viernes, 26 de septiembre de 2008

Homenaje a Gerard Vergés


En las Terres de l'Ebre, muy activas literàriamente en estos últimos años, se ha hecho un homenaje al escritor Gerard Vergés y me sumo a la propuesta de colgar en el blog alguno de sus poemas. He encontrado en la Biblioteca Cervantes una breve antología suya, con traducciones al castellano excelentes, de Ramón García Mateos, una pequeña muestra de su genialidad poética. Las versiones originales, en mi blog en catalàn.



Sierra de Pàndols

En la tierra surcada de trincheras,
donde la flor azul
y dulce del espliego

sin tregua convocaba a las abejas:

Allí permanecían
los soldados vencidos.


Poema que versa sobre distintos olores


Gatos surrealistas fornicaban
blancos de luna por las azoteas.
Por la ventana —noches de verano—
entraba la fragancia del jazmín.
Y en las noches de lluvia me llegaba
un aroma de tierra y de simiente.

Yo tenía diez años, y aquel pueblo
era un pueblo río arriba, con huertas,
norias y una calle muy larga, polvo
y moscas rehilando entre las meadas

de perro y el estiércol. (Nada lírico
era en el mes de agosto, al mediodía,
aquel hedor hiriente). Bien distinto

el pequeño comercio de mis tías
—de María y Clotilde— siempre en sombra,

con fragancia y frescor de mejorana
y albahaca florida en el jardín.

Y recuerdo el aroma del tabaco
dispuesto en los estantes, el olor
de azúcar cande, olor de regaliz,
de pimentón, de moscatel, de cáñamo,
de pliegos de papel donde pintaba
altas torres y pórticos soñados.

(María me entregó un libro de solfa
y Clotilde, soldaditos de plomo
y bolas nacaradas de colores).

Hubo una vez que el río inundó el pueblo.
Cuando menguó, era todo hediondez
de albañales y escamas de pescado,
de fruta descompuesta y de sentina.

Cálida fue después la primavera,
brotaron los perales y sus flores
eran la espuma blanca del paisaje.
Los pájaros cantaban. Conocí

a Josefina: doce años y rubia.
(La piel le olía sólo a jabón y a agua).




viernes, 19 de septiembre de 2008

Verdades, mentiras, estudios y estadísticas

He escrito en mi blog en català sobre el tema de los estudios. No sé si en el resto de España se hacen tantos estudios, estadísticas y cosas parecidas. El hecho es que una vive con cierta normalidad, en mi caso hasta ahora y desde hace treinta años, trabajando en una escuela pública que ha cambiado bastante, no siempre para mejorar, sobre todo en aspectos no materiales, y que contempla los niños y niñas de hoy con cierta ternura de abuelita en potencia. Una va de vacaciones y encuentra por todas partes veraneantes y personas comiendo en restaurantes y haciendo excursiones. Gente, por lo general, amable y educada, con alguna excepción puntual que no vale la pena tener en cuenta.

De pronto surgen los estudios. Estudios que nos advierten de que los niños de hoy son obesos, están mediocremente educados, que Cataluña está peor que nunca en educación, que España está a la cola de no sé cuantas cosas, que la crisis nos atenaza. Datos supuestamente objectivos, recogidos por estudios hechos por fundaciones privadas, muchas veces con dinero público. Además, desde una institución medica de prestigio se nos avisa del gran número de niños con depresiones y diversas enfermedades mentales. Y aún hay más, los niños se sienten solos, los padres sólo hacen que trabajar y pagar hipotecas y nuestros cachorrillos se pegan al ordenador y a la video consola, demonios de nuestro tiempo, con afición desmedida. Y nuestros adolescentes y jóvenes no tienen proyectos de trabajo, no usan condones y desperdician los fines de semanas en juergas inacabales. Para colmo de males, la immigración es una especie de bomba en potencia que ha contribuído a bajar niveles de sueldos y de educación...

