domingo, 29 de enero de 2017

METÁFORAS CERCANAS

Resultat d'imatges de Loving

Puede verse estos días en los cines la película Loving, aunque parezca que el titulo hace referencia al amor de la pareja protagonista, Loving es el apellido familiar de una pareja normal y corriente, situada, por circunstancias que no han buscado ni deseado, en el centro de un debate que acabó por sentar jurisprudencia.

La historia es sencilla, previsible y cuenta un caso real, además. La película se beneficia de ese trabajo excelente de los actores que la protagonizan, poco conocidos hasta ahora. A la dama ya la han nominado para los óscars, según creo. Pero la historia, a mi entender, se queda corta, se centra demasiado en esa familia tan convencional, en sus problemas, en ese peso excesivo que consiste en ser héroe a la fuerza. 

Me ha faltado contexto. Aquí la policía no es excesivamente mala, ni ese juez local, tan gris, tiene malas intenciones. Quieren que se cumpla la ley, que contemplan desde un prisma de su propia lógica. Queda solamente esbozado  ese núcleo pueblerino, en el cual convivían negros, blancos, indios, en años difíciles y en el cual creció, parece que feliz, esta parejita. También se profundiza poco en esos cambios de los sesenta, de mentalidad en tantos campos, que fueron más radicales en los Estados Unidos que en ese París del sesenta y ocho que se puso las medallas. Incluso la buena gente, negra o blanca, que forma parte del círculo cercano de los protagonistas, no entiende como esa pareja ha sido tan imprudente o ingenua y se ha metido en ese lío. ¡Qué ganas de complicarse la vida!, cuántas veces hemos oído eso cuando un ataque de coherencia nos ha empujado a enfrentarnos con la mayoría.

Es habitual pensar que si no haces nada malo no te va a pasar nada malo pero la vida no es así. El policía local que los detiene incluso los disculpa, ese albañil, rudo, trabajador y bonachón, nació en el lugar equivocado, sin saber qué era bueno o qué no lo era. Des de su punto de vista, el hombre tiene sus razones, aunque parezcan surrealistas, contempladas desde nuestro presente. Nos condiciona el lugar en qué nacemos, sin elegirlo, la época, la ideología familiar, todavía más la ideología de nuestros amigos, de nuestros compañeros de estudios. Nos condicionan la política, la televisión, las consignas de los expertos, los dogmas renovados, los médicos, los maestros, los periodistas de culto. La libertad de opinión es, en realidad, un espejismo con matices.

Hace años, aunque no tantos, cuando las guerras en los Balcanes, una pareja yugoslava explicaba su experiencia por televisión, estaban muy enamorados pero sobre ellos se cernían presiones inmensas, habían crecido sin problemas bajo una misma nacionalidad y ahora familiares y amigos querían que tomasen partido. Ellos también se sentían patriotas, en cierto modo, un serbio y una croata, qué cosas. No querían renunciar a esas inquietantes señas de identidad que nos etiquetan territorialmente. Ignoro como acabó su relación, eso tiene la tele, que a menudo no sabemos el final de las historias que nos cuentan y que nos conmueven. 

Sin duda en esos casos, desde fuera, desearíamos que esas parejas se largasen a otro lugar más amable, pero las cosas no son tan sencillas. La protagonista de la película siente nostalgia de su pueblo, quiere ver crecer a sus hijos allí. El hombre, lo mismo. Los lazos familiares son un peso pesado, tienen sus virtudes pero también sus condicionantes negativos. Sin llegar a esos extremos, de momento, percibo por aquí con inquietud esa tendencia galopante a potenciar lo que nos separa y no lo que nos une, pero, por otro lado, también lo que nos une consigue que la convivencia pacífica sea una realidad admirable en ese tiempo de cambios de población y diversidades culturales cercanas. Las grandes tragedias colectivas han sido provocadas tanto por lo que separa como por lo que une o debería unirnos aunque fuese a la fuerza, claro.

