viernes, 5 de marzo de 2021

EVOCACIONES PASADAS Y FUTUROS INCIERTOS

 



Paseaba hace pocos dias por ese nuevo espacio marítimo, detras del Hotel Vela, muy concurrido por gente joven y no tan joven, sobre todo durante los fines de semana. Había personas corriendo, haciendo gimnasia, bailando, parejitas, ciclistas, patinadoras, patinetistas, grupos de abuelitas y paseadores de perros. 

A mi lado se habían parado un padre y un hijo, el chico tenía unos doce años. El padre le contaba características de aquel paisaje durante sus años mozos, todavía en tiempos del antiguo Rompeolas. Se conserva todavía el edificio del Porta Coeli, donde comíamos festivos mejillones, al llegar allí en 'golondrina'. 

Habían venido en bicing, comentaban si sería mejor volver con la bicicleta o dejarla y tomar el metro, deduje que el regreso debía presentarse largo y en subida, porque el chico optó por volver en transporte público. 

-En el año 2100 -dijo el muchacho- tendré noventa y un años.
-Entonces se vivirá más que ahora -le comentó el padre, optimista.

El dialogo me evocó pasados remotos, hay fechas que nos parecen muy lejanas, fechas redondas, casi siempre acabadas en cero, fechas misteriosas y que parecen más importantes que las otras. Cuando era muy pequeña se especulaba con el año 1960, parecía que podía pasar de todo, una tercera guerra mundial, por ejemplo. No pasó nada o pasó de todo, las cosas no pasan siempre igual en todas partes, la Covid parece un mal universal però en cada lugar del mundo se vive de una manera diferent y, a nivel personal o familiar, lo mismo.

Mas remoto era el año dos mil, el cambio de siglo. Una compañera de escuela contaba que su abuela recordava la llegada festiva y alegre del siglo XX, un siglo que parecía que iba a traer grandes novedades y adelantos y, quizás, eso que no llega nunca, la paz universal. Pero no fue así, el siglo XX fue bastante peor, incluso, que los anteriores, al menos en su primera mitad. Para los europeos, claro. No podemos evitar mirarnos el ombligo, sin mala intención, eso sí.

En la escuela especulábamos sobre si estaríamos vivas, ya con más de cincuenta años, en ese lejano y enigmático dos mil en el cual se suponía que ya volaríamos por el espacio sideral. El niño que comento ni se preguntaba si viviría, aseguraba, sin dudas existenciales, que tendría noventa y un años. 

Yo ya no viviré, en el dos mil cien, por mucho que haya evolucionado la medicina. El tiempo es relativo cuando eres pequeño, cuando eres joven.. Todo es posible a los doce, a los quince años. Podemos hacer muchas previsiones pero todo se quedará en hipótesis, podemos imaginar un mundo mejor o un mundo peor, todo será distinto a como lo hayamos imaginado. 

Una vez llevamos a comer mejillones en golondrina a una tía, hermana de mi padre, que estaba de visita en Barcelona. Yo era muy pequeña y se me antojó uno de esos cangrejos vivos que vendían entonces, atados a una caña, después substituídos por bichos de plástico y ahora, definitivamente, desaparecidos. No me lo querían comprar, y se generó una de esas escenas familiares al estilo italiano o español, lloros, exigencias, nervios de los adultos. Me puse muy impertinente. A mi padre, que era un santo, se le escapó un bofetón, yo lloré más, luego le supo muy mal haberse pasado, acabaron comprándome el cangrejo y entonces, sin querer, lo pisé y lo asesiné. Mi tía, una mujer con un gran sentido del humor, cuando en otras ocasiones mi hermano o yo nos enfadábamos por cualquier tontería, decía a mi padre, riendo, en catalán, compra-li un cranc, home! Y eso de comprar un cangrejo se convirtió en una de esas frases familiares que se repiten a través de las generaciones, incluso cuando se olvida su origen real. 

El cangrejo asesinado por mí es también un símbolo, a veces, podemos acabar con nuestros deseos realizados, incluso destruir lo conseguido, ya que, al realizarse, pierden interés. Ningún cangrejo será nunca como el cangrejo imaginado.

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