Más todavía, según estudios, los catalanes somos no sé como, nos sentimos incómodos en España, donde no nos quieren ni nos pagan lo que hace falta, y una gran mayoría querría tener un estado propio. Propio de los que manden, claro. Y aún más, en el resto de España creen que se persigue el castellano de forma cruel y genocida, cosa que mucho periodismo integrista fomenta desde radios y periódicos. La vida normal y corriente nos dice, sobre muchas de todas esas cosas, todo lo contrario, que tenemos escuelas dignas, aunque se hagan muchas tonterías en ellas, tonterías fomentadas por ese tipo de estudios y por políticas de buenismo tonto, que los niños son como siempre, que las familias los quieren y protegen y hacen lo que pueden por ellos, trabajando y llevándolos al cámping durante el fin de semana. Que en Catalunya la gente habla y escribe como quiere, que en el resto de España hay un montón de gente estupenda y acogedora que no te mira de reojo a causa de ser catalana, aunque siempre es de esperar algún tópico recíproco al uso, cosa que también pasa en otras partes, ya que recuerdo una tertulia vecinal en Francia, donde tenemos parientes, en la que aguanté estoicamente un exceso de chistes sobre toreros españoles, de bastante mal gusto vistos desde mi óptica peninsular, pero que no me tomé a mal, ni mucho menos, cuando yo misma he dicho grandes tonterías sobre los franchutes en muchas ocasiones. Cuando alguien me dice cómo són los madrileños, los gallegos, los alemanes, los musulmanes, los hispanoamericanos, los del pueblo de al lado o los del barrio vecino, así, en bloque, se me ponen los pelos de punta. Aún se me ponen más de punta cuando me dicen ‘como somos’ los catalanes...

Los estudios son peligrosos cuando afirman según qué cosas con bases supuestamente serias y científicas sin tener en cuenta qué és lo que se quiere conseguir con ellos. Muchas veces no se explica la metodología seguida con precisión, por cierto. Corre por internet la historia de un padre analfabeto que pone un negocio boyante de bocadillos, gana dinero y manda el hijo a la universidad. Cuando el hijo va a vistar al padre, ya licenciado, le explica que hay una crisis, que hay que reducir gastos, y el padre baja el nivel de su producción, no hace publicidad y acaba por echar a rodar el negocio. ‘Suerte que mi hijo, que tiene estudios, me explicó que había crisis’, razona. Hace poco vi por televisión la excelente película ‘Europa, Europa’ que cuenta el caso real de Solomon Perel, un jovencito judío que sobrevivió fingiendo ser nazi, ya que prefirió vivir como pudo que morir heroicamente, cosa muy humana. Las clases que se daban a esos jóvenes alemanes, reproducidas en la película, eran supuestamente científicas, basadas en estudios ‘serios’, los judíos eran así y asá y había que eliminarlos. Los arios, raza superior sin duda, eran muy distintos, superhombres, claro, estaba plenamente demostrado. Fue un caso extremo, pero a distintos niveles las guerras basan su lógica en estudios y informaciones periodísticas interesadas. En mi juventud había estudios médicos serios y científicos que mostraban, con fotografies incluso, como la masturbación conducía a la locura y la ceguera. El caso es que tienes un vecino con el cual convives como puedes, a veces incluso muy bien, pero de pronto los estudios te lo muestran como perteneciente a algún grupo poco deseable o él te ve a ti como integrante de un grupo ideológico detestable, de una minoría étnica peligrosa, y las cosas se vam liando, liando, hasta que acabamos muy mal. Veáse la historia. Y tienes unos alumnos normalitos, en una escuela con un tanto por ciento alto de immigración, grupos donde hay de todo, con minorías excelentes incluso, y también alguna oveja negra, como ha pasado siempre, con unos padres trabajadores y, en su gran mayoría, responsables al nivel que pueden y les dejan, y de pronto empiezas a mirarlos a todos con cierta prevención: gordos, mal educados, deprimidos, inconscientes, solitarios, adictos a la vídeo consola????



sábado, 13 de septiembre de 2008

Raquel Meller y Tarazona





He estado en Tarazona, hermosa ciudad aragonesa, en un pequeño, céntrico y encantador hostal, Santa Águeda, situado en la calle Visconti. He buscado información sobre esos Visconti de Tarazona y he encontrado poca cosa, más allá del hecho que un personaje de la familia emparentó con una familia de la ciudad y tuvo una gran relevancia social durante el siglo XIX. Me cuenta el dueño del hotel que la casa donde está situado es sefardita y tiene seiscientos años, que la hermosa cama de hierro de mi habitación tiene doscientos.


El hotel alberga una impresionante exposición documental sobre Raquel Meller. Montse, la dueña, pertenece de forma muy activa a la Asociación dedicada a esta cantante que existe en la ciudad. Mi marido escogió el hotel porque vio en la web la existencia de ese pequeño museo y hace poco tiempo di una charla sobre la artista en mi barrio, Poble-sec, pertenezco también a una asociación sobre historia local, modesta, modestísima. Tengo una gran fe en las asociaciones cívicas de todo tipo, culturales, deportivas, musicales. Y también en los historiadores locales. Hacen un trabajo muy importante, a veces poco reconocido, en ocasiones utilitzado a la larga por los poderes públicos que se apuntan al carro cuando la cosa toma dimensiones importantes.


