Leí hace años en algún sitio que entrar en un museo y querer verlo todo es como entrar en una biblioteca y pretender leer todos sus volúmenes.
De joven tienes prisa y ganas de ver y vivir todo lo que esté a tu alcance. Después la verdad asoma y te tranquilizas. Nunca podrás verlo todo, leerlo todo, saberlo todo. Morirás sabiendo sólo que no sabes nada ni visto nada, cosa que ya sabían los grandes sabios antiguos.
Mi generación, la de los recién jubilados, vivió tiempos de ansias de viaje, unas ansias que todavía podía satisfacer poca gente. Ir a Andorra era toda una aventura que requería pasaporte y aguantar la presencia temible de la guardia civil de uniforme en la frontera.
Sin embargo, la masificación del consumo cultural también nos ha pervertido. Los rebaños de turistas en viaje organizado, con el guía delante enarborando la banderita numerada inspiran cierta angustia existencial.
Los grandes museos, como los zoológicos, creo que estan en crisis. Tuvieron y tienen su papel vagamente cultural pero me temo que la acumulación tenderá a reinventar el consumo de arte, con los años. Servirán para conservar y cuidar las especies protegidas pero quizá acaben sirviendo su producto en pequeñas dosis y dejándonos acceder tan sólo a copias de los originales, como sucede en algunas cuevas prehistóricas.
Viajar a determinados lugares comporta que debes ver determinadas cosas. Ver sin mirar, claro, pues mirar requiere tiempo y paciencia, repetición y meditación. Sin embargo creo que será difícil moderar el tema, con todo el dinero que se mueve alrededor de viajes y visitas organizadas, en unos años de crisis en los cuales el turismo es un gran invento.
Cuando yo era pequeña las copias de las obras de arte se nos ofrecían en libros en blanco y negro, impresos de forma precaria. Contemplar una pintura famosa en su versión real y en colores producía una emoción intensa, era siempre una gran sopresa.
Hoy a veces internet nos facilita el estudio de un cuadro, incluso lo mejora con la luz de su pantalla. No es lo mismo, claro. O sí? No lo sé. Sentimos curiosidad por ver aquello conocido, que tanta gente quiere ver. Como la belleza de una actriz, su valor y consideración depende del maquillaje, de la fama, de la promoción. Se valora más aquello que más se desea, sobre todo cuando el deseo es compartido por un gran número de personas.
Se editan hoy libros curiosos, pretensiosos, esos que te dicen las cincuenta o cien cosas que has de contemplar o visitar antes de morir, un tema que hubiese provocado risas irónicas en nuestros antepasados sin dinero, viajeros de forma obligatoria, en busca de una vida más amable, sin tener en cuenta el contexto artístico de su destino.
Como tantas personas del presente, claro, muchas de las cuales, si sobreviven a su viaje no turístico, establecerán su bancarella cerca de esos museos emblemáticos y nos venderán copias baratas de gafas de sol de diseño o bolsos de firma falsa. Si tienen más suerte limpiarán la habitación del hotel o cocinaran pizzas y bocadillos. El mundo es extraño, pero excitante y lleno de curiosidades. Las obras de arte no son nada comparadas con la gente, tan diversa, tan diferente a nivel individual, tan gregaria a menudo.
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