martes, 29 de enero de 2008

Huir dónde sea y cómo sea

Estoy leyendo Partir de Tahar Ben Jalloun y me sorprende no haberme tropezado con demasiadas reseñas ni comentarios sobre esta novela, que habla de unos hechos tan próximos a nosotros, como son la emigración desde el Magrib a España, la situación de la mujer, el integrismo islámico, el terrorismo, la desconfianza hacia los otros, el desconocimiento de la realidad, la familia y los cambios que ha sufrido... Además, en el libro sale Barcelona, España, un señor catalán rico, residente en Marruecos, homosexual, maduro, que quizá nos evoquen algún personaje conocido.


Considero a Ben Jalloun un gran escritor, aunque algo irregular. Incluso este libro, lleno de fragmentos inquietantes y poéticos, en ocasiones parece más bien un conjunto de narraciones, como si las distintas historias no acabasen de encajar. A pesar de eso, me extraña el despiste literario, que incide en tanta novela histórica o lo que sea, en relecturas del nazismo, que no molestan, pero que nada aportan al conocimiento de esta banalización del mal absoluto que significó, y, que, en cambio, se haya pasado de puntillas por esta novela, que habla del presente y de nosotros mismos.


Hay grandes temas literarios, universales, en ese mundo de fuera, que nos llega de tantos lugares. De repente, ciudades y lugares míticos, Cochabamba, Guayaquil, Beni Mellal, Tánger, incluso el Tibet, que no eran nada mes que nombres en los atlas de mi infancia o paisajes pintados en los cartones que decoraban las películas antiguas, se vuelven hoy, a través de la escuela y de unos niños como los demás, vivos y cercanos. He entrado hoy en el blog
Cóc Ràpid y he leído una bella evocación de nuestras calles de la infancia. La calle todavía es de los niños, al menos en mi barrio, pero, eso sí, de los niños pobres. A menudo se afirma gratuitamente que los niños no juegan en la calle, pero lo que se quiere decir es que ‘nuestros’ niños no juegan en la calle. Creo que saldrán grandes obras literarias, de toda esa generación de forasteros, la verdad.

Un maestro de origen marroquí me decía, hace años, que Ben Jalloun se había acomodado, que ya no criticaba Marruecos, porque intentaba estar a bien con su gente y ser bien acogido en su país. Pues en ese libro, precisamente, es muy crítico con la situación, muy poco acomodaticio. Muchos fragmentos de Partir nos pueden evocar perfectamente situaciones de la España franquista, sobre todo de las primeras décadas de la posguerra, con una circunstancia agravante, incluso muchos jóvenes con estudios, en esta sociedad norteafricana, no tienen perspectivas de futuro y tan sólo ven, como salida, la huída, sea donde sea y cómo sea. La mujer es la gran protagonista, en el libro, salen varias: diferentes, luchadoras, lúcidas, sometidas. Que un libro como éste no haya generado tanto debate como muchos otros menos ambiciosos refleja un cierto miedo al presente y a entrar en los temas realmente graves y serios de nuestro tiempo.


sábado, 26 de enero de 2008

Ladrones, serenos, libros y radio

Soy una lectora moderada de novela policíaca. Sobre el género, me gusta que la novela vaya un poco más allá del crimen y su resolución y que no haya una violencia excesiva, la verdad. En general, las novelas escritas por mujeres son menos explícitas respecto a la sangre que acogen.

La novela policíaca se plantea a menudo como una especie de juego macabro y no deja de ser curioso que las personas tengamos una tendencia extraña hacia estos temas, incluso en sus manifestaciones más sutiles. Las novelas de género tienen altos y bajos constantes, se mueven según modas y tendencias del momento y en ocasiones se califica como novela de género algún libro que va mucho más allá y que pretende mucho más que descubrir al asesino quien, como decían antes, muchas veces es quien menos lo parece.

La Conselleria d’Interior ha convocado un premio de novela negra. Esta manía institucional por hacer promoción cultural es curiosa. Saragatona habla de ello y no añadiré nada a lo que ya he comentado en su blog. Siempre se critican los premios, yo misma recuerdo que en una reunión de maestros nos anunciaron la convocatoria del Pere Calders, para funcionarios y yo protesté, diciendo que lo que convenía eran canales para que las obras dignas encontrasen un camino, más allá de los premios. Pero los premios, en nuestro mundo literario, todavía tienen una función, sobre todo para personas poco conocidas. Son una posibilidad. Claro que a veces los famosos también se dejan tentar por el dinero y la publicidad y este objetivo se malogra, como en el caso del premio de Alcira, que comentaba Empar.

En L’Hospitalet se entrega un premio importante de novela negra, pero sólo se pueden presentar libros en castellano. Pregunté sobre el tema, parece que viene condicionado por la editorial que lo publica, pero no me parece demasiado bien eso de no aceptar novelas en catalán, cuando otros premios admiten las dos lenguas, entre los cuales algunos de infantiles y juveniles. El que convoca la Conselleria es en catalán, así tendremos de todo y no habrá que sufrir. No entraré en el tema català-castellano, espinoso, al fin y al cabo tampoco es el único caso de exclusión de una lengua. Cuantos más seremos, más reiremos. Lo que no sé es si más publicaremos, esto es un misterio.

Lo que me ha gustado mucho es que con motivo de la semana negra de Barcelona –y no es una broma- se recuperase, aunque fuese sólo un capítulo, Taxi Key. Se ve que en la famosa librería Negra y Criminal de la Barceloneta han conseguido guiones originales de Luis G. De Blain, su guionista, poco recordado hoy, y eso que murió el año 2001, hace poco. G. De Blain fue también el excelente Míster Belvedere de Fotogramas. Taxi Key merece una buena serie de televisión, me parece. Hace años pasaron por TV3 una miniserie policíaca, Les claus de vidre, con concurso, como Taxi Key, y quedaron en hacer una segunda tanda, pero no fue así. Por desgracia, Jaume Fuster, su autor, murió, y la revista El Món, donde se publicaron aquellos guiones con anterioridad también desapareció, como tantas otras de la transición. Yo, hace años, había aprovechado muy bien aquellos textos, con los alumnos de segunda etapa. El guión con concurso para descubrir al asesino y en qué se ha equivocado, porque, en la ficción siempre se equivocan, creo que todavía funcionaría.

