En los años noventa se hizo algún intento de publicar la obra de Serguéi Dovlátov. Entre los títulos publicados entonces, de forma algo errática y sin que aquellas publicaciones tuviesen el eco merecido estaba La maleta. En estos últimos años, RBA en castellano y LaBreu en catalán han recuperado de forma mucho más visible la obra de este autor, inclasificable y singular, aunque en él se pueden percibir los ecos de los grandes cuentistas de su país, como Gogol o el mismo Chéjov, a quién tanto admiraba.
Serguéi Dovlátov nació en 1941 en la entonces URSS, hijo de una correctora armenia y de un director de escena medio judío, aspecto sobre el cual el autor ironiza a menudo. No vivió la tragedia estalinista pero sí, todavía, la ridícula y gratuita crueldad de un estado policial ya algo errático. Salvando las distancias, muchos aspectos del franquismo de después de la primera postguerra, en lo relativo a los males de la literatura, nos pueden evocar ese mundo surrealista que Dovlátov nos muestra de forma irónica, en ocasiones incluso sarcástica, siempre con cierta amarga y amable distancia.
Dovlátov no pudo publicar en su país de forma convencional, lo hizo clandestinamente gracias a un sistema de copia mecanográfica o manual, a través de cadenas de distribución entre amigos y conocidos, siempre con riesgo de caer en desgracia y ser castigados, durante bastante tiempo. Dovlátov tuvo problemas, de forma inevitable, y acabó emigrando a Nueva York, donde escribió mucho más y publicó con éxito sus libros. En esta ciudad murió de forma prematura en el año1990 acausa, posiblemente, de los problemas derivados de su alcoholismo. El alcoholismo y las borracheras generalizadas, escape de una sociedad asfixiante, gris, absurda y mediocre, son también muy presentes en la obra del escritor.
La maleta es una serie de narraciones que se generan a partir de una serie de prendas de vestir o complementos que el narrador, el mismo escritor, sacará del país al abandonarlo, en esa maleta, voluntariamente olvidada, que reaparece de forma casual al cabo de un tiempo. Cada elemento, entonces, recupera su vida propia, se explica su origen y su porqué. Cada objeto se convierte en un símbolo y las distintas narraciones van mostrando un fresco humano de la URSS y de la época, en el cual se mezclan personajes conocidos con otros que no sabemos si son o no reales.
La aparente indiferencia ante la vida de qué hace gala el autor es, en realidad, una ácida y profunda crítica contra un sistema en el cual la vulgaridad, la ignorancia, la mediocridad y la miseria humanas nos son mostradas, sin embargo, con tintes humorísticos muy originales que nos producen incluso cierta empatía con toda esa gente extravagante que sobrevive como puede.
Dovlátov no deja indiferente y se acaban sus libros queriendo más, así que sería magnífico pensar que por fin nos llegará, aunque sea de forma pausada, su obra completa. Se publican muchos libros que nos gustan –o no- por motivos diversos y que cumplen una función pero pocos delante de los cuales te quites, como se dice de forma popular, el sombrero, intuyendo que se tiene el privilegio de acceder a una verdadera obra literaria. Una obra de esas en las cuales la grandeza se esconde en medio de una aparente modestia, incluso en la extensión. La maleta es un libro para leer de una tirada y releer después de forma más tranquila y documentada, haciendo el esfuerzo de investigar un poco sobre los distintos personajes históricos que se nos mencionan.
No es fácil admitir que el paraíso comunista fuese tan diferente de los sueños utópicos oficiales, o de las maravillas que los convencidos nos repetían en los sesenta y los setenta. Ser antifranquista no fue siempre ser democrático y la autocrítica en ese tema todavía no se ha hecho de forma totalmente desacomplejada. A menudo encuentro a faltar ese grado de ironía rusa en los textos hispánicos sobre nuestras propias épocas sombrías, la verdad. Al menos con un cierto grado de ambición literaria de esa que no se ve, pero se percibe y se disfruta, en La maleta.
La traducción catalana es de Miquel Cabal y la castellana de Justo E. Vasco, un muy buen escritor cubano, este último, que se afincó en Asturias y escribió novela negra interesante, además de traducir textos rusos, norteamericanos, italianos y eslovenos. Vasco falleció en 2006. Creo, sin ser experta en el tema, que en el texto se percibe también la gracia y oficio –de escritor- del traductor.
4 comentarios:
Lo he leído y lo recomiendo. Incluso un poco a mi pesar, porqué hacia el comunismo tengo más filias que fobias. Como en el caso de Mikhaïl Bulgákov, debo admitir que son grandes escritores muy poco comunistas. Pero hay que estar a la altura y reconocerlo. En el caso de Bulgákov, añádele su vena católica...
De Dovlatov leí primero La zona, escalofriante y a la vez desternillante.
Y la verdad es que no me preocupa mucho la crítica clásica al comunismo: que el ideal estaba muy bien pero sus concreciones son horribles. Porqué hoy se puede decir exactamente lo mismo de nuestra democracia agonizante.
Por desgracia una cosa son las ideas y la otra, las personas. Hay que contar con ello cuando se quiere 'realizar una utopía'.
La historia de las utopías se llena de sangre cuando alguien las quiere realizar. El problema lo veo en el hecho de que la realidad también chorrea sangre, hambre e injusticias. Sin embargo, rechazamos las utopías por miedo al dolor. Como si ni crease dolor esa democracia mermada del capitalismo salvaje.
Cierto, Lluís, pero personalmente me sabe muy mal y me produce mucho más rechazo la sangre derramada inútilmente e injustamente con una supuesta 'buena intención' detrás. De según quién ya sabes que puedes esperar y creo que la violencia sólo genera más violencia, hay otros métodos aunque la historia oficial de unos y otros nos lea el pasado como el conviene.
Publicar un comentario