No soy especialista en Raquel Meller ni en nada. Creo que la casualidad ha hecho que el personaje llegase hasta mí a través de mis recuerdos infantiles, durante la época de Sara Montiel se recuperó el cuplé y yo había cantado muchos, disfrazada, delante de un viejo espejo de la habitación de mi abuelo. Una vecina de mi escalera había sido también artista y contaba anécdotas sobre ella y su carácter, difícil. Meller odiaba la forma de cantar de Montiel, entonces no lo entendía, porque Montiel me sonaba más moderna, pero sí ahora. El último cuplé pretendió ser una biografía no oficial de Raquel, pero Meller, que tenía un carácter fuerte y luchador llevó a los tribunales a los responsables. De hecho, la película tiene sabor y me gusta porque sale en ella el viejo Molino del Paralelo, pero de biografía de Meller, nada de nada.



En Tarazona hay también un museo sobre Raquel Meller en el Teatro Bellas Artes, pero no tiene horario fijo, ya que sólo es visible cuando hay cine o alguna actividad. Creo que el tema mejorará con el tiempo, cuando los poderes públicos vean el gran potencial cultural y turístico que puede generar el recuerdo de esa artista que nació en Tarazona, vivió algún tiempo en la Rioja, empezó y triunfó como artista en Barcelona, residió en París y la Costa Azul y regresó a Barcelona, donde murió. Recordar a alguien en las ciudades grandes es difícil, hay demasiado material y el presente borra el pasado muy pronto. De hecho, Meller fue una ciudadana del mundo, estuvo en muchos países, trabajo en Hollywood y reinó en el País de entreguerras, mítico y mitificado, al mismo nivel de popularidad que Baker o Mistinguette. Me cuenta la señora Montse que van a publicar un libro muy completo y ambicioso sobre la artista, hay muchas pequeñas biografías, pero con poca documentación y poco rigor detrás. Compré un delicioso volumen editado recientemente, con fotos, de María Dolores Calvo, la presidenta de la asociación, de esos libros que es imposible, ay, encontrar en librerías convencionales. Me cuentan que se encontró mucha documentación a través de Matilde, la hija de Carlos Vazquez, el artista que más la pintó, y con la cuál tuvo Meller una gran amistad. Hablamos de su carácter, difícil, fuerte, capaz de reacciones violentas pero también de generosidades sin límite, de los muchos mitos que corrian sobre ella, como su supuesta participación en el trágico fin de Mata-Hari, en el que no tuvo nada que ver.



Me entero que hace poco estuvieron en Barcelona, en la Casa del Mar, cerca de mi casa. Y yo sin saberlo! Es también poco conocida, más allá de los círculos interesados, Corita Viamonte, la mejor cantante de cuplés que existe actualmente, aragonesa y que actúa a menudo en esos actos. Resulta casi imposible hoy encontrar discos de Raquel Meller, las películas se han olvidado, aunque creo que está en camino una copia de Los arlequines de seda y oro. La gente que desayuna en el minúsculo y encantador comedor del hotel queda fascinada, me doy cuenta, por las imágenes de la artista. Esa mirada entre ingenua y distante, ese rostro expresivo, distante, familiar, exótico, tradicional, modernísimo. Meller, creo, es mucho más fascinante seria que sonriendo. Meller vestida de mil maneras, peinada de centenares de formas distintas, pero siempre atractiva, con ese atractivo que no responde a nada concreto sinó a una especie de don celestial. Los clientes preguntan, se sorprenden. La alabaron como artista todas las personas importantes de su tiempo, Guimerá, Apel·les Mestres, Huxley, Machado, Chaplin, Sorolla, María Guerrero y Sara Bernhard que lamentaban que no se dedicase más al teatro. Hay en la pequeña salita una minicadena con algunas canciones de Meller, La Violetera, doña Mariquilla.