Yo escuché durante años Taxi Key, en Radio Barcelona, en la etapa de Isidro Sola. Anteriormente había sido Palmerola, el detective, que también lo fue en el cine. A veces lo escuchaba en casa de una vecina de encima de mi piso, de pequeña, y cuando bajaba la escalera me parecía ver sombras por todas partes. Del mismo modo que los cuentos del programa Tambor tenían el equivalente, Cascabel, en Radio España, Taxi Key tenía la competencia del inspector Nicols, en esa radio. No recuerdo quién era el guionista de Nicols. Taxi Key estaba patrocinado por Letona y Cacaolat, productos de las granjas Viadé, que todavía conservan su establecimiento en la calle Xuclà de Barcelona, con un excelente chocolate y una leche mallorquina deliciosa, mmmm. Nicols venía patrocinado por los perfumes Júper, que creo que ya no existen. El género policiaco permite entrar en temas conflictivos des de un punto de vista más lúdico. Porque la novela policíaca, si es demasiado realista y dura se hace un poco difícil de leer, quizá porque sabemos que no se trata de un juego ya que el mundo está lleno de estos sucesos sin sentido, que no logramos entender.

El género tiene seguidores, muchos, que hacen un gran trabajo: la librería mencionada, la Biblioteca de la Bòbila, en L’Hospitalet, blogs como el de Francisco Ortiz. Existen autores de culto, como Simenon y otros que han sufrido un cierto desprecio por parte de los entendidos, como Agatha Christie, que representó el género durante muchos años y que tiene una biografía excepcional, muy atractiva para todas las mujeres con aspiraciones mediáticas y literarios, incluso amorosas, ya que después de ser abandonada por el primer marido encontró otro más joven, arqueólogo aventurero, enamoradísimo. Durante años han surgido muchos autores, en todo el mundo, del género, con diferente fortuna. En català no se ha acabado de encontrar un autor emblemático, a pesar de los esfuerzos hechos por Pedrolo, Fuster, y por algunas editoriales como La Magrana. Todo tiene su momento. En los sesenta y setenta queríamos realismo social y crítico y una colección tan buena como la Cua de Palla no resultó. Creo que deberíamos analizar porque en la actualidad tiene tanto éxito la novela pseudo histórica o la fantástica. La novela rosa, en cambio, no ha acabado tampoco de encontrar su lugar, en Catalunya.

Si Interior propicia un premio de novela negra, qué conselleria podría convocar uno de novela rosa, fantástica o de ciencia-ficción??? Quién sabe!!!
Texto original y enlaces: La Panxa del Bou

viernes, 25 de enero de 2008

Más divagaciones, literarias y de todas clases...


Miro de mañanita el suplemento cultural de La Vanguardia y me tropiezo con un artículo de Enric Alberich sobre la película Expiación, basada en el libro de Mc Ewan. Hablaba anteriormente de la gran diferencia entre los gustos de la gente y, en este caso, he de decir que el escritor no me convence. No puedo decir que no escriba bien, ni mucho menos, ese es el problema. Pero sus libros no me emocionan, cosa que me ocurre con tros anglosajones muy valorados. Del mismo modo, libros que no tiene un gran nivel literario, como algunos de Paco Candel, cuentan con un voltaje humano que me afecta de forma más contundente.

Me regalaron el libro cuando se publicó y lo empecé a leer con afición, pero admito que me aburrió. La unión entre sus partes me pareció forzada. Ahora, al ver la peli, lo he releído y he sentido lo mismo. La película de Wright está bien hecha, bien interpretada, es fiel al libro y se mira con gusto. Tiene el mismo problema que el libro, las partes que la integran no acaban de encajar. Ewan es un autor de culto entre los entendidos. La literatura anglosajona tiene un buen mercado, me pregunto si un libro como este se habría publicado en Catalunya, en caso de que el autor no fuese, ya, alguien conocido y de prestigio. Me temo que no, la verdad.
Alto ahí. Expiación tiene fragmentos literarios magníficos, reflexiones excelentes, pero, como me pasa con otros de este autor, no conecté con él. Toca un tema interesante, la falsa inocencia de los niños, que a veces, de forma consciente o irreflexiva, perjudican a otros. Ayer hablaba del relato de Martínez de Pisón, María bonita, que, en cierto sentido, trata el mismo tema, pero desde un ángulo más próximo. Quizá no conecto con Ewan porque me siento lejos de su mundo. Me ocurre con Auster, también. A veces pienso que tengo cierto resentimiento subconsciente, que me hace rechazar argumentos que inciden en clases burguesas y en sus problemas. Quizá me rebrota una manía antigua a los universitarios e intelectuales de antes, que protagonizaron, se supone, una transición mitificada y explicada como no fue, y tan sólo hace falta leer, en el mismo suplemento de La Vanguardia, a Enric Juliana y sus comentarios sobre la exposición del CCCB. Así se escribe la memoria histórica, que le vamos a hacer. No hay nada que no pueda arreglarse en un futuro, con un buen manual, un buen artículo o una buena exposición. Ya lo decía, un militar, en el momento de una derrota, que una página de libro de historia la arreglaría.

Mucha gente joven no se puede imaginar, hoy, la realidad del pasado, durante el cual la universidad era tan minoritaria que, por ejemplo, con el edificio de la Plaza Universidad de Barcelona había bastante para acoger a los estudiantes. Claro que muchos trabajos, como el de periodista, e incluso el de maestro, se ejercía a veces sin título, porque, en muchas cosas, no se hacía pero se dejaba hacer, y el encorsetamiento burocrático era mucho más leve. En aquel contexto, la universidad no podía ser nada más que elitista y la titulitis aun trae cola y aumenta y no sólo eso sino que oficios que se podía realizar con una cierta libertad se van academizando. Hablaba Morán el sábado pasado en el mismo periódico de todo lo que habían hecho pasar al pobre y gran poeta muerto recientemente, porque no era licenciado. De las universidades minoritarias surgieron muchos líderes o aspirantes a líderes, que pretendían salvar a las masas, predicando la revolución, por ejemplo, y que en ocasiones tuvieron un gran éxito. Tales líderes, a menudo, no procedían del pueblo, que ya tenía bastante trabajo para comer caliente cada día. Uno de los problemas del psuc fue ese divorcio entre unos y otros, en el fondo entre pobres y ricos, que se fue haciendo más evidente a lo largo de la transición.

