domingo, 6 de enero de 2008

Mañana de Reyes







Ha llegado la mañana de Reyes de 2008 y, a pesar de no tener niños pequeños en casa ni en la familia más cercana, todavía me ilusiona mucho esta fiesta. Quizás porque en mi casa, donde no eran excesivamente juerguistas, este era un día muy especial, que ilusionaba a todos. Hace poco mencioné en mi log a Fernando Peña y su artículo en Metro, con referencias a la suerte vital en el tema de las ilusiones navideñas. Una maestra jubilada mayor que yo me explicaba, hace unos días, que a ella todo eso de los reyes no le afecta demasiado, ya que en su casa no los celebraban. Además, tuvo un matrimonio desafortunado, cosa que supongo también debió afectar a su percepción navideña.




Cuando era pequeña había, en mi escalera, muchos niños y niñas de mi edad, o un poco más pequeños, fruto de la natalidad optimista de posguerra, cosa que demuestra, además, que para tener hijos no hay nada mejor que la ilusión juvenil, que cree que todo renacerá de forma alegre y esperanzadora. No entraré en esas consideraciones, ahora parece que tener hijos antes de los cuarenta sea un disparate porque hay que estudiar, disfrutar y situarse. La verdad es que ni se disfruta tanto como se dice, ni los estudios sirven para lo que tendrían que servir, ni las situaciones laborables son estables, pero como así nos venden la moto, pues... La gran mayoría de matrimonios jóvenes, de la edad de nuestros padres, vivían como los abuelos –en casa de los abuelos, más bien- y su disfrute era limitado y reprimido, sus estudios, imposibles, y su situación, precaria. A pesar de todo, durante la mañana de Reyes se podían escuchar grandes exclamaciones de alegría e ilusión por los patios de luces, todo el mundo lo celebraba y entre los vecinos, a veces, también intercambiábamos regalos de poco valor. Yo creo que la fiesta gustaba y gusta mucho a los pequeños, claro, pero sobretodo a los mayores, cuando tienes hijos revives la infancia, momentos felices, idealizados en el recuerdo. La fiesta de Reyes era la del gran protagonismo infantil, protagonismo que hoy ha aumentado, pero que en épocas pretéritas era mucho más limitado.

Cuando mis hijos eran pequeños, en la escalera donde vivo actualmente había también algunos niños y recuerdo sus exclamaciones, muy madrugadoras, de sorpresa e ilusión. El tiempo, cuando te haces viejo, se acorta deprisa, ver crecer a los hijos evoca nuestra infancia y juventud y hace que se revivan, de alguna manera, aquellas sensaciones. Imagino que los que tienen nietos deben sentir otra vez este renacen de las chispas eufóricas de la fiesta. En la fiesta de los Reyes la gente hace cosas impensables, para nuestros hijos, que a veces resultan incluso incoherentes y exageradas, cosa, a mi entender, positiva y necesaria, porque algún exceso puntual y algún disparate hay que hacer, en la vida. Gastamos demasiado, nos hacemos polvo los pies dando vueltas por las tiendas, y los brazos fosfatina, cargando paquetes, que, después, hemos de ocultar de forma cuidadosa. Para ir a ver la cabalgata se pasen largas horas con los niños en brazos, hay gente que tiene mucha moral y que incluso carga con escaleras arriba y abajo, para que sus pequeños se puedan encaramar y vivir la fiesta con gran plenitud ocular.


