miércoles, 2 de noviembre de 2016

EVOCACIONES DIVERSAS PARA EL DÍA DE DIFUNTOS



Resultat d'imatges de Modest Urgell cementiri
Modest Urgell, 'Cementiri'

Hoy es el día de Difuntos, aunque esta celebración ha quedado diluída con el día de Todos los Santos. Todo ha cambiado, más bien todo va cambiando siempre en una especie de goteo imperceptible, por eso Galdós compara la vida en una de sus novelas con un árbol de hoja perenne, parece que jamás queda desnudo del todo pero sus hojas se van renovando de forma constante, casi imperceptible, a no ser que alguna catástrofe imprevista consiga dejar tan sólo sus ramas en algun momento.

A pesar de cierta frivolización en las costumbres, a pesar de la tendencia de la sociedad moderna y occidental hacia el laicismo y aunque ya no recemos en esa noche tres partes de rosario ni padrenuestros a las almas del purgatorio, la muerte continua siendo un misterio. Lo es también la vida, claro, pero es otro tipo de misterio y mientras tenemos salud y perspectivas de futuro la vida suele ser amable para mucha gente, aunque no para todos, el azar también cuenta. 

Los cuentos y leyendas de miedo se han reinventado pero persisten en nuestro imaginario, aunque ahora se conviertan en imágenes cinematográficas, televisivas. Uno de los cuentos de miedo que más me impresionó, de pequeña, fue el del Monte de  las ánimas, en esa narración de Bécquer tan evocadora y terrible. Uno de los aspectos más angustiosos de la historia es intuir que esa pareja podía haber sido feliz y llevar una vida tranquila, incluso cómoda, considerando la época. Como en tantos casos literarios, la culpa la tuvo ella, claro. Escuché por primera vez esa narración por la radio, en aquellos años míticos de mi infancia. 

La radio, sobre todo por la noche, conserva todavía una magia contundente, inspiradora. Hace pocos días escuché otro cuento de miedo, por casualidad, El rey del bosque, una adaptacion de El rey de los Elfos, de John Connolly, en el espacio Negra y criminal, en una versión magistral, una reemisión, de hecho, que me hizo recordar la radio de antaño, en la cual eran frecuentes los espacios teatralizados, una lástima que hoy sean casi una excepcion. No diré que pasé miedo, a mi edad el miedo es otra cosa muy distinta a ese miedo de la infancia, cuando todavía crees sin fisuras en leyendas y hechos sobrenaturales, pero sí que experimenté cierta angustia, algo inexplicable, esa inquietud que sabes que es absurda pero evidente.

El cuento de Bécquer solia leerlo a chicos y chicas de la antigua Segunda Etapa de EGB, en mis años en activo. En una ocasión, en medio de un silencio sepulcral, alguien llamó a la puerta del aula mientras el protagonista se perdía por las montañas, buscando la cinta de Beatriz, y el susto fue tremendo, se había establecido una extraña magia, no era fácil tener aquellos alumnos en silencio, en tanto silencio.


Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche. 

(Gustavo Adolfo Bécquer, 'El monte de las ánimas'

 
Los antiguos libros escolares de gramática contenían mucha literatura y, además, se completaban con antologías serias. En un viejo baúl que teníamos en casa, se guardaban libros escolares de mi madre, incluso de mi abuelo, llenos de poesías antiguas. La gente, antes, se sabía muchas poesías. Las recitaba, las citaba, las leía y releía. Corrían por mi casa además unos antiguos cuadernillas que mis abuelos habrian comprado en algún quiosco pretérito, con poemas diversos. Aprendí a leer en catalán con un libro de poemas muy popular, El trobador català,  que mi abuelo había leído en la escuela. 

La editorial Millá, inolvidable, tenía unas publicaciones sencillas, todavía muchas de ellas se pueden encontrar en las librerías reales y virtuales de segunda mano, con poesías para niños, patrióticas, sentimentales, dramatizables, humorísticas. Hoy hay quién dice que no le gusta la poesía, se refiere a la poesia más avanguardista, algo rarita, que no rima ni tiene ritmo, incluso muchas canciones modernas actuales muestran ese desprecio por la ortodoxia. Las modas son pasajeras, en pintura se despreció el realismo y hoy el realismo ha vuelto y se ha modernizado y convive con abstracciones poliédricas. Así que cualquier día volvemos a rimar y a medir de forma general y a recitar en voz alta en cualquier celebración familiar o social. Muchos poemas de éxito popular eran tremendos, huérfanos sin madre, mujeres burladas, madres con hijos muertos, niños pobres, ancianos despreciados. Si los poemas se recitaban bien hacían llorar pero si el rapsoda era deficiente provocaban grandes risas y burlas.

En los libros escolares a menudo las poesías no estaban completas, se nos ofrecían fragmentos, como en el caso de esta de Juan Ramón, de la cual se reproducían los primeros versos, debajo del dibujo de un campanario con un cementerio al lado de la iglesia y una luna entre nubes oscuras. Todo era en blanco y negro. Pero al leer esos versos me parecía escuchar las campanas, muchas campanas, tocando a difuntos, esas campanas de antes que nos daban a conocer todas las novedades cercanas, bodas, bautizos, funerales. Ànimes difuntes, al cel ens veiem juntas, contaba mi padre que iba repitiendo por las calles de su pueblo cuando era muy pequeño y su padre le mandaba a por tabaco a la taberna, todo era muy oscuro y la visión de los cipreses del cementerio le producía escalofríos. 

Aunque los mayores de mi tiempo solían repetirnos que había que temer a los vivos y no a los muertos, ellos, que tan bien conocían la certeza que contenía esa frase recurrente, después de tanta tragedia, los muertos nos asustaban, de niños, con su posible presencia misteriosa. Durante la juventud de mi madre todavía había una tendencia popular a evocar espíritus, era un consuelo para personas que habían perdido hijos en la infancia o la primera juventud, algo mucho más frecuente que en el presente. Otro refugio era la iglesia, claro. Se trate como se trate a la muerte, bajo el sonido de las campanas o en un moderno y aséptico tanatorio, nada nos evita temer ese final del cual, de momento, no escaparemos, más tarde o más temprano. Hoy hay de todo pero esas creencias y prácticas no son, ni mucho menos, tan generales.

Una defensa contra el temor a la muerte ha sido el humor, humor negro, áspero, o humor irónico, casi inglés. Recuerdo poemitas humorísticos sobre el tema, 'en un día nublado, qué bonito es un entierro, con sus caballitos blancos, con sus caballitos negros, con su cajita de pino, con su muertecito dentro...' Hoy recitar esas tonterías parecería de mal gusto, el mal gusto se ha desplazado a los zombies mediáticos. Un clásico teatral de la época fue el Tenorio, todavía me pregunto los motivos a no ser que sea por los fantasmas que van surgiendo por todas partes y por su final apoteósico en el cementerio. Hoy está en recesión pero conformó un imaginario compartido, generó parodias de todo tipo, la gente se sabía esos versos de una forma más general y transversal que las canciones de Operación Triunfo, coreadas con entusiasmo por esos nostálgicos treintañeros que empiezan a darse cuenta, ya, de que la vida pasa y la verdad asoma.



Viento negro, luna blanca...

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
– ¡campanas que están doblando! –
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero, ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
– ¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario! –
Sentimentalismo, frío.
La ciuded está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.

Juan Ramón Jiménez

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