Entre los intelectuales de buena casa, sin problemas económicos, ni de relaciones para encontrar un buen trabajo, porque un euro, no nos engañemos, tiene mucho más poder en manos de un rico bien relacionado que en las de un anónimo ciudadano de barriada, y los pobres no alfabetizados, se extendía un abanico de situaciones económicas y culturales diversas. Había un sector importante de personas con inquietudes culturales, pero sin recursos, con aspiraciones, pero sin títulos ni relaciones. Ese tipo de personas contemplaban con admiración el mundo de los libros, lejano, inalcanzable, si no era a causa de un esfuerzo titánico que comportaba un extraño abandono de la propia clase, como en el caso de Maruja Torres que hace poco presumía, ay, de haberse vuelto una señora del Ensanche. Cuando se mira con cierta perspectiva, los afanes juveniles de muchos intelectuales o aspirantes a serlo, para educar y mentalizar al pueblo resultan patéticos, ingenuos y dramáticos, y ese tema fue objeto, en Francia, de un espinoso debate entre sartrianos y camusianos. Hoy pasa lo mismo, cuando se pontifica des de los poderes culturales y políticos sobre temas, como, por ejemplo, la inmigración, que muchos conocen porque en alguna ocasión han ido a hacer el vermú a la Rambla del Raval o a comprar pegatinas a las ferias de la diversidad. De todas maneras, la permeabilidad social es más grande, afortunadamente, aunque los arribistas siempre han de demostrar lo que valen de forma más contundente, y, si encima son mujeres, aún peor.
Hablábamos hace poco de la entrevista a Castellet. Castellet y Molas son personas que representan toda una época cultural y que, contemplados desde fuera de su mundo, parece que deberían estar satisfechos de su obra, llegaron a monopolizar un cierto mandarinaje cultural, a nivel catalán, claro, que siempre es un nivel limitado. Pero la vejez comporta lucidez, la relativización de las grandes proclamas, la evidencia de los errores, que ya no tienen solución. El tema de fondo de Expiación es también este: por más que quieras, los errores no se pueden arreglar, muchos resbalones no tienen solución, el pasado nunca vuelve. Déu nos en guard d’un ja està fet, decimos en catalán. Para llegar a esta lucidez, por desgracia, hay que ser viejo, porque los años dan una perspectiva que no se puede conseguir de joven y mejoran, en muchos casos, la comprensión o la constatación de la inutilidad de tantos esfuerzos mal orientados. De todos modos, también hay quien se parapeta en su ideología juvenil y en sus tópicos doctrinales y no hay quien le haga bajar del burro ni que llegue a ser centenario, en el mundo hay de todo. Esos incombustibles tienen su público, no ha cambiado nunca, todavía piensa lo mismo, dicen, de ellos, con admiración, cuado, según mi opinión, no cambiar es una extraña actitud vital, a veces cimentada en una manía comprensible de no querer hacer autocrítica de ninguna manera, ni admitir los errores, porque, en el fondo, sabemos que en nombre de la ideología se hacen muchos disparates y se es injusto, incluso cruel. Esto se da a menudo en ambientes de izquierda ortodoxa, porque cuando las injusticias se han cometido en nombre de ideas virtuosas y progresistas son mucho más difíciles de reconocer.Por curiosidad vulgar, tomé de la biblioteca hace unos días el libro que Isabel-Clara Simó escribió sobre su amiga Montserrat Roig, y mi hermano me ha devuelto hace poco la biografía de María Aurelia Capmany escrita por Agustí Pons, que es, según mi opinión, la biografía más interesante y completa de un personaje intelectual contemporáneo catalán, la verdad. Toda esta gente y mucha otra de la época, aunque de deferentes generaciones, conformaban un universo-diverso, que, desde fuera, parecía coherente, sólido. La época, irrepetible, apasionante según como se mire, propiciaba una serie de iniciativas que, desde fuera, parecían aún más excitantes y que por su brillo ocultaban, a veces conscientemente, los defectos de muchos de sus protagonistas, así como la falta de fundamentos estables, cosa que explica el fracaso de tantos proyectos o su poca duración.Cuesta encontrar escritos sinceros, desacomplejados, sobre la época. La objetividad no existe y muchos de aquellos personajes aún viven, o viven sus parientes y descendientes. Hay muchas relaciones de amistad, intereses políticos. Muchas veces, cuando alguien escribe sobre alguien próximo a él o bien da cosas por sabidas, o silencia aspectos, o pasa de puntillas por los aspectos conflictivos, que podrían oscurecer la visión canónica del personaje. O se atreve, también, a lanzar algún dardo envenenado, o a hacer alusiones a alguien de quine no se dice el nombre pero que todos los iniciados, a quienes va dirigido, de hecho, el texto, conocen. Aquí, esta actitud es frecuente y lamentable. Hay muchos elementos del panorama intelectual y político catalán de antes y de ahora que me hacen pensar en qué la independencia no nos mejoraría, humanamente hablando, y es en este sentido que no me siento independentista. Todavía no hemos llegado, y creo que tardaremos mucho, a la saludable elección para un cargo, trabajo, o lo que sea, del mejor, aunque no sea el pariente, ni el amigo, ni el conocido del conocido, ni el compañero del partido. Para hacer eso habría que establecer un sistema de elección abierto, objetivo, valoradle. Eso iría bien, además, para establecer criterios editoriales justos a la hora de las publicaciones, pero ya sabemos que un buen conocido en un buen sitio pesa mucho. Tal y como va todo continuaremos con sistemas que lleven al poder, en todos los ámbitos, al espabilado mediocre, los inefables trepas, y aún gracias si después trabajan un poco. Por suerte, incluso en este contexto, a veces sale alguien que asume responsabilidades, como en aquella película del Judas, que cuando al señor malo le daban el papel de Jesús hacía una radical transformación interior y se volvía responsable y coherente.

Hablar con sinceridad, de forma crítica, sobre nuestros personajes y mitos no me parece peligrosos sinó absolutamente necesario. Las miserias y defectos humanizan, nos ayudan a entender la realidad. Pero parece que precisamos aún de mitologías, los catalanes, los españoles en general, los franceses y el resto del mundo. Otra cosa es el análisis profesional, la crítica literaria que, con contadas excepciones, jamás ha sido objetiva. En el mundo intelectual, como en todos los sectores profesionales, se mueven intereses, antipatías, prejuicios y muchos elementos extraliterarios que estropean el trabajo bien intencionado. Por no hablar de política. O de pedagogía. O de los ámbitos donde todos esos elementos se mezclan y diluyen.

martes, 22 de enero de 2008

Divagaciones literarias sin pretensiones eruditas



A veces repaso los primeros tiempos de mi blog y me doy cuenta de que empecé el tema con una intención literaria, hablar de los libros que leía. Últimamente este tema ha retrocedido, y uno de los motivos es porque encuentro pocos libros que me gusten, tengo muchas decepciones y para hablar de forma negativa, quizá mejor callarse. Aún más si los libros son de autores catalanes o castellanos, ya que me sabe mal tirar leña al fuego, tal y como esta el mercado. Me sabe mal, también, por la parte que me afecta como autora, que libros que están bastante bien no tengan prácticamente ninguna oportunidad de darse a conocer, y que mediocridades más o menos tolerables disfruten de alabanzas diversas y propagandas reiteradas. Por otro lado, no quiero recomendar nada, porque todos los gustos son respetables y lo que hoy gusta mucho, mañana no, y al revés, aunque a veces caiga en la trampa de hacerlo sin querer. Por lo tanto, aviso: mis comentarios sobre libros no son recomendaciones en ningún sentido!

