Mostrando entradas con la etiqueta prejuicios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta prejuicios. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de septiembre de 2019

LOS IDIOMAS NO TIENEN LA CULPA


Al poeta Celan le recriminaban, en Francia, que continuase escribiendo en alemán, la lengua de sus verdugos. Lo mismo le sucedió a algunos intelectuales judíos, insistentes en utilizar su alemán de origen y de estudios, aunque viviesen en Israel después del Holocausto, no estaba nada bien visto. Las lenguas, los idiomas, las formas dialectales, términos poco precisos y bastante resbaladizos, tendrían que servir para comunicarse y entenderse pero también se convierten, demasiado a menudo, en instrumentos de opresión o en bandera reivindicativa. Sin embargo, el lenguaje, hablado y escrito, ha sido una gran conquista humana.

Si en muchos campos del saber se nos ocultan realidades y se insiste en convertirnos en analfabetos, el de las lenguas es de los más escandalosos, no nos contaron nada de como era el mundo, en ese aspecto, y todavía la educación primaria pasa de puntillas por encima del tema. Los poderes académicos inventan la lengua escolar, correcta y culta, cosa que contribuye a etiquetar a los incultos e ignorantes cuando utilitzan formas dialectales brillantes, coloristas, vivas, pero consideradas vulgares, ordinarias. 

Leí hace poco La Retornada, una novela bastante interesante de una autora italiana, la protagonista, hija de una familia pobre, fue entregada a una pariente bien situada que, por diversas circunstancias, la devuelve, de adolescente, a la familia de origen, pobre e ignorante, que vive en un pueblo de los Abruzzos. Uno de los muchos problemas de la muchacha es la vergüenza que siente cuando escucha a sus familiares biológicos, hablar en la variante del lugar, que no es italiano.

Italia y Alemania se unificaron en el siglo XIX e inventaron una variante estándar, en esa variante académica consensuada, no podía ser de otra manera, unas formas dialectales se impusieron sobre las demás. Las formas dialectales alemanas o italianas son más diferentes, entre ellas, que el catalán con el gallego o el castellano. Las lenguas nacen, crecen y mueren, en general, o se transforman, con el paso del tiempo. Hoy se valora más la diversidad pero hubo épocas en las cuales parecía más interesante y práctico unificar. Sin duda la vida en el mundo sería más cómoda si todo el planeta tuviese un solo idioma, aceptado por todos y todas, para eso habría que haber llegado a la paz universal, hoy una aspiración etérea, un ideal que parece casi imposible. 

Sin embargo las lenguas francas se hacen necesarias, todavía más en un tiempo en el cual se negocia, se viaja, se conoce gente de aquí y de allá. El latín, en el Mediterráneo, tuvo esa función. En el campo religioso, todavía durante el siglo veinte, los curas viajeros se entendían en latín. La clase obrera quiso inventar una nueva lengua franca, el esperanto, pero no pasó de sectores idealistas, anarquistas pacifistas, hoy es casi una anécdota. Haber impuesto una lengua se tiene como un mérito, el latín en el mundo romano, el español en América, hay tantos ejemplos... 

Si todo el sur europeo hubiese conseguido formar un estado heredero del Imperio Romano hoy las lenguas romances serían un solo idioma. Sin embargo, más allá del tema fraternal, hay a menudo ansias de diferenciarse, gente que se entiende hablando pero que escribiendo utilitza alfabetos distintos, ortografías diversas. Los grandes poderes son impositivos, manejan la educación  e intentan imponer ortodoxias peligrosas, y, en general, con poco respeto para la diferencia. Lo peor es que nos lo creemos y es que la unificación  tiene aspectos prácticos indiscutibles, la lengua impuesta acaba por ser asumida sin problemas, cuando las cosas van bien y el país que la ha impuesto tienen un cierto prestigio.

Hoy todo está cambiando, quizás yo no lo vea pero podremos hablar con quién sea de dónde sea y un aparatito nos ira traduciendo lo que sea. Los traductores de la lengua escrita, hoy, son bastante eficaces. La gente joven se mueve mucho, trabaja lejos, viaja con un interés práctico, cosa importante. No es cierto que el racismo y sus derivados se curen viajando, a veces es al revés, el viaje turístico aumenta la percepción de los tópicos, en muchas ocasiones. Sin embargo ha habido, en la historia, períodos de gran optimismo lingüístico, que han acabado de mala manera.

