sábado, 25 de abril de 2009

Libros y rosas en la ciudad amada


Ha pasado Sant Jordi y ya los vencejos andan surcando el cielo primaveral de la ciudad con sus chillidos matinales y crepusculares. Cuando era pequeña yo definía como orenetes, golondrinas, a todos los pájaros primaverales, de forma genérica, porque así los mencionaba mi madre, que celebraba su llegada con gran alegría. La fiesta de Sant Jordi, en Barcelona, siempre me sorprende. A pesar de la masificación, de los antipáticos ránkings de vendas de libros y del exceso de gente que, sobre todo, por la tarde, ocupa las calles, es todavía, y que dure, una fiesta sorprendente.

No es una celebración muy antigua, creo que tiene unos ochenta años, por lo que se refiere al libro. La rosa tiene más tradición, pero incluso había escuchado comentar a personas de mi familia que la costumbre del regalo de la rosa era, hace años, una actitud minoritaria, de unas ciertes élites catalanas. La verdad es que, en otras épocas, la gente trabajadora no estaba para rositas, me parece. A partir de los años sesenta, con la recuperación del català, la fiesta se convirtió en mayoritaria, participativa y ruidosa.

Muchas costumbres y tradiciones que creemos ancestrales, por su éxito actual, son, a menudo, bastante modernas. En esta fiesta de Sant Jordi estuve en unos cuantos puestos de venda, a 'firmar' mi libro, en teoría, aunque precisamente ese día los escritores poco conocidos vendemos poco. Los mediáticos y promocionados se llevan la parte del león aunque siempre hay alguna sorpresa. Para la ocasión, actualmente, escriben libros -o representa que los escriben- futbolistas, modelos, presentadores de televisión, actores, médicos conocidos... Además se aprovecha cualquier circunstancia personal, alegre o dolorosa, para publicar un libro: adelgazarse, separarse, tener gemelos, cumplir cuarenta o cincuenta años, envejecer, pasar una enfermedad, hacer algun viajecito, perder a un familiar querido... Mi abuelo siempre decía: agafa fama i fote't a jeure... Cosa que quiere decir que a quien tiene fama, por el motivo que sea, ya no le hace falta trabajar demasiado para vivir, para vivir bastante bien, por cierto.


Cuando yo era pequeña en mi barrio había muchas pequeñas librerías-papelerías, de las cuales quedan muy pocas. Como había poco tráfico, en las mismas aceras estrechas se colocaba un pequeño puesto de venda y, como el día después, el 24, es mi aniversario, siempre me compraban algun libro de cuentos, a veces de aquellos tan bonitos de Bruguera, con cuentos de todos los países y, más adelante, de los de la colección Historias o Cadete. En aquella época había muy poca variedad, ahora el exceso, en ocasiones, me ahoga. Marea ver montones y montones de libros, muchos de los cuales, quiza excelentes, no encontrarán su espacio ni su oportunidad. Las rosas también se han frivolizado, hay muchas, de todos los precios e incluso en muchos lugares te regalan alguna.
Ahora Sant Jordi es el día de las novedades.

De hecho, ya nuestra vida cotidiana es una sucesión de novedades efímeras. A nivel comercial todo debe durar poco, renovarse, el mercado necesita, como aquella flor carnívora de La tienda de los horrores, comer constantemente para sobrevivir. Buscar un libro algo antiguo, una novela de Pedrolo, de Maria Aurèlia Capmany que no se haya reeditado hace poco es una misión imposible. Lo mismo con autores castellanos o extranjeros. En los años cincuenta y sesenta se publicaron muchas excelentes biografías que todavía se venden bien en las librerías de lance, hace pocos días compré una de Dostoievsky en els Encants de Sant Antoni, de los domingos por la mañana, un espacio que veremos como queda después de la remodelación del mercado.


