miércoles, 28 de octubre de 2009

Todos los Santos, evocaciones










La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.  Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche... (Bécquer, El monte de las ánimas)



Estamos cerca de la fiesta de Todos los Santos, tan cercana al día de Difuntos que han quedado unidas de forma indisoluble, así que voy a meditar un poco sobre la muerte, un tema apasionante e irreversible. Aunque siempre me habían dicho, desde pequeña, que hay que temer a los vivos y no a los muertos, lo cierto es que durante siglos nos han inquietado las historias de almas en pena, espíritus fantasmales y esqueletos fosforescentes. Un recurso para evitar el pavor a la muerte ha sido el humor negro, muy presente en la tradición peninsular y en las canciones populares. 



Una amiga mía, todavía maestra en activo, me recordaba hace unos días cuando en la escuela celebrábamos entrañables castañadas contando cuentos de miedo. Ahora, me dijo, con tanta tontería alrededor de la infancia y su superprotección se sentiría mal haciéndolo, sobre todo a los pequeños, y temiendo que no viniesen algunos papás a protestar de las pesadillas provocadas por esas narraciones. Bueno, ya crecerán e irán a ver películas de terror, como La Huérfana, ellos solitos. 


Una de las narraciones de miedo que más me impresionaba, de pequeña, era El monte de las ánimas, de Bécquer. La primera vez que escuché esa historia fue por radio, en aquellos tiempos se radiaban muchas cosas interesantes, y casi me muero de miedo cuando la voz del chico devorado por los lobos va diciendo: Beatriz, Beatriz... Una vez la estábamos leyendo en clase, en los tiempos de la EGB, había un silencio absoluto y de pronto llamaron a la puerta y nos llevamos un gran susto. No sé si ahora produciría el mismo efecto.


Un cuento que me aterrorizaba de pequeña es aquel en qué una niña va a comprar hígado para comer, se gasta el dinero en una muñeca y para que su madre no lo sepa se lo saca a un muerto. El muerto se presenta en su casa por la noche y va subiendo la escalera hasta que la agarra. Este cuento tiene muchas varientes, en catalán la que me contaron era una en la cual el zombi iba repitiendo: Marieeeetaaaa, ja pujo l'escaleeetaaa. Tenía una vecina en la escalera que, cuando estábamos en casa solas, jugando, porque mi madre o la suya habían salido a comprar, siempre me aterrorizaba repitiéndome esa historia. 


La muerte sigue siendo inevitable, real, presente, por más que hayamos conseguido aceptar con cierta racionalidad su presencia, en apariencia. Me producen cierto escepticismo esas proclamas que manifiestan haber vencido al cáncer o haber derrotado determinada enfermedad. A veces aseguran que se ha reducido la mortalidad en un cuarenta por ciento, por ejemplo. Pero la mortalidad siempre llega, para ser objetivos deberíamos saber a qué edad y cómo murió la persona que, en una época de su vida, superó una grave enfermedad. 


En la noche de difuntos se solía rezar el rosario, en las casas. Yo ya he rezado muy poco el rosario, en familia, la verdad. Y eso que decían en mi escuela, de monjas, que cuando todas las familias lo rezasen cada día Rusia se convertiría. No sé si el rezo del rosario ha tenido algo a ver con la caída del comunismo. Pero en casa de mi padre, en un pueblo de la Cataluña profunda, cuando él era pequeño, antes de la guerra, se rezaba cada día, y la noche de Difuntos, tres veces, o sea, las tres partes completas, antes de degustar boniatos o castañas.  Mi padre se reía mucho imitando la forma de rezarlo de su hermano mayor, el hereu, bostezando y cayéndose de sueño pero aguantando lo que hubiese que aguantar. 


Hoy eso del Halloween está ocupando, a causa de la globalización y de las películas, bastante del espacio que antes ocupaban nuestras tradiciones en esta época, incluso en las escuelas. No sé si es bueno o malo, pero es inevitable. ET disfrazado para poder escapar indemne de la persecución científica injusta, durante esa fiesta, es ya un icono inolvidable para bastantes generaciones de gente joven y no tanto. Cuando yo era pequeña tenía unos cuentos muy bonitos de la editorial Molino, eran cuentos de todo el mundo, Cuentos de Hadas de la India, de Rusia, Bretones... Había un volumen dedicado a América del Norte y en él vi por vez primera un dibujo con esas calabazas iluminadas, era la historia de una bruja que quería ser buena y al fin encontraba unos huérfanitos y se quedaba con ellos y se convertía en una abuelita convencional. Me encantaba. 

jueves, 15 de octubre de 2009

Alturas deportivas






Cada vez entiendo menos el tema deportivo. El baile de dinero e incluso de influencia política de los grandes clubs, que son el Barcelona y el Madrid, con algunos secundarios de lujo me produce repelús. Y miedo, cuando veo a las masas recibiendo a esos jugadores vencedores en torneos como si fuesen dioses o héroes, como, evidentemente, no se recibe a nadie más. Claro que cuando pierden también se les insulta, y que su vida laboral es breve en activo, pero vaya, con sus sueldazos han de correr esos riesgos. Al fin y al cabo no es el único sector donde se cobra de forma exagerada. Marlon Brando admitía que no le gustaba su profesión pero que en ninguna otra hubiese ganado lo suficiente como para tener una isla particular.


Tengo cierta simpatía por el baloncesto, único deporte que practicábamos las chicas en mis tiempos juveniles, con uniformes que ahora resultarían verdaderos disfraces, faldita con bombachos debajo, para no enseñar demasiada chicha. Sin embargo, cuando leo noticias como ésta , el fichaje de muchachos que lo que tienen es un problema de gigantismo, me inquieto. No es la primera vez ni será la última. Creo que si se formase un equipo de enanos para jugar en cualquier deporte protestaríamos, nos parecería un tema circense, poco respeto para la dignidad humana. Pero cuando son personas en el otro extremo de la medida biológica parece que lo hemos de admitir como normal. No sé por qué no se puede jugar en distintas categorías según la altura, en básquet, como se hacía en los combates de boxeo, en los cuales se fijaban distintas especialidades.


El ciclismo es un deporte donde se han dado, en pocos años, más problemas e incluso suicidios entre sus practicantes de élite. Sin embargo, el Tour ha aumentado las dificultades y los puertos de montaña para ofrecer espectáculo. El problema es doparse sin que se note, ya que, más allá de algún caso singular, pocas personas pueden llegar a esos límites de resistencia. Comprendo que un chico joven aproveche sus cualidades, incluso su singularidad enfermiza, para ganar dinero y tener fama, es humano. Pero que a nivel social, incluso filosófico o moral, todo eso nos parezca normal, resulta bastante preocupante.