protagonista la novela es un fresco de la sociedad española profunda de finales de los cincuenta, de la pobreza rural y urbana, del mundo absurdo del fútbol local y del fútbol de una cierta importancia. El estilo es también muy de la época, parecido al del primer Cela, al de los primeros Premios Nadal, ese realismo triste que muestra una sociedad pobre y sin demasiadas esperanzas. Es un muy buen libro, condicionado por la época, las relaciones sexuales se esbozan o sobreentienden, la guerra es una sombra cercana y lejana al mismo tiempo.  Quizá ese Eleuterio fuese impensable en nuestra sociedad actual española pero me temo que todavía podría ser esa la historia de cualquier futbolista de países más pobres, hoy el contexto deportivo ha cambiado aunque no ha cambiado su poder de generar movimientos de masas anónimas y vociferantes y a los árbitros locales todavía se los agrede de vez en cuando.

Pensé que no encontraría referencias sobre el autor pero afortunadamente no ha sido así por una circunstancia feliz y singular. Félix Valtueña fue un miembro activo de la Iglesia Adventista, su padre ya lo era y en las webs de las asociaciones ligadas a este grupo religioso hay muchas referencias sobre él. Así he sabido que falleció todavía joven, en un accidente de montaña, en 1978, cuando tenía intención de presentarse al Premio Nadal con una novela sobre los problemas de su grupo religioso, minoritario y a menudo reprimido y castigado en épocas difíciles. Sabemos muy poco de todas esas minorías que no eran católicas en tiempos del nacional-catolicismo obligatorio y admito que tenía sobre ellas muchos prejuicios. Con motivo del hallazgo del libro que comento me he encontrado con una web de gente actual, moderna, inquieta y comprometida, muy interesante. Debo decir que en la novela no se percibe jamás nada doctrinario al contrario de lo que pasaba en algunas otras de la época, por ejemplo en determinados títulos de Mercedes Salisachs que estropean su final con una moraleja claramente católica.

Felix Valtueña era joven cuando ganó el premio, debía tener unos treinta años. También buscando sobre el libro, en la hemeroteca de La Vanguardia he encontrado los datos relativos a la concesión del premio, un premio que era muy transparente en su fallo, el periódico publica los resultados de las diversas votaciones previas, una costumbre que se ha ido perdiendo, lástima. Incluso parece que se pensó que el nombre de Félix Valtueña era un pseudónimo y que el libro lo había escrito una mujer, en anteriores convocatorias lo habían ganado mujeres, cosa también sorprendente para la época, en la cual se dieron a conocer grandes damas de la literatura como Ana María Matute, Martín Gaite, Laforet. El periódico publica una entrevista de Del Arco con una componente del jurado, Rosa Cajal. Se presentaron ciento doce novelas y Cajal cuenta como se leyó al menos noventa enteras, gran ejemplo para muchos jurados de hoy en día. Cuando Del Arco hace la entrevista no se sabe todavía el resultado final y la entrevistada menciona tres novelas favoritas, entre las cuales la de Félix Valtueña. Del Arco entrevista en el mismo ejemplar, posteriormente, al autor del libro premiado, que se nos muestra como una persona modesta, lúcida, seria y vocacional aunque admite que no se suele poder vivir de la literatura.

Otros tiempos pero los mismos grandes temas, el hombre insatisfecho, el peso de las multitudes que crean mitos, el sentido de la vida. Me ha encantado leer Eleuterio y todos esos descubrimientos hechos a partir de un libro perdido en el cajón para volúmenes desechados de la biblioteca del barrio. Sobre esa manera de resolver concursos, hace poco una amiga solicitó información sobre un libro de poemas presentado a un premio que no había ganado, le dijeron que las votaciones no eran secretas pero si discretas, se mostraron reticentes y le costó mucho que le dijesen, al menos, que su libro no había quedado del todo mal. Hace años la revista Serra d'Or publicaba el resultado de las votaciones finales de los premios de la Nit de Santa Llúcia, al menos podías saber cómo había ido todo. Me temo que ahora, con tanta información, estamos en esos temas muy mal informados. 