A pesar del privilegio de quien puede contar con una página en el periódico –este jueves tropecé con una página entera dedicada a un monaguillo de las letras catalanas, al fin y al cabo para no dejar demasiado bien lo que había escrito, o sea, que a veces vale más que se olviden de ti- o una entrevista en televisión, eso no siempre funciona y a menudo los caminos de los dioses de los libros son inescrutables y enigmáticos. La gente, en general, dice que no se deja influenciar por la publicidad, pero todos somos humanos y manipulables, y he recibido el obsequio repetido de los dos libritos de narraciones que han publicado últimamente los autores catalanes más tertulianos de la actualidad. Hay quien admite que no le han gustado, pero son autores que caen bien y de los que mucha gente repite, que buenos libros... De hecho, desconfío de libros excesivamente cortos, me parecen la evidencia de la pereza de escritores y lectores actuales, la verdad. Ahora bien, también hay tochos de peso que me dan un poco de repelús, como estos que veo en manos de mucha gente, el de Noah Gordon y el de Follet, pero la verdad, hablo por hablar, y con prejuicios gratuitos, ya que todavía no los he leído, la verdad. Últimamente, para ir por la ciudad y no llevar peso, escojo libros poco voluminosos, precisamente, pero de autores que no son siempre tan ligeros, como Martínez de Pisón, inmenso, del cual tengo en el bolso una narración entrañable, María bonita, historia familiar de las que me gustan, con misterios hogareños y ternura inteligente.

Como me gusta la novela policíaca y de vez en cuando un buen crimen distrae, cogí de la biblioteca La interpretación del crimen. Había leído una entrevista con su autor en la leidísima contra de la Vanguardia y me dejé embaucar, cuando, por ejemplo, en el magnífico blog de Francisco Ortiz tengo un montón de recomendaciones mucho más recomendables de obras de este género. La verdad es que no me gusto nada y que, a pesar de las alabanzas reiteradas al libro, reforcé, por suerte, mi opinión, gracias a algunos blogs, suerte de los blogs, donde podemos expresar lo que nos parezca y leer lo que nos venga en gana, huyendo de los mandarines inevitables.


Tenía ayer una sesión del grupo de lectura de la editorial
Meteora y tocaba este libro del chico del pijama a rayas, que ha tenido tanto éxito. He de decir que es un libro que se lee deprisa, sencillo, pero poca cosa más. Quizá así han de ser los libros, para tener éxito, claro. Alguien, en la tertulia, comparó el sorprendente éxito masivo de este libro con el de Soldados de Salamina, otro libro sencillo, pero muy vendido, que a mí me decepcionó aún más porque creo que la historia del Collell y sus cercanías, durante la guerra, merece un acercamiento novelístico mucho más ambicioso.

Sobre este chico que no sabe nada de los nazis ni de los judíos, ni de quién es Hitler, aunque admito que la literatura de ficción no tiene porque ser verosímil, conociendo un poco la historia de como fue progresando la levadura antisemita y pensando en qué tipo de escuela mantenía aquellos señores, este niño que va con el lirio en la mano resulta totalmente increíble. O eso me parece a mí, que durante un tiempo inocente de mi lejana infancia creía que los comunistas, masones y judíos eran demonios y Franco una especie de santjordi hispánico, gracias a la escuela de aquel tiempo. Y eso que la eficacia de la escuela peninsular no llegó ni a la suela del zapato de la germánica.

Podéis pensar que soy una criticona. A veces me autopsicoanalizo y pienso si no será envidia. A mí, en el fondo, me gustaría escribir un libro que, a pesar de no ser gran cosa, se vendiese de forma masiva y me ayudase a ganar dinero y a poder, entonces, autopublicar lo que me gustase, sin servidumbres editoriales, y me gustaría que me entrevistasen en la Vanguardia, y en los programas del señor Manzano, y que me diesen el premio de honor de las letras catalanas, e incluso el Cervantes. Ay, vanidad de vanidades y todo es vanidad. Ayer, en la tertulia de la editorial hablaba también con una autora de estos temas, de los misterios del éxito editorial, de la poca duración de los libros en los mostradores, sobretodo si no son de Planeta, de Casa Herralde o de la 62, y del exceso de novela histórica que nos ahoga por todas partes, hasta que toque otro tema. Hablábamos también del conservadurismo en al edición de obras para el público juvenil, conservadurismo que arrastramos desde hace tiempo y que viene del síndrome patufetista tradicional. Ni temas espinosos, ni excesiva originalidad, ni finales duros, ni más de ochenta páginas, aunque después se traduzcan autores extranjeros que han conseguido éxito, precisamente, con muchas páginas y temas más atrevidos. Habría que analizar también si eso de la literatura juvenil existe o si tuviese que existir o cuales son sus límites. Hablábamos de la dependencia que representa destinar tanta publicación a las escuelas, donde se venden de forma mayoritaria y de como los maestros no quieren –no queremos- líos con las familias, en general, cosa comprensible. Hace poco, en una presentación de novedades, me mostraron un cuento infantil muy bien ilustrado, sobre una princesa que busca su príncipe pero que acaba por encontrar otra princesa, con la cual es feliz. La verdad es que nadie de los presentes se había atrevido, todavía, a contarlo en su cole. No hace falta insistir en que el autor era extranjero.


Por suerte, me he encontrado con
una autora que aún no conocía y que me ha gustado mucho, Ingrid Noll. Tomé, al azar, como acostumbro a hacer por las bibliotecas, gracias al hecho que no cuesta un euro leer y te puedes permitir no terminar el libro sin la mala conciencia que provoca un gasto inútil, Como una dama. No sé si es o no un buen libro, a mí me ha gustado, más que la historia en sí, el tratamiento desacomplejado de la vejez, con estas damas que envenenan maridos y hacen lo que les apetece, se critican entre ellas y admiten la realidad de la vida y la marginación con la cual se encuentran, en una edad en la cual se han vuelto prácticamente invisibles para la resta de los mortales, más jóvenes. Como me gustó tanto, volví a la biblioteca y me llevé Benditas viudas, que todavía no he leído. Eh, no penséis que tengo malas intenciones respecto a mi marido, que no es así... De hecho, hay quine piensa y pensaba que los libros son peligrosos y que leer la Bovary propiciaba el adulterio. !!¡Quién sabe! La literatura es un arma cargada de futuro. O era sólo la poesía???
Escrito original en català: La Panxa del Bou

domingo, 20 de enero de 2008

Somos los mejores!




