martes, 15 de diciembre de 2015

DE BICHOS Y HUMANOS


Hace pocos días el presidente del Colegio de Veterinarios de Girona salió en una entrevista en La Contra de La Vanguardia, un espacio con una gran audiencia, dijo cuatro cosas razonables que fueron mal entendidas y las reacciones no se hicieron esperar. Incluso la inefable señora Rahola arremetió contra el pobre veterinario en el mismo periódico, porque afirmó no amar a los animales sinó que eso de amar lo destinaba a familiares y amigos, por ejemplo. También insistió en que tener perros en un piso era maltrato pero como eso de las mascotas se ha multiplicado en los últimos años fueron muchos los enfurecidos y muchas las enfurecidas. Afirmó ser nacionalista, cosa que por parte de ciertos sectores contribuyó a añadir a los muchos piropos que se le propinaron en los comentarios de las redes el de fascista. Y, para colmo, insinuó, casi afirmó, que la feminización de la profesión había provocado efectos de sensiblería en el sector. Además, machista, claro.
Yo he sido maestra y he escuchado muchas veces a gente del campo educativo que afirmaba amar a los niños o que los niños le gustaban. Esas declaraciones no siempre se correspondían con una buena profesionalidad para la cual hace falta cierta distancia. Por mucho que los niños nos hagan gracia no se les ama en general, todos somos humanos y sabemos que de niños, como de adultos, los hay de muy diferentes. Nadie ama más a los niños en general que a los suyos propios. Lo mismo se podría aplicar al campo de la medicina y a muchos más, lo de amar es bastante serio y el veterinario lo explicó también de forma seria aunque ha provocado extrañas reacciones por atreverse a decir algo evidente.

Cuando se habla de animales no se habla de animales sinó de mascotas o de especies en peligro de extinción ya que nadie admite, en general, amar moscas, ratas, mosquitos, arañas, langostinos, lagartos o serpientes, aunque hoy hay de todo, claro. El consumo veterinario urbano es un sector que ha crecido mucho pero tiene poco que ver con la industria ganadera. Por los cines ha pasado de puntillas una muy buena película islandesa, RAMS, en la cual se plantea el problema de una epidemia que exige acabar con todas las ovejas para intentar controlar el virus. En eso de amar a los animales existe hoy una tendencia que me parece, si la llevamos al extremo,  racismo zoológico. Nuestra relación con los animales debería ser en la actualidad objeto de debates serios pero acoge mucha tontería y discriminación encubierta según el animal sea más o menos parecido a nosotros, por ejemplo.
Para hacer bien una profesión no hace falta amar a los pacientes o a los clientes o a los alumnos. Ese amor universal es una entelequia, una abstracción. Los animales viviendo en pisos pequeños, gordos, alimentados con pienso y castrados, son maltratados sutilmente aunque creamos que no es así y los necesitemos para paliar soledades o necesidades afectivas. No soy vegetariana pero me avergüenza el modo en qué se produce carne actualmente aunque parece que hay ya cierta crítica sobre la necesidad de mejorar la producción, dando a los bichos una vida más digna. Meter el amor de por medio es peligroso, el amor a la patria incluso a la humanidad ha generado muchas barbaridades, por ejemplo. Es curioso que, por ejemplo, se haya reducido el número de pájaros enjaulados en las casas, cosa habitual en otras épocas, mientras que ha aumentado tanto el número de perros y gatos en los pisos de las ciudades. No parece raro comer cerdo ni criar ese animal de cualquier manera pero nos horroriza pensar en comer gato, perro, incluso caballo.

Hay una tendencia a no razonar sobre aquello que no nos gusta escuchar porque no responde a nuestra ideología o creencias. A veces, volviendo a la escuela, algunos padres rechazaban a determinados profesionales, maestros, psicólogos, porque no les decían lo que querían escuchar sino algo razonable que los implicaba. El señor Serdà pecó, si pecó de algó, de políticamente incorrecto, en una época en la cual se tiene la piel muy fina para según qué y en la cual eso que llamamos buenismo impide que se entre a fondo en los temas conflictivos, què hi farem. Es habitual que alguien te admita en privado, sobre lo que sea, cosas que nunca defenderá o admitirá en otros contextos colectivos, de compromiso.

Por lo que respecta a la feminización de determinadas profesiones, ha tenido y tiene efectos diversos y contradictorios y evitarlos o no entrar en ellos a fondo es habitual. Una médica me comentaba en una ocasión que desde que hay más mujeres en el sector se le ha perdido el respeto a la profesión, en parte. Yo he pensado eso en muchas ocasiones con relación a la educación, sobre todo a la primaria. En el tiempo de la reforma que tantos efectos perversos ha tenido, cuando se eliminó la EGB, una maestra mayor que yo me aconsejó pasarme a secundaria porque temía que las escuelas primarias se convertirían en l'escola de donya Ramoneta, de hecho muchos hombres maestros se pasaron de bando y el número  de maestras, que ya era alto, aumentó exponencialmente en primaria. En todo hace falta un cierto equilibrio pero todavía estamos en una época de transición respecto al papel femenino en la sociedad y nada está superado del todo ni quizás lo llegue a estar nunca. Matar a los mensajeros ha sido desde tiempos ancestrales un recurso absurdo e injusto. Es más fácil descalificar que razonar.  

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