Coinciden los doscientos años de la Constitución gaditana de 1812 con la presencia en Barcelona de una exposición sobre Goya, en CaixaFòrum, gran parte de la cual proviene del Prado y, por lo tanto, es probable que no aporte, a los admiradores del pintor, como yo misma, nada nuevo, aunque Goya siempre es nuevo, evidentemente.
No corren buenos tiempos para recordar aquella Constitución, de difícil elaboración y breve reinado legal. Era aquella una época en la cual la españolidad era un valor, incluso en Catalunya. Ya se sabe como acabó el tema y qué tiempos vivimos, de malentendidos, prejuicios y problemas diversos, muchos de los cuales traslucen en las relaciones entre centralismo y aspiraciones federalistas o soberanistas nunca resueltas, e incluso se plasman con visceralidad en aspectos de la vida cotidiana como el mismo fútbol.
Problemas que quizá harían reir a nuestros antepasados desconocidos, los que vivieron y malvivieron aquellos años de luchas y de inestabilitat, después de un siglo dieciocho que había vivido en una cierta paz, siempre inestable, con un crecimiento y mejora importantes durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, incluso teniendo en cuenta las desigualdades de una península con graves desequilibrios y mucha miseria.Todavía existía la América hispana, claro. Todo era muy distinto y al evocar aquella época caemos en ese presentismo simple, que nos distorsiona el conjunto.
No corren buenos tiempos para recordar aquella Constitución, de difícil elaboración y breve reinado legal. Era aquella una época en la cual la españolidad era un valor, incluso en Catalunya. Ya se sabe como acabó el tema y qué tiempos vivimos, de malentendidos, prejuicios y problemas diversos, muchos de los cuales traslucen en las relaciones entre centralismo y aspiraciones federalistas o soberanistas nunca resueltas, e incluso se plasman con visceralidad en aspectos de la vida cotidiana como el mismo fútbol.
Problemas que quizá harían reir a nuestros antepasados desconocidos, los que vivieron y malvivieron aquellos años de luchas y de inestabilitat, después de un siglo dieciocho que había vivido en una cierta paz, siempre inestable, con un crecimiento y mejora importantes durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, incluso teniendo en cuenta las desigualdades de una península con graves desequilibrios y mucha miseria.Todavía existía la América hispana, claro. Todo era muy distinto y al evocar aquella época caemos en ese presentismo simple, que nos distorsiona el conjunto.
La guerra -o guerras- mal llamada de la independencia también ha sufrido malas lecturas oficiales. ¡Aquellos heroicos Sitios de Zaragoza y Gerona, Agustina de Aragón en versión de Aurora Bautista, lanzando cañonazos contra los malvados gabachos! Era, parecía, una guerra justa. Napoleón fue un megalómano que llevo Europa al desastre pero mantuvo ciertas libertades legales, cosa que ha contribuído a su mitificación francófona, ya que los franceses consiguieron, a la fuerza ahorcan, un estado centralista y más o menos monolingüe, y venden sus mitos sin prejuicios ni demasiados escrúpulos en el intento de crear y mantener un espíritu patriótico unificado.
La Constitución de 1812 fue un intento bien intencionado de renovación hispànica. En ella intervinieron catalanes ilustrados. Sin embargo, como en otros casos, las buenas ideas no conocían del todo la cruda realidad ni las posibilidades reales de actuación. Hace un par de días miraba por la tele una película poco conocida sobre los últimos días del zar Nicolás. En una conversación entre el Zar y Kerenski, que intentó salvar a la familia real, éste comenta al monarca que el cuenta con la ley, pero no con el poder, dadas las luchas entre diferentes grupos políticos, mientras que el zar tenía el poder pero no la ley, al ser aquel un poder absoluto. La revolución rusa, como la francesa, han sido explicadas de forma mitómana e interesada por todas partes. Tener ley y poder a la vez es difícil, porque el poder muy legal se suele debilitar si no cuenta con el soporte de un cierto carisma personal.
En Catalunya, a pesar de la presencia de Goya en Barcelona, me temo que habrá muy poco interés en investigar, leer y reflexionar sobre aquella Constitución y sobre los hechos y tragedias que la precedieron y siguieron. Un poco como si la cosa no fuese con nosotros y formase parte de una España lejana, áspera, una especie de madrastra a evitar cuando se pueda. La historia tiene muchas servitudes, entre las cuales intentar responder a nuestras expectativas del presente. El cuadro que acompaña este texto es también de Goya y no lo podremos ver a no ser que viajemos a Estocolmo, dónde los avatares del tiempo lo han llevado. Erróneamente se lo ha bautizado como si se tratase de una alegoría de la Constitución de 1812 pero en realidad el pintor lo realizó mucho antes.
