sábado, 20 de febrero de 2016

CUANDO EL IMAGINARIO PERSONAL SE DESVANECE







Ha muerto Umberto Eco y padeceremos durante unos días los inevitables obituarios espontáneos y oficiales. No pongo nada en duda su importancia intelectual pero no podemos obviar que el éxito de El nombre de la rosa, historia llevada después al cine en una digna versión que, sin embargo, se apartaba del libro y no fue del gusto del autor, tuvo mucho que ver en la difusión frívola del personaje. La novela tuvo éxito más que nada, no nos engañemos, porque jugaba con un género que hoy parece el más importante del panorama lector, el negro. Los crímenes y su resolución eran lo más flojo de un libro espeso, con párrafos en ese latín que hoy está bastante marginado de la educación convencional y básica.

Fue aquel un libro que muchos leyeron, leímos, en diagonal. De hecho el procedimiento asesino ya había sido utilizado en muchos relatos de misterio. Hoy sería aquella una forma de crimen poco probable pues ya casi nadie  se moja los dedos con saliva para pasar las hojas de los libros, algo que era habitual en tiempos de mis abuelos. La gente se compró luego El péndulo de Foucault y se aburrió bastante pero quedaba mal decirlo. La muerte parece hoy una vulgaridad, incluso cuando, como en este caso, el notable difunto haya pasado ya la frontera de los ochenta. Antes a esas edades se moría de viejo pero hoy eso de viejo o vieja parece un insulto y nadie muere de viejo antes de los cien años sinó de alguna otra cosa que, con el tiempo, tendrá cura y solución, según nos cuentan.

Los libros y los personajes, cuando te haces mayor, vieja, de hecho, se relacionan con tu propia vida y así recuerdo debates en el patio de una escuela dónde trabajé sobre el libro de Eco y, después, sobre la película. La película se benefició del carisma y el atractivo de Sean Connery, claro. Más atrás en el tiempo me ha llevado la muerte del director Zulawsky, una muerte más prematura, apenas había pasado de los setenta. Precisamente hace unos días antes de su muerte pasaron por la tele Lo importante es amar. En aquel tiempo del estreno, aquellos setenta que tantas ilusiones despertaron, estaba yo embarazada de mi hija, que ya cumplirá cuarenta y un años. Unos amigos con quiénes habíamos compartido unos pintorescos encuentros de parejas cristianas nos la recomendaron. 

Es una película que no ha perdido  nada con el tiempo. Romy Schneider se encontraba en su doliente y espléndida madurez, hoy hay quién duda de su suicidio, pudo ser un accidente imprevisto aunque provocado por el exceso de medicamentos. Fabio Testi estaba guapísimo, como el mismo Zulawsky ha tenido una carrera algo errática. En la película salía el inquietante Klaus Kinski y Dutronc, el que se casó con Françoise Hardy en un papel inolvidable de pusilánime amargado. La película se basó en una novela de Christopher Frank, un autor notable pero poco conocido entre nosotros. Murió pronto, a los cincuenta años, una edad que hoy se considera joven. Fernando Trueba adaptó otro libro suyo, El sueño del mono loco, una historia extraña, fascinante y algo olvidada, que protagonizaba otro errático, Jeff Goldblum al lado de Miranda Richardson. A Goldblum en una ocasión lo mataron por internet, lo bueno de las redes sociales es que igual que te engañan puedes averiguar pronto si te han engañado o no, en general.

Nuestra vida se va llenando de imaginario propio, libros, películas, música, todo se vuelve parte de nosotros y esos personajes que no nos conocieron desaparecen llevándose también una parte de los recuerdo más personales. Quizás en todo ese almacenamiento de imaginario consiste el envejecimiento, con sus grandezas y sus inevitables miserias que a veces, ay, pueden ir ligadas también al olvido no deseado.