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viernes, 17 de julio de 2020

MEDITACIONES ESTIVALES DESACOMPLEJADAS



Llevo tiempo sin entrar en este y otros blogs personales, así que pido excusas si no he contestado algunos interesantes y amables comentarios. También he encontrado sin borrar comentarios de esos raritos, en árabe o chino o con extraños mensajes misteriosos, no sé de donde salen però se reproducen y se introducen por todas partes. Los más surrealistas hacen referencia a una conspiración en la cual están un famoso señor americano muy rico y su secta, para eliminar a una gran parte de la población, gracias a ese virus, inventado  por ellos, según esas informaciones.

No hay que reirse demasiado de las conspiraciones, a veces, muy pocas, pueden ser verdad. Por ejemplo, yo no me creí, en su tiempo, que Isabel Preysler se fuese a casar con el señor Boyer pero era cierto y bien cierto. El otro día le contaba a una joven y amable peluquera que se ofreció, en estos tiempos difíciles, a cortarme el pelo, las cosas que por la radio se decían, en aquella época, sobre las habilidades amorosas de la dama, ligadas a sus orígenes filipinos, como aquello del carrete. No lo voy a repetir ahora, los jóvenes curiosos deberán consultar hemerotecas. No sé si su pareja actual, Vargas Llosa, sabrá algo sobre el tema. 

Esta tarde han cortado una película que me estaba mirando para que la alcaldesa de Barcelona me informase sobre la triste situación actual y el reconfinamiento inevitable, si no nos portamos bien, será peor. Yo es que creo que ya me porto bien y no he entendido nunca porque en la escuela había que castigar a toda la clase por las gamberradas de media docena. Y, en todo caso, incluso en la escuela, las gamberradas de las minorías eran culpa de la autoridad y de su poca eficacia.

Un cuento de Margaret Atwood cuenta como un grupo de jóvenes airados se dedica a atacar residencias de gente rica o de clase media. El personal huye antes del ataque y los ancianos y ancianas son eliminados sin piedad en nombre de una justicia que parece, incluso, razonable, ocupan sitio y gastan recursos que hacen falta a las nuevas generaciones. Una viejecita, gracias a un amigo de su edad, que se da cuenta del peligro, consigue escapar. És una fábula però sin pretensiones morales excesivas. Hace pensar. Sobretodo a los que ya estamos en esa etapa eufeísticamente llamada 'de mayores', de mayores vulnerables, edad de  riesgo, todo eso que nos dicen hoy cuando hace poco nos predicaban vejeces activas y creativas y nos incitaban al consumo de fármacos y gimnasias y carretes.

La vida pasa y la verdad asoma, ya lo dijo el poeta, y sus versos se han repetido hasta la saciedad. La noche de verano cae sobre Barcelona, un grupo de bonitas golondrinas cruza el cielo pero, según me cuenta mi hermano, del viejo solar abandonado desde hace casi cuarenta años, donde estuvo el bonito teatro Talía y donde se podrían hacer pisos asequibles, salen al anochecer ratas como conejos de grandes. El mundo es diverso y contradictorio y los virus actuales nos recuerdan que somos humanos y perecederos. 

martes, 28 de enero de 2020

HERENCIAS FAMILIARES


Emilio Gutiérrez Caba, (Valladolid, 1942), ha publicado un libro excelente y entrañable, dedicado a las mujeres de su familia. Los que ya tenemos algunos años y somos, más o menos, de la generación del actor, evocaremos teatros, obras, situaciones y hechos que, de forma inevitable, se van borrando con el paso del tiempo. Muchas de esas cosas forman parte de nuestro imaginario sentimental, de nuestra propia vida. El libro va más allá del tema familiar, es un repaso por la historia del teatro en España, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Del teatro, del cine, de la televisión... 

A la generación de mis padres también les habría gustado el libro y habrían recordado a mucha gente del pasado, olvidada hoy. Las mujeres de la familia del actor tienen un espléndido inicio con esa tía Leocadia, impresionante y valiente personaje, que no se casó ni tuvo hijos. Ni tampoco consiguió que llevase su nombre alguna descendiente, lástima. Sobrinas suyas fueron Julia e Irene Caba Alba, está última madre del autor. Irene estuvo condicionada por sus responsabilidades familiares y no pudo brillar como merecía, aunque trabajó mucho. Hoy existe una actriz joven y en activo, Irene Escolar, nieta de Irene.

Julia Caba Alba va ligada al imaginario de mi infancia, nos reímos mucho con ella, salia en un montón de películas de la época, de esas que más adelante consideré españoladas, con pocas excepciones, y que hoy me merecen un gran respeto, sobre todo a causa de los excelentes actores y actrices que dignifican guiones mediocres. Irene y Julia Gutiérrez Caba ya pertenecen a la modernidad televisiva, aunque trabajaron mucho en el teatro y también, sobre todo Julia, en el cine. Irene murió de forma prematura, Julia todavía está en activo. Son actrices que en otro contexto y con más oportunidades serían del nivel de Mirren, de Katherine Hepburn, de Meryl Streep, lo mismo que su hermano pequeño, que las evoca y reivindica con ternura y objetividad.

Emilio Gutiérrez Caba fue uno de esos jóvenes actores de los cuales nos enamoramos en la adolescencia, lo vimos en el cine, en la televisión, en el teatro. Es hoy un gran actor que merecería, también, más reconocimiento. La familia, en cierta manera, condicionó la vocación familiar de sus componentes. En algún momento, dice el autor  del libro, tuvo ganas de escaparse y no ir al teatro a trabajar. Eso pasa en todas las profesiones, en general. La vida nos condiciona, nos limita, nos encarrila. Y, como se refleja en el libro, siempre quedan cosas por saber, por preguntar, afectos que no hemos manifestado como desearíamos.

