domingo, 6 de noviembre de 2011

Aquellas chicas de la Cruz Roja que pintaron las calles de colores



Estoy estos días en la Terra Alta, en Batea. Empieza a hacer frío y las tardes son breves. En estas tardes de sábados de otoño, silenciosas y nostálgicas, resulta cómodo y agradable apalancarse delante de la televisión y caer en el vicio del zapeo, inevitable.

Pocas veces veo las películas de Cine de Barrio porque repiten demasiado y van al valor seguro y recurrente, algo populachero. Sin embargo me gusta desde hace tiempo ver de vez en cuando los prolegómenos, esas entrevistas a las cuales se invita a actores y actrices que formaron parte de mi imaginario infantil y que hoy están retirados u olvidados. Ayer pasaban otra vez Las chicas de la Cruz Roja y Concha Velasco entrevistaba a dos de sus compañeras en aquella historia alegre de amores, desamores y casticismo modernizado: Katia Lóritz y Luz Márquez. Mabel Karr, la postulante miope, que fue esposa de Fernando Rey, nos dejó hace unos años, cuando había intentado recuperar su carrera cinematográfica al quedarse viuda.

En mi infancia el cine fue semanal, una de las pocas alegrías familiares posibles. Mi pobre padre trabajaba muchas horas, de día y de noche. De noche era maestro de pala en un horno bajo el mando de un dueño explotador y por las tardes, sábados incluídos, tenía un pluriempleo en una oficina. Afortunadamente en sus últimos años de trabajo el establecimiento lo adquirió un señor navarro mucho más humano. No puedo dejar de pensar en ello a veces, cuando escuchó a tanta gente joven quejarse una y otra vez, quizás con parte de razón si nos situamos en el presente, y pienso que él, único soporte económico familiar, no podía quejarse de nada, al menos públicamente.

A mi madre le gustaba mucho el cine y como también trabajaba muchísimo en aquella época con abuelos en casa y sin lavadora ni ascensor, tenía ganas de distraerse cuando podía. De pequeña, antes de la guerra civil, había ido a menudo al cine con una tía, a veces incluso a escondidas de su propia abuela para la cual el cine era algo indeseable, que se desarrollaba en locales insalubres y donde se aprendían cosas inconvenientes o inmorales. Lo de insalubre quizá tuviese una parte de razón, considerando que en aquella época se fumaba y comía sin complejos en el interior de las salas.

Mi padre no era cinéfilo, quizá porque no tenía ni tiempo ni ganas. Cuando venía al cine, para complacer a mi madre se acababa durmiendo, incluso roncando a veces, cosa que a mi madre le molestaba mucho. Con él íbamos sólo en ocasiones a ver cosas de categoría, de estreno preferente, como Los Diez Mandamientos o Ben Hur, en tiempo de vacaciones, que eran pocas, breves y caseras. Con mi madre íbamos cada semana al cine de barrio cuando los viernes mi padre entraba más pronto a trabajar, porque hacían pan doble y tenía que irse más temprano.

La gente distinguía mucho entre la españolada y el cine de verdad, el americano, con actores que no hacían teatro sino que parecía que vivían su historia de amor, guerra, pasión o intriga. Esa era la visión general y ciertamente, durante la primera postguerra el cine español osciló entre esa españolada, una especie de neorrealismo moralista, incluso un buen cine negro estropeado por un final convencional al estilo hispánico y un cine histórico curioso y patriótico que me imagino que se abandonó pronto por ser demasiado caro.

En algún momento también nuestro cine y nuestros actores se modernizaron. A la española, eso sí. En aquel año 58 murió Pio XII i se eligió a Juan XXIII, todo parecía empezar a mejorar y cambiar. Dos películas españolas competían con éxito en las carteleras con las producciones americanas: Las chicas de la Cruz Roja y ¿Dónde vas Alfonso XII?, que respondía a la moda histórica edulcorada que había inaugurado Sissí. Las dos tienen grandes valores que se han de situar en su contexto. Actores convincentes, puesta en escena con intenciones de renovación, presupuestos adecuados… Además empezaba el auge de nuestro gran mito erótico-musical: Sara Montiel y el recuperado y actualizado cuplé.

