domingo, 14 de octubre de 2012

EN EL PAÍS DE LOS SUEÑOS PERDIDOS





Se hace difícil, en los tiempos que corren mantener la cabeza fría. Hace años soñé que España acabaría siendo una verdadera patria multicultural, todos sus habitantes conocerían a la perfección, además del castellano, ya lengua de fraternidad aprendida libremente, otra lengua, de las tres posibles, al menos de las tres más históricas: euskera, gallego, vasco. Además de tantos prejuicios hoy existe, además, un utilitarismo pragmático muy miope, ¿para qué esforzarse en aprender tonterías, lenguas que hablan cuatro gatos? 

Se resta en lugar de sumar, por pura pereza mental disfrazada de realismo. ¿Cómo es posible que nunca se haya planteado, por ejemplo, que todos los españoles deberíamos tener unas nociones de ese monumento ancestral que es el euskera, de la misma manera que valoramos saber qué se oculta, culturalmente hablando, en una iglesia pre-románica? 

Nada ha sido como soñé. No se pactó la lectura histórica de la variedad, lejanos quedaron los días escolares en los cuales en algunos manuales de lengua se incluían textos en 'las otras lenguas' con su traducción al castellano. Incluso la casposa sección femenina nos enseñaba alguna cancioncita en vasco, en catalán, en gallego y algún baile tradicional de otros lugares hispánicos. Todo eso se ha perdido, hoy sabemos más de América que del resto de nuestro país, estado, nación o lo que sea, pues me da igual, la rosa sería una rosa aunque otro nombre tuviese. No podemos ver las 'otras televisiones regionales' si no tenemos parabólica. Los catalanes no cantamos en gallego ni tampoco al revés, los castellanos no suelen cantar en catalán. Bueno, puede haber alguna persona por ahí interesada por la multiculturalidad pero son pocas y están ocultas.

Amigos de mi barrio se encuentran con incomprensión cuando vuelven a sus pueblos castellanos, extremeños, andaluces. No general, ni de todo el mundo, pero sí lo bastante frecuente como para inquietar, la gente cree más lo que dicen los periódicos, las televisiones que lo que les cuentan los testimonios directos de los hechos. Así es el mundo de hoy, lo dice la tele, bendito sea.

Monica Vitti contaba en una ocasión como en algún periódico publicaron que se había intentado suicidar. Su madre, lógicamente preocupada, le preguntó. Ella lo negó todo pero su madre siempre se quedó con la duda. Lo habían escrito en el periódico, dicho en alguna televisión. No importa que en la calle la convivencia sea normal y que viajando por el Sepharad espriuano encontremos amabilidad, en general. O al revés, que los turistas hispánicos que visitan la Sagrada Familia constaten que se les atiende en su lengua sin problemas. Hay temas, sin embargo, que no se tocan, por si acaso. 

No sé qué pasará. Soy persona de pocas aficiones patrióticas, tengo manía a banderas y escudos, me parece, además, que una lengua es algo imposible de definir, aunque se hagan grandes esfuerzos para ello. Utilizamos latín imperfecto y también el latín debió ser la fijación política obligada de quién sabe que substratos oprimidos anteriores. Nos entendemos hablando despacio con el resto de los hablantes de lenguas románicas pero la ortografía y la normativa elaborada por los mandarines expertos ya intenta que la cosa se diferencie y que se construyan murallas diversas. Al fin y al cabo las lenguas son, o deberían ser, para unir, para entenderse. 

Me temo que es algo consubstancial al ser humano buscar las diferencias que separan. Podríamos establecer un pacto mundial, una sola patria, una nueva lengua para los que han de venir. Pero esa unidad acabaría por volver a romperse, cualquier excusa es buena para la sinrazón, por desgracia. Hay países del este que se entienden hablando pero escriben en alfabetos distintos para diferenciarse. Se decía que una lengua se diferenciaba de un dialecto en el hecho de tener un ejército detrás. Un ejército, una academia de la lengua, una lectura oficial del tema manipulada por los poderes del signo que sean.

Hace años, cuando yo estudiaba magisterio, un profesor comentó que la Unesco estudiaba renovar los manuales de historia para elaborar una nueva lectura del pasado europeo, más objetiva. Vano intento, cada cual quiere mantener sus glorias, sus personajes, sus héroes a la fuerza, sus revoluciones, sus descubrimientos, sus victorias, incluso sus derrotas honoríficas, para reivindicar con orgullo patrio lo que sea. No hay países inocentes ni patrias limpias de sangre pero los libros, ay, los libros, lo arreglan todo. Nadie ha hecho méritos para nacer en un lugar o en otro, a mi no me preguntaron al nacer si quería ser madrileña, sueca, alemana o senegalesa. Por lo tanto, esos orgullos son algo sin demasiado sentido. 

En el caso, hipotético, de conseguir Catalunya, en algún momento, una cierta independencia política, agotado el proceso de buscar una España más abierta y comprensiva, más igualitaria, más permeable, donde los jóvenes circulen con fluidez de un lugar a otro sin resentimientos, cosa que ya sucede en muchos casos sin que se haga bandera de ello, no deberían romperse ningún tipo de lazos. Las fronteras cambian, los países, las naciones, se unen y desunen. Su perfil actual no obedece a la voluntad popular sino a la historia, a la historia del poder. Quizá falte mucho para los esperados Estados Unidos de Europa. O no, quién sabe. Jamás hubiese pensado ver la moneda única, el euro, o la caída rápida del muro de Berlín. El futuro es imprevisible y recurrir al pasado para explicar el presente es un error, la historia, la geografía, han sido también instrumentos de poder política, de adoctrinamiento ideológico. Hay que mirar al presente y un poco al futuro. 

Hace años había en las escuelas colecciones de libros con leyendas de todo el mundo y, también, de toda España. Me pregunto que sabe hoy un joven extremeño de Cataluña, un andaluz, de Valencia, un mallorquín, de Galicia. Podrían montarse concursos de televisión con preguntas peninsulares, tradiciones, ríos, pueblos, ciudades, formas dialectales, bailes, canciones, quizá así mejoraríamos la culturilla. Dejemos a los reyes antiguos, a los descubridores de continentes, a los padres de las patrias, descansar en paz. Su tiempo fue otro tiempo, su mentalidad, otra mentalidad, sus valores, otros valores y no justifican ni explica nuestras aspiraciones actuales que tampoco son del todo libres, lo admito. Nadie está vacunado contra la provocación, contra los lugares comunes, contra la visceralidad. Las diferencias más virulentas son, a menudo, con el pueblo de al lado, con el barrio cercano. A veces, contemplando esos reportajes del mundo dónde sí hay problemas y hambre galopante y explotación indiscriminada pienso aquello que decía mi padre a menudo, viendo como no valorábamos lo suficiente el plato lleno de sopa o la nueva abundancia de los tiempos de mejora, massa tips (demasiado hartos).