Algunas reflexiones me evocaron al gran Fernán Gómez y su tiempo amarillo. Emilio Gutiérrez Caba, que yo sepa, solo ha publicado otro libro, el interesante Vinos de cine. Espero que con todo lo que sabe sobre la profesión se decida a escribir y publicar más, ahora que se encuentra en ese tiempo de madurez irreversible, de experiencia inteligente acumulada. El libro hace un homenaje a las mujeres de su familia y está dedicado a las actrices, los hombres, en algunos casos, parecen hacer, como decimos en catalán, més nosa que servei. Actualmente tengo preferencia por ese tipo de libros que por las novelas, puede ser porque he leído algunas de bastante mediocres en los últimos tiempos, muy bien promocionadas, eso sí. Una delicia de libro, obsequio de los Reyes Magos.


lunes, 5 de noviembre de 2018

IMPOSTURAS Y FALSEDADES HUMANAS

María Lejárraga.JPG

Sergio Vila-Sanjuán evocava, hace pocos días, en La Vanguardia, a María Lejárraga, a causa de los paralelismos de su historia con la que se relata en la película La buena esposa. Más allá de los indudables paralelismos son dos historias muy diferentes, incluso por lo que se refiere a la época. Lejárraga fue una mujer extraordinaria, en las últimas décadas se la ha reivindicado bastante, como a otras de su época, esos años extraordinarios de antes de la Guerra Civil. Fue también una víctima del exilio causado por la guerra civil, murió en Buenos Aires, pero supo reinventarse y trabajó mucho. Otro tema es que no sea tan leída, hoy, como debería. Cuando yo era pequeña emitían mucho teatro por la radio y recuerdo que ya escuché comentar a mi madre, entonces, que las obras de Martínez Sierra las escribía su mujer. Por cierto, conoció, apreció y adaptó a Santiago Rusiñol, me gusta insistir en las relaciones intelectuales o del tipo que sean entre la cultura castellana y la catalana porque se han olvidado o se ocultan de forma interesada.

Hay personas a quienes no les ha gustado la película, a pesar de la gran interpretació de Close, hoy nos cuesta de entender que una mujer se situe en  ese lugar secundario y se avenga a ser explotada intelectualmente. Más raro debería parecer que un hombre inteligente no tenga la suficiente dignidad como para no reconocer esas  cosas. Y todavía es peor que una mujer, hoy, aguante malos tratos. En el campo intelectual, pero también en el científico, hay muchas historias de este tipo, y no tan solo entre hombres y mujeres, también entre profesores y alumnos, investigadores y estudiantes que dependen de ellos... 

He escuchado quejas en este sentido de gente joven, sin embargo cuesta denunciar ese tipo de cosas, nadie quiere quedarse  sin trabajo ni cerrarse puertas, vease como están dejando a la pobre Andrea Ros por haber dicho que el genio teatral era un grosero. Las denuncias, para prosperar, requieren cierta simetría entre denunciante y denunciado. Hace algún tiempo me enteré de qué una persona relativamente joven, una mujer que trabaja en el campo de la ciencia, redactaba informes y textos que  firmaban sesudos señores de prestigio. Eso sí, le pagaban muy bien, y la coartada personal, como siempre, es aquello de que si no lo hago yo lo hará otro.

Una película de 1993 (los sucesos de La buena esposa se situan en 1992), Azul, de Kieslowski, que  formaba parte de una trilogía, narraba como una mujer, Binoche, muy joven, pierde a su marido en un accidente. Era músico, compositor, íbamos sabiendo que era ella quién escribía una gran parte de sus creaciones. No recuerdo que en aquel momento se comentase en exceso esa parte del argumento. Hace pocos años se descubrió que los méritos de unos trabajos científicos que llevaron a señores importantes a conseguir un Nobel eran fruto, sobretodo, del trabajo de una dama. 

La buena esposa se ha basado en una novela de una buena escritora, poco conocida todavía entre nosotros, Meg Wolitzer. La editorial ha aprovechado lo del cine para reeditarla, tan sólo este libro y otro de la autora estaban traducidos al castellano. El libro profundiza, como es lógico, en la psicología del personaje y hace un poco de trampa, la autoría femenina, que en la peli se ve venir, en el libro es un misterio que se resuelve al final. Un tema interesante del libro es el sarcasmo divertido con qué se retrata el mundo intelectual, en ese caso americano, pero con muchos paralelismos con lo que pasa por aquí. Escuché comentar a una gran actriz, hace años, que unos de los que más decepcionan son los escritores, a menudo tiene poco que ver lo que escriben con cómo son. Pero eso quizás pasa en todas las profesiones, los maestros podemos tener hijos complicados y muchos médicos llevan vidas bastante poco sanas. Es aquello de consejos vendo, pero para mi no tengo.

Evocación al margen

Justo hace  un mes escribí la entrada anterior al blog, recordando a Curro Jiménez. Todavía entonces Alvaro de Luna era de los últimos supervivientes del conjunto pero nos ha dejado hace poco. En una entrevista que he leído el actor ironizaba con qué nunca era el que enamoraba a la chica pero eso es relativo, en uno de los capitulos de Curro Jiménez enamoraba a una bruja encantadora, Verónica Forqué, aunque la cosa no acababa bien, a menudo los amores, en ese tipo de series, no eran definitivos, lo exigia el guión. Descanse en paz, el inmortal Algarrobo, un gran actor, por cierto.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

EVOCACIONES DIVERSAS PARA EL DÍA DE DIFUNTOS



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Modest Urgell, 'Cementiri'

Hoy es el día de Difuntos, aunque esta celebración ha quedado diluída con el día de Todos los Santos. Todo ha cambiado, más bien todo va cambiando siempre en una especie de goteo imperceptible, por eso Galdós compara la vida en una de sus novelas con un árbol de hoja perenne, parece que jamás queda desnudo del todo pero sus hojas se van renovando de forma constante, casi imperceptible, a no ser que alguna catástrofe imprevista consiga dejar tan sólo sus ramas en algun momento.

A pesar de cierta frivolización en las costumbres, a pesar de la tendencia de la sociedad moderna y occidental hacia el laicismo y aunque ya no recemos en esa noche tres partes de rosario ni padrenuestros a las almas del purgatorio, la muerte continua siendo un misterio. Lo es también la vida, claro, pero es otro tipo de misterio y mientras tenemos salud y perspectivas de futuro la vida suele ser amable para mucha gente, aunque no para todos, el azar también cuenta. 

Los cuentos y leyendas de miedo se han reinventado pero persisten en nuestro imaginario, aunque ahora se conviertan en imágenes cinematográficas, televisivas. Uno de los cuentos de miedo que más me impresionó, de pequeña, fue el del Monte de  las ánimas, en esa narración de Bécquer tan evocadora y terrible. Uno de los aspectos más angustiosos de la historia es intuir que esa pareja podía haber sido feliz y llevar una vida tranquila, incluso cómoda, considerando la época. Como en tantos casos literarios, la culpa la tuvo ella, claro. Escuché por primera vez esa narración por la radio, en aquellos años míticos de mi infancia. 

