lunes, 27 de agosto de 2012

EN LA CALLE DEL TURCO, LE MATARON A PRIM...










En la calle del turco
Le mataron a Prim
Sentadito en su coche con la guardia civil
Con la guardia civil, con la guardia rural

A las diez de la noche
En paseo real
Cuatro tiros le dieron en mitad del corazón
Cuatro tiros le dieron a boca de cañón

Al pasar por las cortes le dijeron a Prim
Vaya usted con cuidado, que le quieren herir
Si me quieren herir, que me dejen hablar
Para entregar las armas a otro general

Al llegar a la plaza, salió el hijo mayor
¿quién ha sido ese ingrato que a mi padre mató?
¿quién será ese tirano, quién será ese traidor?
¿quién ha sido el infame que a mi padre mató?



Ian Gibson acaba de publicar su primera novela, una novela històrica que ha sido premiada con el Fernando Lara y que se está promocionando actualmente en los medios de comunicación. El tema de Prim ha hecho que el historiador aparcase incluso su anunciada biografía de Buñuel. No la he leído todavía, así que no puedo opinar sobre el libro desde el punto de vista del valor narrativo. No soy aficionada a la novela histórica y además, parece que todo el mundo quiere escribir su novela. En el caso de los historiadores, también, quizás porque los libros de historia no suelen tener la misma divulgación o porqué la ficción permite muchas más libertades, incluso con la historia seria, que un libro académico.

Sin embargo, de momento las entrevistas de promoción a Gibson me parecen muy interesantes, como la que publicaba ayer La Vanguardia, porque inciden en ese siglo XIX tan fascinante, violento y complejo, mal conocido de forma general por jóvenes y adultos. Sin conocer aquella época no podemos entender nuestro presente y así nos va. Muchos aspectos de la guerra civil tienen relación con aspectos de las guerras carlista o de otros acontecimientos anteriores.

Gibson, que manifiesta su admiración por una España llena de culturas ancestrales, que desearía distinta, federal, respetuosa y amante fiel de sus diversidades, incluso capaz de federarse con Portugal, un viejo sueño, no es optimista al respecto, como no lo soy yo misma, que también quisiera creer que eso sería posible. El XIX fue un desastre aunque hubo intentos interesantes, todos ellos marcados por muertes y violencias, las guerras carlistas mencionadas, el cantonalismo de Cartagena, hoy poco o nada conocido. El Cantón de Cartagena generó tragedias y hazañas que de haber sucedido en Catalunya o el País Basco serían hoy mitología nacionalista y fuente de inspiración para tantos iluminados del presente que desprecian cuanto ignoran, igual que la Castilla de Machado. Los afanes cantonalistas murcianos desestabilizan la creencia en la única existencia de nacionalidades históricas en la península.

Prim fue un personaje singular, hoy poco conocido, aunque hace años se publicó una exhaustiva biografía suya. Fue popular, apreciado y admirado por el pueblo, pero con sus luces y sombras. Quería también una España distinta, moderna y avanzada, con una monarquía constitucional que no fuese borbónica, evidentemente, a causa de las malas experiencias con los últimos representantes de la familia. La búsqueda de rey generó conflictos internacionales. Estuvo a punto de conseguir su objetivo pero las fuerzas oscuras del inmovilismo acabaron con él, en un atentado que se cantó durante años en los corros infantiles y que yo había escuchado todavía tararear a mi madre, el de la calle del Turco,  nunca aclarado del todo y sobre el cual quizá la novela de Gibson extienda alguna lucecita más. Las fuerzas integristas y conservadoras pero también la inestabilidad generalizada, la poca unidad, la miopía de unos y otros, contribuyeron a eliminar el posibilismo que preconizaba el militar.