La Verdad, el Tiempo y la Historia parece que intentan, en ese lienzo, coordinar esfuerzos, tarea imposible, en mi opinión. Tiempo que pasa, verdad que huye, dice un sabio refrán popular. La historia oficial la escriben los vencedores y la alternativa, los perdedores. Ni unos ni otros pueden ser objetivos. En el fondo no existen vencedores, siempre se pierde algo en esos temporales históricos. De aquellos hombres de entonces nos queda poca cosa, incluso los estudiosos de la época son pocos, parece que existe poco interés, al menos por Barcelona, sobre aquellos años neoclásicos, afrancesados, inquietantes.
El Archivo Municipal de Barcelona organiza cursos interesantes sobre aquellos años mal conocidos. No es tan sólo mal conocido el siglo XVIII, o la primera mitad del siglo XIX, sino también los siglos XVI, XVII. Esta ha sido una justificación esgrimida cuando se ha sabido que las Drassanes eran más modernas de lo que ser creía hasta ahora, que esos siglos tienen poco público. Me temo que los cursos que menciono, que a menudo dan paso a publicaciones, no dejan de ser manifestaciones culturales muy limitadas a ámbitos específicos, académicos.
Personajes de aquellos años tan importantes como Antoni de Capmany son poco y mal conocidos por la mayoría de eso que llamamos pueblo. No creo que suceda tan sólo en Catalunya. ¿Quién recuerda al pobre Muñoz-Torrero, otro de los redactores de aquella Constitución, que murió torturado y olvidado en Portugal, a causa de sus ideas? Bueno, Capmany escribía en castellano, Muñoz-Torrero era cura... La Constitución de 1812, en cuya redacción participaron muchos clérigos ilustrados insistía en el catolicismo hispánico, cosa que puede sorprendernos en la actualidad.
Entiendo la crítica razonada, incluso visceral, dadas las circunstancias, pero no tanto la falta de curiosidad en una época en la cual podemos saber mucho con un par de viajecitos por el google, afortunadamente. Cuando escucho a alguien decir que no siente ningú interés por todo aquello siento también una cierta inquietud, en el fondo no estamos tan lejos de aquella España que despreciaba cuanto ignoraba, como escribió Machado, otro autor mal leído y mitificado de vez en cuando. Eso sí, estoy segura de qué la visita a la exposición sobre Goya generará grandes y largas colas, en el fondo todo es cuestión de promoción, en nuestro presente en crisis.
El arte también está sujeto a propagandas, comercio, promoción y modas, el neoclásico no se valora y, respecto al siglo XIX, el realismo que tantas grandes figuras tuvo no cuenta con el interés necesario para que, por ejemplo, los jóvenes de hoy lo investiguen y realicen tesis doctorales sobre su producción. Mucha de la cual son aquellos entrañables cuadros históricos, estampas de nuestra infancia, que conformaron cierto imaginario casi cinematográfico sobre el pasado, hoy en crisis, como tantas cosas. Entre muchas de esas estampas que reproducen épocas diversas se encuentra también el cuadro de Salvador Vinierga que representa aquellas Cortes de Cádiz y que incluyo en esta entrada.
La exposición del MNAC sobre el realismo catalán tuvo que contar con la referencia a Courbet... como excusa. Para atraer al público, claro.
2 comentarios:
Esa "timidez" que afecta a las relaciones entre unos y otros acaba perjudicando a ambos. Está claro. Sigue pasando, no es necesario irse a Capmany. A Marsé según quien no lo lee. En fin... Para mí es molesto y desagradable, pero tengo sobre todo la sensación de que es lastimoso. Unos y otros se pierden cosas. Pero eso ya, mira, allá cada cual.
Ahora mismo acabo de entrar en un blog amigo y leo la crónica de la inauguración de los Comediants. Y sale un comentarista que habla de mala cosa el acento catalán. Bueno, no soporto a los Comediants por razones que ya sabemos, lógicamente no porque sean catalanes. Pero es todo el rato así y resulta francamente cansino.
Uno aprendió a beber las aguas que le apetecía beber, y también a indignarse luego con quien buenamente desea. ¿Que no soy cien por cien objetivo? Nadie lo es. Me toca las narices lo que me las toca. No hay más.
Iré a Goya, és clar que sí. Aunque nunca vi tanta pasión por Goya como un verano en Berlín: las abuelas alemanas se llevaban las gafas del cerca y se apostaban a medio palmo de los caprichos para no perderse detalle. Y allí que se estaban veinte minutos.
Eastriver, tienes toda la razón y tantos prejuicios y malentendidos acaban cansando, como cansa que te miren mal por leer a Marsé (por ejemplo). Claro que leyendo según qué o viendo según que teles te volverías revolucionaria independentista. Hay que tener la cabeza muy serena en estos tiempos.
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