La radio, sobre todo por la noche, conserva todavía una magia contundente, inspiradora. Hace pocos días escuché otro cuento de miedo, por casualidad, El rey del bosque, una adaptacion de El rey de los Elfos, de John Connolly, en el espacio Negra y criminal, en una versión magistral, una reemisión, de hecho, que me hizo recordar la radio de antaño, en la cual eran frecuentes los espacios teatralizados, una lástima que hoy sean casi una excepcion. No diré que pasé miedo, a mi edad el miedo es otra cosa muy distinta a ese miedo de la infancia, cuando todavía crees sin fisuras en leyendas y hechos sobrenaturales, pero sí que experimenté cierta angustia, algo inexplicable, esa inquietud que sabes que es absurda pero evidente.

El cuento de Bécquer solia leerlo a chicos y chicas de la antigua Segunda Etapa de EGB, en mis años en activo. En una ocasión, en medio de un silencio sepulcral, alguien llamó a la puerta del aula mientras el protagonista se perdía por las montañas, buscando la cinta de Beatriz, y el susto fue tremendo, se había establecido una extraña magia, no era fácil tener aquellos alumnos en silencio, en tanto silencio.


Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche. 

(Gustavo Adolfo Bécquer, 'El monte de las ánimas'

 
Los antiguos libros escolares de gramática contenían mucha literatura y, además, se completaban con antologías serias. En un viejo baúl que teníamos en casa, se guardaban libros escolares de mi madre, incluso de mi abuelo, llenos de poesías antiguas. La gente, antes, se sabía muchas poesías. Las recitaba, las citaba, las leía y releía. Corrían por mi casa además unos antiguos cuadernillas que mis abuelos habrian comprado en algún quiosco pretérito, con poemas diversos. Aprendí a leer en catalán con un libro de poemas muy popular, El trobador català,  que mi abuelo había leído en la escuela. 

La editorial Millá, inolvidable, tenía unas publicaciones sencillas, todavía muchas de ellas se pueden encontrar en las librerías reales y virtuales de segunda mano, con poesías para niños, patrióticas, sentimentales, dramatizables, humorísticas. Hoy hay quién dice que no le gusta la poesía, se refiere a la poesia más avanguardista, algo rarita, que no rima ni tiene ritmo, incluso muchas canciones modernas actuales muestran ese desprecio por la ortodoxia. Las modas son pasajeras, en pintura se despreció el realismo y hoy el realismo ha vuelto y se ha modernizado y convive con abstracciones poliédricas. Así que cualquier día volvemos a rimar y a medir de forma general y a recitar en voz alta en cualquier celebración familiar o social. Muchos poemas de éxito popular eran tremendos, huérfanos sin madre, mujeres burladas, madres con hijos muertos, niños pobres, ancianos despreciados. Si los poemas se recitaban bien hacían llorar pero si el rapsoda era deficiente provocaban grandes risas y burlas.

En los libros escolares a menudo las poesías no estaban completas, se nos ofrecían fragmentos, como en el caso de esta de Juan Ramón, de la cual se reproducían los primeros versos, debajo del dibujo de un campanario con un cementerio al lado de la iglesia y una luna entre nubes oscuras. Todo era en blanco y negro. Pero al leer esos versos me parecía escuchar las campanas, muchas campanas, tocando a difuntos, esas campanas de antes que nos daban a conocer todas las novedades cercanas, bodas, bautizos, funerales. Ànimes difuntes, al cel ens veiem juntas, contaba mi padre que iba repitiendo por las calles de su pueblo cuando era muy pequeño y su padre le mandaba a por tabaco a la taberna, todo era muy oscuro y la visión de los cipreses del cementerio le producía escalofríos. 

Aunque los mayores de mi tiempo solían repetirnos que había que temer a los vivos y no a los muertos, ellos, que tan bien conocían la certeza que contenía esa frase recurrente, después de tanta tragedia, los muertos nos asustaban, de niños, con su posible presencia misteriosa. Durante la juventud de mi madre todavía había una tendencia popular a evocar espíritus, era un consuelo para personas que habían perdido hijos en la infancia o la primera juventud, algo mucho más frecuente que en el presente. Otro refugio era la iglesia, claro. Se trate como se trate a la muerte, bajo el sonido de las campanas o en un moderno y aséptico tanatorio, nada nos evita temer ese final del cual, de momento, no escaparemos, más tarde o más temprano. Hoy hay de todo pero esas creencias y prácticas no son, ni mucho menos, tan generales.

Una defensa contra el temor a la muerte ha sido el humor, humor negro, áspero, o humor irónico, casi inglés. Recuerdo poemitas humorísticos sobre el tema, 'en un día nublado, qué bonito es un entierro, con sus caballitos blancos, con sus caballitos negros, con su cajita de pino, con su muertecito dentro...' Hoy recitar esas tonterías parecería de mal gusto, el mal gusto se ha desplazado a los zombies mediáticos. Un clásico teatral de la época fue el Tenorio, todavía me pregunto los motivos a no ser que sea por los fantasmas que van surgiendo por todas partes y por su final apoteósico en el cementerio. Hoy está en recesión pero conformó un imaginario compartido, generó parodias de todo tipo, la gente se sabía esos versos de una forma más general y transversal que las canciones de Operación Triunfo, coreadas con entusiasmo por esos nostálgicos treintañeros que empiezan a darse cuenta, ya, de que la vida pasa y la verdad asoma.



Viento negro, luna blanca...

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
– ¡campanas que están doblando! –
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero, ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
– ¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario! –
Sentimentalismo, frío.
La ciuded está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.

Juan Ramón Jiménez

viernes, 5 de junio de 2015

EL SUR MÍTICO Y EL NORTE HOSTIL



La televisión nos está ofreciendo un largo y admirable ciclo sobre el cine español pero que no escapa a uno de los problemas de nuestro tiempo, la acumulación.  Demasiadas películas en pocos días castigan el producto, a mi entender e incluso ya se ha comentado que esos espacios tienen poca audiencia, las malditas audiencias presuponen que todo se calcula a lo grande y que la bondad de un producto va ligado al número de consumidores. 