Algunos años ha llovido, en el día de Sant Jordi. Sin embargo mis recuerdos van ligados a celebraciones soleadas, alegres, con mucha gente por las calles, porque la memoria es engañosa y variable y se adapta a nuestros deseos. Abril es mi mes preferido, todo empieza y renace, los días se alargan sin exceso, hace una temperatura variable pero agradable y las hojas de los árboles, al rebrotar, extienden sobre las calles una nebulosidad verde claro, luminosa y acogedora. Precisamente en mi último libro tiene una presencia emblemática el día de Sant Jordi, que protagoniza dos momentos muy distintos de la historia, una en los sesenta, cuando todo parece posible y el entusiasmo juvenil de los protagonistas va unido a las esperanzas en el cambio político, un cambio que aún tardaría pero que parecía, entonces, inminente. El segundo momento es en la actualidad, cuando ya se ha conocido una cierta decepción política y social, los protagonistas han evolucionado, madurado y sufrido y la vida muestra su realidad, la gran distancia entre los sueños y las ilusiones y el mundo real. Cuando la fiesta poética y literaria se ha convertido, también, en un gran supermercado de la cultura de baratillo. A pesar de todo, como suele pasar, hay un fondo espiritual de grandeza poética en ese día, en sus tenderetes y rosas baratas, en sus montones de libros mediáticos o no. Una gran fiesta, que, curiosamente, no es fiesta laborable, aunque hay quien se la toma o quien intenta salir antes del trabajo o hacer una escapadita a la hora de comer. Creo que ese factor es otra de sus virtudes, precisamente.

domingo, 12 de abril de 2009

Sobre tradiciones religiosas y de las otras

Leo en algún periódico que hay escuelas, en concreto el periódico habla de una del centro de Barcelona con mucha y diversa immigración, que están substituyendo la terminología vacacional y reconvirtiendo las vacaciones de Semana Santa en vacaciones de primavera, por ejemplo. Después he visto que en la prensa virtual, que admite comentarios de lectores, había opiniones para todos los gustos sobre el tema, des de clamores algo racistas sobre 'lo nuestro' hasta manifestaciones absolutamente iconoclastas.


Vivimos en un mundo que cambia deprisa y nos debatimos entre la nostalgia de nuestra infancia, la necesidad de una cierta trascendencia, la constatación de la irracionalidad de las religiones y muchas cosas más. En las zonas más urbanas de Catalunya, hace muchos años, cuando soplaban vientos de renovación en la iglesia católica, vientos que fueron leves brisas, existió un afán de coherencia, que, con la ayuda del empacho de religión que nos había servido la postguerra, hizo que se eliminaran muchas procesiones y actos parecidos, que hoy se recuperan en un contexto más folklórico, más aún si generan dinero turístico, claro. En los pueblos y en otras partes de España la cosa quizá no tuvo un rompimiento tan manifiesto.


Lo que se ha vivido 'desde siempre' parece bonito e ilusiona ver que nuestros descendientes lo admiten y lo conservan. Nuestros descendientes optan a veces por romper con todo pero también por conservar y revivir lo que vivieron, uno mismo pasa por etapas vitales diversas. Lo que ocuerre es que la mentalidad cambia y ciertas manifestaciones religiosas, o celebraciones con animales de por medio, hoy nos parecen obsoletas y nos producen inquietud, nos hemos vuelto más sensibles. En el fondo quizá todo sea relativo, cada día matan miles de animales en los mataderos industriales, pero no los vemos y nos zampamos los filetes sin demasiada mala conciencia, claro.


No sé qué se debe hacer. Hay quien continua bautizando a sus hijos, celebrando comuniones en la iglesia, sin ser creyente, por tradición, y la cosa no le produce ningún problema. Hay quien clama por una cierta coherencia. Por suerte ya me he jubilado, pero en estos últimos años, en la escuela, he visto celebrar cosas surrealistas, viejas cuaresmas con siete patas colgadas en el parvulario, sin que se hable de nada más que de irle cortando las patitas hasta vacaciones, o comerse la mona el último día de clase, antes del día de ramos, por ejemplo.


Todavía no es la pública una escuela laica, ya que se puede dar religión en su recinto, cosa que complica horarios y coherencias. Creo que la religión debería salir de la escuela, sobre todo de la primaria, pero que en secundaria y otros niveles se debe hablar de cultura religiosa, porque toda nuestra historia esta ligada a la religión y sus poderes fácticos. Pero también creo que hace falta un debate serio sobre lo que se debe hacer o no en una escuela de hoy, con niños pequeños, intentar buscar el equilibrio entre el folklore, la tradición y la necesidad de conservarla y la consolidación de un laicismo serio, la verdad. Pero no es fácil. Y me parece poco serio ese cajón de sastre actual, en el que cada escuela hace lo que le parece y cuando le parece con estos temas que se han ido convirtiendo en conflictivos. La cuestión no es sólo religiosa, afecta a cosas como la fiesta taurina, por ejemplo. Sin embargo hay cosas graves de nuestro tiempo que parecen no generar inquietud, como el deporte competitivo o la locura futbolística, religión laica también. Quizá es que somos contradictorios e incoherentes por naturaleza y hay que vivir con ello. Y, nos guste más o menos, todo cambia y nosotros nos iremos y no volveremos más.