domingo, 26 de noviembre de 2017

PALABRAS SON...

Estos días estoy leyendo muchas cosas raras sobre el nacionalismo. Muchas de esas cosas son críticas al nacionalismo catalán, claro. Para hablar de cualquier cosa primero, nos dice gente como Habermas, debemos dilucidar qué entendemos cada uno de nosotros que quieren decir las palabras. Eso no es nada fácil. Damos por hecho el significado de las palabras cuando precisamente no hay nada más impreciso que una definición. Las palabras y los conceptos no significan nada, un cuchillo puede servir para cortar el pan o para matar al vecino. 

Muchas críticas a la supuesta perversión inherente a los nacionalismos viene acompañada de una absoluta ignorancia del crítico sobre el fondo del resto de nacionalismos, los grandes y con estado propio, como el español. Hace años se decía que una lengua era un dialecto con un ejército detrás. Leer a fondo textos de divulgación, incluso los de wikipedia, sobre lo que sea, ya muestra la debilidad de nuestras creencias, hay nacionalismos y nacionalistas para todos los gustos.

Lo peor es que a veces los sesudos razonamientos provienen de personas que tienen cierto prestigio y a las cuales el valor se les supone. Soy crítica con muchos aspectos de la política catalana, sé que existen problemas diversos, a menudo más condicionados por la economía, el estatus y la historia personal de cada uno que por la realidad. Hace años cierta izquierda, una parte de la cual, catalana, hizo correr tonterías sobre el hecho de que la lengua catalana era burguesa. El concepto de burgués es otro de esos que habría que estudiar a fondo. Los críticos con el nacionalismo catalán en ningún caso pasan a un internacionalismo generoso, que elimine fronteras y acoja refugiados, lo español parece no ser susceptible de análisis en clave nacionalista.

Cuentan que Carles Riba, interpelado por Unamuno sobre el valor de la lengua catalana, en un mundo que tendía a idiomas a lo grande, como el inglés, le dijo, con ironía, que en todo caso pasaríamos directamente al inglés. Ya esta ocurriendo eso, hay gente ortodoxa con la lengua que te corrige cualquier castellanismo pero que te larga la mitad del discurso ornado con anglicismos absurdos. Los que hablamos lenguas derivadas del latín nos podríamos entender perfectamente hablando despacio, si el mundo hubiese evolucionado de otro modo los herederos del imperio romano podríamos haber pertenecido a un solo país, a un solo estado. 

Las cosas son como son y están como están. Corren malos tiempos para la tranquilidad lectora y la reflexión prudente. Te entiendes bien con la gente, aquí y allá, siempre que no saques a relucir el tema. Hoy, además de haber sacado el polvo a palabras que parecían olvidadas referentes a felonías, sediciones y traiciones, se recurre con gran facilidad a bautizar lo que sea de nazi, de franquista. 

Una cosa, sin embargo, son los discursos oficiales y las redes sociales desmadradas y otra, la realidad. La juventud se mueve arriba y abajo, una sobrina periodista, bastante catalanista, hizo amistad con una chica de Valladolid, se retrataron en las redes sociales con un grupito hispànico de procedencia variada y con un lema propio: 'aprended, Rajoy y Puigdemont'. El futuro es imprevisible, la mayoría de los que pontifican sobre nacionalismos ni tan solo se han leído la larga entrada sobre el tema de la wiki y de la viqui. 

Cuando las palabras se estropean se acaban inventando neologismos diversos, para que parezca que no hablamos de lo que hablamos, puede que pase lo mismo con eso de los nacionalismos. Aunque a veces se vuelve al origen, recuerdo cuando un ministro antiguo, ese sí franquista de pro, nos dijo que las cosas cambiaban y que a la huelga, que era entonces un conflicto laboral, la llamaríamos huelga.