Escucho, de vez en cuando, comentarios bastante desafortunados sobre hechos violentos que pasan en el mundo, como si los pueblos que los sufren fuesen incapaces de establecer entre sus habitantes relaciones basadas en la paz y como si nosotros fuésemos los reyes del mambo, actualmente. En el fondo, en la comparación, siempre salimos ganando, nosotros somos los más guapos, los más cultos, nuestra democracia responde a un largo proceso en el cual queremos pensar que tenemos protagonismo y alguna cosa rara tienen los que se pelean: servilismo tribal, fanatismo religioso, incultura crónica... Incluso cuando la evidencia nos mostraba que había quien vivía mejor que nosotros, como, por ejemplo, los suecos, no era cierto, nos decían, porque ellos se suicidaban más, se divorciaban y pasaban frío. También hay minorías pesimistas, claro, que creen todo lo contrario, que no mejoramos, que somos un desastre, pero creo que desde que nos hemos desarrollado nuestro ego patriótico, sea cual sea la patria escogida, en el contexto hispánico, se ha hinchado como el sapo azul de la canción, que acabó explotando, por cierto.
Sentirse orgulloso de la propia familia, de la propia cultura, del país donde se vive, todo es gratuito, ya que no hemos hecho nada para caer aquí o allá. Otra cosa es pensar: mira, tal y como está el mundo, hemos tenido suerte, intentemos hacer lo posible –que es poco o nada- para que nuestros hijos se encuentren un poco mejor aquí, ya que hemos tenido la debilidad biológica de traerlos a la feria. Cuando se habla de la situación de la mujer en muchos lugares se olvida que hasta hace cuatro días, aquí la cosa no iba mucho mejor. Respecto a comer caliente, la mayoría de la gente sabe que sus padres y/o abuelos lo pasaron mucho peor, que muchos de ellos trabajaron desde niños y que tuvieron pocas oportunidades de prosperar. Lo sabe, pero no lo recuerda, o lo recuerda adornando los recuerdos con imprecisas llamadas a los valores antiguos. Cuando el antiamericanismo visceral flota por los rincones, nos sentimos orgullosos de ser europeos, un continente, por cierto, donde hace unos sesenta y pocos años iba todo muy mal y donde hace mucho menos tuvo lugar una guerra cruel, que aún colea, en unas tierras a las que más de uno había viajado de turista novato. En España –Catalunya incluida- hay muchos y muchas que actúan como los criticados nuevos ricos, como los piojos resucitados, como lo que somos, de hecho. Proclamarnos pobres como si fuese un mérito, cuando comemos cada día, no pasamos frío, disponemos de médico y escuela, y tenemos la suerte de llevar unos cuantos años de calma relativa, siempre precaria, muestra el orgullo humano en todo su esplendor. Otro comentario típico y tópico es hacer referencia al número de hijos, pobrecitos, tan desgraciados y van teniendo hijos, cuando la realidad es que en épocas miserables nuestros antepasados también eran mucho más prolíficos.

Durante el tiempo de nuestra guerra civil, en muchos periódicos extranjeros escribían cosas sobre la sangre caliente española y la violencia que generaba, es decir, de hecho, nos tildaban de poco menos que salvajes. España era, se quería que fuese, la reserva antropológica y exótica de Europa, gitanos, toreros, navajas y calor. Al cabo de cuatro días, por las europas democráticas y avanzadas pasó lo que pasó. Todo lo que ha pasado puede volver a pasar y, de hecho, la historia muestra como acostumbra a volver a pasar, de la misma manera que el clima cambia, con humanos o sin ellos. Me ha venido todo esto a la cabeza leyendo las respuestas desengañadas de Castellet en La Vanguardia. Estamos mal y estaremos mal y si no nos toca a nosotros le tocará a otros, muchos de los cuales inocentes, inofensivos. Pensar que la historia avanza de forma progresiva hacia la paz mundial es, me parece, no querer averiguar con demasiado interés nuestro pasado, reciente ni remoto. Actitud que quizá es buena para vivir, según como se mire...


jueves, 17 de enero de 2008

De cuando cambiábamos revistas y novelas...

Cuando yo era pequeña, unos de los establecimientos más emblemáticos y mágicos de mi barrio eran las papelerías-librerías. Había un montón, la mayoría han cerrado y tan sólo resiste, cerca de casa, la entrañable Nitus, de la calle Blay, aunque últimamente ha experimentado cambios en sus resistentes escaparates antiguos. Además, está situada en esa especie de semisótanos que van desapareciendo, y eso de bajar escaleritas daba a los comercios un componente de misterio añadido.

Debajo mismo de casa de mis padres había una de esas tiendas, donde también se entraba bajando algunos peldaños, la papelería de la señora Hilaria. Yo la veía muy grande, profunda, entonces, pero ahora hay un restaurante y lo veo pequeño y estrecho. Tenían material escolar, algunos libros, juguetes baratos, cromos y postales y, cuando llegaban las verbenas, material pirotécnico, que entonces se vendía sin ningún tipo de limitación, de forma inconsciente, en cualquier sitio. Plumillas y tinta, claro. Y unas libretas con las hojas en blanco para dibujar, y el lapisabio y estampas…

Un poco más arriba, en la calle Blasco de Garay, había otra papelería-librería, que respondía al evocador nombre de La Carabela. No hace mucho tiempo, al arreglar los bajos donde se encontraba este establecimiento, vi resurgir el rótulo, con una carabela y el nombre en letra gótica, posiblemente elaborado de forma artesanal por los antiguos propietarios. El dueño de la tienda era aficionado a los pesebres y en Navidad colocaba en el escaparate algunas muestras de su arte, que llamaban la atención de los niños. Otro producto habitual de la época eran las postales, clasificadas por temas, en álbumes de cartón.