Con el franquismo crecimos siendo españoles a la fuerza, sin embargo, el gobierno y la sección femenina potenciaban la regionalización folklórica. Una amiga maestra, como yo, recordaba que de pequeña, en Andalucía, aprendió alguna canción catalana, gallega, con eso de las damas educadoras del régimen y sus currículums. Me temo que ahora, nada de nada, al menos de forma generalizada. No defiendo el franquismo ni aquellas miserias, me lamento de qué se haya perdido cierto espíritu integrador que consiguió que, por ejemplo, se vendiesen bastantes fascículos de un coleccionable que se llamaba España, qué hermosa eres. Ahora se viaja a las antípodas con facilidad pero cuando la gente empezó a comer caliente y a comprarse cochecitos existía una cierta idea ligada a círculos turísticos concéntricos, primero debíamos conocer Catalunya, después, España, y más adelante, si se podía, debíamos salir al extranjero, empezando por Francia.

Durante el tardofranquismo y la transición algo se hizo, existían unos libritos encantadores, destinados a las escuelas, con leyendas, tradiciones y canciones de toda la península. Alguna editorial progre editaba libros de lectura dónde podías encontrar textos para niños en todos los idiomas hispánicos, con su traducción al castellano, por si acaso. Aquello duró menos que la primavera de Praga. Los tiempos han cambiado y a mi me parece que se han complicado cosas sencillas, las escuelas, los hospitales, lo que sea, funcionan a base de eso que llaman protocolos y que hace que cuando pasa algo se tenga a mano una cabeza de turco a quién culpar. 

La potenciación de lo qué separa se manifiesta, sobre todo, en el tema lingüístico, en el cual somos unos grandes analfabetos. Hay gente del oeste europeo que se entiende, literalmente, hablando, pero para diferenciarse a fondo unos usan el alfabeto cirílico y otros, el latino. Con la mayoría de los hablantes de las lenguas derivadas del latín nos podríamos entender perfectamente, hablando despacio y con algo de buena voluntad. Muchas de esas lenguas, sin embargo, han elaborado unificaciones destinadas a decir, desde arriba, qué está bien y qué no lo está, suprimiendo con menosprecio variedades dialectales interesantes. Los medios de comunicación han conseguido o están consiguiendo esta unificación mucho mejor que las escuelas o las leyes contundentes. 

Hace años se hablaba de la Europa de los pueblos, pero continuamos con la Europa de los estados, los estados gozan de buena salud, al menos por aquí. Sin embargo, nunca se sabe. Todo es frágil. Los Loving consiguieron que se reconociese su matrimonio pero me temo que los prejuicios extraños, ligados incluso a interpretaciones bíblicas sobre razas y diferencias, no desaparecieron nunca del todo y esas supervivencias explican, en parte, eso de Trump, quién, entre otras cosas lamentables, va a mandar construir un muro colosal, cómo son los americanos, aquí los contemplamos con cierta distancia elitista, incluso. Oigo hablar estos días de los supuestos valores europeos cuando aquí tenemos montones de muros y el continente se ha bañado en sangre por todas partes hasta hace, como quién dice, cuatro días.

Cada día entiendo menos cosas como el patriotismo. Caes dónde caes y te crees, al menos durante un tiempo, que a veces es bastante largo, lo que te enseñan y te cuentan, ya que, como escribió el poeta, la cuna del hombre la mecen con cuentos. Con cuentos en el sentido peyorativo de la palabra, claro, cuentos chinos, cuentos de Calleja.

Uno de los personajes de El camino, esa tendera rancia, de conciencia escrupulosa, se acusa cuando no sabe de qué acusarse, en el confesionario, de que si hubiese nacido en Inglaterra sería protestante, ya que el cura le confirma que de haber nacido allí posiblemente su religión fuese aquella. Parece una anécdota banal pero a mi me parece de una gran profundidad, hay quién cree que nunca hubiese sido nazi, a pesar de vivir en el nazismo, pero la historia más bien demuestra lo contrario e incluso evidencia que es relativamente habitual convertirse a la religión de los que mandan, sobre todo cuando la conversión nos procura beneficios evidentes, aunque perjudique a otros. 


domingo, 15 de enero de 2017

CANTANDO Y BAILANDO, ENTRE ESTRELLAS Y ESPERANZAS JUVENILES

Resultat d'imatges de LA LA LAND

No he podido evitar ir pronto a ver La, la, land, por curiosidad malsana y porque mucha gente me la comentará estos días. Ya iba con cierta prevención. Ryan Gosling me gusta o me gustaba, aunque depende de los papeles que le dan, a veces se pasa con los mohines y esa moda de que el chico lleve un mechón de pelo grasiento delante de los ojos me pone nerviosa, lo siento, me dan ganas de sacarme un clip del bolsillo y recogerle la greña. Hace unos días me pasó lo mismo con el protagonista de Franz, antes eran las damas quienes se complacían en eso del pelo desgreñado pero parece que las tendencias contribuyen a esos despeinados intencionados de los galanes de nuestro tiempo.

