Cuando yo era jovencita mi abuelo materno, que vivía con nosotros, enfermó. Fumaba bastante, tenia un enfisema pulmonar. El único médico que entonces se consultaba era el de medicina general, que venía por las casas, sin miedo a los largos tramos de escalera sin ascensor. El doctor de entonces se llamaba Teófilo, era simpático, campechano, siempre llegaba resoplando, pero con su puro en la boca.
-Bueno, es malo, pero mira... -admitía, condescendiente.
Don Teófilo inspiraba confianza. Conocía a la familia, a los vecinos. Ahora, mi abuelo tendría que soportar toda una serie de hospitalizaciones y entubaciones, seguramente. Posiblemente no moriría en casa, tampoc en casa se haría el velatorio. Quizá, con los medios actuales, hubiese vivido siete, ocho o diez años más. Parece que alargar la vida al precio que sea es un valor en alza.
La verdad es que actualmente voy al médico con poca fe y poca confianza. Me he vuelto miedosa y tengo cierta prevención por tanto control y tanta prueba. A lo largo de la vida percibes las contradicciones científicas, los pies de barro de un macrosistema basado en fármacos y aparatos sofisticados. Si necesitas alguna intervención pasas por una burocracia que te obliga a firmar papeles donde aceptas las muchas posibles complicaciones. Pasé con mi madre por ese calvario hospitalario, pruebas, operación, radioterapia, embolia, sonda de alimentación nasal, hospitalización. No tengo queja de la asistencia médica, ni de la profesionalidad y humanidad de las personas que la trataban, pero en realidad nadie nos conocía demasiado. En la última hospitalización, en una de esas naves hospitalarias para enfermos sin regreso coincidí, en la habitación, con otras tres abuelas enfermas y tuve la suerte de hacer amistad con sus familiares, cada día compartíamos un rato de charla y aquello me proporcionó un calor humano muy neesario, fue cosa de suerte, del azar.
No dudo de qué hoy hay muchos medios para mejorar eso abstracto que llamamos calidad de vida. Sin embargo... A veces parece que la medicina oficial nos asusta con los mismos males con que nos asustaban los curas, cuando nos hablaban del infierno y del purgatorio. Actualmente, con el tema de la gripe A y otros han surgido voces críticas sobre la cuestión de la medicalización, como el de Teresa Forcades o el del periodista Miguel Jara, o el doctor Laporte. Los dogmáticos convencidos no entran en un debate serio, suelen poner en entredicho la cualidad profesional del mensajero. Pero esos mensajeros críticos no hacen más que decirnos, de forma más clara y explícita, aquello que temíamos o sospechábamos. Estudié magisterio y humanidades, hice un montón de cursillos pedagógicos y metodológicos, trabaje casi cuarenta años en la enseñanza, pero admito que sé muy poca cosa todavía sobre la infancia y la educación. Es más, he escuchado verdaderas barbaridades en boca de supuestos expertos en el tema. No sé porque ha de ser distinto en otras profesiones.
La libertad, el acceso a mucha información, nos produce inseguridad, nunca podemos estar seguros de hacer lo correcto, pero hay que vivir con eso ya que así es la vida, fragilidad, misterio, una cierta incoherencia, bastante casualidad. Nos gusta pensar que lo tenemos todo controlado, hace unos días, en una conversación con gente más joven, hablando de esos grandes centenarios recientemente fallecidos, Ayala, Levi-Strauss, se consideraba que si tienes curiosidad tendrás una larga y productiva vida. ¡Qué ingenuidad! Será que no han desfilado hacia el otro mundo cincuentones y cuarentonas con una gran curiosidad e inteligencia, de vida sana y aparentemente controlada! Hay mucho de azar, de genética, de casualidad, en nuestra biología. Echo en falta a los Teófilos, quizá no sabían demasiado, pero acompañaban más.
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