Delante de La Carabela había otra papelería, que fue la que duró más años, hasta hace poco, y que cerró después de la muerte de su último propietario, algo más joven que yo, por cierto. Todavía había encargado a menudo, para reyes, los juguetes para mis hijos y sobrinos en esta tienda. Su dueño tenia puesto de venta en los encantes y en las ferias de libros viejos y era muy amable, aunque más de una vez nos había perdido fascículos para encuadernar, pero, después de tantos años de verlo, le acabábamos perdonando errores tan imperdonables. Durante mi infancia, sin embargo, la tienda no era exactamente una papelería, ya que estaba especializada y se dedicaba, sobre todo, al cambio y alquiler de novelas y tebeos. El abuelo del último propietario era un hombre grueso, afable, y que, según mi abuelo, había sido un excelente camarero de los de antes, en lugares de categoría, con una gran cultura, pues sabía, incluso, francés, según me contaban.

Cambiar tebeos, revistas y novelas era habitual, entonces. En unas grandes cajas se amontonaban, por temas y precio, todo tipo de publicaciones. Salía más barato cambiar que no comprar cosas nuevas y, además, el cambio posibilitaba la variedad. Claro que las revistas no eran actuales, muchas veces tenían unos cuantos años. Una de las revistes de más éxito era el Para Ti, una publicación argentina que no sé como debía llegar al Pueblo Seco. Las revistas de entonces, locales o del extranjero, femeninas, eran mucho más literarias que en la actualidad y tanto el Para Ti como el Lecturas contaban con un volumen notable de novelas cortas, a veces de bastante calidad y de autores importantes. Por eso, en el fondo, resultaba indiferente que fuesen antiguas.
El Para Ti tenía entonces unas tapas magníficas, dibujadas, lo recuerdo bien porque la firma era clara, por Raúl Manteola, chileno, quien, según he sabido después, era y es un mito del grafismo en Argentina y que, además de las cubiertas de Para Ti retrató a muchos personajes de la época, entre los cuales Eva Perón, además de hacer carteles de cine y numerosas ilustraciones de todo tipo. Eran, aquellas cubiertas, rostros de damas de los años cuarenta y cincuenta, bellísimas, que yo intentaba, sin éxito, copiar cuando dibujaba, afición que siempre he tenido, aunque con resultados poco brillantes, la verdad. Ir a cambiar paratís era una actividad extraordinariamente excitante. Yo decía paratís, todo junto, y tardé en darme cuenta del significado evidente del nombre de la revista. No creo que ahora lleguen a nuestro país los paratís, pero la revista aún se publica y tiene un espacio online, aunque en la línea actual de publicación femenina, más frívola. Además de los paratís, a veces había otra revista argentina, creo que se llamaba Nosotras, donde, en una ocasión, me tropecé incluso con una traducción en forma novelada de Terra Baixa. De nuestro país se encontraban, sobre todo, Lecturas, pero también Fotogramas. La aparición re revistas baratitas como Garbo, más asequibles, hizo disminuir el interés por los cambios. Había también una revista de moda, Siluetas, de la cual yo recortaba, para jugar, maniquíes, las actuales modelos, chicas mucho menos esqueléticas que las de hoy, que lucían vestidos elegantísimos de Pertegaz, el Dique Flotante…

La papelería en cuestión se llamaba como el apellido de su propietario, Sabadell, pero todo el mundo decía 'las novelas' y las novelas breves, de género, eran un gran objeto de cambio y alquiler. Marsé ha retratado muy bien el ambiente humilde y de barrio alrededor de estas lecturas y actividades. La tienda de las novelas olía a papel viejo y humedad, a polvo y cartón, una mezcla muy característica que en alguna ocasión recupero, los domingos, en los encantes, donde, en ocasiones, todavía he visto paratís. No había mucha publicidad en la revista, pero recuerdo que siempre se repetía el anuncio de una chica con vestido de noche, de la Lavanda Inglesa de Atkinsos, que decía algo así como avant la fette, en francés. Y también anunciaban el jabón Lux, que, según la publicidad, utilizaban nueve de cada diez estrellas del cine, y el Palmolive, que después llegó aquí con aquella cancioncilla tan bonita, palmolívese y embellézcase, palmolive le da suavidad.. La Argentina del Para Ti era mítica, moderna, patriótica -eran habituales las narraciones donde aparecía el general San Martín y también los anuncios de mate-, también recuerdo una especie de historietas que publicitaban un extraño producto que con los años averigüé que debían ser compresas prehistóricas y que yo, inocente de mí, por el contexto, pensaba de niña que eran una especie de tiras de algodón para ponerse en el sobaco y no sudar! Todavía era vivo el recuerdo de la visita glamourosa de Eva Perón y de su trágica muerte, en aquellos años.
Los paratís y la radio, con el cine de barrio, colorearon muchas infancias de entonces y creo que está bien recordar estas cosas de vez en cuando. Una tragedia papelera de nuestro tiempo es esta problemática actual con las distribuidoras, que sufren los vendedores de periódicos y que, me temo, puede acabar de hundir el sector, que ya lo está pasando bastante mal.
Texto original: La Panxa del Bou

sábado, 12 de enero de 2008

Reciclemos, que algo queda




Hace algunos días, Sani escribía en su blog, con una ironía muy inteligente, sobre la mala conciencia que una amiga suya expresaba cuando, por ejemplo, gastaba demasiada agua para ducharse. Yo soy una amante de las duchas largas y calentitas, con exceso de gasto líquido, quizás porque este instrumento higiénico fue, en épocas remotas, un gran descubrimiento y adelanto para las costumbres familiares de la época. Una canción del gran Cassen, descanse en paz en el cielo de los humoristas, decía:

La dicha es mucha en la ducha...


Una actitud muy habitual de los poderes políticos del presente y creo que también del pasado, consiste en hacer recaer sobre las personas individuales, anónimas y débiles, todo el peso de la responsabilidad sobre lo que pasa en el mundo, guerras, contaminación y lo que haga falta. Antes era el pecado original, todo el día estábamos rezando y pidiendo perdón por nuestros pecados, la religión era contundente y expresiva sobre el tema. Un día, mi padre, riendo, recuerdo que me contaba los sermones apocalípticos del cura de su pueblo, durante los días anteriores a la semana santa, arrepentios, les insistía. Él decía que, a ver, de qué pecados se podían arrepentir aquellos campesinos remotos, sin ningún tipo de distracción posible. Claro que, para más INRI, existían los pecados de pensamiento, que también debían, ay, confesarse. Todo eso parece, ahora, un poco perverso y retorcido, pero la vida de la gente acumulaba angustias inconscientes y subconscientes en gran cantidad.