Ya sé que en la actualidad una se puede grabar lo que sea, volverlo a ver cuando le parezca y todo eso, pero hay algo indefinible que nos hace valorar más las cosas cuando se nos ofrecen en dosis controladas y digeribles. Algunos canales recuperan en ocasiones miniseries de cuatro o más horas, pensadas para emitirse en capítulos semanales y que se passan seguidas, de arriba a abajo, en alguna larga tarde de sábado, cosa que las frivoliza aunque sean interesantes.

Hace tiempo comentaba con algunas personas que tengo películas en DVD que no me miro nunca y que, en cambio, vuelvo a mirar cuando las pasan por televisión. Me sorprendió combrobar que no era yo sola quién hacía eso, sinó que resulta bastante corriente. No sé el motivo, quizás hay algo misterioso que nos hace apetecible aquello que se supone que compartimos, cosa que explicaría el hecho de qué a veces se generen colas para contemplar cuadros de un pintor que tenemos olvidado en el museo local.
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Ayer pasaban por televisión ese monumento que es El Sur. Víctor Erice es un director inclasificable, que ha hecho muchas cosas poco conocidas y muy interesantes. Sin embargo el público normalito nos quedaremos siempre con El espíritu de la colmena y El Sur, con esas imágenes que recordamos incluso fuera de contexto y que forman parte de nuestro imaginario sentimental. Erice estuvo casado con otro personaje inclasificable, la escritora Adelaida García Morales, que tuvo un éxito brillante y efímero con ese relato y con El laberinto de las sirenas. Siguió escribiendo pero no fue lo mismo y en nuestro país, como cuenta con ironía Fernán Gómez en sus memorias, nunca eres famoso del todo, siempre has de estar renovando tus credenciales artísticas. 
García Morales se retiró a las Alpujarras y murió de forma todavía algo prematura, ya que hoy queremos creer que morir antes de los ochenta es morir joven. Falleció en septiembre de 2014 y su muerte la recogió la prensa de forma algo mezquina, ignoro si la gente joven de hoy, en general, sabe quién fue aunque El laberinto de las sirenas fue un libro obligado en algunos institutos como lectura de bachillerato, cosa que quizás lo perjudicó porque está lleno de referencias culturales muy elaboradas y para todo hace falta una cierta madurez aunque probablemente sirvió de semilla en algunas almas sensibles y precoces.


Parece que hubo un proyecto para llevar al cine El laberinto de las sirenas como hubo otro para filmar la segunda parte de El Sur. También hubo el proyecto de qué fuera Erice el director de El embrujo de Shangai pero acabó en manos de otro director que no fue capaz de extraer del libro de Marsé toda la magia posible. Hace poco comentaba que Delibes había tenido suerte con las adaptaciones de sus libros al cine, a Marsé le ha sucedido lo contrario.

El universo de los proyectos fallidos es muy interesante, casi tanto como el de los amores imposibles. El sur, la película, es mucho más que una historia ambigua y llena de nostalgias, es un libro de poesía visual en donde no sobra ni falta nada. Cada una de sus imágenes nos podría inspirar otras historias, poemas, pintura, dibujos, música. Todos los actores están muy bien pero resulta imposible no admirar a una Rafaela Aparicio en estado de gracia,  una de esas actrices de raza, a menudo mal entendidas y mal aprovechadas, condicionadas por su apariencia física.

Vimos a menudo fotos de Adelaida García Morales de joven, en el tiempo de sus éxitos literarios, aunque siempre fue persona discreta. Era una mujer muy bella, misteriosa, poco convencional. De mayor ya no la vimos tanto, seguía siendo hermosa y misteriosa pero nuestra sociedad no aprecia la belleza de la madurez, de la vejez, todavía menos si la gente engorda, las mujeres lo tienen peor que los hombres y muchas actrices y cantantes siguen el camino absurdo de los retoques y las dietas hasta quedar reducidas a momias. 

Una de esas personas que salen por la tele a hablar de tonterías comentaba en una ocasión que antes las damas preferían estar gorditas y tener menos arrugas, y que ahora prefieren estar delgadas y elegantes aunque tengan más repliegues.  Las mujeres se han liberado en teoría pero siguen, en gran parte, sujetas a modas absurdas como esos zapatos con talones imposibles e incómodos que limitan el movimiento o esos temas de estética tonta, siempre surgen nuevos corses con los cuales controlarnos y, encima, los encontramos bonitos.
El sur, aunque no tienen nada que ver, me evocó una película algo anterior en el tiempo de la cual también tengo hermosos recuerdos, Los días del pasado, de Mario Camus, lo mejor que hizo Marisol en ese papel de maestra andaluza perdida por un norte hostil para recuperar lo irrecuperable, la ilusión, personificada por ese fugitivo castigado por la guerra civil y que todavía quiere seguir luchando, interpretado por Gades, entonces pareja de la actriz. Dicen que la memoria es el mejor crítico aunque yo creo que también es un crítico subjetivo, extraño, a veces incluso injusto. 

Las películas, como los libros, van ligadas al momento vital en el cual las contemplamos, al lugar dónde las vimos, a las personas que nos acompañaban entonces. Por eso las relecturas, a veces, decepcionan. Sin embargo ayer comprobé que la película de Erice conserva, aumentada incluso, toda su magia. Y eso que ver una película por la tele no tiene nada que ver con disfrutarla en una sala convencional, cómoda, llena de gente, en pantalla grande.

Hay mucha literatura relacionada con los puntos cardinales, existe una filosofía para cada uno de ellos, una poesía del norte, del sur, del este y del oeste. A veces mitificamos alguno de ellos, el más desconocido para nosotros y queremos creer que un cambio de rumbo hará variar nuestra suerte, sin embargo la rosa de los vientos está en el interior de nuestras frágiles almas soñadoras.


sábado, 30 de mayo de 2015

SOBRE LIBROS, LITERATURA, ESCRITORES Y OTRAS TONTERÍAS



Hace años tenía yo sacralizada la literatura, como tantas otras cosas. También tenía sacralizada la universidad. E incluso sentía cierta reverencia por algunos productos alimenticios que eran para privilegiados o, en todo caso, consumibles tan sólo en fiestas señaladas. Lo mismo sucedía con objetos diversos que hoy són género de consumo rápido y en proporción mucho más baratos que antes, la ropa, el calzado, el material escolar.