Otro libro que me llevé para casa, también de Ancora y Delfín, fue uno de entrevistas a grandes personajes de la época, del año 72, hechas por Baltasar Porcel. Mucha gente tiene manía a Porcel y admito que tiene literatura muy diversa, pero creo que sus primeros libros son muy buenos y que como periodista, en su buena época, también fue bueno, incisivo y algo impertinente en ocasiones. Seguíamos sus artículos y entrevistas con curiosidad y recuerdo que se comentaban bastante. De ese otro libro hablaré más adelante en mi blog en catalán.

martes, 12 de junio de 2012

Procesiones elitistas entre momias congeladas



Los cadáveres del Everest

Hasta el dia de hoy hay cerca de 200 cadaveres en el monte everest, 150 nunca se han encontrado y los accesos a la cima están plagados de cadáveres visibles – más de 40 – que han quedado al aire en el punto exacto donde cayeron, por lo que los escaladores que suben, van sorteando cuerpos que han empezado a bautizar con nombres porque los usan como puntos de referencia en su ascensión. 


Si el riesgo que supone intentar mover a un enfermo en la zona muerta hace que sea una tarea inviable, mover un cadáver es algo que casi nadie se plantea. Cuando alguien fallece, su cuerpo queda en el mismo punto donde cayó y cuando se enfría, se congela petrificándose con el gesto y postura exacta que tenía cuando expiró. Si estaba sentado, se queda allí mismo sentado. Este fue el caso de Peter Boardman, que desapareció en 1982 intentando la complicada ruta nor-noroeste. Fue encontrado 10 años después sentado, como si estuviera durmiendo. 


Cada vez entiendo menos el mundo del deporte de élite. Cuando yo era pequeña nos contaban las hazañas de los primeros montañerosm que escalaron las grandes cumbres, como si de héroes se tratara. No sé si esos logros sirven para algo como tampoco sé si sirven para algo esas absurdas carreras de ciclismo, cada vez más exigentes. Esos mundos míticos tienen detrás muchas miserias, ha habido un gran número de ciclistas fallecidos prematuramente a causa de sus esfuerzos, de sus dopajes, de sus depresiones. Se habla poco de todo ello. Poco y mal. 

En el mundo del fútbol hemos reducido el tema a los grandes encuentros entre Barça y Madrid, el resto es como la pedrea de la lotería. Los héroes futbolísticos despiertan pasiones, pasiones fugaces, claro. Se pasea a los futbolistas vencedores como a santos milagrosos. Las frases de entrenadores carismáticos, caso de Guardiola, se venden enmarcadas cual si de sentencias divinas se tratara cuando son de lo más normalito. La gente quiere tocar a sus ídolos, verlos, los alaba y los jalea y en esos esfuerzos competitivos perdemos el tiempo y las energías.

La historia reciente y algo confusa de unos montañeros de categoría que no pudieron llegar al Everest porque socorrieron a un sherpa abandonado ha provocado que se divulgasen informaciones poco conocidas por el público normalito, que no sube mucho más allá del Turó de l'Home. He visto estos días fotografías en las cuales el camino hacia la cumbre del Everest parece la cola para visitar la Sagrada Familia, otro caso curioso de masificación aunque en éste no hay peligro. Una de ellas es la de Ralf Dujmovits, que cuelgo en el post. Ya hace tiempo que se comentó la gran cantidad de basura no reciclable que se acumula en aquellos parajes. 

Cuando yo era joven ir de excursión suponía un cierto compromiso colectivo, se debía esperar a los rezagados, ayudarlos. Siempre ha habido correcaminos y gente egoísta que no está para tonterías, claro, pero hoy el tema es más general porque mucha más gente va a todas partes, a menudo sin una gran preparación. Si te abandonan a medio camino del Tagamanent la cosa no es grave, sin embargo he constatado que aquel sentimiento solidario excursionista se encuentra en franca regresión. El tema competitivo ha llegado a nuestros castells, que no dejan de ser un deporte de riesgo, con accidentes que se minimizan o bien se ocultan. Ver subir a l'anxaneta deprisa, levantar la mano como puede y bajar rápidamente con cara de susto es un espectáculo que me desagrada. Y aún gracias que se ha generalizado el tema del casco, no sin reticencias.