De la protagonista, Emma Stone, sabía poca cosa. Tiene a su favor el aspecto de chica corrente con grandes ojazos. Lleva unos vestidos muy bonitos y no repite ninguno, que yo recuerde. Quizás a partir de la película vivamos una primavera con un retorno a aquella moda que potenciaba los colores del parchís, no sé si se acuerdan. Stone y Gosling bailan y cantan de forma relativamente aceptable, pero no son ni Ginger Rogers ni Fred Astaire. Antes se solía doblar a los cantantes, admito que eso hacía perder veracidad al conjunto y a veces no tenía explicación, Audrey Hepburn cantaba bastante bien y tuvo un disgusto cuando la doblaron en My Fair Lady. 
Resultat d'imatges de LA LA LAND
Ya había sido injusto prescindir en la versión cinematógrafica de Julie Andrews, quién cantaba de maravilla y que había triunfado en el teatro con la obra. A Audrey Hepburn había la manía recurrente de aparejarla con viejecitos, quizás por eso cuando en Dos en la carretera la aparejaron con uno de joven, Finney, no pudo evitar iniciar un romance con él, cosa que hizo enfadar mucho a su marido de entonces, Mel Ferrer.

Volviendo a La, la, land no le negaré méritos. Buena fotografía, buena ambientación, buena música, aunque no sea West Side Story, guiños  cinematográficos diversos, homenajes a los grandes de antaño, amor fino y elegante, sin ese sexo gratuito y explícito que nos emiten incluso en los telefilmes de sobremesa. Qué bonita esa escena del cine, cuando se tocan los deditos con emoción... 

Ese romanticismo se agradece pero algo no acaba de ser redondo, es algo relativo al guión, poco consistente. Se evita un final feliz de forma algo brusca, hoy parece que los finales felices son vulgares y deben ser evitados aunque sean, incluso, absolutamente coherentes con la historia. Ese final se ha visto como un mérito, yo no lo veo así, sobre todo porque esa elipsis de cinco años, precisamente cuando las cosas empiezan a irles bien a la parejita, está  algo introducida con calzador.
Resultat d'imatges de ryan gosling la la land
Claro que el director ha sido valiente, demostrando que en eso del musical quedan un montón de cosas por inventar y reinventar. Claro que yo ya soy un poco viejecita y me cuesta entusiasmarme, tenía unas chicas al lado que flipaban con la historia y salieron muy contentas. El cine estaba lleno del todo y hoy hace ilusión entrar en una sala de cine llena y no casi vacía, como esa en la cual la pareja ve Rebelde sin causa, del sobrevalorado, a mi entender, James Dean. No puedo decir que no pasase un buen rato, aunque el metraje, considerando la poca historia que se cuenta, me pareció excesivo. Dicen que tendrá muchos premios, ya los ha tenido. Veremos qué pasa en los óscars, aunque todo eso de los premios es relativo y el tiempo dirá. Una película que odié durante años, Grease, ahora me hace incluso cierta gracia cuando la vuelvo a contemplar, por la tele. 

Creo que la pareja protagonista debía haber unido esfuerzos y alternar el jazz, en esa sala recuperada, con teatro de cabaret o algo así. El director, Damien Chazelle, es muy joven todavía, un gran amante de la música y nos puede dar muchas sorpresas. Y sobre el final, al menos el pianista tiene su local y no es el viejo perdedor decadente de la novela de Vázquez Montalbán o de la canción de Billy Joel. Parece que los pianistas de ficción sufren mucho, en general, y viven atormentados. Intuímos que la chica, más o menos, es moderadamente feliz con su bebé, pero el pianista friéndose croquetas en soledad da mucha pena, aunque sea Gosling. O precisamente por eso.