Alfonso XII y Maria de las Mercedes encontraron en Vicente Parra y Paquita Rico unos intérpretes adecuados. Todavía me emociona la escena en la cual Paquita Rico canta Los Campanilleros ante el belén del Palacio de Oriente. Al fin y al cabo cuenta una historia real, pues la pareja se casó por amor, no sin dificultades, aunque ya sabemos cómo acabó y en que casquivano ligón se transformó el monarca viudo, que también murió bastante joven. Por eso la continuación es mucho menos convincente. Tengo de esa película el álbum de cromos, entrañable y algo estropeado.

Las chicas de la Cruz Roja fue un intento de comedia moderna bien resuelto. Cuatro historias de amor con final feliz se entrecruzan en el Madrid de aquel tiempo, en medio de la colecta habitual de la Cruz Roja, con sus mesas petitorias y sus damas con sombrero. Muestra documentalmente aquella ciudad en aquella época, con sus seiscientos, sus biscúters, su gente. Encantó a mi madre y a todas las vecinas, era una de las primeras veces, quizá la primera, en que podíamos ver aquella ciudad capitalina y rival eterna de la nuestra, en colores, poblada por chicas normales bien vestidas. Es una película que ha visto todo el mundo, incluso los niños de hoy, en la tele y su canción emblemática, de Algueró, es bien conocida y coreada en juergas diversas, forma parte de nuestro imaginario colectivo. La fórmula funcionó y se repitió más veces, como suele pasar.

Concha Velasco ha hecho en cine, teatro y televisión un carrerón impresionante. Ahora mismo está triunfando en el Goya barcelonés, queriendo bailar, después de habernos emocionado en el mismo teatro hace poco tiempo con una obra dramática que en cine hizo nada menos que Signoret, Madame Rose. Cualquier culebrón televisivo crece con esos actorazos, que se comen al resto. Superó pronto y bien su etapa costumbrista y lo mismo nos podía cantar la chica yeyé que ser Santa Teresa sin maquillaje.

Las otras actrices del reparto no hicieron una carrera tan larga. Katia Lóritz y Luz Márquez explicaron que pintan i dibujan, mostraron algo de su obra, me pareció excelente. Loritz fue nuestra exótica del momento, una belleza distinta y espléndida encasillada excesivamente en papeles de guapetona exuberante, con un aspecto estupendo que todavía mantiene a su edad. A Luz Márquez la encasillaron en papeles de buena chica algo triste, que acostumbraba a hacernos llorar con facilidad en sus papeles melodramáticos. Yo creo que fue una gran actriz muy mal aprovechada, pero eran otros tiempos. Era, de las tres, la que menos daba la imagen de antigua actriz convencional, pero es que ya en su juventud era distinta.

Luz Márquez es hoy una dama elegante y delgada, sin nada de eso que antes llamaban afeites, educada y discreta, que ha envejecido de forma normalizada, cosa que no es habitual en la gente del oficio. Me gustó ver a esas tres grandes damas juntas, hablando del pasado sin nostalgia, con alegría y una gran vitalidad, llenas todavía, cada cual a su modo y a su estilo, de proyectos. A veces despreciamos lo nuestro de forma intelectualmente vanidosa. A pesar de todo aquel país de finales de los cincuenta cambiaba un poco, a trancas y barrancas, podíamos ir al cine barato del barrio, comíamos algo mejor, se había acabado el racionamiento y más adelante incluso nos compramos aparatos de televisión. Como dijo o escribió creo que Bertold Brecht, también se cantará en los tiempos sombríos. Y sobre los tiempos sombríos.

No he hablado de los galanes de la película pero ellas tres los evocaron, claro está. Fueron Tony Leblanc, Antonio Casal y el futbolista Ricardo Zamora, que se ve que las llevaba locas y que tuvo algo con Loritz, por lo que se entendió en las bromas cruzadas de forma cómplice entre las tres damas. Todos ellos también desaparecidos, como Mabel Karr. Y el único superviviente, el guaperas peligroso, el eterno seductor Arturo Fernández, que se acabó encasillando también en su propio personaje pero que se mantiene felizmente en activo. Todos ellos acompañados de una serie de secundarios de lujo impresionante.

