lunes, 26 de mayo de 2008

Paisajes bajo la lluvia


Cuando eres pequeña, las historias de los mayores tienen una dimensión mítica extraordinaria. Los envidias, porque han vivido lo que tú nunca vivirás, ellos quizá envidian tu futuro, que no conocerán. Te cuesta diferenciar las historias reales de las leyendas, y por eso la muerte y la tragedia no tienen el mismo peso para un niño que para un adulto. El hecho de vivir en Barcelona y de salir poco hacía que, además, las historias de pueblo que explicaban mis padres me pareciesen extraordinarias

Mi padre había nacido en
Mieres (Girona) que era, hace años, un pueblo poco conocido. Además, el hecho de compartir nombre como su homólogo asturiano, más importante, hacía que casi todo el mundo diese por hecho que hablabas de este último, claro. Las pocas guías turísticas que se editaban hace décadas sobre la comarca de la Garrotxa mencionaban Santa Pau, Olot y poca cosa más, de aquella zona. Mi padre, que marchó pronto del pueblo, siempre consideró que Mieres era ‘su pueblo’ y durante unos años, ya de mayor, lo llevábamos a comer allí por las fiestas, a la misa solemne, a escuchar las sardanas y visitar algún pariente que aún quedaba. Yo creo que, como nos pasa a todos, tenía mitificado el lugar, patria de su infancia, escenario de su primera juventud, estropeada de forma brutal a causa de la guerra civil. Mieres estuvo durante mucho tiempo más relacionada con Banyoles que con Olot, pero a la hora de determinar a qué comarca se adscribía optó por la Garrotxa, cuya capital es Olot, i no por el Pla de l’Estany, con Banyoles a la cabeza, ignoro con qué criterios.


Con los años supe que mi abuelo Sidro, constructor de carros, no era de Mieres, sinó de Beget, y que había tenido que huir de aquella zona a causa de las guerras carlistas. Mieres fue siempre un lugar conservador y carlista. Me habría gustado saber mas detalles de estas historias, pero mi padre era el pequeño de once hermanos y poca cosa he llegado a averiguar sobre el tema, más allá de entender que la huída debió representar, en la época, un drama, además de la pérdida de muchos bienes materiales invertidos en ‘la causa’. Las guerras carlistas todavía están mal explicadas y las interpretaciones que se hacen a menudo son interesadas y parciales. No se pueden entender muchos aspectos de la guerra civil sin intentar entender las guerras carlistas.

Durante años yo también mitifiqué aquel lugar. En mi novela Ombres (Sombras) inventé una Mieres mítica y la llamé Userda, que es como llamaba mi padre a l’alfalfa. Al editor no le gustó el nombre, decía que le sonaba a hierba de las vacas, y, efectivamente, es una hierba para los animales aunque ahora dicen que también adecuada para las personas, por cierto. Mieres ha sido también una población muy relacionada con el cercano santuario del Collell, donde muchos chicos del pueblo, como mi padre, iban a estudiar, a pie, y donde hubo un conocido seminario. Ahora es más famosa la zona por la novela de Cercas pero ya en los libros de Gironella se mencionaba el lugar y su relación con la guerra civil, durante la cual fue cárcel republicana. Hay muchos hechos todavía mal explicados o explicados de forma fragmentada, con relación a aquel lugar y aquella época. A mi Userda me sonaba como la casa Usher de Poe y me evocaba paisajes con niebla, decadentes, misteriosos y húmedos, con escondrijos profundos y grandes dramas familiares. Sagarra recoge el nombre de la hierba en aquel poema tan bonito: vinyes verdes vora el mar, sou més fines que l’userda... Mieres fue también un escenario muy importante en las luchas campesinas, remences. Todo ello me parecía que ligaba muy bien, además del hecho que, el nombre de Mieres, que puede proceder de Miliarius, se decía también que provenía de los campos de mijo, un alimento vegetal hoy casi limitado a los pajaritos domésticos. He recuperado esta Userda inventada en otros relatos y aún tengo tema para rato.

Mis parientes de Besalú y otros pueblos conocían persones de Oix, otro pueblo de la Garrotxa, lugar donde yo no había estado nunca, hasta hace pocos años. Oix era, en mi imaginario particular, lleno de relatos familiares, maquis, contrabandistas, guardias civiles, estraperlo, amantes clandestinos, misterios diversos. Me sabe mal, he olvidado muchas cosas o las recuerdo mal, cuando eres pequeño no escuchas a los mayores con bastante atención y ellos tampoco te cuentan toda la verdad, aún menos en aquella época.