Evidentemente, soy analfabeta en cuestiones de castells, de fútbol, de montañismo competitivo, de ciclismo. Admito que desprecio cuanto ignoro, al más puro estilo hispánico. La competitividad no es siempre con los otros, también con uno mismo. Hay que superarse y acabar las maratones hecho un trapo. Contamos contigo, nos decían en épocas pasadas. Hoy también cuentan con nosotros, todo eso no es nada más que una derivación del pan y circo o del pan y toros y los poderes públicos fomentan, por ejemplo, esas carreras pedestres masivas que tienen más éxito que las procesiones de Corpus de mi infancia. O las salidas de treaking, porque ahora nadie pasea ni hace excursionismo. Por no hablar de esas caminatas urbanas como el Barnatresc que al menos no son competitivas. Sin embargo no sé qué encanto puede tener salir a miles por ahí, la verdad. Entre la misantropia del solitario y el gregarismo del participativo debiera haber muchas más opciones razonables de pasarlo bien.

No entiendo todo eso ni tampoco que nos parezcan mal los sueldos exagerados de determinados profesionales pero nos parezcan bien los excesos que cobran deportistas de primera, actores, cantantes de ópera, de rock. Luego, muchos de ellos, ayudan en causas solidarias, claro. O bien organizan conciertos también solidarios. En nombre de la solidaridad, una palabra absolutamente devaluada, vale todo. En nombre de la superación personal, otro mito, también. Olvidamos a menudo que los estados más deportistas han sido los totalitarios. Con una excepción, el nuestro, que además de fascista era pintoresco, casposo y folklórico. En fin, que no entiendo nada. Esa imagen de montañeros de primera subiendo medio muertos en fila india a las grandes cumbres, sorteando cadáveres congelados que, según cuentan sirven casi de baliza, sería felliniana si no fuese cierta. Qué mundo, Facundo.

viernes, 1 de junio de 2012

Eichmann y la banalidad del mal



Hace hoy cincuenta años de la ejecución, en Israel, de Adolf Eichmann. El caso llenó muchas páginas de periódico en mi adolescencia, recuerdo imágenes inquietantes del juicio, incluso de la ejecución. Eichmann fue secuestrado en Argentina, hecho que provocó problemas diplomáticos. Otros nazis exiliados en aquel país  o en Brasil tomaron desde entonces medidas importantes de seguridad y consiguieron sobrevivir. Recuerdo que muchas personas de mi entorno siguieron el tema con cierta indiferencia. Consideraban que eran consecuencias aquellas del resultado de la guerra, como el proceso de Nuremberg y que los resultados de una guerra pueden ser de todo tipo. Mirando hacia atrás con cierta perspectiva entiendo que los sufrientes superviventes del triunfo fascista hispánico, que se sintieron tan traicionados en el 44 por las grandes potencias fuesen ya unos escépticos ante las venganzas justas. 

Eichmann era un personaje inquietante porque siempre se supo que no era un antisemita visceral, tuvo amigos, incluso parientes judíos. Fue, de hecho, un fanático devoto del nazismo y de la obediencia. Siempre he creído que el voto de obediencia religioso es mucho más cruel que los de castidad y de pobreza. La milicia y las órdenes religiosas se han cimentado en esa obediencia obligatoria, la única manera de estructurar un poder sòlido y sin fisuras. La obediencia sirve de excusa en muchas ocasiones. Desde su punto de vista, tan particular, Eichmann y tantos otros como él no hicieron nada más ni nada menos que cumplir con su deber.

Las últimas palabras de Eichmann fueron:


Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo.


Inquieta pensar que si no conociésemos el contexto y las causas de la condena podrían parecernos éstas las palabras de un héroe patriótico. Las patrias han servido para todo, por desgracia. 

También provocó polémica Hannah Arendt escribiendo, con motivo del caso Eichmann sobre la banalidad del mal, sorprendida ante la pequeñez intelectual y personal de un hombre que pasaba por ser el mayor enemigo de Europa. Arendt incidió en el tema de la sujeción que provoca en las personas de todo tipo, muchas de ellas aparentemente normales, un régimen totalitario, cosa que se interpretó, erróneamente, como una especie de justificación del personaje y sus crímenes. Pero incluso Peter Malkin, el agente que detuvo a Eichmann, afirmó que lo más inquietante había sido comprobar que el nazi capturado no era un monstruo sino un ser humano, a pesar de todo. 

Un régimen totalitario abusivo genera grandes devociones y un estado de fe ciega muy peligrosa, como se ha ido viendo y comprobando a lo largo de la historia y de sus guerras y tragedias. Los análisis como el que hizo Arendt son imprescindibles, nos muestran como podemos llegar a ser en determinadas situaciones y nos demuestran que los grandes malvados eran, en realidad, personas aparentemente tan inofensivas como nuestros vecinos y parientes.