El bienestar económico, aunque sea relativo y con subidas y bajadas, provoca cierta insensibilidad, comprar lo que sea ya no nos produce aquella emoción inexplicable e inefable de antes. Hace algún tiempo escuchaba el testimonio de un viejo barraquista, inmigrante en los años sesenta a aquella Barcelona, dónde convivía la miseria gravísima y eso que dio en llamarse la gauche divine y que no era ni una cosa ni otra, y explicaba el hombre como cualquier pequeño logro en el tema del bienestar econòmico hogareño era vivido como un gran triunfo personal.

Cuando empecé a trabajar como maestra recogía del suelo los trozos de lápices de colores y los guardaba en cajitas, se aprovechaba mucho papel impreso por una cara, para dibujar. Las papeletas sobrantes de las primeras elecciones eran un material muy apreciado. En estos últimos años las maestras parvulistas me subían cada curso al aula un montón de lápices de colores todavía en buen estado, porque a principio de curso a los niños les gustaba estrenar. Por mucho que se recicle y aproveche todo eso es relativo cuando no es necesario ni imprescindible, la verdad.

Vuelvo a la literatura. La producción de libros ha aumentado de forma exponencial, el libro tiene muy poco valor hoy, me lo dijo un señor que vino a vaciar el piso de mis padres cuando ellos murieron, el libro pesa, se llena de polvo, nadie lo quiere, con pocas excepciones. ¡¡¡Todo ha cambiado tanto!!! No es ni bueno ni malo, es así. Cada día llegan a mi buzón virtual montones de recomendaciones literarias, anuncios de presentaciones de libros, propagandas relacionadas con novedades. Me regalan libros nuevos a menudo, con la intención de qué escriba algún comentario sobre ellos en mis modestos blogs que leen cuatro gatos.

Todo es efímero y se vende poco, en relación a lo que se produce. Una bibliotecaria me aclaró, hace ya algunos años, cuando yo me mostraba reticente a la hora de hacer limpieza en la biblioteca escolar y comprar novedades  que más de un noventa por ciento de lo que se publica en dos años vuelve a ser pasta de papel. Incluso las editoriales prefieren reeditar viejos títulos, nueva cubierta, nueva tipografía, todo debe ser novedad o parecerlo. Incluso los libros de segunda mano, que hoy se pueden encontrar con facilidad por internet, han bajado de precio, con pocas excepciones.

Publicar no es fácil para la mayoría pero hoy existen soluciones al alcance de personas que prefieran editarse un libro a hacer, por ejemplo, un viajecito. Por no hablar de las ediciones virtuales. Otro aspecto es la difusión, la propaganda, pero eso no te lo garantiza ni una editorial convencional, lo que mejor funciona son los conocidos pero poca gente tiene parientes o conocidos importantes en los periódicos o en los medios de comunicación. En medio de esta abundancia se consume mucha tontería y pasan desapercibidos buenos libros, quizás siempre ha sido un poco así pero como antiguamente escribía poca gente y la educación no se había masificado el tema era muy diferente.

Hemos sacralizado en exceso la literatura, el arte, la música, se supone que lo que triunfa o triunfó es  bueno. Vana pretensión. Incluso la relectura de libros considerados clásicos, a mi tercera edad, me ha hecho percibir que tampoco aquellos libros oficialmente consagrados son lo que me parecieron en mi juventud. Se supone que leer es bueno, así, de forma global, pero yo creo que depende de lo que se lee, comer también es bueno e imprescindible, además, pero no todo es comestible ni digerible. Premios como el mismo Nobel están condicionados a la política, al mercado, incluso a la casualidad.

Leí hace poco tiempo el libro de Ayén sobre el boom de la novela hispanoamericano, unos autores triunfaron y otros, tan buenos como los primeros o más, no lo hicieron porque no tuvieron su oportunidad, su momento, su promoción adecuada. La gente antes no quería admitir que tiraba libros, era como un pecado, pero ahora ya te lo cuenta y lo acepta sin ninguna prevención. Se tiran libros en las bibliotecas, en las escuelas, en todas partes. Pocos lugares aceptan libros usados aunque estén, incluso, en buen estado.

Pasa algo parecido con la ropa, con la comida, con los viajes. Todo se ha masificado y frivolizado y la cosa también tiene su parte positiva que quizás sólo conseguiremos comprobar en perspectiva, cuando pasen los años. Uno puede autoeditarse sin tener que recurrir a hacer montones de copias para presentarse a premios que muchas veces están condicionados a criterios comerciales y que dependen también de la subjetividad de los jurados, sin tener que mandar ejemplares a editoriales diversas, pequeñas, medianas o grandes. Las pequeñas editoriales se encuentran con muchas dificultades y tampoco pueden apostar por según qué libros, en muchas ocasiones publican sobre seguro, más o menos, a personas que ya tienen relaciones en el mundo mediático, académico. Aunque eso tampoco asegura las ventas, al menos las ventas masivas. 

A cada bugada es perd un llençol, decimos, en catalán. Cada cambio cultural y social y lo que sea comporta ciertas pérdidas pero también mejoras en muchos aspectos que a menudo cuesta comprobar de forma inmediata, para todo hace falta perspectiva y la vida es corta para eso. Los grafómanos tenemos la posibilidad, al menos, de publicar de forma libre en sitios como este mismo blog, de forma gratuita, eso sí, pues si alguién sueña con hacerse rico con la literatura -o con tantas otras cosas- lo tiene claro. 

A alguno y a alguna les toca la lotería de vez en cuando, pero el cálculo de probabilidades nos demuestra lo difícil que es eso de hacerse rico y famoso, en la vida. Otro tema es la calidad, tema subjetivo, relacionado con modas e incluso con momentos vitales. Queremos creer que la calidad siempre flota por encima de la mediocridad pero eso no es así, al menos no siempre es así. Nadie sabe explicar con claridad qué es eso de la calidad. Hay gente que escribe muy bien textos aburridísimos y escritores imperfectos que tienen gancho. Hay quién critica que escriba tanta gente, normalmente opinan así los escritores con suerte y promoción, claro, no cuestionan que ellos mismos pueden sobrar o que quizás no son tan buenos como les han hecho creer.

El tema se puede aplicar a muchos sectores de la cultura. Un inmenso número de grandes actores no han pasado de secundarios mientras que una minoría, a veces no se sabe el motivo, ha triunfado, más o menos, porque en nuestro contexto el triunfo jamás es definitivo sinó puntual  e inestable, como sabe mucha gente. En todo caso ni el mejor de nuestros escritores más cercanos ganará en toda su vida lo que gana un futbolista de primera en una temporadita de darle al balón, claro que de futbolistas de primera hay muy pocos y que en el tema del futbol hay que demostrar de forma práctica si sirves o no sirves. 