Lo peor es cuando el patriotismo visceral y preceptivo incide en la percepción de la lengua. Las lenguas, los idiomas, los dialectos, han servido para crear poemas, leyendas, canciones. Como un cuchillo, que sirve para pelar patatas o para asesinar al enemigo, tienen aspectos diferentes y pueden ser un peligro si no se utilizan como debe ser. En el fondo todo es cuestión de no creernos superiores a nadie por ser de allí o de allá y hablar así o asá. Cuando naces no te dejan escoger país, pueblo, familia ni nada de nada. Y de mayor no es tan fácil cambiar de filiación, cosa que en muchas ocasiones no es voluntaria sinó obligada por las circunstancias históricas, a menudo dramáticas. Se supone que si eres de un lugar, de un país, has de tener eso tan manipulado, una identidad, y no ser un traidor a la patria, vaya. El patriotismo y otras ideas peligrosas han contribuído a eliminar durante siglos un número ingente de gente, mucha de ella joven, entusiasta, inexperta, indefensa.

Hoy parece una vulgaridad hablar de alma universal, de ser ciudadano del mundo, de cosas así que, en ocasiones, han servido también para imponer un alma, un mundo, al resto. Sin embargo vivimos en una época y en una zona geográfica en la cual, de momento, podemos tener una cierta libertad de pensamiento y acceder a opiniones diversas, con ciertas peligrosas restricciones, no lo negaré. La libertad siempre es frágil. Para empezar a entender el mundo tienes que envejecer y la vida es breve. Por eso los problemas, los prejuicios, los dogmas y las consignas, reaparecen. Las lenguas son inocentes, la ortografia, arbitraria. Si la capital de España hubiese sido Sevilla la normativa, probablemente, sería otra. Y eso vale para muchos lugares.

La barbarie supuestament culta ha acabado con lenguas e idiomas, lo mismo que con personas, edificios, ciudades y ejércitos. Aunque una lengua nos haya sido impuesta, de alguna manera, la vida la convierte en nuestra, también. Y nuestra propia lengua también nos impone normativas diversas, lo que está bien y lo que no lo está. En el fondo, todo está bien si se utiliza de forma razonable, con generosidad y con lucidez. La literatura y, hoy, los medios de comunicación, imponen tendencias y pocas veces reflejan la realidad viva. Tolstoi, en Anna Karenina, nos cuenta como la gente bien habla en francés a sus hijos, era el idioma de moda cultural de la época. Sin embargo, esos diálogos familiares los transcribió en el ruso oficial, me imagino. La papanatería no es de hoy, claro. En Gente bien, una divertidisima obrita de teatro de Rusiñol nos cuentan como los nuevos ricos intentan vivir en castellano y adoptar costumbres incluso inglesas, tomar el te y cosas así.

Los prejuicios no existen entre unas lenguas y otras, sinó que también hay luchas interiores. Ramón y Cajal, que era un lince, de pequeño, cuando a causa del trabajo de su padre, debía cambiar de pueblo de vez en cuando, lo primero que hacía era intentar hablar como los chicos del lugar, para no convertirse en víctima propiciatoria para sus burlas crueles. Hoy se ha recuperado la obra de Juli Vallmitjana, que reflejó el habla de los gitanos y gente pobre barcelonesa de otros tiempos, llena de frases y palabras del caló de la época. Sin embargo, a esas formas de hablar, del catalán de barrio, se las definió como chavas. Los escritores pueden tener un gran papel a la hora de reivindicar el lenguaje popular y reconvertirlo en cultura seria y aceptada por los elitistas.

En todas las lenguas existen los policías espontáneos. Mi madre me enseñó a leer en catalán cuando poca gente lo hacía pero en ocasiones, de forma voluntaria o involuntaria, dejó escapar algún castellanismo, lo mismo que la gente que habla castellano y vive en Catalunya deja escapar catalanadas. En muchas ocasiones surge ese policía improvisado que te corrige. Por suerte las lenguas vivas no están de tanta tontería y conviven sin manías, en el mundo corriente. Otra cosa es si queremos escribir literatura con futuro, en ese caso hay que ser respetuosos con el tema o introducir las variables con inteligencia, prudencia y buena intención.