Hubo que recurrir finalmente a los borbones, a un Borbón con una madre singular, un padre dudoso y un abuelo pintoresco, chiflado y cruel, Alfonso XII, que protagonizo una breve época de estabilidad, con la gente cansada ya de violencias y de intentos políticos diversos. En el siglo XX hubo que hacer más o menos lo mismo, en una época cansada de lo anterior, tragar con lo posible y seguir viviendo. Parece que la humanidad sólo se sienta a negociar y aceptar unos mínimos después de las grandes tragedias, no sólo pasan estas cosas en España, aunque a veces tengamos complejo de inferioridad. La geoestrategia también pesa, como pesó después de la segunda guerra mundial, cuando nos dejaron aislados y olvidados mientras los vecinos recuperaban sus democracias más o menos convencionales.

Prim es un personaje incómodo, un catalán de Reus, implicado en lo español, como Cambó. Por eso inspira cierta prevención a la hora de biografiarlo o entrar a fondo en una historia muy distinta de la oficial. Incómodo para unos, para otros y para el resto. Gibson, por cierto, se interesó por el tema a partir de una visita a la tumba de Robert Boyd, un  joven idealista inglés que luchó y murió con Torrijos, quizá el pelirrojo que puede verse en el famoso cuadro del fusilamiento. Tantas muertes para nada, por desgracia, y así sigue el mundo.

Prim fue también el responsable de algún bombardeo sobre Barcelona, a causa de la revuelta de la Jamància, aunque a menudo sólo se habla de la responsabilidad de Espartero, otro gran militar popular de la época, cosa que ha hecho que la calle Duc de la Victoria haya quedado reducida, para evitar suspicacias, a la calle del Duc, un poco como ha pasado con el Mirador de l'alcalde, para que no se recuerde que el alcalde era Porcioles. De momento la Rambla de Prim conserva su nombre y nadie, que yo sepa, ha ido a pintarrajear o destruir en estos tiempos su estatua ecuestre, que preside la entrada del Parque de la Ciudadela, por cierto, una copia de la original, destruida en 1936, copia realizada de forma bastante fiel por Marés, a finales de los años cuarenta. En Reus, su ciudad natal, también tiene monumento y respeto generalizado. Ya veremos, cosas más raras se han visto en estos últimos años. Ya digo yo que la historia es complicada y contradictoria.

El pobre general Prim, además de la novela, ha estado también de actualidad recientemente a causa del estudio de sus restos, de su pobre momia, que hemos tenido el dudoso placer de contemplar. Ignoro para qué sirven ese tipo de estudios pero preferiría que dejasen a los difuntos en paz, lo mismo que a Pere el Gran. Parece que eso de abrir sepulcros es una afición compartida por devotos de santificaciones, revolucionarios profanadores e historiadores curiosos y algo necrófilos. Prefiero quedarme con las imágenes idealizadas de Gispert que no con la tétrica visión de esas momias lamentables. En todo caso, no hace falta que nos pasen su estudio por televisión con tanto detalle.

Gibson ha tenido grandes dificultades para investigar el tema del asesinato de Prim, el sumario estaba hecho un asco, mal conservado, incompleto, como deben estar tantas cosas importantes que nadie reivindica. Admite que le ha costado mucho más investigar este crimen que el que se cometió durante la guerra civil con García Lorca. En todo caso el tema de la novela de Gibson debiera servir de motivación para acercarnos a esa época no tan lejana y a sus personajes fascinantes, otro de los cuales fue también catalán, el federalista Pi i Margall, de cuyo nombre e ideas poca gente quiere acordarse ni mucho menos reivindicar. 

Gispert, el pintor de este cuadro y del del rey Amadeo ante el féretro de Prim fue un interesante artista valenciano que murió en París. Levante ha generado grandes pintores, muchos de los cuales son todavía, en general, poco conocidos y, en la actualidad, poco valorados. Hoy los modernillos miran con prevención y cierto desprecio esa pintura entrañable, con la cual conformamos nuestro imaginario histórico, tan reproducida en láminas, libros de texto y cromos de los chocolates. Durante el siglo XIX tuvo una gran importancia. 