Todo es relativo. La literatura, también.

sábado, 16 de mayo de 2015

FOTOGRAFÍAS QUE AMARILLEAN Y GENIALIDADES INCLASIFICABLES

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Por suerte para los lectores y para los admiradores del gran e inclasificable personaje que fue Fernando Fernán Gómez se han reeditado hace algún tiempo sus memorias, ampliadas y en un solo tomo, ya que anteriormente (Debate, 1988) se encontraban divididas en dos volúmenes.
No son unas memorias convencionales, cada apartado nos evoca paisajes perdidos, personajes entrañables, como esa madre soltera y artista y esa abuela inolvidable además de un gran número de actores, autores, directores, de diferentes épocas y situados en diversas circunstancias.  Pero también encontramos gente anónima, conocidos, vecinos, criadas, parientes, tenderos.
Admite el autor que se sintió muy amado por esa madre y esa abuela, a pesar de lo irregular de su situación y de los años difíciles que vivió. Lo seguimos en su infancia y adolescencia, agradecemos al destino la suerte que tuvo  de ser considerado argentino y librarse del frente, dónde tantos jóvenes, casi niños, murieron sin apenas haber vivido.
Fernando Fernán Gómez es discreto en muchos aspectos personales relacionados con sus amores, modesto en la apreciación de su trabajo,  humilde al evocar actos valerosos relacionados con temas políticos y sociales, en una época en la cual no era nada común que personas del teatro y del cine pusieran en peligro su trabajo o incluso su seguridad física. Incluso admite que la memoria es engañosa y que algunos detalles del libro no son exactos sino víctimas del recuerdo sentimental y de ese paso del tiempo que hace que todo amarillee.
Marcos Ordóñez, en un interesante comentario a esta reedición,  que se publicó en El País, insistía en la necesidad de un índice final con nombres de personajes, de películas, de libros.  También echaba en falta la cita de Miguel Hernández que da título al libro y percibía algunos errores. Sin embargo todo eso, que debe de ser tenido en cuenta, no reduce en nada el encanto que emana de esas páginas, literatura pura, y que podría ser perfectamente un conjunto de excelentes narraciones puesto que muchos de los capítulos tienen vida propia.
En el libro se incluye un magnífico prólogo de Luis Alegre, quien conoció a Fernando Fernán Gómez ya mayor, en los años noventa, cuando se había extendido una cierta opinión sobre su mal carácter, potenciada por una anécdota con  un admirador pelmazo que se repitió por la tele hasta la saciedad. El prólogo es también muy buena literatura y resulta conmovedor por los detalles que cuenta y el afecto y admiración evidentes por el personaje. El libro incluye bastantes fotografías pero podría haber muchas más, son imágenes que nos transportan a un pasado complejo recordado de forma amable,  con una sana dosis de humor inteligente y una distancia imprescindible, literaria sin pretensiones, moderadamente nostálgica.

FernandoFernán Gómez fue un personaje inclasificable, genial en muchos aspectos, hizo muchas cosas y todas las hizo bien aunque fuesen películas malas, sobre las cuales ironizaba en ocasiones. En un programa radiofónico reciente sobre cine, oí comentar que en otros países sería más considerado, admirado y conocido que gente como esos grandes mitos del cine francés, inglés, americano o italiano, salvando las distancias. Él mismo bromea con el tema en esas memorias singulares, en otros lugares llegas a actor famoso y ya lo eres para siempre pero en España un éxito o muchos éxitos no significan gran cosa, ni tampoco te aseguran una economía saneada de forma definitiva.

El tiempo amarillo nos habla de nuestro país sin dramatizar, de cómo se sobrevive en épocas difíciles, del mundo del cine, del teatro, de la literatura y de la vida cotidiana, nos muestra una guerra civil doméstica, una especie de epidemia que hay que pasar cómo sea para poder retornar a la normalidad precaria del mundo de los actores y de casi todo el mundo. No es éste un libro para leer de un tirón sino para disfrutarlo de forma lenta y poder volver hacia atrás si es necesario, actividad para la cual el índice que propone Marcos Ordóñez resultaría muy útil. Al leer este libro parece incluso poderse escuchar la personalísima voz de su protagonista contándonos su vida a su manera, a retazos, con esa magnífica carga de genialidad que se desprende del libro y que en cambio no convierte en ningún momento a su protagonista en un escritor pedante sino más bien en alguien que no está nunca satisfecho del todo con aquello que hace.


domingo, 3 de febrero de 2013

MAIGRET Y SU PIPA



Tengo la suerte de qué hayan instalado la nueva Filmoteca de Barcelona cerca de mi casa. Ayer fui a ver una de las tres películas del miniciclo dedicado a Maigret, creo que tiene relación con eso de la Semana Negra. Las Semanas Negras no son las que la gente normalita pasa a causa del paro y la crisis sinó una semana de eventos diversos relacionados con el auge de la novela de misterio, de suspense, policíaca o como se la quiera llamar. Es un género que hace años que vive una especie de esplendidez editorial que contribuye a la publicación -y venta- de muchas estupideces.

No soy contraria al género, me gustan las novelas de misterio cuando son buenas o pasables y saben mantener el interés del lector. Lo que ocurre es que el éxito de vendas produce una gran cantidad de paja, lo mismo que el auge de eso que llaman novela histórica, que  promociona muchas tonterías comercializadas con hipérboles inmerecidas. Lo que toca es vender. De joven leí con afición casi todo lo de Agatha Christie. Alguien enterado me criticó a la dama del crimen, siempre ha habido cierta competencia entre lo anglófono y lo francófono, y me regalo una novela de Maigret que, por cierto, no me gustó. 

Georges Simenon no ha sido nunca un autor de mi gusto. Lo he leído bastante, no sólo los libros de Maigret, sinó también sus otras novelas, siempre relativamente breves, cosa que se le criticó a menudo. Son buenas novelas, una cosa es que a mi no me convenzan y la otra que el escritor no tenga su mérito. Son libros inquietantes, poco amables, sombríos, en general. A medida que fui conociendo la vida del escritor mezclé, como suele pasar aunque sea algo injusto, su valor literario con el repelús que me provocaba ese personaje que flirteó bastante con los nazis, se declaró antisemita -cosa perceptible en muchos libros suyos-, violaba criadas y afirmaba haber hecho el amor con más de treinta mil mujeres. Fue un fanfarrón con un ego quilométrico y con bastantes sombras en su vida. Tuvo la suerte de ganar y poder gastar el dinero a raudales con sus libros, cosa difícil para cualquier escritor normalito. Con dinero se te perdona casi todo.

