domingo, 13 de julio de 2008

Tesoros y herencias








Cuando era pequeña, en el pasillo de mi casa se encontraban cuatro cuadros que no sé de dónde habían salido, pero que me fascinaban. Eran unas láminas que parecían muy antiguas, representaban las estaciones de la vida y los titulos estaban escritos en francés y castellano, debajo de las ilustraciones.

Pensé durante años que mi madre los había tirado. En una ocasión me explicó que no tenían valor, que las láminas las habían dado con alguna revista que compraba su abuela y que el papel estaba muy deteriorado. Había revistas ilustradas que regalaban, ya entonces, a principios del siglo XX y finals del XIX, cosas de este tipo y que ofrecían coleccionables que después se encuadernaban. Creo que tambien tiene ese origen un folletín en dos volúmenes muy antiguo, Óscar y Amanda, que parece que en sus tiempos fue un exitazo, de
Regina Maria Roche, escritora irlandesa gótica y algo delirante, muy al gusto de la época. El título original en inglés era The Children of the Abbey y se publicó por primera vez en 1796. Estos libros todavía los conservo y son de mediados del XIX, cosa que me hace pensar que debieron pertenecer a la madre de mi bisabuela. De pequeña, con once o doce años, como tenía poca cosa para leer me los tragué enteros, tienen unas láminas muy evocadoras que me daban miedo. La historia estaba llena de malentendidos, hermanos abandonados, madrastras malvadas y un señor que era el más villano de todos, Belgravé. Ver la imagen de Belgravé en las láminas del libro, con aquellas patillas de la primera mitad del siglo XIX, me aterrorizaba.

Al vaciar armarios han surgido del túnel de tiempo los cuadros con las láminas, estan muy deterioradas, pero han sobrevivido hasta el 2008. En cambio, libros y otras cosas que pensaba encontrar han desaparecido, supongo que durante alguna limpieza materna debían desfilar hacia el cielo de los objetos perdidos. Me sabe mal haber perdido cuentos de cuando mi madre era pequeña, libros de cuando iba a la escuela, gramáticas con poesías que me gustaban mucho. Me sabe mal porque una ocupación habitual de los días de lluvia, durante mi infancia, era abrir un baúl donde reposaban aquellos libros, algunos juguetes estropeados, ropa antigua, estampas y recordatorios de funeral. También se han perdido unas gorras de dormir, de lino, que me quedaban muy bien pero que debían estar hechas polvo, literalmente hablando. De vez en cuando nos da por esas ansias destructoras, los recuerdos pesan y el espacio es limitado. Conservo aún unos refajos de mi bisabuela con los cuales me disfrazaba cuando cantaba cuplés de Sara Montiel, allà por finales de los cincuenta. Todavía mi hija se había disfrazado con ellos, pero ahora se deshacen al tocarlos.

En la biblioteca de mi barrio han colocado un cesto para dejar o coger libros. Cada día está más llena. He bajado unos cuantos de casa de mi madre, al cesto. Ya no sabemos que hacer con los libros, ni con la ropa, ni con tantos trastos que antes eran tesoros y ahora son estorbos. Podía haber bajado muchos más, pero los empiezo a hojear y no me decido. También hay periódicos y revistas antiguas, que supongo se guardaron por algun motivo, a veces incluso por haber publicado la esquela de alguien que debían conocer mis padres o mi abuelo. Están también muy deteriorados, el papel es efímero y el de periódico aún más. Lo peor es que siempre que voy a la biblioteca a llevar libros acabo por coger algún otro que despierta mi curiosidad...

Mirando las láminas yo, que creía estar en el otoño de la vida, he visto que estoy, ya, casi en el invierno. Las cuelgo en el blog, a ver si alguien me sabe dar algún dato del autor o de la época de los originales. Ya no tienen aquel encanto ancestral y sus damas y caballeros ya no me parecen tan bellos como antes, cosa de las corrientes estéticas en constante evolución. Pensar que algún día los periódicos de hoy y las imágenes más modernas y vanguardistas seran recuerdos evocadores, antiguallas, me produce una cierta inquietud. Pero que le vamos a hacer, todo cambia y desaparece, un dia u otro.

martes, 1 de julio de 2008

Raquel Meller, en el recuerdo


Formo parte de un modesto grupo de historia de mi barrio, el Poble-sec. Cada mes organizamos una charla en la biblioteca y la última de la temporada será esta tarde, a las siete y media. La hemos dedicado a Raquel Meller, gran artista, actualmente poco conocida y la haré yo misma. No soy ninguna expeerta en cuplé ni en artistas pero, por casualidad, dispongo de dos biografías de Meller, así como de una película en vídeo, La venenosa, con un argumento delirante del controvertido Caballero Audaz, de la cual pasaremos un fragmento.


Hoy es poco conocida esta cantante y actriz, que había sido famosísima y muy homenajeada. He hablado con jóvenes que ni tan sólo no sabían quién era o a qué se dedicaba. En sus tiempos se hablaba muy bien de ella como artista, pero no tanto como persona, pues tenía un carácter bastante difícil. Hizo películas mudas, y alguna de sonora. Era expresiva, con un gran atractivo, capaz de transformar su rostro y de adaptar su vestuario a cada representación. Fue una mujer moderna, pionera en adoptar los recortes en faldas y pelo que llegaron con los felices veinte. En su época fue alabda por personajes como Sarah Bernardt y Charlot, que quiso, sin éxito, a causa de los muchos compromisos de Meller, contratarla para una película. Trabajó y vivió en Francia, viajó por América. Se la puede considerar de la categoría de Baker o Mistinguette, pero en nuestro país se olvidan pronto esos mitos que en otros lugares son respetados, recordados y reivindicados.

Hoy resulta imposible encontrar la mayoría de sus películas y muy difícil conseguir sus grabaciones si no es a través del mercado de ocasión. Durante la década de los cincuenta, con el éxito de Sara Montiel, el cuplé resucitó y la misma Meller, que murió en 1962 criticó durament las interpretaciones del género que hacían Montiel, de Celis y otras. Era bastante sarcástica siempre, con las actrices de la competencia. Fue una diva, en toda la extensión de la palabra, y su vida familiar fue complicada. No cantó sólo cuplés sinó también tangos y otros tipos de canciones, además de algunas en catalán con letras escritas por Rusiñol y Guimerà. Con ella el cuplé alcanzó una categoría inmensa, ganó en elegancia y se convirtió en género de culto de muchos intelectuales, alejado de la picaresca vulgar que había dominado el tema al principio.

En Madrid se ha representado con gran éxito, durante tres temporadas, el musical de pequeño formato, Por los ojos de Raquel Meller. En Tarazona, ciudad donde nació, existe un museo dedicado a ella y una asociación que reivindica su memoria. Se considera que actualmente una de las grandes intérpretes de cuplé, por desgracia también poco conocida, es la gran Corita Viamonte. Mientras tanto, en Barcelona, ciudad que la vio crecer como artista, es poco recordada y su monumento se vio hace poco maltrecho por la acción de unos gamberros no identificados, aunque, ahora que ya se ha arreglado, alguien sigue poniendo flores en su cesto de Violetera. Quizá la resurrección del nuevo Molino, cuando llegue -ayer se puso la primera piedra- pueda acoger el homenaje que el recuerdo de la artista merece, haciendo venir a nuestra ciudad el musical mencionado, dirigido por Hugo Pérez. Creo que resultaría muy adecuado al entorno de nuestro hoy decadente Paralelo.