domingo, 1 de enero de 2017

INTERIORES CON FIGURAS

Resultat d'imatges de gent dormint a terra a barcelona

Fotografia de Carlos Montañés, publicada en El Periódico

Una persona de mi entorno ha pasado por París hace pocos días, de camino a Praga, para visitar a su hija, que hace allí un Erasmus. No era la primera vez que estaba en la mítica ciudad pero me cuenta, conmovida, que ha visto familias enteras, con niños muy pequeños, durmiendo en la calle. París es una ciudad en la cual, en invierno, hace un frío que pela, inimaginable para los barceloneses, acostumbrados a la benignidad de la costa mediterránea. 

Mi percepción, que puede ser errónea, me dice que la gente que duerme en la calle se ha multiplicado, al menos en Barcelona. No todos son inmigrantes, hay gente del país, mucha. Hace años que vemos personas durmiendo en los cajeros de las entidades de crédito, hombres en una gran mayoría, aunque también hay algunas mujeres y fue una mujer la víctima de aquella gamberrada mortal perpetrada por un par de chicos de bona casa, hace años. Uno de ellos ha salido hace poco por la televisión y dice que está arrepentido. No entiendo la necesidad de manifestar de forma mediática esos arrepentimientos, valdría más que se dedicase, si la conversión es real, a trabajar por los marginados todo el resto de su vida, en silencio y de forma discreta, puede que lo haga, no lo sé.

Hay grupos de gente extranjera que van de un lado a otro, bebiendo y trasladando su inquietante suciedad por plazas y cajeros. Hace algún tiempo asistí a una charla muy interesante por parte de esa admirable gente de Arrels, nos contaron que eran gente de los países del Este, tan maltratados por guerras diversas y que desde hace décades generan víctimas desarraigadas y apátridas. 

En mi barrio hay una tienda de productos cárnicos que en su exterior tenía una especie de saliente en el cual se instalaban esas personas, bebían, comían, incluso copulaban allí. Ahora han puesto una reja que hace imposible el estacionamiento, no es extraño, ya que la situación, denunciada por los vecinos, parecía no poderse arreglar de ninguna otra manera. Y, de hecho, el ayuntamiento debe ser impotente ante esos casos, esa gente no ha desaparecido, se ha  instalado en plazas cercanas donde ahora es, incluso, bastante más visible que antes.

Hace algún tiempo había sucursales de La Caixa por todas partes. Hoy hay muchas menos, también se han reducido los cajeros automáticos y algunos no funcionan o se encuentran en un estado lamentable. Cada vez lo pagamos todo más a menudo con tarjetas, en el fondo se busca eso y reducir a casi nada el número de trabajadores, pero todavía hay mucha gente que prefiere el dinero constante y sonante. 

En esas vigilias de fiesta, además, parece que las oficinas, en general, cierran, aunque sean todavía esos, días laborables. En busca de efectivo me acerqué ayer a una oficina cercana, la puerta estaba cerrada, no se podía entrar, me temo que para evitar que esos marginados nómadas se instalasen en aquel espacio. Sólo había un cajero exterior, con una cola enorme esperando.

Me dirigí a otra oficina, una de muy grande, en la cual siempre suele haber gente sacando dinero y que cuenta con unos cuantos cajeros automáticos. Había cola también allí pero me esperé. En el interior había dos personas pernoctando, una de ellas incluso se había construído una especie de biombo de cartón, el hedor era insoportable pero hay pocas cosas insoportables en este mundo. 

En uno de los cajeros no se podia ingresar dinero, otro no funcionaba con la tarjeta y otro más estaba fuera de servicio. Una mujer me comentó que venía de otro cajero, cercano a su casa, en el cual no se había atrevido a entrar ya que dentro había un móntón de gente marginal durmiendo y nadie sacando dinero y que para entrar habría hecho falta pasar por encima de los residentes espontáneos. 

El centro de Barcelona, a determinadas horas, se llena de pedigüeños que parecen salidos de las novelas de Galdós o de las narraciones de la picaresca hispánica, jorobados,gente sin piernas, sin brazos, exhibiendo sus interioridades en pleno invierno, algunos parecen de plantilla, tienen su lugar y su horario. 

