Nunca en mi vida he 'amado' a ningún pueblo o colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés ni al americano, ni a la clase trabajadora ni a nada de este orden. En realidad yo solo 'amo' a mis amigos, y soy incapaz de cualquier otro amor. Pero es que además, este amor a los judíos, siendo como soy judía, a mí me resultaría sospechoso" (Hannah Arendt)
Vi que alguien había colgado esta conocida frase de Hannah Arendt en facebook y la compartí. Sin embargo, en muchas transcripciones, la frase se divulga sin la parte final cosa que hizo que un amable comentarista puntualizase sobre el hecho que Arendt no hacía referencia al pueblo judío, cosa que no es cierta pues el contexto del que se extrajo era, precisament, sobre ese tema. El mismo comentarista insistió en qué los pueblos y naciones son realidades nos guste o no. Bueno, todo es opinable. Los pueblos y las naciones, según mi modesta opinión, son construcciones culturales y políticas sujetas al azar de la historia, variables. Como todo, nacen, crecen -a veces-, y mueren. Tendrían algún sentido si al nacer te dieran a escoger libremente dónde quieres ir a parar, qué lengua quieres hablar y qué familia te parece mejor para tu educación sentimental. Como eso es imposible, la libertad para ser lo que te toca no es tal libertad, es casualidad.
Traspasar las culpas o las virtudes del nivel individual al colectivo no ha llevado a nada más que al desastre. Incluyo en este tema colectivos como el de las religiones, los curas, lo que sea. Así que se olvida a la persona y se la culpa del mal del colectivo o se le reconocen todas las virtudes del conjunto todo va mal, todo ha ido mal. Las personas, a nivel individual, suelen entenderse o, al menos, respetarse. Pero cuando las etiquetas entran en conflicto y hay que tomar partido, no anem bé. Tu vecino puede convertirse en tu enemigo, tu delator, tu asesino. De momento, por suerte, los patriotismos cercanos no nos exigen grandes sacrificios más allá de salir a la calle, enarbolar banderas, comprarte una camiseta, gritar un poco. Ya no hay que dar la vida por la patria, ni por la clase obrera, ni por la anarquía ni por Dios. Ahora parece eso una obviedad en nuestra sociedad pero hasta hace cuatro días se compartía esa exigencia sin discusión.
Vi ayer la película sobre los últimos años del pintor Renoir, no quiero entrar en consideraciones cinéfilas en este momento sinó en el contexto de la primera guerra mundial, presente en la película, en la cual se exacerbaron los nacionalismos europeos. Un hijo de Renoir quedo cojo, el otro, casi manco. Y tuvieron suerte. En la película se puede escuchar una de esas arengas patrióticas del momento. El anciano pintor se muestra ya absolutamente escéptico sobre el tema bélico, contempla desde la vejez el absurdo que tiene enviar a la juventud a la muerte por una patria etérea. Recuerdo una versión que hicieron hace años, por la televisión, sobre la novela Corazón, de Edmundo de Amicis, situada en el marco de exaltación patriótica de la unificación-uniformización italiana. La versión televisiva, muy buena, añadió un epílogo a la historia y aunque no me gusta que varien las narraciones originales en este caso me pareció el epílogo muy educativo. Un alumno, superviviente de la guerra, encuentra a su antiguo profesor y éste le confiesa que cuando impartía aquellas lecciones sobre la gran patria italiana, sin poder hacer otra cosa por razones obvias, intuía que estaba enviando a sus alumnos al matadero.
Los tiempos de crisis economicas son propicios a los dogmas patrióticos, religiosos, políticos. Parece que hay que creer en algo cuando bastaría con creer en la vida cercana y en nuestros pequeños mundos domésticos que parecen mediocres pero que nos permiten amar a los nuestros y también a los otros, si nos esforzamos un poco en ello. En este contexto, la frase de Hannah Arendt me parece muy significativa, todavía más en boca de alguien absolutamente afectado por esas etiquetas tan del gusto de muchos gobernantes. Que nos dejen ser judíos o lo que sea sin necesidad de militar en las filas de la lucha resistente por obligación moral no es tan fácil en estos tiempos, cuando eso de ser ciudadano del mundo parece casi de derechas. Y aunque los valores bélicos parecen en retroceso, la exaltación mítica con la cual se leen y cuenta episodios de, por ejemplo, la guerra civil, me resultan inquietantes. Revive de vez en cuando el culto a los mártires, horrible palabra. Hay cierta nostalgia latente sobre supuestas heroicidades que valdría más olvidar de forma definitiva.