Esta semana he vuelto a
Oix, para ir a una excursión, la Marxa de Veterans que organizaba el Foment Martinenc. Nos ha llovido mucho, pero la marcha se ha hecho igualmente, y, a pesar de quedar bien remojada, el paseo bajo la lluvia me ha evocado excursiones juveniles entre niebla, y el paisaje de la Garrotxa me ha vuelto a parecer lleno de secretos y enigmas. Actualmente hay más turismo, los pueblos han cambiado, son, de hecho, lugares dedicados a los servicios, con una agricultura casi testimonial, si la comparamos con la de otras épocas. Ya no huelen a vacas ni a algarrobas y las casas no se ven ennegrecidas por el humo ya que presentan un saludable aspecto, algo artificial, como las señoras demasiado bien vestidas y maquilladas en exceso.

A pesar de que Ombres tuvo alguna crítica aceptable, no se vendió mucho, pero en ocasiones en qué le he dado un repaso me ha parecido todavía una novela muy digna. La época de La Magrana con
Carles-Jordi Guardiola como director editorial fue importante, lástima que muchos de aquellos títulos hoy se encuentren prácticamente olvidados, porque el conjunto de la colección de narrativa Les ales esteses era muy bueno. Creo que me la etiquetaron como novela rural, se habían publicado hacía poco Pedra de Tartera y Camí de Sirga, quizá el tema ya cansaba, a pesar de que creo que la mía es muy distinta y que estas etiquetas son absolutamente arbitrarias. Probablemente no la encuentre nadie en las librerías, ya se sabe como va eso de los libros, pronto desaparecen de las estanterías comerciales. En alguna biblioteca pública catalana se puede recuperar. Sobre la traducción al castellano, que yo había imaginado, nada de nada. Siempre he creído que podía ser una buena película, una interesante serie de televisión, soñar cuesta poco. En la época en que la publiqué en el canal catalán de la dos hacían unos programas breves sobre libros, muy interesantes, y tuve la suerte, gracias a la editorial, de grabar uno. Recuerdo que fui a Mieres con el periodista, creo que era Lluís Quinquer, y dos técnicos, y expliqué como era la novela delante de la casa, entonces prácticamente en ruinas, donde había nacido mi padre, con un bosque de maleza ante su puerta. Era una casa de alquiler, el propietario nunca la quiso vender. Hoy la han rehabilitado, es una casa rural de cierta categoría y ha conservado el nombre de Cal Carreter. Almorzamos en el pueblo, en Can Met, y les sorprendió al equipo televisivo aquel pueblo, aquel valle, el silencio profundo y la iglesia imponente, con sus cipreses y su cementerio al lado. Yo me sentía escritora consagrada, pobre de mí. Ya hace más de quince años de todo aquello.

Cada paisaje tiene sus características y su belleza. La Garrotxa es muy especial, espero que el exceso turístico no acabe con sus misterios ni con su mágica belleza, un poco salvaje, un poco trágica. Una belleza que se muestra más contundente bajo la lluvia y entre la niebla, como este domingo.

viernes, 16 de mayo de 2008

Imágenes recuperadas



Mañana, sábado, por la tarde se celebra el gran encuentro de La Catosfera Literària, una iniciativa que ha llevado a la publicación de un libro con 100 páginas de blogs en catalán, con contenido básicamente literario. Temo que en ese encuentro no me tropiece con alguien que conozco a través de alguna fotografía de su blog y no lo reconozca, no sería la primera vez que me ocurre. Cuando estudié Humanitats en la UOC, en todos los emails se incluía una foto-carné, i muchas veces me costaba reconocer a la gente en los encuentros presenciales, había quien creía, incluso, que no lo quería saludar.

La imagen real de una persona tiene muchos matices que ninguna fotografía, ni tan sólo una película, pueden reflejar. El cine ofrece a menudo una imagen física muy diferente de la real y al ver actores o personas conocidas en la realidad muchas veces nos decepcionan, o, en todo caso, no responden a aquello imaginado. Gente que pasaría desapercibida por la calle levanta pasiones desde las pantallitas iluminadas. Por eso también, afortunadamente, fealdades aparentes, defectos físicos que provocan complejos dolorosos, se diluyen con la personalidad vital y llegan a olvidarse cuando se conoce a alguien en directo, con toda su complejidad y diversidad humana.