También a las puertas de los supermercados se instalan a menudo personas fijas que piden limosna o gente no tan fija, más intermitente. Por suerte ahora nadie pide con niños a cuestas, hace años el ayuntamiento, no sé como, consiguió acabar con aquella imagen triste y decadente. A determinadas horas se instala esa mendicidad en lugares como las escaleras de la Catedral, hay muchas mujeres, descalzas, vestidas de negro, con un bote en la mano. 

Lo peor es que nos hemos acostumbrado a todo eso. Hace años se podían ver fotos de las playas de Canarias en las cuales los turistas se bañaban o tomaban el sol mientras que a unos metros recogían algunos cadáveres de ahogados, fugitivos de miserias y guerras que nos son desconocidas y que los medios de comunicación nos cuentan poco y mal. 

La gente tiene, tenemos, mala conciencia, y sea o no picaresca lo que mueve la mendicidad moderna, de vez en cuando damos algo a esos mendigos del presente, por si acaso. Por eso tienen éxito esas maratones benéficas, esas recogidas de alimentos tan inútiles y absurdas, ligadas a la época navideña, parece que hacemos algo aunque no se haga nada o se haga poca cosa. 

Eso de las familias, supongo que de refugiados, malviviendo en París, me ha recordado aquel antiguo chiste, creo que de Chumy Chúmez, en el cual un pobre manifestaba que tenía ganas de irse al sur para no pasar más que hambre. Y es que pasar hambre y frío debe de ser horrible. Nuestros padres y abuelos pasaron eso y más pero parecía que todo iba a mejorar, aunque lo hizo a trancas y barrancas.

Durante mi infancia, en casa, a veces alababan la Barcelona de entonces, la del porciolismo, porque no se veian mendigos. No es que no existiesen, los había y a montones, pero los ocultaban o los mantenían alejados de los centros turísticos, aunque no tan turísticos como los actuales. Y es que en todo funciona aquella de ojos que no ven, corazón que no siente. Y ante la imposibilidad de arreglar nada o casi nada preferiríamos no saber. 

Sobre eso de la gente viviendo en la calle se habla de vez en cuando, según dicen no se les puede obligar a nada, la gran mayoría no son violentos ni se meten con nadie. Nos molesta su visión, su olor, su desarraigo y nos molesta nuestra propia impotencia y la de los poderes públicos ante esas situaciones que no entendemos y que son tan graves. No entiendo que ese turismo en alza no boicotee esas ciudades escaparate de nuestro presente y que continue esa feria absurda del consumo cultural a todo gas.

No sé ve y no se quiere ver. En todo caso, no nos engañemos, esos marginales no durarían mucho en lugares como el portal de la Sagrada Família o del Museo Picasso, por ejemplo. Se toleran en los barrios tolerantes, modestos, donde la gente de a pie también los tolera e incluso los respeta, aunque le molesten. Y, de forma puntual, en los portales de algunas iglesias, incluso de la Catedral. Un antiguo cuadro nos muestra el portal de la Sagrada Familia, en construcción, dando acogida a un montón de marginados de otra época. Es un cuadro de la época joven del gran Mir, muy conocido, La catedral dels pobres.



Tot es un cuento, repetian mis mayores a veces, ante las proclamas políticas o las propagandas vanidosa sobre lo que fuese.  Tenemos suerte si contamos con seguridad, ingresos suficientes, un techo, un espacio de referencia. Sin embargo la suerte está ligada al azar, al caos, a la casualidad. No nos la hemos merecido. Tampoco nos merecemos a los que mandan, aunque una conocida frase sobre el tema nos lo repita de vez en cuando. Sé que existe mucha gente preocupada por esas cosas que trabaja en la sombra, sin hacer ruido, con constancia y dedicación, incluso aunque consiga poca cosa. 

Sin embargo parece que hay miserias que no tienen solución, aunque los pobres de hoy no sean los de ayer, al menos, no siempre. De vez en cuando los ayuntamientos hacen algo y lo publicitan, claro. Pero me  temo que esos problemas no forman parte de las grandes prioridades de la política que nos ahoga. Eso sí, los intentos actuales incluso tienen nombre en inglés, housing first. Qué mundo, Facundo. Y es que si incluso pasa en París...