Quizá hoy no somos capaces de valorar el cambio que en la interpretación de los cuplés representó Meller, vocalizando de forma perfecta, sin recurrir a la picaresca algo grosera, en boga en aquel momento. Hubo también otras grandes cantantes del género y algunas se retiraron al casarse, cosa habitual en la época, como la gran Mercedes Serós, catalana. Meller cantó también tangos, incluso sardanas, hizo cine de forma excelente, su fotogénica mirada muestra ese extraño don de seducción que tuvo. Somos, en general, en nuestro país, poco fieles al recuerdo de los grandes. Una gran diferencia con la vecina Francia, donde por la radio se pueden escuchar a menudo cantantes ya desaparecidos, vivos siempre en el imaginario colectivo. Creo que la guerra rompió muchas cosas, también esa capacidad de recuerdo, es como si un largo camino de cultura se hubiese visto de repente al borde de un precipicio inmenso pero hoy, cuando para circular de un lugar a otro se construyen esos puentes impresionantes, es tiempo también de puentes espirituales y de recuperación de paisajes perdidos. Al menos, ese es mi sueño.
La imagen es la del famoso cuadro de Carlos Vázquez, con Meller cantando El Relicario. Al fondo, la encantadora plaza de toros antigua de Tarazona.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Josephine Baker, un recuerdo



Entre mis lecturas veraniegas he recuperado un libro que me regaló mi hijo y que tenía en espera. En mi juventud era casi imposible tener en casa libros sin leer, pero no había la oferta de bibliotecas actual y el libro no se había convertido en un objeto de consumo, relativamente barato si no es de actualidad.
El libro del que hablo es Jazz Cleopatra, una biografía sobre Josephine Baker, atendiendo también a la época en que vivió. Este libro, de Phiyllis Rose, pasó por nuestros mostradores sin pena ni gloria, poca gente recuerda hoy y aquí a Baker. De pequeña, en la gris Barcelona de postguerra, había oído hablar de ella como de una bailarina escandalosa, medio desnuda, con su cinturón de plátanos y sus movimientos sensuales y extraños. Sin embargo, en aquella época Baker ya se había convertido en una gran señora del music-hall, una mujer comprometida con muchas causas, con una tribu multicolor de doce niños adoptados.
Baker nació en el Saint Louis de las luchas raciales y pasó muchas penalidades de pequeña. Europa la entendió mejor que América, quizá porque el París de la época se había forjado una fantasía sobre la sensualidad africana que ella, en teoría, mostraba, aunque de africana no tenía nada, ya. El exotismo siempre tiene éxito y despierta curiosidad. Sus movimientos flexibles, incluídos unos ojos que controlaba a voluntad, ejercían un gran magnetismo en el público de la época.
Sirvió a muchas causas justas, la Resistencia, la Cruz Roja, la defensa de los derechos de los afro-americanos... Murió antes de los setenta años, en 1975 y Francia le rindió honores militares, era respetada y querida, aunque pasó también apuros económicos en muchas ocasiones.
Yo la vi por televisión, en uno de aquellos programas en blanco y negro que emitían desde Barcelona, desde los estudios de Miramar, hoy destrozados con la construcción de un hotel exagerado y absurdo. Franz Joham, el hombre de los Vieneses, presentaba un programa musical las noches de los martes. Educado, de un estilo que se ha perdido, Joham colocaba una escalera cuando venía una gran señora de la música, para hacer descender por allí la estrella invitada. Baker fue una de ellas: elegante, glamourosa, con plumas y vestido largo, muy lejana ya de la escandalosa joven de los años veinte y el charlestón, Baker despertó la expectación de mi vecindario. Entonces sólo tenía televisión una vecina de la escalera y nos invitaba a contemplar los programas en su casa, a menudo.
Ante aquellos sobrios programas de variedades televisivas siempre se hacían inocentes comentarios sobre la diferencia entre Madrid y Barcelona, Barcelona, claro, siempre era más fina y elegante en su programación y presentación, como no podía ser de otro modo, mirando la televisión desde el Poble-sec. Incluso yo fuí a Miramar una vez, a un concurso que hacían los domingos, después de las marionetas de Herta Frankel, dirigido a niños y niñas de tercero del bachillerato de entonces, Matrícula de Honor. Era aquel estudio como una salita casera y el presentador, Luis Pruneda, desaparecido prematuramente, y su esposa, trataban a los participantes con una gran amabilidad. Todo era pequeño, a medida humana. He ido con la escuela a algún programa de los de ahora y todo es a lo grande, impersonal y bastante falso. O me lo parece. Gané un reloj Duward, era entonces el reloj un objeto de deseo importante para niños y mayores.
Podemos contemplar a Baker fàcilmente, en muchos vídeos a nuestro alcance y escucharla en discos comercializados actualmente, ha tenido más suerte que 'nuestra' Meller, artista tanto o más conocida en su época, aunque no tan simpática ni tan humana como Josephine, las cosas como son, aunque esa es otra historia. Por cierto, Marujita Díaz, en sus buenos tiempos, interpretó muy bien uno de los éxitos Bakerianos, La pequeña tonkinesa, en una película ambientada en los años veinte.