domingo, 21 de marzo de 2010

Madrid, hoy y siempre










He vuelto a Madrid, con ese AVE demasiado rápido para mi gusto. Me gustaban los viejos y lentos trenes que pasaban por estaciones y pueblos. Lo mismo ocurre en la actualidad con las carreteras, vas de un sitio a otro sin saber ni ver por donde pasas, a no ser que te desvíes de forma intencionada del recto camino.

Las ciudades, cuando hace tiempo que no las ves, e incluso cuando las ves cada día, crecen y cambian como los niños, sin darnos cuenta. Sin embargo esa capital española con la cual intentábamos rivalizar en otros tiempos (hoy creo que la rivalidad es, sobre todo, futbolística) mantiene toda su magia y su encanto. Más turistas, más rascacielos. Como en Barcelona. Comparar Madrid con Barcelona es un gran absurdo, son tan distintas esas dos ciudades... Me lo he pasado de rechupete, como siempre que he ido.  Dejé Madrid con el deseo de volver, con una sensación de añoranza extraña.

Las grandes ciudades son diversas, poliédricas. Crecen en Madrid,  como en Barcelona, los rascacielos, muy poco de mi gusto como tampoco lo eran de Cerdà, el del Ensanche barcelonés. Hace años, cuando yo era pequeña, siempre se criticaban las limitaciones estatales a la construcción de rascacielos en Barcelona. Los rascacielos madrileños de entonces ya se han quedado pequeñitos y parece que crecer en verticalidad es una tendencia de nuestro tiempo. Debe ser un complejo atávico, algún resquicio subconsciente de la época de la torre de Babel, ese afán por rascar el cielo.

Uno de los días comimos un excelente y econòmico menú en la calle Botoneras. En el restaurante había unas fotos maravillosas, antiguas, de la ciudad. En algunas se veía, sonrientes, a toda aquella generación del 27 que la guerra separaría y castigaría. Contemplar de forma retrospectiva su felicidad juvenil sabiendo lo que paso después pone la carne de gallina pero así es la vida, imprevisible, cruel a veces, maravillosa en muchas ocasiones, sobre todo cuando está a punto de llegar la primavera y en los árboles apunta ya un verdor de niebla vegetal, prudente y tembloroso.

Algunas de las amigas con las que fuí, un grupo de ocho chicas de oro y de plata, muy bien avenido, no habían estado nunca en Madrid y les encantó también y les supo a poco la visita. Seguro que volveremos. Por suerte, las convencí de no hacer esos peregrinajes exhaustivos y agotadores de viajero consumista, aunque caminamos bastante y también tomamos el Bus turístico, cómodo y tranquilo. Hacer el turista, de vez en cuando, está pero que muy bien. Sin abusar, claro. Pero parece que se extiende el deseo, absurdo, de verlo todo cuando se viaja. Y cuanto más lejos se va más todo se quiere ver. Incluso en la propia vida, de joven, se quiere hacer todo hasta que la realidad de la limitación temporal pone las cosas en su sitio y nuestras ambiciones en cuarentena.

Mañana me voy a Sevilla una semanita. Nunca he estado allí. Todo el día de hoy me viene a la cabeza el poema aquel del río Guadalquivir va entre naranjos y olivos, por los ríos de Granada sólo reman los suspiros... Cuando un río o una montaña pasan de ser una fotografía o una mancha azul o marrón en los mapas a ser reales y a pertenecernos un poco, todo parece posible. La abstracción, el deseo, el sueño, se hacen realidad. La realidad a veces tiene poco que ver con nuestra imaginación mitificadora pero en algunas ocasiones incluso supera nuestras expectativas.

lunes, 8 de marzo de 2010

Reyes de antaño


El largo período franquista, con su agobiante insistencia sobre la Historia de España oficial nos produjo a muchos un importante rechazo hacia el pasado.  Sin embargo en estos últimos años me he reconciliado con figuras como la de Felipe II, gracias a las excelentes biografías de Henry Kamen y Geoffrey Parker. No hay nada mejor que recurrir a las visiones externas y más distanciadas, para intentar entender algo de la mentalidad de personajes lejanos y poder situarlos en sus circunstancias personales.


El tema de la realeza, a partir de la Revolución Francesa se ha ridiculizado bastante. Un rey, hoy, es sin duda una figura extraña a nuestra realidad del presente. Sin embargo y contra todos los pronósticos, volvimos a la monarquía por circunstancias de posibilismo político que hoy sorprenden a los jóvenes. Los reyes de antaño creían generalmente en su papel y lo asumían con bastante dignidad. Quizá hubiesen preferido ser campesinos ricos, burgueses bien situados.  Pero el destino y la voluntad de un Dios todavía omnipotente les exigían seguir su camino y cumplir con su deber.


Incluso en el instituto de mi adolescència Felipe II era tratado con cierto distante desprecio, se le identificaba con el inicio de la decadencia imperial. Se le llamaba ignorante, fanático y muchas cosas más. Sin embargo fue un rey culto, inteligente y que si tomó decisiones equivocadas no fue por capricho sinó por convencimiento. Me enternece su paso por Molins de Rei, donde la madre de su gran amigo, Lluís de Requesens, Estefanía, fue una segunda madre para él. Felipe II fue siempre un gran devoto de la Virgen de Montserrat y murió con una cruz de Montserrat en las manos, según cuentan. De Requesens, en la corte, se burlaban los otros jóvenes nobles, por su acento catalán. 


A base de crearnos un empacho de una historia sesgada y tópica hemos acabado por olvidarla. Cuando se han hecho manuales para escolares catalanes se ha caído en los mismos pecados: grandezas nacionales, héroes patrióticos, excelencias propias. Hace años, cuando estudiaba Magisterio, se había hablado en la Unesco de renovar los manuales històricos a nivel europeo, dando una visión más objetiva del conjunto histórico del continente y suprimiendo los tópicos patrióticos. En aquella época parecía que Europa iba a ser en breve mucho más que un gran supermercado y un conjunto de rutas turísticas. Me temo que todo sigue más o menos. Ni siquiera en España se ha logrado una historia conjunta objectiva, que intente comprender la diversidad lingüística, histórica, cultural, pero que también reconozca los nexos comunes. Ni en España ni en ningún otro lugar, diría yo.


Esta mañana escuchaba una charla por RNE de la UNED, sobre la Edad Media y los caballeros andantes. El conferenciante, brillante, ha mencionado a Ramon Llull y su obra sobre el tema, escrita, según él en aragonés. I también ha mencionado a un caballero valenciano, Esbert de Claramunt, convirtiéndolo en castellano. Todo, me imagino, por no decir la palabra catalán. No hago demasiado caso de cosas así, también oigo barbaridades cerca de casa, o medias verdades oportunistas, que intentan demostrar aquello que más conviene, no a nuestro aprendizaje y comprensión del pasado, sinó a la visión partidista del presente que quieren imponernos unos y otros. En cambio en otra charla de hoy, en este caso sobre teatro, en concreto acerca de la figura de Eduardo de Filipo, se ha mencionado con toda naturalidad el catalán, en referencia a las veces en qué se habían representado en Catalunya obras de este gran autor napolitano.