Hace años, cuando vi la película Lo que queda del día, y accedí al libro en qué se basaba, me sorprendió que su autor fuese un japonés, aunque se tratase de un japonés de cultura anglosajona. Me pareció aquella una historia absolutamente inglesa y es que el peso cultural suele ser bastante más fuerte que el genético, al menos en apariencia. Sin embargo hay mucho también de oriental en esas historias excelentes de Kazuo Ishiguro, con pocos personajes y poca acción, en apariencia y una inquietud que aflora por los poros discretos de aquello que se nos cuenta o no se nos acaba de contar. La adaptación de aquel libro al cine era sorprendente por su respetuosa fidelidad al espíritu y la letra del original impreso, cosa que, según mi opinión, ocurre también con Nunca me abandones, acabada de estrenar en Barcelona.
No creo que debamos buscar esa fidelidad libro-cine. Son dos medios distintos y a veces el cine no puede ser respetuoso con los originales ya que se corre el peligro de mostrar un libro de imágenes bonito pero aburrido, cosa que hicieron los rusos en sus tiempos comunistas con una pesadísima versión de Guerra y paz. Buñuel, por ejemplo, era muy poco fiel a los libros, con las magníficas novelas Diario de una camarera o Tristana hizo lo que le pareció, hasta el punto que es difícil reconocer los originals. Sin embargo, sus películas son excelentes. Los puentes de Madison fue una muy buena película basada en un libro bastante mediocre. Cuando el libro es peor, o mucho menos conocido que el resultado cinematógrafico no se suele recordar y por eso y por la sacralización del medio impreso tendemos a creer que siempre es mejor la historia original, sin imagénes.
Nunca me abandones es una historia que podría parecer de ciencia ficción o que quizá lo es, pero que resulta muy alejada de los tópicos del género. Aunque en los géneros suele existir una gran variedad de opciones cercanas, en las grandes obras, a tesis filosóficas o incluso religiosas, como sucede en Un mundo feliz, por ejemplo. Se aconseja no contar el argumento de esta película, para no romper la sorpresa. Sin embargo quien haya leído la novela no accederá a la sorpresa y disfrutará de buen cine igualmente. Unos jóvenes sin familia crecen en una escuela que parece de élite, algo inquietante. No estamos en el futuro sinó en el pasado más cercano. Podría ser una historia de amores juveniles contada en versión crepuscular pero intuiremos pronto que hay algo más. Estructurada como las obras de teatro antiguas, en tres actos, una tristeza ante lo inevitable y asumido, ante las falsas esperanzas y ante la imposibilidad misteriosa de rebelión nos producirá una cierta angustia a lo largo de la historia.
Y al final, ante las reflexiones de la protagonista, sabremos que, en realidad, la película habla de todos nosotros, condenados a morir, más pronto o más tarde, sin esperanza de rebelión ante lo inevitable. El mundo hospitalario, omnipresente en nuestra sociedad, aséptico, incluso algo acogedor, es una de las muchas posibilidades que nos esperan al final del camino. ¿Acaso no estamos en un mundo globalizado en el cual contemplamos con indiferencia como otros mueren, quizá para que podamos tener, nosotros, los privilegiados del presente, comodidades, calor y comida aseguradas? Las historias sobre ladrones de sangre, de órganos, de lo que fuese, elementos destinados a mejorar la vida de los ricos, son antiguas y recurrentes. La llamada al sacrificio de la juventud destinada a los mataderos de las guerras, a las militancias políticas peligrosas y arriesgadas o a vidas conventuales diversas, en nombre de patrias, dioses y reyes, lo mismo. En esta historia el poder es invisible, los mandos intermedios se humanizan e intentan algo distinto, sin resultado. Una historia para pensar y reflexionar, se acceda a ella a través del cine, de la novela o de los dos medios, sin que tenga demasiada importancia empezar por uno u otro.
Unos actores excelentes consiguen que suframos con ellos, con la sorprendente Carey Mulligan al frente, una gran actriz joven que ya nos emocionó en An education, que algunos comparan con Audrey Hepburn, aunque yo creo que son bastante distintas, como lo somos todos, mientras no nos clonen... Esperemos que le ofrezcan papeles a la altura de su inteligencia y expresividad en el futuro. Aunque, ¿quién puede saber qué nos depara el futuro y que supuesta ética moderna justificará lo injustificable?