Una frase de Cicerón, muy repetida, asegura que corren malos tiempos, los hijos no obedecen a los padres y todo el mundo escribe libros. Los hijos llevan ya mucho tiempo sin obedecer, incluso han sido desobedientes en épocas mejores. Respecto a los libros, hay tal exceso en los mostradores de las librerías que ya no es posible separar el grano de la paja.
Yo he escrito bastante y publicado alguna cosa, siempre con grandes dificultades y nula promoción. He escrito casi siempre en catalán, me he traducido algunas cosas al castellano y no puedo negar la gran ilusión que hace contemplar algo que has escrito editado en papel. Creo sinceramente que lo que escribí no estaba mal del todo, lo releo al cabo del tiempo, que dicen que es un gran crítico y al menos no me produce vergüenza retrospectiva.
Hoy se escribe más de lo que se lee, mucho más. Todo es novedad. La síndrome del usar y tirar se ha extendido por todos los campos, también por el musical, por el literario. El tema comercial y el acceso a los medios de comunicación para promocionar un libro ha quedado casi condicionado a tu presencia en esos medios. Ganan premios y venden -algo- los tertulianos habituales, que son ya conocidos de la gente, los cómicos de la legua de la pantallita y pocos más. Nadie comprará lo que no conoce ni ve, más allá del conocido o el pariente.
La literatura está sacralizada y percibo que la novela, aunque se critique el género, debe tener un gran prestigio todavía puesto que muchos periodistas, políticos, historiadores, presentadores de televisión, gente con cierta popularidad, acaba publicando su novela y consiguiendo una promoción relacionada con el hecho de ser ya popular. Las relaciones cuentan y nadie dejará verde el libro de un amigo, de un conocido. Yo no lo haría. Claro que los escritores que conozco tampoco son demasiado mediáticos.
Si publicas algo en las pocas pequeñas editoriales que se atreven a publicar algo de alguien poco conocido sabes que tendrás que moverte tú para vender, organizar presentaciones, hacerte autobombo en las redes sociales, cosas así, bien poco relacionadas con el valor literario de la obra, aunque eso del valor literario también es muy relativo, subjetivo y relacionado con modas y tendencias. Por cierto, existen editoriales pequeñitas que son verdaderos chiringuitos que alguien ha montado para publicarse él mismo y a los conocidos, o que juegan con la ilusión de los noveles, cobrando de antemano. Hay que tener cuidado con esas pequeñas inversiones. Existen también pequeñas editoriales resistentes y admirables pero a menudo acaban engullidas por los grandes grupos de poder del sector.
Los premios eran un medio de acceder a lo inaccesible pero hoy 'los grandes' están ya dados de antemano a los que venden. Además, realmente alguien se mira con atención los centenares de ejemplares que se presentan a un premio en castellano o las decenas de ejemplares que se presentan a un premio en catalán? Hace años incluso en el tema pedagógico me sucedió algo de este tipo, al intentar, con una compañera, editar un manual educativo. ¿Tenéis suficientes relaciones en las escuelas para asegurar que tendrá salida?, nos preguntaron. Pues no, no teníamos relaciones y no publicamos.
En el mundo editorial oficial me ha pasado de todo, promesas incumplidas, decirme que un libro era demasiado bueno y largo y que, como una enorme chuleta, no se lo tragarían... en fin. Puede que todavía haya quién crea que la calidad pervive y flota por encima del mundo mediocre de lo promocionado y vendible. Yo lo dudo bastante. Cada vez son más tristes los suplementos culturales y literarios, siempre salen los mismos. Sé de una persona a la cual dieron el pasaporte en un periódico por no haber alabado lo suficiente a un autor de la casa. Con la gente nueva o poco conocida se puede ser cruel pero con esas patums de los medios... cualquiera se atreve. No sucede esto tan sólo en el mundo literario, claro. El clientelismo y el amiguismo funcionan en todas partes y una de las miserias de nuestra sociedad es haber promocionado a los conocidos y parientes por encima de los que valen de verdad. En épocas de vacas flacas el pastel es más pequeño y todo eso se agrava.
Bueno, no quiero parecer, como decía mi madre, el rigor de las desdichas. Tampoco es que a la edad que tengo me preocupe demasiado no ganar el Nobel, ni tan sólo no ganar el Sant Jordi. Pero creo que no debemos continuar engañándonos ni engañando sobre la pureza de la literatura ni sacralizar, como suele hacerse, el libro y la lectura. Se pueden leer muchas cosas infumables, malísimas, bien arropadas con una promoción conveniente y con una cubierta atractiva. Incluso yo he caído en la trampa de comprar alguna birria literaria porque me he creído a un crítico de prestigio que creía objetivo y serio. Claro que para hacer una crítica seria se requeriría tiempo, meditación y libertad absoluta y todos tenemos que comer.