Ayer mismo compre en Sant Antoni una vieja guía comercial de Barcelona, un facsímil, en el cual vienen todos los profesionales de la ciudad a mediados de ese siglo XIX y los pintores sólo se dividen en dos grupos, los de brocha y los históricos. Se aprende más historia contemplando estas obras de arte y buscando referencias sobre ellas y sobre las escenas y personajes que se representan que no en nuestras escuelas y universidades de hoy, tan mezquinas y limitadas en muchos aspectos y que suelen recurrir a tópicos y a mitologías bastante restrictivas. La historia es complicada, poliédrica, como las personas, pero entrar a fondo en esa complejidad pide incluso valentía, la valentía de poder admitir, si hace falta, que nada es como nos gustaría que fuese o hubiese sido. Otra cosa es pensar en cómo queremos el futuro pero para eso no hace maldita falta recurrir a pasados gloriosos para justificar nuestros deseos. En todo caso, mejor mirar hacia Pi i Margall que no hacia el Cid o hacia los almogávares.


jueves, 9 de agosto de 2012

Sancho Gracia y nuestro imaginario personal



Acabo de leer que ha muerto el actor Sancho Gracia y aunque no quisiera convertir mis blogs en obituarios la realidad es que los años hacen que vayas viendo como personajes que te acompañaron a lo largo de tu existencia van desapareciendo, en ese goteo inevitable de la vida y de la muerte.

Sancho Gracia fue actor y personaje, guapo y de los pocos que no necesitaba dobles en las escenas difíciles, de riesgo, montando a caballo y haciendo acrobacias, casi como un joven Burt Lancaster. La televisión ha repuesto hace poco Curro Jiménez que fue su papel estrella y que incluso llegó a conseguir durante un tiempo substituir el nombre del actor por el de su héroe de ficción, en las conversaciones informales. Escuchaba hace poco a un chico más joven que yo comentando que veía la serie muy antigua a pesar de lo mucho que le gustaba de pequeño.

Eso pasa con todo y nos pasa a todos, el recuerdo a menudo es engañoso pero las series y las películas antiguas, aunque nos decepcionen en algunos aspectos y se destiñan y los efectos especiales sean superados por la tecnología, tienen el perfume del pasado, la ternura del tiempo perdido. Sancho Gracia fue un actor buenísimo cuando lo dejaron y lo supieron aprovechar pero el actor superaba al personaje con su voz característica y su personalidad irrepetible. Eso me imagino que será un lastre para su hijo, también actor, del cual oigo a veces comentar algo injustamente que es  más soso que su padre, aunque sea guapetón.

Yo no miraba mucho Curro Jiménez, era aquella una serie más de chicos pero los niños de la edad de mi hija mayor, que prefería otro tipo de series, tenían pistolas de Curro Jiménez para jugar a los bandoleros buenos, incluso, cosa que quizás hoy, con tanta tontería, sería antipedagógica. He visto a Gracia muchísimas veces, en cine, en televisión, pero me quedo hoy con dos recuerdos precisos, su magistral y breve intervención en La caja 507, una película que ya tiene diez años. Estaba entonces el actor en tratamiento a causa del cáncer que, me imagino, se lo ha llevado al final, todavía de forma prematura. Salía calvo y feo, inmenso, en un papel de lucimiento, inolvidable. Y el otro es ese gran personaje de 800 balas, una película excelente pero que no salió redonda del todo y de la poca promoción de la cual se quejó el actor, la vi en el cine y a los pocos días ya la habían retirado para dejar lugar a las superproducciones habituales. Claro, se pudo ver en la tele, en DVD, pero no es lo mismo, precisamente esa era una película para ver en una sala convencional, a lo grande.

El cine y la tele, sus personajes, tienen esa magia que hace que nos parezcan prácticamente de la familia sus protagonistas y mitos, aunque ellos ni nos hayan conocido. Nos acompañan a lo largo de la vida y con sus muertes morimos también un poco, las generaciones pasan y los viejos héroes se olvidan e incluso a los jóvenes les llega a extrañar que fuesen tan importantes en su época esos actores tan nuestros. Los mitos universales, a la americana, más promocionados, acaban por tragarse nuestra mitología local y personal de la misma manera que 800 balas se retiró prematuramente de cartel para poner cualquier tontería de la época.

Descanse en paz, Sancho Gracia, en el cielo de los actores cercanos.