La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche... (Bécquer, El monte de las ánimas)
Estamos cerca de la fiesta de Todos los Santos, tan cercana al día de Difuntos que han quedado unidas de forma indisoluble, así que voy a meditar un poco sobre la muerte, un tema apasionante e irreversible. Aunque siempre me habían dicho, desde pequeña, que hay que temer a los vivos y no a los muertos, lo cierto es que durante siglos nos han inquietado las historias de almas en pena, espíritus fantasmales y esqueletos fosforescentes. Un recurso para evitar el pavor a la muerte ha sido el humor negro, muy presente en la tradición peninsular y en las canciones populares.
Una amiga mía, todavía maestra en activo, me recordaba hace unos días cuando en la escuela celebrábamos entrañables castañadas contando cuentos de miedo. Ahora, me dijo, con tanta tontería alrededor de la infancia y su superprotección se sentiría mal haciéndolo, sobre todo a los pequeños, y temiendo que no viniesen algunos papás a protestar de las pesadillas provocadas por esas narraciones. Bueno, ya crecerán e irán a ver películas de terror, como La Huérfana, ellos solitos.
Una de las narraciones de miedo que más me impresionaba, de pequeña, era El monte de las ánimas, de Bécquer. La primera vez que escuché esa historia fue por radio, en aquellos tiempos se radiaban muchas cosas interesantes, y casi me muero de miedo cuando la voz del chico devorado por los lobos va diciendo: Beatriz, Beatriz... Una vez la estábamos leyendo en clase, en los tiempos de la EGB, había un silencio absoluto y de pronto llamaron a la puerta y nos llevamos un gran susto. No sé si ahora produciría el mismo efecto.
Un cuento que me aterrorizaba de pequeña es aquel en qué una niña va a comprar hígado para comer, se gasta el dinero en una muñeca y para que su madre no lo sepa se lo saca a un muerto. El muerto se presenta en su casa por la noche y va subiendo la escalera hasta que la agarra. Este cuento tiene muchas varientes, en catalán la que me contaron era una en la cual el zombi iba repitiendo: Marieeeetaaaa, ja pujo l'escaleeetaaa. Tenía una vecina en la escalera que, cuando estábamos en casa solas, jugando, porque mi madre o la suya habían salido a comprar, siempre me aterrorizaba repitiéndome esa historia.
La muerte sigue siendo inevitable, real, presente, por más que hayamos conseguido aceptar con cierta racionalidad su presencia, en apariencia. Me producen cierto escepticismo esas proclamas que manifiestan haber vencido al cáncer o haber derrotado determinada enfermedad. A veces aseguran que se ha reducido la mortalidad en un cuarenta por ciento, por ejemplo. Pero la mortalidad siempre llega, para ser objetivos deberíamos saber a qué edad y cómo murió la persona que, en una época de su vida, superó una grave enfermedad.
En la noche de difuntos se solía rezar el rosario, en las casas. Yo ya he rezado muy poco el rosario, en familia, la verdad. Y eso que decían en mi escuela, de monjas, que cuando todas las familias lo rezasen cada día Rusia se convertiría. No sé si el rezo del rosario ha tenido algo a ver con la caída del comunismo. Pero en casa de mi padre, en un pueblo de la Cataluña profunda, cuando él era pequeño, antes de la guerra, se rezaba cada día, y la noche de Difuntos, tres veces, o sea, las tres partes completas, antes de degustar boniatos o castañas. Mi padre se reía mucho imitando la forma de rezarlo de su hermano mayor, el hereu, bostezando y cayéndose de sueño pero aguantando lo que hubiese que aguantar.
Hoy eso del Halloween está ocupando, a causa de la globalización y de las películas, bastante del espacio que antes ocupaban nuestras tradiciones en esta época, incluso en las escuelas. No sé si es bueno o malo, pero es inevitable. ET disfrazado para poder escapar indemne de la persecución científica injusta, durante esa fiesta, es ya un icono inolvidable para bastantes generaciones de gente joven y no tanto. Cuando yo era pequeña tenía unos cuentos muy bonitos de la editorial Molino, eran cuentos de todo el mundo, Cuentos de Hadas de la India, de Rusia, Bretones... Había un volumen dedicado a América del Norte y en él vi por vez primera un dibujo con esas calabazas iluminadas, era la historia de una bruja que quería ser buena y al fin encontraba unos huérfanitos y se quedaba con ellos y se convertía en una abuelita convencional. Me encantaba.