Hoy parece que los niños y niñas tienen muchas más cosas y regalos y que el día de Reyes ya no es la gran concentración de baratijas que había sido. Pero creo que conserva su magia y su parafernalia, los ayuntamientos se vuelcan en ella con fe y entusiasmo, las radios y las teles cumplen con su papel. Hay quien opina que es una fiesta que tiende a desaparecer, yo creo que disfruta de mucha salud, por ahora, y cada año veo más gente en la cabalgata. Los inmigrantes han incorporado el tema a su imaginario, aún que se regalen cosas en Navidad, para Reyes siempre cae alguna cosa, incluso a los más papanoeleros y a los de otras religiones diversas. Hace años, a mediados de los sesenta, un sector moderno y con tendencia a la fanfarronería de los tiempos del desarrollo, de nuestra sociedad, comenzó a adornar árboles y a hacer venir a su casa a ese señor vestido de blanco y rojo, contra el cual no tengo nada, la verdad, porque el tiempo mejora el exotismo que rechazamos en sus inicios. La excusa era, decían, que así los niños tenían más tiempo para jugar, durante las vacaciones. Admirable falacia para justificar tonterías. Precisamente, el consuelo, en mi retorno a la escuela de después de las fiestas, era, precisamente, llegar a casa y reencontrar los libros y juguetes, todavía nuevos, misteriosos. Y una de las Y una de las cosas más excitantes de las vacaciones de Navidad era mirar escaparates, escribir la carta, esperar... La espera siempre es mejor que la realización de los sueños, me parece. Otra idea que se extendió entre los progres y que yo, lo confieso, durante una época suscribí, era que esa historia era un engaño de los muchos que nos persiguen durante la vida y que no había que mentir a los niños. A lo largo del tiempo he revalorizado la mentira que comporta piedad o ilusión, y la sinceridad descarnada me da más miedo que una tempestad. Las relaciones humanas, para ser positivas, comportan siempre un cierto grado de amable hipocresía, de engaño sin veneno.

Durante algunos años, la fiesta de Reyes perdió para mí mucho brillo, por causas personales, ya que hemos ido pasando, de forma inevitable, por las enfermedades y desapariciones de nuestros cuatro abuelos, de la presencia de los cuales pudimos disfrutar durante muchos años, gracias a Dios, al azar o al destino. A nuestros abuelos familiares les ilusionaba mucho la fiesta, también. Ir a las casas de los abuelos y tíos a buscar más regalos, ha sido también una actividad matinal del día de Reyes entrañable y excitante. Recuerdo, sobre todo, las excursiones en autobús de dos pisos a la zona de la Sagrada Familia, en otros tiempos lejana y poco poblada donde, en la calle de Nápoles, vivía mi tía Angelina, la de la gallina del año de la nevada. Un elemento habitual eran, también, las chucherías, en mi casa, y les reconozco el buen gusto, ya que odiaban esos símiles de excrementos, azucarados. Pero, en cambio, nos dejaban duros de plata, botellitas de champaña, paraguas, todo ello de un chocolate de poca calidad, la verdad, pero encantador, y también cigarrillos, camel, ideales... Esto de los cigarrillos de chocolate, con los cuales hacíamos ver que fumábamos ha desaparecido del mapa, con tanto puritanismo absurdo antitabaco. Ni he fumado nunca ni me alcoholizado a causa de la copita de champaña que me dejaban beber en casa durante las fiestas. Champán dulce, del de antes, esta moda de los bruts y secos es horrible, no encuentras champán dulce en ningún sitio. Y en copita redonda y chata, en las cuales bebían las damas de las pinturas de Ramón Casas, no alargada y profundas como las de ahora, que cuestan tanto de fregar. Todo cambia y, además, estas costumbres crean nuevos dogmas. Y cualquiera dice lo contrario.

Con champán brut y seco, con copas largas, con el Papa Noel y el Tió con barretina, compartiendo protagonismo, incluso admitiendo que el consumismo nos ahoga, los Reyes aún cabalgan. El que me gusta más es el negro, que en Barcelona no ha cambiado casi nunca, des de mis recuerdos infantiles, aunque yo diría que también ha envejecido un poco, a pesar de ser eterno. Por cierto, en catalán siempre hemos dicho Reis d’Orient y no Reis Mags, por muy magos que sean.

Gloria Fuertes, admirable escritora, ya reivindicó las reinas magas, de forma muy adecuada y simpática. A pesar de este hecho puntual, y aunque yo sea –moderadamente- feminista y –moderadamente también- republicana, no fumadora ni bebedora, casi atea, y, en muchas ocasiones, antinavidades ruidosas y consumistas, dejemos las cosas como están y como estaban, por favor, que cuando tocamos alguna cosa, como las figuritas del pesebre, se acaban rompiendo y las hemos de pegar con agua y harina.
(Traducción del post publicado en La Panxa del Bou)


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