En el fondo todo es cuestión de respeto, de aceptar que la gente hable como quiera y que se exprese sin miedo, ni prejuicios, ni temor al ridículo. Todo se transforma y se adapta al presente, seguramente esa sociedad multicultural de hoy dará paso a unas lenguas con aportaciones de todo tipo, con acentos que ignoramos. En el fondo es que los seres humanos nos parecemos tanto, en lo bueno y en lo malo, que nos tenemos que diferenciar como sea, para ser originales, me temo.

domingo, 29 de enero de 2017

METÁFORAS CERCANAS

Resultat d'imatges de Loving

Puede verse estos días en los cines la película Loving, aunque parezca que el titulo hace referencia al amor de la pareja protagonista, Loving es el apellido familiar de una pareja normal y corriente, situada, por circunstancias que no han buscado ni deseado, en el centro de un debate que acabó por sentar jurisprudencia.

La historia es sencilla, previsible y cuenta un caso real, además. La película se beneficia de ese trabajo excelente de los actores que la protagonizan, poco conocidos hasta ahora. A la dama ya la han nominado para los óscars, según creo. Pero la historia, a mi entender, se queda corta, se centra demasiado en esa familia tan convencional, en sus problemas, en ese peso excesivo que consiste en ser héroe a la fuerza. 

Me ha faltado contexto. Aquí la policía no es excesivamente mala, ni ese juez local, tan gris, tiene malas intenciones. Quieren que se cumpla la ley, que contemplan desde un prisma de su propia lógica. Queda solamente esbozado  ese núcleo pueblerino, en el cual convivían negros, blancos, indios, en años difíciles y en el cual creció, parece que feliz, esta parejita. También se profundiza poco en esos cambios de los sesenta, de mentalidad en tantos campos, que fueron más radicales en los Estados Unidos que en ese París del sesenta y ocho que se puso las medallas. Incluso la buena gente, negra o blanca, que forma parte del círculo cercano de los protagonistas, no entiende como esa pareja ha sido tan imprudente o ingenua y se ha metido en ese lío. ¡Qué ganas de complicarse la vida!, cuántas veces hemos oído eso cuando un ataque de coherencia nos ha empujado a enfrentarnos con la mayoría.

Es habitual pensar que si no haces nada malo no te va a pasar nada malo pero la vida no es así. El policía local que los detiene incluso los disculpa, ese albañil, rudo, trabajador y bonachón, nació en el lugar equivocado, sin saber qué era bueno o qué no lo era. Des de su punto de vista, el hombre tiene sus razones, aunque parezcan surrealistas, contempladas desde nuestro presente. Nos condiciona el lugar en qué nacemos, sin elegirlo, la época, la ideología familiar, todavía más la ideología de nuestros amigos, de nuestros compañeros de estudios. Nos condicionan la política, la televisión, las consignas de los expertos, los dogmas renovados, los médicos, los maestros, los periodistas de culto. La libertad de opinión es, en realidad, un espejismo con matices.

Hace años, aunque no tantos, cuando las guerras en los Balcanes, una pareja yugoslava explicaba su experiencia por televisión, estaban muy enamorados pero sobre ellos se cernían presiones inmensas, habían crecido sin problemas bajo una misma nacionalidad y ahora familiares y amigos querían que tomasen partido. Ellos también se sentían patriotas, en cierto modo, un serbio y una croata, qué cosas. No querían renunciar a esas inquietantes señas de identidad que nos etiquetan territorialmente. Ignoro como acabó su relación, eso tiene la tele, que a menudo no sabemos el final de las historias que nos cuentan y que nos conmueven. 

Sin duda en esos casos, desde fuera, desearíamos que esas parejas se largasen a otro lugar más amable, pero las cosas no son tan sencillas. La protagonista de la película siente nostalgia de su pueblo, quiere ver crecer a sus hijos allí. El hombre, lo mismo. Los lazos familiares son un peso pesado, tienen sus virtudes pero también sus condicionantes negativos. Sin llegar a esos extremos, de momento, percibo por aquí con inquietud esa tendencia galopante a potenciar lo que nos separa y no lo que nos une, pero, por otro lado, también lo que nos une consigue que la convivencia pacífica sea una realidad admirable en ese tiempo de cambios de población y diversidades culturales cercanas. Las grandes tragedias colectivas han sido provocadas tanto por lo que separa como por lo que une o debería unirnos aunque fuese a la fuerza, claro.

