martes, 22 de marzo de 2011

Nunca me abandones, la inquietante moral del sacrificio juvenil




Hace años, cuando vi la película Lo que queda del día, y accedí al libro en qué se basaba, me sorprendió que su autor fuese un japonés, aunque se tratase de un japonés de cultura anglosajona. Me pareció aquella una historia absolutamente inglesa y es que el peso cultural suele ser bastante más fuerte que el genético, al menos en apariencia. Sin embargo hay mucho también de oriental en esas historias excelentes de Kazuo Ishiguro, con pocos personajes y poca acción, en apariencia y una inquietud que aflora por los poros discretos de aquello que se nos cuenta o no se nos acaba de contar. La adaptación de aquel libro al cine era sorprendente por su respetuosa fidelidad al espíritu y la letra del original impreso, cosa que, según mi opinión, ocurre también con  Nunca me abandones, acabada de estrenar en Barcelona.

No creo que debamos buscar esa fidelidad libro-cine. Son dos medios distintos y a veces el cine no puede ser respetuoso con los originales ya que se corre el peligro de mostrar un libro de imágenes bonito pero aburrido, cosa que hicieron los rusos en sus tiempos comunistas con una pesadísima versión de Guerra y paz. Buñuel, por ejemplo, era muy poco fiel a los libros, con las magníficas novelas Diario de una camarera o Tristana hizo lo que le pareció, hasta el punto que es difícil reconocer los originals. Sin embargo, sus películas son excelentes. Los puentes de Madison fue una muy buena película basada en un libro bastante mediocre. Cuando el libro es peor, o mucho menos conocido que el resultado cinematógrafico no se suele recordar y por eso y por la sacralización del medio impreso tendemos a creer que siempre es mejor la historia original, sin imagénes.


Nunca me abandones es una historia que podría parecer de ciencia ficción o que quizá lo es, pero que resulta muy alejada de los tópicos del género. Aunque en los géneros suele existir una gran variedad de opciones cercanas, en las grandes obras, a tesis filosóficas o incluso religiosas, como sucede en Un mundo feliz, por ejemplo. Se aconseja no contar el argumento de esta película, para no romper la sorpresa. Sin embargo quien haya leído la novela no accederá a la sorpresa y disfrutará de buen cine igualmente. Unos jóvenes sin familia crecen en una escuela que parece de élite, algo inquietante. No estamos en el futuro sinó en el pasado más cercano. Podría ser una historia de amores juveniles contada en versión crepuscular pero intuiremos pronto que hay algo más. Estructurada como las obras de teatro antiguas, en tres actos,  una tristeza ante lo inevitable y asumido, ante las falsas esperanzas y ante la imposibilidad misteriosa de rebelión nos producirá una cierta angustia a lo largo de la historia.

Y al final, ante las reflexiones de la protagonista, sabremos que, en realidad, la película habla de todos nosotros, condenados a morir, más pronto o más tarde, sin esperanza de rebelión ante lo inevitable. El mundo hospitalario, omnipresente en nuestra sociedad, aséptico, incluso algo acogedor, es una de las muchas posibilidades que nos esperan al final del camino. ¿Acaso no estamos en un mundo globalizado en el cual contemplamos con indiferencia como otros mueren, quizá para que podamos tener, nosotros, los privilegiados del presente, comodidades, calor y comida aseguradas? Las historias sobre ladrones de sangre, de órganos, de lo que fuese, elementos destinados a mejorar la vida de los ricos, son antiguas y recurrentes. La llamada al sacrificio de la juventud destinada a los mataderos de las guerras, a las militancias políticas peligrosas y arriesgadas o a vidas conventuales diversas, en nombre de patrias, dioses y reyes, lo mismo. En esta historia el poder es invisible, los mandos intermedios se humanizan e intentan algo distinto, sin resultado. Una historia para pensar y reflexionar, se acceda a ella a través del cine, de la novela o de los dos medios, sin que tenga demasiada importancia empezar por uno u otro.

