No creo que haya que lamentarse sobre el propio destino, pero a veces es muy duro.
Era un hombre sencillo. Rústico, muy cruel. No había nada en él que fuera complicado. Era muy simple con nosotros. Me amaba y quería que estuviera con él y que me convirtiera en una marxista bien educada.
Svetlana Stalin
Se ha dado a conocer la muerte, el día 22 de este mes, en un lugar remoto y rural de Estados Unidos, de Svetlana Stalin, hija del dictador. Stalin fue un personaje siniestro pero como el comunismo cautivó a mucha gente de mi generación, de las anteriores y parte de las posteriores, parece que no ha inspirado tanto cine y literatura como lo ha hecho Hitler. Se supone que uno era de izquierdas y el otro de derechas, en estas divisiones simplistas que olvidan la complejidad real del mundo y de las personas. Escucho a tanta gente que actúa como de derechas afirmar que es de izquierdas, incluso al revés, que cualquier referencia a ese tema me produce bastante inquietud.
Stalin causó tantas o más muertes que Hitler, se dice que unos veinte millones, aunque no hay cifras claras y habría que contar con los torturados, con los fallecidos a causa de las hambrunas provocadas, los malos tratos, la explotación laboral a destajo. Con el agravante de que la mayoría eran compatriotas suyos, gente de su misma ideología que había creído de buena fe en el proyecto comunista, en la igualdad, en una sociedad futura justa y feliz. Las buenas ideas suelen pervertirse en la realidad, cuando el poder se concentra y manipula. Ha pasado con el cristianismo, con el anarquismo, con el comunismo, con tantas revoluciones reconvertidas en caricatura de lo que debieron ser, en caricatura cruel y dolorosa.
Todavía parece que en España causa cierta inquietud hablar de Stalin, de los comunistas de la guerra civil, de todos aquellos enfrentamientos entre anarquistas y comunistas, de las luchas por el poder, de Nin y de tantos otros. La hija de Stalin fue una mujer errante y complicada, se casó varias veces, habló muy mal de su país para volver a él en los ochenta, criticar Estados Unidos y acabar regresando a Estados Unidos para envejecer y morir. Cambió de nombre y de religión varias veces y ha fallecido de cáncer a los ochenta y cinco años, olvidada y deseo que en paz consigo misma, después de una vida tan extraña, sometida a manipulaciones de unos y otros.
Poca cosa sabría yo de Svetlana Stalin si no fuese porque su demanda de asilo político, en 1967 y su llegada a los Estados Unidos, provocó en España muchos comentarios y artículos de la época, muestras de alegría ante la evidencia de su exilio solicitado y de condena por parte de los sectores del comunismo militante o de los que simpatizaban con él, aunque oficialmente no existiese y representase un gran peligro mostrar cualquier simpatía por ese tipo de cosas.
En una España con una dictadura tan anticomunista como la que había todo hay que situarlo en el contexto de la época. Sin embargo la fuerte oposición al régimen, dura y cruelmente reprimida, de los sectores comunistas en la clandestinidad o el exilio, no era, tampoco, democrática y había sufrido una serie de luchas intestinas lamentables. Me sorprende aún la glorificación de los héroes comunistas, a los cuales no niego coraje personal, ideales sinceros ni buenas intenciones, pero sí cierta miopía interesada no queriendo ver lo evidente, como les pasa a muchas buenas personas que son católicas y cristianas y admiten de mala gana cualquier crítica de lo criticable que, en el fondo, siempre es lo mismo: el poder abusivo. La autocrítica es muy difícil, todavía más cuando se ha sacrificado la vida y la familia a un ideal que ha resultado fallido. Admitir el error debe resultar muy frustrante, me recuerda a la monja de un asilo de ancianos que conocí, una gran mujer, que a menudo ironizaba con el cura de la institución: mosén, como no haya nada después nos habrán tomado el pelo bien tomado.
Hoy se habla poco de comunismo, no está de moda, da algo de miedo comprobar que todo fue una cierta estafa, que aquella sociedad no fue posible, que era mentira lo que se contaba de forma entusiasta sobre la URSS, China, Albania, Cuba, incluso Camboya. Que acabó mal, al fin y al cabo para reconvertirse China y la URSS, hoy, en unas sociedades capitalistas más, por utilizar el vocabulario tradicional al uso que quizá deberíamos reinventar para no caer de nuevo en tópicos y lugares comunes. El infierno, ya lo dicen, está empedrado de buenas intenciones. Incluso el infierno ateo.
Lo peor de todo, en el caso de esas familias de dictadores, es que seguramente padre e hija se querían. No se elige la familia, he conocido gente muy buena con sus hijos o padres y muy mala con el resto. Y también lo contrario, personas que sacrificaron a los suyos por muchas cosas y motivos: dinero, negocios, profesión, pasiones amorosas y, sí, también por supuestos ideales políticos.
En comparación con los muchos reportajes que hemos visto sobre los campos de exterminio nazis el tema del estalinismo todavía es poco conocido. En una ocasión, hace años, emitieron por televisión una serie de la BBC, espeluznante, sobre aquella horrible realidad. Hoy, que de todo nos quejamos, ver las fotos de aquel tiempo, tanto de unos como de otros, me produce una profunda angustia, la vergüenza de pertenecer a una especie susceptible de caer tan bajo. Historiadores que no son de derechas -hay que aclarar esto, pues se suele descalificar a cualquiera por muy poca cosa- creen al estudiar diferentes dictadores que Hitler y Stalin fueron lo peor de lo peor, asesinos en serie borrachos de poder absoluto, dispuestos a acabar incluso con los suyos si hacía falta. Sin embargo fascinaron a mucha gente, una persona sola no puede hacer nada sin un gran grupo de seguidores incondicionales y fanáticos. Cuando se les compara, por ejemplo, con Franco, se obvia que el nuestro jamás ejerció la misma fascinación sobre las masas.
No estamos vacunados contra la sinrazón. Un líder carismático, brillante, útil en determinado momento para según qué poderes económicos o políticos, puede hacernos regresar a la barbarie con un discurso oportunista en el momento adecuado. Las épocas de crisis son las más adecuadas para esas cosas. También hace falta un contexto que quizá ahora no es el europeo sinó que se ha desplazado a otros lugares que nos parecen remotos pero que están muy cerca. No somos mejores ni peores que nadie, esa es la verdad. Stalin podría haber sido un rudo y noblote campesino en otras circunstancias, quizá algo maltratador, a juzgar por sus relaciones matrimoniales. Pero en aquella época eso no era tan grave. Las circunstancias, ay, le convirtieron en el poder.
Svetlana Stalin era en el 67, cuando paso todo aquello, en mi juventud y en una época algo aperturista, considerando la situación, una mujer todavía joven y hermosa. Su padre hacía años que había muerto y también la URSS intentaba mostrar un nuevo rostro más falso que un duro sevillano, como se dice vulgarmente. Svetlana Stalin escribió un libro autobiográfico por aquel entonces que se vendió como rosquillas pero no se puede ser libre del todo con un papá así, hay que tener mucho carácter, mucha seguridad. Seguramente se aprovecharon de ella y ella, en cierta manera, también aprovechó su situación para sobrevivir. Para mucha gente más joven que yo seguramente ya no era nadie, una sombra del pasado, de un pasado en blanco y negro muy poco conocido, más allá de las consignas triunfalistas, de las proclamas políticas de culebrón y de las películas de buenos y malos.