La francofonía tiene grandes recursos para reconvertir sus personajes emblemáticos en mitos, no es cainita, como la hispanidad o la catalanidad. Suma en lugar de restar. Simenon no era francés, era belga, y además murió en Suiza, pero eso no tiene importancia a la hora de reivindicarlo como de cultura francesa. No fue tratado siempre con amabilidad, se le reprochó la brevedad de sus obras de ficción, la limitación del vocabulario que empleaba -los expertos se entretienen en esas cosas- y el no haber escrito una gran novela gorda y pesada, de más de mil páginas. Sin embargo su obra conforma un gran mosaico interesante e inquietante. Recuerdo haberlo visto fotografiado en revistas, en mi infancia y juventud, con su pipa y su aspecto inofensivo, parecía todo un señor, un buenazo. Mucha gente que no quiere saber nada de escritores de derechas tipo Vargas Llosa alaba hoy a Simenon como representante de un europeismo se supone que muy recomendable y distinguido. Simenon es también una muestra de las miserias de ese europeísmo, de sus conflictos, sus pecados y sus traiciones. 

Hay quién cree que la literatura es algo que debe separarse de la vida del escritor. Quizás sea así. Podemos leer a Cervantes, a Tolstoy, a Maupassant, incluso a Maquiavelo, sin meternos demasiado con su vida privada. Todo nos queda muy lejos. Pero es difícil actuar así con los contemporáneos, necesitamos distancia. Por eso hay un gran interés en ocultar los pecados de la gente de culto, no sólo de los novelistas, de los poetas, sinó también de los grandes mitos ideológicos, políticos. Todo se va conociendo con cuentagotas gracias a arriesgados biógrafos, no siempre objetivos, aunque la objetividad es también un mito.

Maigret, el gran personaje de Simenon, ha sido interpretado por muchos grandes actores pero yo siempre lo relacionaré con Jean Gabin, el actor francés. Fue también un hombre complicado, con un ego excesivo pero no quiso saber nada con los nazis y se fue del país durante la ocupación, eso dice mucho a favor de él, pues incluso gente como Sartre se corría bastantes juergas en los cafés parisinos de la época del gobierno de Vichy. Fue un gran actor pero en su época le dieron un premio limón dedicado a los peores actores, o sea, que todo es subjectivo y condicionado a simpatías y antipatías diversas. Lo mismo podía ser un villano siniestro que un anciano venerable. Como Maigret está estupendo, este personaje es bastante agradecido con aquellos que lo interpretan, en general. Las películas de esa época, la de Gabin-Maigret, nos muestran la Francia profunda, muy alejada del mito que nos forjamos en España sobre el país vecino, confundiendo el estado francés con la libertad parisina. Con los años vas mirando las cosas sin cristales coloreados y te das cuenta de la poca inocencia que queda por ahí. 

Hace unos días acabé la Historia de un alemán de Sebastian Haffner. Son unas memorias apasionadas, terribles, escritas en vivo y en directo por su autor, en los años de la subida al poder de los nazis. Muestra, en ellas, cierta admiración por esa Francia próxima, por París. Son también espejismos juveniles, incluso en atisemitismo no tenian los franceses, desde hacía muchos años, nada que envidiar a los alemanes y bien que se demostró a la hora de colaborar con ellos en hacer limpieza étnica. Las circunstancias favorables -más bien desfavorables- provocaron que el horror del nazismo se desarrollara en plenitud en Alemania pero podía haber surgido en cualquier parte, con ese nombre o con otro. 

Nadie está vacunado contra la sinrazón colectiva. Del nazismo sabemos mucho pero, por ejemplo, las purgas estalinistas son todavía muy poco conocidas y condenadas. El mismo Satre sabía lo que pasaba por las Rusias, tenía conocidos por allí, purgados y torturados y lo silenciaba para no inquietar y  desmovilizar a los obreros comunistas. El hecho de que las víctimas se diversifiquen, resulten indiscriminadas y no pertenezcan a colectivos étnicos, políticos, religiosos o nacionales, hace mucho más difícil y poco cómoda  su reivindicación.

Personalmente, incluso intentando hacer una abstracción literaria de su producción, me sigue pareciendo Simenon sobrevalorado pero no soy experta en ese autor ni en ninguno y, en todo caso, debería releerlo desde la visión del siglo XXI, en perspectiva. Me temo que con las tonterías que se editan hoy con una buena cubierta y unos cuantos crímenes en el interior las novelas de Maigret me parecerán incluso sublimes, la verdad. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

TODO EL MUNDO ESCRIBE LIBROS, SOBRE TODO, NOVELAS





Una frase de Cicerón, muy repetida, asegura que corren malos tiempos, los hijos no obedecen a los padres y todo el mundo escribe libros. Los hijos llevan ya mucho tiempo sin obedecer, incluso han sido desobedientes en épocas mejores. Respecto a los libros, hay tal exceso en los mostradores de las librerías que ya no es posible separar el grano de la paja.

Yo he escrito bastante y publicado alguna cosa, siempre con grandes dificultades y nula promoción. He escrito casi siempre en catalán, me he traducido algunas cosas al castellano y no puedo negar la gran ilusión que hace contemplar algo que has escrito editado en papel. Creo sinceramente que lo que escribí no estaba mal del todo, lo releo al cabo del tiempo, que dicen que es un gran crítico y al menos no me produce vergüenza retrospectiva.

Hoy se escribe más de lo que se lee, mucho más. Todo es novedad. La síndrome del usar y tirar se ha extendido por todos los campos, también por el musical, por el literario. El tema comercial y el acceso a los medios de comunicación para promocionar un libro ha quedado casi condicionado a tu presencia en esos medios. Ganan premios y venden -algo- los tertulianos habituales, que son ya conocidos de la gente, los cómicos de la legua de la pantallita y pocos más. Nadie comprará lo que no conoce ni ve, más allá del conocido o el pariente. 