Ahora somos más laicos, pero la historia continúa, porque las religiones, aunque sean sin dioses ni cielos, ni infiernos típicos y tópicos deben ser necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad, o sea, para formar rebaños de ovejas domesticadas y obedientes. Con un cúmulo de actitudes responsables individuales, dicen algunos, podemos cambiar el mundo. Recuerdo, por ejemplo, aquel libro con las cincuenta cosas que podías hacer para ser ecológica, cosas así. Pues, nada de nada. Ya puedes ir reciclando y llenando bolsitas y ahorrando agua de la ducha, que los que mandan van en coches contaminantes, gastan mucha agua en sus campos de deporte y encienden las calefacciones de forma exagerada, y fomentan, además, que la sociedad lo haga así, porque así esta montado el mundo confortable y consumista que nos acoge. Todos tenemos la culpa de todo y entre todos lo haremos todo. Si contraes una enfermedad seguramente será porque no te has cuidado, has fumado, no has hecho ejercicio, no has utilizado preservativos o has comido demasiadas naranjas. Nunca nos dejan tranquilos con nuestros vicios y excesos. Pero, que yo sepa, todavía no se ha inventado nada para no morirse, ni tan sólo para asegurarnos una muerte digna, rápida e indolora. Por cierto, no soy la única que no tiene fe en las teorías dogmáticas actuales.

Una forma de acallar las malas conciencias ha sido siempre la actitud paternalista de dar lo que sobra. Hay quien te dice, con cierto orgullo lleno de fragilidades internas: yo no tiro nada, todo lo doy. Claro, da lo que no quiere: libros viejos, juguetes rotos, ropa usada, ordenadores caducados... Lo que pasa es que hoy ya cuesta librarnos de los restos de nuestros pasteles, las bibliotecas no quieren más libros, la ropa se acumula por todas partes y es difícil colocarla con cierta dignidad. La gente prefiere ropa nueva barata que reciclada, aunque a veces aprovechemos para los nietos algún vestido del sobrinito que ha crecido deprisa, eso lo hemos hecho todos, claro. Por cierto, una profesora, hace años, criticaba el hecho que, en el caso del profesorado, se utilizase la palabra reciclaje, lo mismo que para las basuras. Ay, el lenguaje, nunca es inocente.

Estos días, por radio, hablaba una chica de una asociación que recogía juguetes durante las fiestas navideñas, para gente humilde. Precisó que querían juguetes nuevos, no usados, ya que a nuestros niños no les damos juguetes viejos, con alguna excepción, que siempre existe. En cambio, en otra emisora, otra chica, de estas que hace volar palomitas ecológicas, hablaba de reciclar juguetes y darlos a niños que los pudiesen aprovechar, de no tirar nada, vaya. A niños más pobres, claro. O sea, que, prácticamente, se contradecían. Dar lo que no queremos, para no tener la mala conciencia de haber tirado, me parece una actitud algo fea, la verdad. La realidad es que un noventa por ciento de las publicaciones que salen al mercado al cabo de dos años son pasta de papel otra vez, y que acabamos tirando, nos guste o no. En eso, como en tantas cosas, la mayoría de la gente no dice lo que hace, y tan sólo hace falta dar una ojeada a los containeres para comprobar como va la cosa. Recuerdo mis tiempos juveniles, en aquella época era prácticamente pecado tirar el pan, tanto por el recuerdo de la escasez de posguerra, como por las connotaciones religiosas del producto. En cambio, con moderación, se podían tirar otros restos comestibles. No hay mejor reciclaje que el generado por la necesidad real, pero si esta necesidad no existe, la tendencia es a tirar, como ya profetizaba el mundo feliz de Huxley, vale más desechar que tener que remendar... Por otro lado, hoy no creo que quede prácticamente nadie, por aquí, capaz de hacer un remiendo ni un zurcido presentable, la verdad.


Una vez, hace algunos años, una maestra jubilada, con una buena posición económica, trajo a la escuela ropa, por si alguna madre la quería. Comprobé que había una falda bonita, en buen estado, y le dije que aquella me la podía quedar yo. Cuando escuchó que yo la quería, se la volvió a llevar. O sea, si era buena para mí, era, todavía, buena para ella, y no para gente más pobre, como se supone que debía ser la de las familias de la escuela, que ya es suponer, porque hoy las clases sociales no están tan compartimentadas como años atrás y nos podemos llevar muchas sorpresas. La cuestión del dinero es espinosa, porque cada cual tiene maneras diferentes de gastarlo y siempre le parece que las suyas son las mejores. Hay tacaños en cuestiones cotidianas que hacen viajes magníficos, al Canadá, por ejemplo, pero que lloran si han de pagar la entrada a un museo local. Como todo es tan contradictorio, etéreo e incoherente, y como que, en general, gastamos tanto en cosas absolutamente prescindibles, yo diría que, al menos, obviemos tanto consejo institucional de todas clases y no dejemos de beber, comer, fumar, todo con moderación intuitiva, sin manías. Y duchémonos a gusto, sin tener en cuenta profecías médicas ni condenas ecológicas, que ya sufrimos bastante, en el mundo, sin que nos machaquen con eslóganes supuestamente bien intencionados, pero que eternizan nuestra infancia con su tontería supuestamente moral. Los médicos también mueren. Y los ecologistas recicladores
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domingo, 6 de enero de 2008

Mañana de Reyes







Ha llegado la mañana de Reyes de 2008 y, a pesar de no tener niños pequeños en casa ni en la familia más cercana, todavía me ilusiona mucho esta fiesta. Quizás porque en mi casa, donde no eran excesivamente juerguistas, este era un día muy especial, que ilusionaba a todos. Hace poco mencioné en mi log a Fernando Peña y su artículo en Metro, con referencias a la suerte vital en el tema de las ilusiones navideñas. Una maestra jubilada mayor que yo me explicaba, hace unos días, que a ella todo eso de los reyes no le afecta demasiado, ya que en su casa no los celebraban. Además, tuvo un matrimonio desafortunado, cosa que supongo también debió afectar a su percepción navideña.




Cuando era pequeña había, en mi escalera, muchos niños y niñas de mi edad, o un poco más pequeños, fruto de la natalidad optimista de posguerra, cosa que demuestra, además, que para tener hijos no hay nada mejor que la ilusión juvenil, que cree que todo renacerá de forma alegre y esperanzadora. No entraré en esas consideraciones, ahora parece que tener hijos antes de los cuarenta sea un disparate porque hay que estudiar, disfrutar y situarse. La verdad es que ni se disfruta tanto como se dice, ni los estudios sirven para lo que tendrían que servir, ni las situaciones laborables son estables, pero como así nos venden la moto, pues... La gran mayoría de matrimonios jóvenes, de la edad de nuestros padres, vivían como los abuelos –en casa de los abuelos, más bien- y su disfrute era limitado y reprimido, sus estudios, imposibles, y su situación, precaria. A pesar de todo, durante la mañana de Reyes se podían escuchar grandes exclamaciones de alegría e ilusión por los patios de luces, todo el mundo lo celebraba y entre los vecinos, a veces, también intercambiábamos regalos de poco valor. Yo creo que la fiesta gustaba y gusta mucho a los pequeños, claro, pero sobretodo a los mayores, cuando tienes hijos revives la infancia, momentos felices, idealizados en el recuerdo. La fiesta de Reyes era la del gran protagonismo infantil, protagonismo que hoy ha aumentado, pero que en épocas pretéritas era mucho más limitado.

