He estado unos días en Sevilla, ciudad que no conocía. Para los que no hemos vivido desde niños el fervor popular que se manifiesta en tantos lugares durante la Semana Santa, la constatación de esa vivencia multitudinaria y emocional, que goza de muy buena salud, resulta algo extraña, pero también entrañable y emocionante.
Hace años, sobre todo durante la transición y después del Concilio Vaticano II, parecía que las procesiones y otros actos religiosos desaparecerían con el tiempo.En Catalunya, quizá más concretamente en Barcelona, se suprimieron algunas, entre las cuales una que se llamaba de la Buena Muerte, que nunca fue excesivamente popular y otra que había llegado a serlo mucho, la de la Torrassa, en L'Hospitalet, que celebraban muchos emigrantes de entonces.
Como ha pasado con otras cosas, se han recuperado en los últimos tiempos un gran número de tradiciones. Muchas de ellas nunca se habían debilitado. En lugares muy catalanes como Verges, Tortosa, Girona o Lleida, en un gran número de pueblos, las procesiones y representaciones teatrales que hacen referencia a la Pasión, han experimentado un auge inesperado. Han surgido incluso nuevas iniciativas. En estos temas se mezcla religión, emoción, amor a las tradiciones y también entusiasmo juvenil. Ya no buscamos, como antes, la coherencia moral con aquella exigencia dogmática de otros tiempos y el paso de los años ha difuminado el barniz excesivo del nacional catolicismo, ya lejano.
Mirar con cierta distancia las cosas produce estupefacción, no hay duda. Hay que tener un cierto grado de fe o curiosidad para valorar esos temas. Leía hace poco a Pérez Reverte, en un artículo algo polémico, lamentándose del hecho que una ciudad como Sevilla concentre casi toda su energía en cofrades y cofradías mientras la vida cultural, en otros ámbitos, está bajo mínimos. Esta bien que se escriban críticas a todo, así ha de ser, la polémica es saludable. Pero el mundo se mueve muchas veces de forma gregaria y emocional, lo saben bien los poderes públicos, lo saben los dictadores y los papas y los jefes de gobierno. Todo lo que concentra mucha gente y genera una liturgia, tiene éxito, conforma nuestro imaginario sentimental, nos hace pertenecer a un conjunto, cosa que da seguridad. En la vida nos movemos entre las ansias de ser diferentes y las de ser como todo el mundo y no encontrarnos solos.
Una religión laica de hoy es el futbol. Ayer, a las diez, pareció que el mundo se detenía. Yo soy poco futbolera, y, con todos los respetos para los creyentes, me miro el fenómeno fubolístico con la misma distancia con que me miro las procesiones, aunque a veces participe en todo ello, más o menos. El fútbol tiene héroes, santos, mártires, estampas, imágenes, templos, devotos... Exige sacrificios, no sólo a los jugadores, sinó a esas peñas incondicionales que son capaces de viajar de forma incómoda a tierras lejanas para ver un partido y volver el mismo día. Los jugadores triunfadores son llevados en procesión, expuestos al público. Cuando son derrotados, hay que protegerlos de las iras populares.
Hace años, durante la transición, se suponía que el fútbol canalizaba las aspiraciones democráticas. Se opinaba, en ámbitos juveniles mentalizados, que, con el cambio político, el tema iría de baja. El fúbol era opio del pueblo, como la religión. Más bien, sin embargo, ha sido al revés, el fútbol ha aumentado su poder de convocatoria, su glamour popular, de forma exponencial. Incluso, con el éxito, ha llegado un efecto perverso, su éxito parece limitado a dos potencias en juego. Los demás son secundarios. De tanto lujo como se quiera, pero secundarios.
El Barça, ya lo dicen, es más que un club. Integra personas muy distintas, hermanadas por la afición y mezcla nacionalismo y deporte de forma algo chusca, pero eficaz. En el ámbito futbolístico se admite con facilidad que se lleve a niños que prometen a una escuela unisex de élite, lejos de su familia, si eso sucediese en otros ámbitos nos parecería una barbaridad. Las bibliotecas son gratuitas, los museus hacen descuentos, pero en el fútbol se paga siempre. En el gran fútbol, claro. Los equipos locales a veces malviven con dificultad, por no hablar del deporte escolar. El fútbol profesional de élite mueve mucho dinero, mueve poderes e influencia, ningún político evita ser visto en su palco, durante un partido, al contrario. Los jugadores de éxito son un sueño para muchos niños, todavía más si provienen de medios humildes, como Messi. Su mérito ha sido tener un don para algo y haber conseguido que alguien se diese cuenta de ello. Después, claro, tambien está el mérito de haberlo sabido aprovechar, de ser serio y responsable, todo cuenta, aunque a los buenos futbolistas se les perdonan muchos pecados. En sus lugares de origen les homenajean y dedican calles y placas. No tiene ni punto de comparación su éxito con el de un buen historiador, que ha tenido que dar clases en un instituto conflictivo de barrio. Por ejemplo.