Con el franquismo crecimos siendo españoles a la fuerza, sin embargo, el gobierno y la sección femenina potenciaban la regionalización folklórica. Una amiga maestra, como yo, recordaba que de pequeña, en Andalucía, aprendió alguna canción catalana, gallega, con eso de las damas educadoras del régimen y sus currículums. Me temo que ahora, nada de nada, al menos de forma generalizada. No defiendo el franquismo ni aquellas miserias, me lamento de qué se haya perdido cierto espíritu integrador que consiguió que, por ejemplo, se vendiesen bastantes fascículos de un coleccionable que se llamaba España, qué hermosa eres. Ahora se viaja a las antípodas con facilidad pero cuando la gente empezó a comer caliente y a comprarse cochecitos existía una cierta idea ligada a círculos turísticos concéntricos, primero debíamos conocer Catalunya, después, España, y más adelante, si se podía, debíamos salir al extranjero, empezando por Francia.

Durante el tardofranquismo y la transición algo se hizo, existían unos libritos encantadores, destinados a las escuelas, con leyendas, tradiciones y canciones de toda la península. Alguna editorial progre editaba libros de lectura dónde podías encontrar textos para niños en todos los idiomas hispánicos, con su traducción al castellano, por si acaso. Aquello duró menos que la primavera de Praga. Los tiempos han cambiado y a mi me parece que se han complicado cosas sencillas, las escuelas, los hospitales, lo que sea, funcionan a base de eso que llaman protocolos y que hace que cuando pasa algo se tenga a mano una cabeza de turco a quién culpar. 

La potenciación de lo qué separa se manifiesta, sobre todo, en el tema lingüístico, en el cual somos unos grandes analfabetos. Hay gente del oeste europeo que se entiende, literalmente, hablando, pero para diferenciarse a fondo unos usan el alfabeto cirílico y otros, el latino. Con la mayoría de los hablantes de las lenguas derivadas del latín nos podríamos entender perfectamente, hablando despacio y con algo de buena voluntad. Muchas de esas lenguas, sin embargo, han elaborado unificaciones destinadas a decir, desde arriba, qué está bien y qué no lo está, suprimiendo con menosprecio variedades dialectales interesantes. Los medios de comunicación han conseguido o están consiguiendo esta unificación mucho mejor que las escuelas o las leyes contundentes. 

Hace años se hablaba de la Europa de los pueblos, pero continuamos con la Europa de los estados, los estados gozan de buena salud, al menos por aquí. Sin embargo, nunca se sabe. Todo es frágil. Los Loving consiguieron que se reconociese su matrimonio pero me temo que los prejuicios extraños, ligados incluso a interpretaciones bíblicas sobre razas y diferencias, no desaparecieron nunca del todo y esas supervivencias explican, en parte, eso de Trump, quién, entre otras cosas lamentables, va a mandar construir un muro colosal, cómo son los americanos, aquí los contemplamos con cierta distancia elitista, incluso. Oigo hablar estos días de los supuestos valores europeos cuando aquí tenemos montones de muros y el continente se ha bañado en sangre por todas partes hasta hace, como quién dice, cuatro días.

Cada día entiendo menos cosas como el patriotismo. Caes dónde caes y te crees, al menos durante un tiempo, que a veces es bastante largo, lo que te enseñan y te cuentan, ya que, como escribió el poeta, la cuna del hombre la mecen con cuentos. Con cuentos en el sentido peyorativo de la palabra, claro, cuentos chinos, cuentos de Calleja.

Uno de los personajes de El camino, esa tendera rancia, de conciencia escrupulosa, se acusa cuando no sabe de qué acusarse, en el confesionario, de que si hubiese nacido en Inglaterra sería protestante, ya que el cura le confirma que de haber nacido allí posiblemente su religión fuese aquella. Parece una anécdota banal pero a mi me parece de una gran profundidad, hay quién cree que nunca hubiese sido nazi, a pesar de vivir en el nazismo, pero la historia más bien demuestra lo contrario e incluso evidencia que es relativamente habitual convertirse a la religión de los que mandan, sobre todo cuando la conversión nos procura beneficios evidentes, aunque perjudique a otros.