Las chicas de la Cruz Roja es hoy, nos guste o no, mucho más que una película, es todo un documento de un tiempo que parece todavía mucho más remoto de lo que fue en realidad. A veces, cuando personas jóvenes más radicales lamentan en gente como yo cierta tibieza catalanista, que les parece rara, no saben entender que nuestra alegre hispanidad pasa también por ese imaginario colectivo popular, mucho más fuerte que los Reyes Católicos o el descubrimiento de América. Que no es sólo franquista. En la Catalunya republicana de la guerra civil la película con más exitazo de público fue la Morena Clara de Imperio Argentina. Lo mismo pasó en la zona nacional. Misterios de la vida real, casi siempre más piadosa y amable que la oficial.

9 comentarios:

Mª Trinidad Vilchez dijo...

Maravilloso y entrañable post, Júlia me ha encantado, has ido relatando cosas similares a las de muchísimas familias en esos mismos tiempos, muy bien explicado y con corazón.
Muchas Gracias por compartirlo con nosotr@s, precioso y genial sencillamente.
Un abrazo y buen domingo.
Mari trini

Júlia dijo...

Muchas gracias, Mari Trini!!!

Francisco Ortiz dijo...

Espléndido, magnífico texto. Palabra de alumno.
Y me quedo con esta frase tuya:

"Me gustó ver a esas tres grandes damas juntas, hablando del pasado sin nostalgia, con alegría y una gran vitalidad, llenas todavía, cada cual a su modo y a su estilo, de proyectos."

Pues te veo a ti también.
Un abrazo.

Júlia dijo...

Gracias, Francisco!!! No creas, a mi me dan ataques de nostalgia de vez en cuando...

Eastriver dijo...

¿Sabes que no he visto las chicas de la cruz roja? A priori, la verdad, fa una mica de mandra.... Pero culturalmente seguramente debería.

Concha me encanta, porque creo que es una gran actriz. Te confieso una cosa: la vi el año pasado también el el goya, y ni te figuras lo que lloré. Un papelón, de verdad, una gran actriz. Puedes ver la crónica en mi blog, creo que en mi blog anterior, no en el que tengo ahora (lo cual significaría que no fue el año pasado, sino hace dos años, cómo pasa el tiempo).

Y respecto a tu escrito, íntimo pero generacional... Esos padres que roncaban, que aún roncan, en el cine (pero ahora en casa)... Y las sesiones de reestreno preferente, que ahora pienso... Llegabas y te incorporabas estuviera donde estuviera la peli, la acababas, te tragabas la otra, y cuando llegabas al punto de partida, passi-ho bé i fins la propera setmana... Yo, de la época de la transición, llegué además a vivir episodios muy burdos, porque ibas al cine pusieran lo que pusieran, y cierto día pusieron Democracia con leche, una italianada en que cuando llegamos dos estaban en pleno fragor de la batalla amorosa, que no sabían mis padres dónde mirar, ni yo tampoco.

Una abraçada.

Júlia dijo...

Eastriver, absolutamente generacional. El cine era la única diversión popular al alcance de todos, no hubo tele hasta más adelante, se estaba calentito allí, te encontrabas al vecindario, no importaba lo que hiciesen, se iba 'al cine', no a ver 'una película determinada'. A veces llegábamos con la primera peli del programa doble empezada y nos quedábamos a volverla a ver. En pocos años, con la tele y los coches, todo cambió muy deprisa.

Júlia dijo...

La época del destape en el cine, con los viajes a Perpinyà, tambien es toda una etapa sociológica de nuestra historia.

Unknown dijo...

Me ha parecido un comentario entrañable, algo que suscribimos todos los que nacimos en la posguerra. La madre trabajando en casa y cuidando de todos, el padre con dos y hasta tres empleos. Y bueno, la fiesta de la semana era eso, ir al cine. Nada de ver una película. Era ir al cine. Gracias por hacerme sentir como en aquellas tardes de mi juventud.

Júlia dijo...

Muchas gracias, me alegro de que le haya gustado.