Ô Liberté, que de crimes on commet en ton nom !
(Madame Roland, antes de ser guillotinada).
El infierno está empedrado de buenas intenciones (refrán popular).
El 29 de mayo hizo ventiún años del atentado al cuartel de Vic. Lo recordaba un amigo, Francesc Puigcarbó, en su blog y poca gente más. Claro que tenemos tendencia a celebrar las fechas redondas, las décadas, los centenarios. Sin embargo ese atentado ha resultado siempre incómodo a todo el mundo. Murió en él algun niño y también una joven catalana que se había enamorado de un guardia civil, como le pasó a una tía mía de la Garrotxa, hace muchos años.
La joven esposa había querido vivir en el cuartel, con su marido, a pesar de qué la familia, tal y como estaban las cosas, en alguna ocasión le había aconsejado que no lo hiciera. En el entierro quisieron que se pusiera encima del féretro una senyera, cosa que no gustó a determinados sectores. A otros, como al fin y al cabo eran guardia civiles, el atentado no les hizo tanto daño moral como, por ejemplo, el de Hipercor. Tanto es así que el hecho casi no se ha recordado ni hay ningún monumento o placa que evoque aquellas víctimas. Las víctimas no son siempre iguales, claro. Unas no son inocentes del todo y otras son, como esas, inocentes pero incómodas para todo el mundo.
El periodista Albert Om realizo hace algún tiempo un reportaje sobre los hechos y ese silencio que los ha acompañado a lo largo del tiempo. En Catalunya se tuvo un respeto algo envidioso por ETA y la manera de ser vasca. ETA, ETA, más metralleta, repetía mucho progre de la época que lamentaba que eso que se dio en llamar lucha armada no tuviese más seguidores en nuestra tierra y que creía que en Catalunya no pasaría nunca nada gordo. Los catalanes hemos sido considerados gallinas en más de una ocasión. Ya antes de la guerra civil, cuando en el 34 hubo un intento de golpe de estado de izquierdas, los asturianos se llevaron, entonces, la brutal represión y el mérito al valor y la lucha. Después fueron los vascos. Se hacían a menudo bromas y chistes sobre huevos y gallinas. Los huevos fueron asturianos y luego vascos, las gallinas siempre fueron autóctonas.
Soy contraria a cualquier violencia, todavía más si afecta a terceras personas que nada tienen que ver, directamente, con los problemas de violencia institucional. Los daños colaterales, vengan de donde vengan, me parecen injustos, deshumanizan al militante luchador. La violencia siempre trae más violencia pero ya sabemos que eso es lo que se busca, acción, represión, más acción, más represión. Una cosa es asesinar a un torturador y la otra a un anónimo representante de lo que sea que ha caído donde ha caído por casualidad y circunstancias. Ser gallina no me parece un problema. Es más, reivindicó esa cobardía prudente y pactista, la verdad.
En estos últimos tiempos, en broma pero de forma inquietante, escucho muchas referencias a la necesidad de guillotinas y pelotones de fusilamiento. Me pasa como con la moda de los chistes racistas, me molesta, me resulta desagradable oir ese tipo de llamadas a matar a no sé quién. Y es que lo peor es que nunca se mata a los culpables reales, aunque tampoco eso daría los resultados apetecidos ya que aquello de muerto el perro muerta la rabia es una ilusión absurda y la rabia siempre es mucho más difícil de erradicar que no un pobre perro. Me molestan las reacciones viscerales, los destrozos inútiles, las pedradas indiscriminadas, los piquetes que lo son todo menos informativos. No me convencen las explicaciones destinadas a comprender ese tipo de cosas, a menudo condescendientes y casi admirativas hacia los supuestos revolucionarios en potencia, pocas veces identificados.
Recuerdo las narraciones de una monja de mi escuela que de muy jovencita había estado en las revueltas que hubo en Marruecos con motivo de la independencia, contra los franceses, a principio de los cincuenta. Los ricos colonialistas escaparon y la gente del pueblo la tomó con sus sirvientes, muchos de los cuales murieron quemados en hogueras o linchados. Pobres gentes, que eran sólo criados explotados. De jovencitas incitábamos a la monja a que nos contase aquellas cosas terribles, así nos ahorrábamos la clase. Debía haber quedado tan traumatizada que no le importaba repetirlo.
En nuestra guerra civil pasaron cosas parecidas en todos los bandos, que no fueron sólo dos, sino muchos más. Los importantes se fueron y quedaron abandonados a su suerte muchos inocentes con los cuales se ensañaron los sádicos de turno. He escuchado cosas horribles que nunca he visto escritas, sobre todo cosas que sucedieron en zonas rurales, dónde tan fácil es ocultar las barbaridades. La mitificada revolución francesa se ha vendido como una lucha por la libertad cuando fue, también, un baño de sangre debidamente orquestado por los aspirantes al nuevo poder. Lo mismo por lo que hace a la revolución soviética o a la revolución cultural china. La historia la escribe alguien, normalmente el vencedor o el perdedor revanchista. Las víctimas anónimas no tienen cronista. Y el periodismo, ay, el periodismo de hoy día tiene bastante trabajo con sobrevivir como puede y le dejan.
En nuestra guerra civil pasaron cosas parecidas en todos los bandos, que no fueron sólo dos, sino muchos más. Los importantes se fueron y quedaron abandonados a su suerte muchos inocentes con los cuales se ensañaron los sádicos de turno. He escuchado cosas horribles que nunca he visto escritas, sobre todo cosas que sucedieron en zonas rurales, dónde tan fácil es ocultar las barbaridades. La mitificada revolución francesa se ha vendido como una lucha por la libertad cuando fue, también, un baño de sangre debidamente orquestado por los aspirantes al nuevo poder. Lo mismo por lo que hace a la revolución soviética o a la revolución cultural china. La historia la escribe alguien, normalmente el vencedor o el perdedor revanchista. Las víctimas anónimas no tienen cronista. Y el periodismo, ay, el periodismo de hoy día tiene bastante trabajo con sobrevivir como puede y le dejan.
El atentado de Vic parece que respondió a la perversa lógica de dar publicidad a la lucha armada en el marco de la preparación de las olimpiadas del 92. Sin embargo algún pacto debió establecerse posteriormente, además de la correspondiente represión previa y preventiva a cargo de ese señor al cual ahora queremos tanto, ya que las olimpiadas se celebraron en olor de multitud y sin problemas. La función, ya lo sabemos, debe continuar. Y todavía hay quién quiere creer que el deporte y la política tienen poco que ver.