Cuando mis hijos eran pequeños, en la escalera donde vivo actualmente había también algunos niños y recuerdo sus exclamaciones, muy madrugadoras, de sorpresa e ilusión. El tiempo, cuando te haces viejo, se acorta deprisa, ver crecer a los hijos evoca nuestra infancia y juventud y hace que se revivan, de alguna manera, aquellas sensaciones. Imagino que los que tienen nietos deben sentir otra vez este renacen de las chispas eufóricas de la fiesta. En la fiesta de los Reyes la gente hace cosas impensables, para nuestros hijos, que a veces resultan incluso incoherentes y exageradas, cosa, a mi entender, positiva y necesaria, porque algún exceso puntual y algún disparate hay que hacer, en la vida. Gastamos demasiado, nos hacemos polvo los pies dando vueltas por las tiendas, y los brazos fosfatina, cargando paquetes, que, después, hemos de ocultar de forma cuidadosa. Para ir a ver la cabalgata se pasen largas horas con los niños en brazos, hay gente que tiene mucha moral y que incluso carga con escaleras arriba y abajo, para que sus pequeños se puedan encaramar y vivir la fiesta con gran plenitud ocular.


Hoy parece que los niños y niñas tienen muchas más cosas y regalos y que el día de Reyes ya no es la gran concentración de baratijas que había sido. Pero creo que conserva su magia y su parafernalia, los ayuntamientos se vuelcan en ella con fe y entusiasmo, las radios y las teles cumplen con su papel. Hay quien opina que es una fiesta que tiende a desaparecer, yo creo que disfruta de mucha salud, por ahora, y cada año veo más gente en la cabalgata. Los inmigrantes han incorporado el tema a su imaginario, aún que se regalen cosas en Navidad, para Reyes siempre cae alguna cosa, incluso a los más papanoeleros y a los de otras religiones diversas. Hace años, a mediados de los sesenta, un sector moderno y con tendencia a la fanfarronería de los tiempos del desarrollo, de nuestra sociedad, comenzó a adornar árboles y a hacer venir a su casa a ese señor vestido de blanco y rojo, contra el cual no tengo nada, la verdad, porque el tiempo mejora el exotismo que rechazamos en sus inicios. La excusa era, decían, que así los niños tenían más tiempo para jugar, durante las vacaciones. Admirable falacia para justificar tonterías. Precisamente, el consuelo, en mi retorno a la escuela de después de las fiestas, era, precisamente, llegar a casa y reencontrar los libros y juguetes, todavía nuevos, misteriosos. Y una de las Y una de las cosas más excitantes de las vacaciones de Navidad era mirar escaparates, escribir la carta, esperar... La espera siempre es mejor que la realización de los sueños, me parece. Otra idea que se extendió entre los progres y que yo, lo confieso, durante una época suscribí, era que esa historia era un engaño de los muchos que nos persiguen durante la vida y que no había que mentir a los niños. A lo largo del tiempo he revalorizado la mentira que comporta piedad o ilusión, y la sinceridad descarnada me da más miedo que una tempestad. Las relaciones humanas, para ser positivas, comportan siempre un cierto grado de amable hipocresía, de engaño sin veneno.

Durante algunos años, la fiesta de Reyes perdió para mí mucho brillo, por causas personales, ya que hemos ido pasando, de forma inevitable, por las enfermedades y desapariciones de nuestros cuatro abuelos, de la presencia de los cuales pudimos disfrutar durante muchos años, gracias a Dios, al azar o al destino. A nuestros abuelos familiares les ilusionaba mucho la fiesta, también. Ir a las casas de los abuelos y tíos a buscar más regalos, ha sido también una actividad matinal del día de Reyes entrañable y excitante. Recuerdo, sobre todo, las excursiones en autobús de dos pisos a la zona de la Sagrada Familia, en otros tiempos lejana y poco poblada donde, en la calle de Nápoles, vivía mi tía Angelina, la de la gallina del año de la nevada. Un elemento habitual eran, también, las chucherías, en mi casa, y les reconozco el buen gusto, ya que odiaban esos símiles de excrementos, azucarados. Pero, en cambio, nos dejaban duros de plata, botellitas de champaña, paraguas, todo ello de un chocolate de poca calidad, la verdad, pero encantador, y también cigarrillos, camel, ideales... Esto de los cigarrillos de chocolate, con los cuales hacíamos ver que fumábamos ha desaparecido del mapa, con tanto puritanismo absurdo antitabaco. Ni he fumado nunca ni me alcoholizado a causa de la copita de champaña que me dejaban beber en casa durante las fiestas. Champán dulce, del de antes, esta moda de los bruts y secos es horrible, no encuentras champán dulce en ningún sitio. Y en copita redonda y chata, en las cuales bebían las damas de las pinturas de Ramón Casas, no alargada y profundas como las de ahora, que cuestan tanto de fregar. Todo cambia y, además, estas costumbres crean nuevos dogmas. Y cualquiera dice lo contrario.

Con champán brut y seco, con copas largas, con el Papa Noel y el Tió con barretina, compartiendo protagonismo, incluso admitiendo que el consumismo nos ahoga, los Reyes aún cabalgan. El que me gusta más es el negro, que en Barcelona no ha cambiado casi nunca, des de mis recuerdos infantiles, aunque yo diría que también ha envejecido un poco, a pesar de ser eterno. Por cierto, en catalán siempre hemos dicho Reis d’Orient y no Reis Mags, por muy magos que sean.

Gloria Fuertes, admirable escritora, ya reivindicó las reinas magas, de forma muy adecuada y simpática. A pesar de este hecho puntual, y aunque yo sea –moderadamente- feminista y –moderadamente también- republicana, no fumadora ni bebedora, casi atea, y, en muchas ocasiones, antinavidades ruidosas y consumistas, dejemos las cosas como están y como estaban, por favor, que cuando tocamos alguna cosa, como las figuritas del pesebre, se acaban rompiendo y las hemos de pegar con agua y harina.
(Traducción del post publicado en La Panxa del Bou)