Los libros eran, no hace mucho, un valor codiciado, sobre todo por aquellas personas que no habíamos tenido muchos en casa. Se prestaban con reticencias, incluso se alquilaban y cambiaban. Todo ha cambiado mucho, hoy pesan, se llenan de polvo y les hemos liberado de su sacralización incondicional. Los libros son como todo, un instrumento. Los hay de buenos, de mediocres, de malos. Los podemos solicitar fácilmente en las bibliotecas y los podemos almacenar a cientos en aparatos minúsculos. No soy devota del libro de papel, cada cosa tiene su momento y su oportunidad.
En la biblioteca de mi barrio, como en muchos otros lugares, han instalado, desde hace tiempo, unos cajones en los cuales la gente deposita libros que ya ha leído y que no tiene interés en conservar. Al principio veía allí muchos ejemplares que más bien debían haber ido directamente a los contenedores de reciclaje: estropeados, sucios, libros de esos que regalaban en tiempos mejores en las cajas y bancos, de papel amarillento, casi ilegibles. Hoy la gente deposita allí libros bastante nuevos, actuales. También se pueden encontrar revistas, vídeos, devedés.
Bajo a menudo libros al cajón de la biblioteca y a veces me llevo algún otro que suelo devolver una vez leído. Me fascinan los libros antiguos, de los sesenta o los setenta, aquellos libros de Áncora y Delfín, bastante bien encuadernados, o de editoriales ya olvidadas. Sus dueños fueron gente interesada por la lectura ya que comprar esos libros en aquella época era caro y no siempre posible. Me apenan los libros con dedicatorias, tanto del autor como de las personas que lo regalaron a alguien.
Pasé hace unos días y vi uno de esos libros, algo deteriorado. En la primera página había escrita una dedicatoria a mano, con caligrafía de persona mayor de la época, que me emocionó:
Muchas felicidades te desean en el día de tu Santo, tu mamá y hermanita que te quieren mucho, y desean que las quieras a ellas de verdad. María y Ana María. Barcelona 18 de Abril 1961.
No sé quién era el destinatario del libro ni de la dedicatoria. Intuyo que quizá fuese un muchacho algo indiferente al amor materno y fraternal. ¿Habrá muerto? ¿Habrá decidido librarse de libros inútiles? Quién sabe. Esa fue la primera historia ligada a esa novela que encontré por casualidad. La otra fue la misma novela, Eleuterio, de Félix Valtueña Borque, Premio Elisenda de Moncada 1960.
El autor dedica el libro a sus padres y a Rachel. La novela es la historia de un pobre muchacho de pueblo que llega a futbolista en un buen equipo sin encontrar ni la paz ni la felicidad. Más allá de la peripecia del protagonista la novela es un fresco de la sociedad española profunda de finales de los cincuenta, de la pobreza rural y urbana, del mundo absurdo del fútbol local y del fútbol de una cierta importancia. El estilo es también muy de la época, parecido al del primer Cela, al de los primeros Premios Nadal, ese realismo triste que muestra una sociedad pobre y sin demasiadas esperanzas. Es un muy buen libro, condicionado por la época, las relaciones sexuales se esbozan o sobreentienden, la guerra es una sombra cercana y lejana al mismo tiempo. Quizá ese Eleuterio fuese impensable en nuestra sociedad actual española pero me temo que todavía podría ser esa la historia de cualquier futbolista de países más pobres, hoy el contexto deportivo ha cambiado aunque no ha cambiado su poder de generar movimientos de masas anónimas y vociferantes y a los árbitros locales todavía se los agrede de vez en cuando.
Pensé que no encontraría referencias sobre el autor pero afortunadamente no ha sido así por una circunstancia feliz y singular. Félix Valtueña fue un miembro activo de la Iglesia Adventista, su padre ya lo era y en las webs de las asociaciones ligadas a este grupo religioso hay muchas referencias sobre él. Así he sabido que falleció todavía joven, en un accidente de montaña, en 1978, cuando tenía intención de presentarse al Premio Nadal con una novela sobre los problemas de su grupo religioso, minoritario y a menudo reprimido y castigado en épocas difíciles. Sabemos muy poco de todas esas minorías que no eran católicas en tiempos del nacional-catolicismo obligatorio y admito que tenía sobre ellas muchos prejuicios. Con motivo del hallazgo del libro que comento me he encontrado con una web de gente actual, moderna, inquieta y comprometida, muy interesante. Debo decir que en la novela no se percibe jamás nada doctrinario al contrario de lo que pasaba en algunas otras de la época, por ejemplo en determinados títulos de Mercedes Salisachs que estropean su final con una moraleja claramente católica.
Felix Valtueña era joven cuando ganó el premio, debía tener unos treinta años. También buscando sobre el libro, en la hemeroteca de La Vanguardia he encontrado los datos relativos a la concesión del premio, un premio que era muy transparente en su fallo, el periódico publica los resultados de las diversas votaciones previas, una costumbre que se ha ido perdiendo, lástima. Incluso parece que se pensó que el nombre de Félix Valtueña era un pseudónimo y que el libro lo había escrito una mujer, en anteriores convocatorias lo habían ganado mujeres, cosa también sorprendente para la época, en la cual se dieron a conocer grandes damas de la literatura como Ana María Matute, Martín Gaite, Laforet. El periódico publica una entrevista de Del Arco con una componente del jurado, Rosa Cajal. Se presentaron ciento doce novelas y Cajal cuenta como se leyó al menos noventa enteras, gran ejemplo para muchos jurados de hoy en día. Cuando Del Arco hace la entrevista no se sabe todavía el resultado final y la entrevistada menciona tres novelas favoritas, entre las cuales la de Félix Valtueña. Del Arco entrevista en el mismo ejemplar, posteriormente, al autor del libro premiado, que se nos muestra como una persona modesta, lúcida, seria y vocacional aunque admite que no se suele poder vivir de la literatura.
Otros tiempos pero los mismos grandes temas, el hombre insatisfecho, el peso de las multitudes que crean mitos, el sentido de la vida. Me ha encantado leer Eleuterio y todos esos descubrimientos hechos a partir de un libro perdido en el cajón para volúmenes desechados de la biblioteca del barrio. Sobre esa manera de resolver concursos, hace poco una amiga solicitó información sobre un libro de poemas presentado a un premio que no había ganado, le dijeron que las votaciones no eran secretas pero si discretas, se mostraron reticentes y le costó mucho que le dijesen, al menos, que su libro no había quedado del todo mal. Hace años la revista Serra d'Or publicaba el resultado de las votaciones finales de los premios de la Nit de Santa Llúcia, al menos podías saber cómo había ido todo. Me temo que ahora, con tanta información, estamos en esos temas muy mal informados.
Otro libro que me llevé para casa, también de Ancora y Delfín, fue uno de entrevistas a grandes personajes de la época, del año 72, hechas por Baltasar Porcel. Mucha gente tiene manía a Porcel y admito que tiene literatura muy diversa, pero creo que sus primeros libros son muy buenos y que como periodista, en su buena época, también fue bueno, incisivo y algo impertinente en ocasiones. Seguíamos sus artículos y entrevistas con curiosidad y recuerdo que se comentaban bastante. De ese otro libro hablaré más adelante en mi blog en catalán.