domingo, 3 de febrero de 2013

MAIGRET Y SU PIPA



Tengo la suerte de qué hayan instalado la nueva Filmoteca de Barcelona cerca de mi casa. Ayer fui a ver una de las tres películas del miniciclo dedicado a Maigret, creo que tiene relación con eso de la Semana Negra. Las Semanas Negras no son las que la gente normalita pasa a causa del paro y la crisis sinó una semana de eventos diversos relacionados con el auge de la novela de misterio, de suspense, policíaca o como se la quiera llamar. Es un género que hace años que vive una especie de esplendidez editorial que contribuye a la publicación -y venta- de muchas estupideces.

No soy contraria al género, me gustan las novelas de misterio cuando son buenas o pasables y saben mantener el interés del lector. Lo que ocurre es que el éxito de vendas produce una gran cantidad de paja, lo mismo que el auge de eso que llaman novela histórica, que  promociona muchas tonterías comercializadas con hipérboles inmerecidas. Lo que toca es vender. De joven leí con afición casi todo lo de Agatha Christie. Alguien enterado me criticó a la dama del crimen, siempre ha habido cierta competencia entre lo anglófono y lo francófono, y me regalo una novela de Maigret que, por cierto, no me gustó. 

Georges Simenon no ha sido nunca un autor de mi gusto. Lo he leído bastante, no sólo los libros de Maigret, sinó también sus otras novelas, siempre relativamente breves, cosa que se le criticó a menudo. Son buenas novelas, una cosa es que a mi no me convenzan y la otra que el escritor no tenga su mérito. Son libros inquietantes, poco amables, sombríos, en general. A medida que fui conociendo la vida del escritor mezclé, como suele pasar aunque sea algo injusto, su valor literario con el repelús que me provocaba ese personaje que flirteó bastante con los nazis, se declaró antisemita -cosa perceptible en muchos libros suyos-, violaba criadas y afirmaba haber hecho el amor con más de treinta mil mujeres. Fue un fanfarrón con un ego quilométrico y con bastantes sombras en su vida. Tuvo la suerte de ganar y poder gastar el dinero a raudales con sus libros, cosa difícil para cualquier escritor normalito. Con dinero se te perdona casi todo.

La francofonía tiene grandes recursos para reconvertir sus personajes emblemáticos en mitos, no es cainita, como la hispanidad o la catalanidad. Suma en lugar de restar. Simenon no era francés, era belga, y además murió en Suiza, pero eso no tiene importancia a la hora de reivindicarlo como de cultura francesa. No fue tratado siempre con amabilidad, se le reprochó la brevedad de sus obras de ficción, la limitación del vocabulario que empleaba -los expertos se entretienen en esas cosas- y el no haber escrito una gran novela gorda y pesada, de más de mil páginas. Sin embargo su obra conforma un gran mosaico interesante e inquietante. Recuerdo haberlo visto fotografiado en revistas, en mi infancia y juventud, con su pipa y su aspecto inofensivo, parecía todo un señor, un buenazo. Mucha gente que no quiere saber nada de escritores de derechas tipo Vargas Llosa alaba hoy a Simenon como representante de un europeismo se supone que muy recomendable y distinguido. Simenon es también una muestra de las miserias de ese europeísmo, de sus conflictos, sus pecados y sus traiciones. 

Hay quién cree que la literatura es algo que debe separarse de la vida del escritor. Quizás sea así. Podemos leer a Cervantes, a Tolstoy, a Maupassant, incluso a Maquiavelo, sin meternos demasiado con su vida privada. Todo nos queda muy lejos. Pero es difícil actuar así con los contemporáneos, necesitamos distancia. Por eso hay un gran interés en ocultar los pecados de la gente de culto, no sólo de los novelistas, de los poetas, sinó también de los grandes mitos ideológicos, políticos. Todo se va conociendo con cuentagotas gracias a arriesgados biógrafos, no siempre objetivos, aunque la objetividad es también un mito.

Maigret, el gran personaje de Simenon, ha sido interpretado por muchos grandes actores pero yo siempre lo relacionaré con Jean Gabin, el actor francés. Fue también un hombre complicado, con un ego excesivo pero no quiso saber nada con los nazis y se fue del país durante la ocupación, eso dice mucho a favor de él, pues incluso gente como Sartre se corría bastantes juergas en los cafés parisinos de la época del gobierno de Vichy. Fue un gran actor pero en su época le dieron un premio limón dedicado a los peores actores, o sea, que todo es subjectivo y condicionado a simpatías y antipatías diversas. Lo mismo podía ser un villano siniestro que un anciano venerable. Como Maigret está estupendo, este personaje es bastante agradecido con aquellos que lo interpretan, en general. Las películas de esa época, la de Gabin-Maigret, nos muestran la Francia profunda, muy alejada del mito que nos forjamos en España sobre el país vecino, confundiendo el estado francés con la libertad parisina. Con los años vas mirando las cosas sin cristales coloreados y te das cuenta de la poca inocencia que queda por ahí. 

Hace unos días acabé la Historia de un alemán de Sebastian Haffner. Son unas memorias apasionadas, terribles, escritas en vivo y en directo por su autor, en los años de la subida al poder de los nazis. Muestra, en ellas, cierta admiración por esa Francia próxima, por París. Son también espejismos juveniles, incluso en atisemitismo no tenian los franceses, desde hacía muchos años, nada que envidiar a los alemanes y bien que se demostró a la hora de colaborar con ellos en hacer limpieza étnica. Las circunstancias favorables -más bien desfavorables- provocaron que el horror del nazismo se desarrollara en plenitud en Alemania pero podía haber surgido en cualquier parte, con ese nombre o con otro. 

Nadie está vacunado contra la sinrazón colectiva. Del nazismo sabemos mucho pero, por ejemplo, las purgas estalinistas son todavía muy poco conocidas y condenadas. El mismo Satre sabía lo que pasaba por las Rusias, tenía conocidos por allí, purgados y torturados y lo silenciaba para no inquietar y  desmovilizar a los obreros comunistas. El hecho de que las víctimas se diversifiquen, resulten indiscriminadas y no pertenezcan a colectivos étnicos, políticos, religiosos o nacionales, hace mucho más difícil y poco cómoda  su reivindicación.

Personalmente, incluso intentando hacer una abstracción literaria de su producción, me sigue pareciendo Simenon sobrevalorado pero no soy experta en ese autor ni en ninguno y, en todo caso, debería releerlo desde la visión del siglo XXI, en perspectiva. Me temo que con las tonterías que se editan hoy con una buena cubierta y unos cuantos crímenes en el interior las novelas de Maigret me parecerán incluso sublimes, la verdad. 

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