Unos actores excelentes consiguen que suframos con ellos, con la sorprendente Carey Mulligan al frente, una gran actriz joven que ya nos emocionó en An education, que algunos comparan con Audrey Hepburn, aunque yo creo que son bastante distintas, como lo somos todos, mientras no nos clonen... Esperemos que le ofrezcan papeles a la altura de su inteligencia y expresividad en el futuro. Aunque, ¿quién puede saber qué nos depara el futuro y que supuesta ética moderna justificará lo injustificable?


sábado, 12 de marzo de 2011

Abuelas universales bajo la lluvia



Hay nombres que van aparejados, a menudo en la tragèdia, Hiroshima y Nagasaki, Pompeya y Herculano, Cuba y Filipinas... Curiosamente, quizá sea anecdótico, però el primero de los dos nombres suele merecer más atención histórica, en general.

Sabemos muy poco de Filipinas, que fué colonia española perdida a finales del siglo XIX. Con Cuba ha habido siempre otro tipo de relación y mucha más curiosidad. Sin embargo la comunidad filipina es numerosa en nuestras ciudades, muy valorada por su educación y espíritu de trabajo. Incluso antes de las recientes llegadas de immigrantes formaban ya un sector dedicado al servicio doméstico de cierta categoría, recuerdo haber visto, hace ya bastantes años, como se reunían grupos de jóvenes filipinos los domingos, en el Zurich barcelonés.

En la escuela he tenido alumnos filipinos, generalmente, y aunque no me gusta caer en el tópico, suelen ser estudiosos y formales y sus familias responsables y serias. Cuando pueden, como hace mucha gente, y como suelen ser de religión católica, se matriculan a menudo en  las escuelas concertadas religiosas de barrios modestos. Filipinas se liberó del yugo hispánico para caer en el de los Estados Unidos, también sufrió la ocupación japonesa y tuvo gobernantes lamentables, como Marcos, cuya inefable esposa  veíamos a menudo en la prensa, con su inconfundible look i que coleccionaba zapatos a miles.

De su cine tampoco conocemos prácticamente nada. Sabemos más de Irán, de China, de la India, al menos a nivel de generalizaciones tópicas que de aquella tierra fragmentada en más de siete mil islas, lejana y, supuestamente, exótica. Cuando yo era joven vimos aquella película de Los últimos de Filipinas, que no estaba nada mal para la época y con una canción en su banda sonora que ha sobrevivido a los años y que resucita a menudo, porque es muy bonita. La canción estaba envuelta en un amor imposible por motivos patrióticos, por cierto.

Ahora, con dos años de retraso, nos ha llegado Lola, que significa Abuela en tagalo, dirigida por Brillante Mendoza. Una película que debe verse, que parece casi un documental, con una extraña poesía de la humildad, donde se ve más de lo que se cuenta, con dos actrices que parecen vivir realmente esa historia de amor incondicional a unos nietos conflictivos. Uno de ellos ha muerto apuñalado, el otro es su asesino, intuimos que los papeles de los dos jóvenes podían haber sido fácilmente intercambiados. La película desfila por unos paisajes urbanos húmedos y ásperos, verdaderos laberintos para las dos mujeres, castigadas por los años y la pobreza. Sin embargo, en general, hay un ambiente de bondad en el entorno, incluso los funcionarios, policías y prestamistas son educados. La única reacción fuera de tono es la de otro nieto, trabajador, cuya única distracción es la televisión y que ve como su abuela, buscando dinero para ayudar al delincuente, ha empeñado el aparato.

La película acaba de una forma algo abrupta, con el inicio de lo que podría ser incluso una amistad o una actitud comprensiva. Una abuela ha conseguido la libertad condicional de su nieto, la otra, el dinero para un entierro más o menos digno. Nada se ha solucionado de forma definitiva, más bien al contrario. Neorrealismo de hoy en estado puro. Conocí abuelas de este tipo hace años, en las escuelas de barrios difíciles, son filipinas pero no son extranjeras ni lejanas, son muy próximas y reconocibles.