Cuando no había fotografías el recurso de la gente con dinero eran las estatuas y las pinturas. De los tiempos más lejanos las pinturas, muchas veces, han desaparecido, y nos quedan estatuas, despintadas, ya que, probablemente, tuviesen policromía, como esta de
Julio César que han hallado en el lecho del Ródano, río ahora de actualidad por motivos que no vienen a cuento. Durante los últimos tiempos he visto desfilar hacia el dudoso más allá bastantes parientes y conocidos, viejos y no tanto, de los cuales me quedará, tan sólo, alguna fotografía que ayudará a mantener vivo su recuerdo. Los pobres de antes, sin fotos, pienso que debían tener dificultades para recordar. En todo caso, todo es vanidad, llegará un momento en el cual nadie nos recuerde.

Perpetuar nuestra imagen es una manía muy humana. La fotografía digital ha hecho que el tema sea más barato y ahora nos podemos permitir retratarnos y filmarnos democráticamente, haciendo toda clase de tonterías. Los principios de la fotografía mostraban retratos parecidos a las pinturas, con al gente seria, que pocas veces sonreía. Era un momento trascendente y se vivía como tal. Sonreían, en todo caso, las actrices de cabaret, sonrisas picantes, hechiceras, las de aquellas postales algo atrevidas.

Incluso hoy, cuando se quiere hacer una fotografía formal hay quien opta, todavía, por la profesional, la de estudio, que, en mi opinión, está absolutamente pasada de moda e incluso provoca hilaridad. Pero las fotos de boda, de comunión, todavía recurren a esas falsas posturas con ínfulas artísticas, difuminados e iluminaciones diversas, muchas veces. Por no hablar de esos vídeos de encargo, que parecen pequeñas películas, con puestas de sol y miradas perdidas en el infinito, con el mar o paisajes etéreos detrás, enmarcando el amor de la parejita a punto de casarse.


En una de las noticias publicadas sobre el hallazgo se habla de la preocupación de César por tapar su calvicie, con peinados forzados, hoy aún vigentes, o con una corona de laurel, cosa que él inventó. Hay cosas que no cambian o que cambian poco. Dicen también que posiblemente el busto se echó al río en momentos de cambios políticos, en los cuales no tocaba ser seguidor de Julio César y conservar una imagen suya resultaba peligroso o inconveniente. Me ha recordado el retorno de un busto de Macià, hoy ene el museo de Historia de Catalunya, por parte de un trapero de mi barrio, que lo había escondido desde los tiempos de la posguerra, aunque Macià no tuvo que pasar tantos siglos en remojo, claro.

viernes, 9 de mayo de 2008

Aquellas guerras, aquellos héroes


Admirose un portugués
al ver que en su tierna infancia
todos los niños de Francia
supieran hablar francés.

"Arte diabólico es"
dijo torciendo el mostacho,
"que para hablar el
gabacho
un hidalgo en Portugal
llega a viejo, lo habla mal
y acá lo parla un muchacho".
Después de todo eso de los polacos (ver La Panxa del Bou) y del caudal de teorías y opiniones sobre el tema, me ha venido a la cabeza este conocido poema de Moratín, vecino, según parece, de la barcelonesa calle de Petritxol (en un pis, no sabem quin/ hi va viure Moratín). Gabacho ha sido durante mucho tiempo un término peyorativo para bautizar a los franchutes, con los cuales nos hemos movido, por lo que respecta a Catalunya, en una relación constante de amor y odio, según soplaran los vientos. Dicen que el mote tiene el origen en un río francés, Gave, y que hacía referencia a los hombres groseros y que hablaban de forma extraña. Hay también sobre la palabra teorías diferentes y usos diversos, incluso tenemos unos melocotones muy buenos de variedad gabacha. En épocas lejanos hubo en Catalunya una importante inmigración occitana, por cierto. El gran Moratín también fue, como tantas otras personas avanzadas de su época, un agabachado que acabó en el exilio.
La cosa viene a cuento porque hace unos días asistí a una charla en mi barrio, la primera de un breve ciclo sobre el castillo de Montjuïc y la Guerra del Francés. En la charla se habló bastante del castillo, de su pasado, presente e imprevisible futuro, polémico, como se sabe. Y poco de la Guerra del Francés. Me temo que, a pesar de los muchos actos programados sobre ese segundo centenario, nos vamos a quedar un poco como antes, o sea, a oscuras o en penumbra, y atados a toda una iconografía heroica y antigua con la cual mecimos nuestros sueños patrióticos escolares.