La literatura está sacralizada y percibo que la novela, aunque se critique el género, debe tener un gran prestigio todavía puesto que muchos periodistas, políticos, historiadores, presentadores de televisión, gente con cierta popularidad, acaba publicando su novela y consiguiendo una promoción relacionada con el hecho de ser ya popular. Las relaciones cuentan y nadie dejará verde el libro de un amigo, de un conocido. Yo no lo haría. Claro que los escritores que conozco tampoco son demasiado mediáticos.

Si publicas algo en las pocas pequeñas editoriales que se atreven a publicar algo de alguien poco conocido sabes que tendrás que moverte tú para vender, organizar presentaciones, hacerte autobombo en las redes sociales, cosas así, bien poco relacionadas con el valor literario de la obra, aunque eso del valor literario también es muy relativo, subjetivo y relacionado con modas y tendencias. Por cierto, existen editoriales pequeñitas que son verdaderos chiringuitos que alguien ha montado para publicarse él mismo y a los conocidos, o que juegan con la ilusión de los noveles, cobrando de antemano. Hay que tener cuidado con esas pequeñas inversiones. Existen también pequeñas editoriales resistentes y admirables pero a menudo acaban engullidas por los grandes grupos de poder del sector.

Los premios eran un medio de acceder a lo inaccesible pero hoy 'los grandes' están ya dados de antemano a los que venden. Además, realmente alguien se mira con atención los centenares de ejemplares que se presentan a un premio en castellano o las decenas de ejemplares que se presentan a un premio en catalán? Hace años incluso en el tema pedagógico me sucedió algo de este tipo, al intentar, con una compañera, editar un manual  educativo. ¿Tenéis suficientes relaciones en las escuelas para asegurar que tendrá salida?, nos preguntaron. Pues no, no teníamos relaciones y no publicamos.

En el mundo editorial oficial me ha pasado de todo, promesas incumplidas, decirme que un libro era demasiado bueno y largo y que, como una enorme chuleta, no se lo tragarían... en fin. Puede que todavía haya quién crea que la calidad pervive y flota por encima del mundo mediocre de lo promocionado y vendible. Yo lo dudo bastante. Cada vez son más tristes los suplementos culturales y literarios, siempre salen los mismos. Sé de una persona a la cual dieron el pasaporte en un periódico por no haber alabado lo suficiente a un autor de la casa. Con la gente nueva o poco conocida se puede ser cruel pero con esas patums de los medios... cualquiera se atreve. No sucede esto tan sólo en el mundo literario, claro. El clientelismo y el amiguismo funcionan en todas partes y una de las miserias de nuestra sociedad es haber promocionado a los conocidos y parientes por encima de los que valen de verdad. En épocas de vacas flacas el pastel es más pequeño y todo eso se agrava.

Bueno, no quiero parecer, como decía mi madre, el rigor de las desdichas. Tampoco es que a la edad que tengo me preocupe demasiado no ganar el Nobel, ni tan sólo no ganar el Sant Jordi. Pero creo que no debemos continuar engañándonos ni engañando sobre la pureza de la literatura ni sacralizar, como suele hacerse, el libro y la lectura. Se pueden leer muchas cosas infumables, malísimas, bien arropadas con una promoción conveniente y con una cubierta atractiva. Incluso yo he caído en la trampa de comprar alguna birria literaria porque me he creído a un crítico de prestigio que creía objetivo y serio. Claro que para hacer una crítica seria se requeriría tiempo, meditación y libertad absoluta y todos tenemos que comer. 

lunes, 1 de agosto de 2011

Familias felices, infelices y convencionales


Debe ser la edad, pero me cuesta encontrar en cine o teatro algo que me entusiasme, desde hace algunos años. Cuando yo era joven una persona mayor me decía que le pasaba más o menos lo mismo puesto que casi todo estaba inventado y todo era como una película que ya habías visto antes, incluso en la vida cotidiana.


Sin embargo, como el cine francés o italiano, que hace años nos llegaba de forma regular, lo mismo que su música, hoy se nos ofrece de forma casi extraordinaria y puntual, y me dejé seducir por una crítica radiofónica que alababa La prima cosa bella, fuí a ver ayer esa historia de desamores familiares y reencuentros tardíos. 

No me convenció del todo, aunque tiene buenos momentos, loables interpretaciones y no menos loables intenciones. No deja de ser un melodrama algo exagerado en algunos momentos, a la italiana, con un tema que ya hemos visto y leído en muchas ocasiones: problemas de padres o madres con sus hijos o hijas, separación, padre o madre enferman de forma irreversible, se produce reconciliación, reencuentro tardío, casi póstumo, y los hijos más o menos traumatizados pueden seguir con su vida, superando el pasado.

Escuche una vez en Barcelona a Amos Oz, que admitía escribir sobre familias y, en concreto, sobre familias infelices. La familia existe en todas las culturas, varía pero tiene unas constantes que se repiten a lo largo del tiempo. Sin embargo la infelicidad familiar no es lineal, en la mayoría de familias normalitas existen altos y bajos, como pasa con casi todo en la vida. La vida familiar nos afecta a todos, se dice que lo que vives en la infancia te marca para siempre, yo no soy tan determinista, creo que en todo hay un gran componente temperamental, genético. Como la vida pasa y nuestros padres y abuelos mueren es imposible no identificarse con cualquier historia que nos hable de ese paso del tiempo, de la imposibilidad de volver atrás, de rectificar, y, al mismo tiempo, de la necesidad de aprovechar el presente.

La familia de la película, ironizando un poco, tiene además la desgracia de ir perdiendo a sus componentes de forma algo prematura. La gran Stefania Sandrelli que todavía está estupenda, incluso ingresada en el hospital de terminales y con pelucón, es, según algún comentario que he leído sobre la película una madre anciana. 

La famosa primera frase de Ana Karenina, tan repetida y citada, dice aquello de que las familias felices se parecen y las infelices lo son cada una a su manera. Yo creo que unas y otras se parecen y no se parecen a la vez. No se es feliz o infeliz de forma constante y lineal, ni a nivel personal ni a nivel familiar. Admito que se me cayó más de una lágrima en el cine y que salí con la buena intención, me imagino que temporal, de no discutir ni enfadarme con ningún miembro de mi familia, en el futuro. 

Sin embargo, quizá sea esta buena intención un error. Las muertes cinematográficas y literarias de padres y madres alocados, problemáticos y recuperados son absolutamente envidiables, como la de la película que menciono o, por ejemplo, la del padre progre de Las invasiones bárbaras.