Durante más de treinta años trabajando de maestra he comprobado que los chicos juegan en el patio, casi exclusivamente, a fútbol. Si en algún tiempo lejano existieron otros juegos, han pasado a la historia o sòlo experimentan de forma muy breve alguna resurrección inesperada, como pasa con las canicas. Todavía más, cuando no hay pelota suelen generarse peleas. El fútbol, en eso estoy de acuerdo con Camus, educa, en el sentido que hay que cumplir normas y admitir arbitraje, canaliza la violencia visceral. Chicos rebeldes aceptan esas limitaciones, es una autoridad que todavía funciona. En estos últimos años he visto también algunas chicas incorporarse a los partidos de fútbol escolares. Me temo, sin embargo, que el fútbol coeducativo tardará mucho tiempo en prosperar. El chico que no juega bien a fútbol está, por lo general, algo marginado. Si, además, es un empollón, tiene todos los números para ser objecto de crueldades diversas.
Hoy habrá alegría generalizada en mi ciudad. Ganó el Barça! Ganar tanto es también inquietante, las derrotas inevitables un día u otro parecen, cuando llegan, una gran desgracia y generan frustración. En mi ciudad, incluso en mi barrio, hay también gente, poca, del Real Madrid. Ir contra corriente es difícil y admirable. Se supone que si eres catalán, incluso si sólo vives aquí, has de ser del Barça. Los del Español son una rareza, disidentes masoquistas, traidores a la patria, y ellos mismos fomentan esas admirables características de rebeldía outsider. Más allá del Barça i el Madrid, y de algunos secundarios de lujo, hay poca cosa, aunque la realidad es que en muchos pueblos los partidos locales generan más violencia que los grandes y profesionales.
Las devociones diversas, religiosas o laicas, despiertan siempre mi curiosidad y por más que intento mirarlas de forma lejana, acabó por ser abducida por el fervor popular. Visca el Barça, pues!
Hace años, cuando se intentaba recuperar el català para las nuevas canciones, Delfí Abella, un médico polifacético, hizo esta canción sobre el futbol. Aunque es en catalán, creo que se entiende bastante el sentido, en una época en la cual estaba muy mal visto ser progre y suspirar por el equipo propio, perdidos nuestros ideales entre las masas incultas. Ah, como cambia todo, como cambiamos todos, como hay cosas que no cambian nunca!!!
5 comentarios:
Yo si fuera catalán sería perico, como soy colchonero, quizá sólo por ir contracorriente.
Muy bueno el texto.
Saludos.
Es curioso, Enrique, toda la familia de mi padre, que provenía de la profunda Garrotxa, eran y son del Español. Claro que a aquella zona la llamaron 'la Navarra catalana', era un nido de carlistas y conservadores, ahora quizá ha cambiado pero no estoy segura. Un tío mío, cura, murió muy mayor y en su entierro escuché a un grupo de curas de Girona comentar, con ironia 'poser Mossèn Llorenç des del cel hi farà alguna cosa', en referencia a la mala época que pasaba en aquel tiempo -como ahora- el Español.
Queremos ver mundos monocromáticos y hay muchas extrañas realidades por ahí.
Mossèn Llorenç era mi tío, el difunto, un perico convencido.
Soy del Barça, vaya por delante esto. Y empiezo el día leyendo los dos periódicos dedicados a contar las cosas del equipo. Pero eso no quita para que vea las lacras y las idioteces que genera el fútbol en ocasiones. También soy de los que creen en Dios pero no he visto más que una procesión. Se puede tener fe/creencias pero ser crítico con ellas, no caer en el fanatismo. Perder es cuestión de ser realista. Perder es caerse y volver a levantarse. Perdemos muchas veces al cabo del día y está claro que hay que seguir. Perder nos hace humanos y nos indica nuestras limitaciones.
Pues sí, Francisco, hay que perder de vez en cuando. Considerando el tema, de momento la primera derrota no ha provocado ninguna revolución mediática.
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