El bicentenario de la Guerra de la Independencia o del Francès, como decimos por aquí, quizá para no confundir las cosas, en este presente algo peliagudo en el cual los temas patrióticos se han complicado y diversificado, ha generado actos diversos, en Catalunya y en España en general, pero me temo que la cultura histórica colectiva no mejorará. Se han programado muchos actos locales, en poblaciones diversas, y, por lo tanto, destinados al público local y sobre la situación precisa de aquel lugar durante la guerra. También, no faltaría mas, teatralizaciones de esas que ‘me gustan tanto’. Días atrás veía por la tele las de Madrid, con eso del Dos de Mayo. En todas partes cuecen habas y en algunas, calderadas.
La historia, como tants cosas, se ha frivolizado, sirve para hacer turismo y dinero. Desde una pintura prehistórica o un excremento de dinosaurio petrificado a un campo de concentración, todo vale para el tema. De todos modos, según la época, hay cosas que venden más que otras, claro. Cuando yo iba a la escuela, la Guerra de la Independencia era, todavía, una guerra heroica y justa, en el imaginario colectivo, una guerra para echar al extranjero y en la cual el pueblo unido no fue vencido. Yo pensaba que era injusto que el sitio de Zaragoza fuese más famoso que los de Girona, ay, pobre de mí. La música del Sitio de Zaragoza era y es todavía un clásico de las varietés, tocada con acordeón. Recuerdo a una actriz muy guapa, que trabajaba el El Molino y que siempre la interpretaba, murió joven; siento no recordar su nombre, vivía en mi barrio. Todavía, durante mi infancia, en muchos chocolates, como por ejemplo los Tupinamba, salían cromos con estampas históricas, un género que sobresalió durant el XIX y que conformó nuestra idea de los hechos del pasado. Muchos pintores catalanes de la época pintaron estampas religiosas y històricas, hoy injustamente olvidadas o casi. Una tía mía, en una sala y alcoba que me hacía estremecer, de la calle de Santa Margarita, tenia un cuadro con Ramiro el Monje y su campana de cabezas cortadas a un lado, y, al otro, aquello de 'no serviré a señor que se me pueda morir', de cuando Francisco de Borja vio lo que los gusanos habían hecho con su admirada reina. Y, en el centro, un espejo inmenso que creo que escondía a un montón de espíritus familiares detrás suyo.

El cine de la época imitaba aquellas pinturas, su escenografía, conveniente a la época imperial que nos tocaba padecer. Y también los libros de texto, las entrañables enciclopedias, reproducían de forma poco afortunada, en blanco y negro, descubrimientos de América idealizados y sitios de Zaragoza con doña Agustina en pie de guerra, cromo éste, el de la señora y el cañón, que incluso pintores como Goya recrearon, malas lenguas dicen que por necesidad de sobrevivir en aquel turbio contexto del retorno del Deseado. Aurora Bautista fue Juana la Loca y Agustina de Aragón, para llegar a ser la imaginaria, pero mucho más realista, tía Tula. Era el emblema de la época, al lado de Fernando Rey, que fue Felipe el Hermoso y, si no recuerdo mal, Palafox, en su juventud.
Una lectura crítica sobre el tema, que incida en las miserias de la guerra de forma seria, de esta guerra o de las otras, civil incluída, todavía está por hacer, al menos a nivel nacional y/o nacionalista. Demasiada complejidad para nuestras necesidades de mitología. El otro día escuchaba por radio al autor de un libro actual sobre aquella guerra, reivindicaba que en todo caso ‘los buenos’ eran los franceses y también hablaba de la figura de José Bonaparte, injustamente tratado por la historiografia popular, que lo tildaba de borracho. Yo tampoco diría tanto, la verdad, porque también es simplificar la cuestión. Sobre el rey, unas coplas que parecen la letra de un rap del verano, sobre el tema, hacen referencia a su incapacidad sexual a causa de la bebida:

Cuando la reina se pone
Bon bon
La mantilla de franela
Bon bon
La dice José Pepino
Bon bon
Ese cuerpo pide guerra
Bon bon.
Pero, claro, como el rey llevaba más vino en la cabeza que en los pies no podía hacer nada con la reina, cosas del alcohol, de los caldos españoles, vaya. José Bonaparte y Amadeo de Saboya fueron dos reyes frustrados y odiados, cuando, en realidad, eran dos personas inteligentes y serias, dispuestas a modernizar el país. No fueron populares ni aceptados por este conjunto humano que llamamos pomposamente ‘el pueblo’. El siglo XIX empezó mal y acabó peor, por no hablar del XX. La diferenciación entre guerras contra el invasor extranjero y guerras civiles suele ser oportunista, espinosa, ya que al fin y al cabo todas la guerras producen conflictos civiles entre partidadios de los unos o de los otros, y llamar traidor a alguien es fácil, pero profundizar en los motivos de su traición, mucho más complicado.

En Catalunya nos ha quedado el recuerdo de la inmortal Gerona, donde Álvarez de Castro hizo resistir a la gente de grado o por fuerza, hasta límites terribles, frustado, dicen, por la facilidad con que los franceses habían logrado entrar en Barcelona, gracias a las presiones militares que en aquel momento aconsejaban facilitarles la cosa. También contamos con la imagen emblemática del Timbaler del Bruc, haciendo correr a los franceses a causa, según cuenta la leyenda, del eco de su redoble, gracias a la orografía.

La primera vegada
que al Bruc vàreu anar
molt contents i alegres
hi vàreu arribar.

Amb els canons de fusta
els llevàrem la pell.
Es varen posar a córrer
fins a Molins de Rei.
Las gaditanas se hacían tirabuzones con las bombas y Napoleón tuvo que hacer mutis por el foro. Ahora dicen que fue gracias a los ingleses, siempre nos estropean las ilusiones. Tanta sangre y heroicidad para hacer regresar a Fernando VII y para entrar en una época de inestabilitad constante, guerras locales como las carlistas, repúblicas frustrada y finalmente, de ya se sabe qué. Yo creo que con los grabados de Goya sobre los desastres habría bastante para entender lo que hace falta, que la guerra sirve a menudo para empeorar la situación, sobre todo de tanta gente que no tiene culpa de nada y recibe palos por todas partes. Pero para entender, también, que no se puede hacer volar palomitas y que despreciar armas y ejércitos es, todavía, suicida. Por desgracia, aquello de si quieres paz prepárate para la guerra, todavía funciona. Hace poco leía declaraciones de personas muy serias, en el sentido del peligro que representa convertir los ejércitos en ongs, sin tener en cuenta que, muchas veces, es necesario tomar medidas que comportan un cierto grado de violencia, para restablecer el orden, sin el cual no se puede hacer nada. Eso del diálogo está muy bien, pero si una de les dues partes va con la pistola o el trabuco en la mano es difícil, imposible, vaya.

No es extraño que toda esta época histórica, desde la Revolución Francesa en adelante tenga, para nosotros, una gran atracción. Resulta lejana, pero cercana en muchos sentidos, también. Yo, de pequeña, meditaba a menuda sobre mis antepasados y quería imaginar cuáles de ellos habrían visto la Guerra de la Independencia, con una cierta envidia generacional, ya que creía que las guerras, como tantas otras cosas, eran una especie de película que se veía pasar, santa inocencia. Hay personajes como Napoleón, magnificados e idealizados por la mitomanía especializada. En una ocasión leí una especie de comparación entre Franco y Napoleón. Al menos, escribía el comentarista, Napoleón tenía categoría intelectual, grandeza. Grandeza megalómana que llevo Europa al deastre, claro, porque con grandes ideas se hacen muchos disparates. Los dos eran bajitos, como tantos dictadores. Cuando iba a la Normal, el profesor de psicología nos hablaba en una ocasión del complejo de los hombres bajitos, como si fuese una especie de síndrome que podía derivar en tendencias dictatoriales. Pero Mussolini era más alto. De todo hay y ha habido en la viña del señor, la psicología ya no es lo que parecía y las explicaciones sencillas siempre se escapan de nuestro alcance, como agua en un cesto.