Filipinas tiene uno de sus grandes héroes en José Rizal, un hombre cultísimo al cual fusilaron los gobernantes españoles de forma injusta y absurda. En nuestras ciudades se le han dedicado calles y monumentos. Estuvo preso en Montjuïc, cosa que no se suele recordar demasiado, de paso para su juicio y muerte en Filipinas. En Madrid tiene un monumento, leía hace unos días que la anotación del monumento no da detalles sobre su muerte ni sobre la responsabilidad que nos incumbe. Rizal escribió gran parte de su obra en español, idioma que durante años casi se olvidó en el país, a causa del mal recuerdo colonial y de la influencia americana. Quizá la tendencia esta cambiando, la presidenta Aquino lamentaba durante su época de gobierno que los filipinos no pudiesen leer a Rizal en la lengua en qué acostumbraba a escribir, aunque conocía más de diez idiomas, además del propio del país, el tagalo. Filipinas es un país que está intentado salir de su pobreza, con gran esfuerzo y con grandes dificultades. Vale la pena seguir su cine y exigir que podamos acceder a él de forma más normalizada. 

Los idiomas, las lenguas, los dialectos o como queramos llamarles, no tiene la culpa de las manipulaciones políticas a las cuales los sometemos. Sin embargo siguen provocando conflictos diversos. También es una lástima que sólo nos interesemos por determinados países cuando sufren tragedias o cuando se ven castigados por problemas políticos graves.

La noche antes de ser asesinado por el poder vigente Rizal escribió este poema:

Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
perla del Mar de Oriente, nuestro perdido edén,
a darte voy, alegre, la triste, mustia vida;
y fuera más brillante, más fresca, más florida,
también por ti la diera, la diera por tu bien.

En campos de batalla, luchando con delirio,
otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pesar.
El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio,
cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio.
La mismo es si lo piden la Patria y el hogar.

Yo muero, cuando veo que el cielo se colora
y al fin anuncia el día, tras lóbrego capuz;
si grana necesitas, para teñir tu aurora,
¡vierte la sangre mia, derrámala en buen hora,
y dórela un reflejo de su naciente luz!

Mis sueños, cuando apenas muchacho adolescente,
mis sueños cuando joven, ya lleno de vigor,
fueron el verte un día, joya del Mar de Oriente,
secos los negros ojos, alta la tersa frente,
sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.

Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo.
¡Salud! te grita el alma que pronto va a partir;
¡salud! ¡Ah, que es hermoso caer por darte vuelo,
morir por darte vida, morir bajo tu cielo,
y en tu encantada tierra la eternidad dormir!

Si sobre mi sepulcro vieres brotar, un día,
entre la espesa yerba, sencilla humilde flor,
acércala a tus labios y besa el alma mía,
y sienta yo en mi frente, bajo la tumba fria,
de tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Deja a la luna verme, con luz tranquila y suave;
deja que el alba envíe su resplandor fugaz;
deja gemir al viento, con su murmullo grave;
y si desciende y posa sobre mi cruz un ave,
deja que el ave entone su cántico de paz.

Deja que el sol, ardiendo, las lluvias evapore
y al cielo tornen puras, con mi clamor en pos;
deja que un ser amigo mi fin temprano llore;
y en las serenas tardes, cuando por mí alguien ore,
ora también, oh patria, por mi descanso a Dios.

Ora por todos cuantos murieron sin ventura;
por cuantos padecieron tormentos sin igual;
por nuestras pobres madres, que gimen su amargura;
por huérfanos y viudas, por presos en tortura,
y ora por ti, que veas tu redención final.

Y cuando, en noche oscura, se envuelva el cementerio,
Y solos sólo muertos queden velando allí,
no turbes su reproso, no turbes el misterio:
tal vez acordes oigas de cítara o salterio;
soy yo, querida Patria, yo que te canto a tí.

Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada,
no tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,
deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
y mis cenizas, antes que vuelvan a la nada,
en polvo de tu alfombra que vayan a formar.

Entonces nada importa me pongas en olvido;
tu atmósfera, tu espacio, tus valles cruzaré;
vibrante y limpia nota seré para tu oido:
aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido,
constante repitiendo la esencia de mi fe.

Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores,
querida Filipinas, oye el postrer adiós.
Ahí, te dejo todo: mis padres, mis amores.
Voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores;
donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.

Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía,
amigos de la infancia, en el perdido hogar;
dad gracias, que descanso del fatigoso día;
adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría;
adiós, queridos seres. Morir es descansar.