viernes, 17 de mayo de 2013

SOBRE LENGUAS NO DEBERÍA HABER NADA ESCRITO




Hace años tuve una muy buena profesora de lengua que nos contó como, en la realidad, había más diferencias entre dos dialectos alemanes o italianos que entre el castellano y el catalán. El concepto de lengua, de idioma, es siempre artificial, creado o fijado por los poderes académicos, políticos. Pero la alfabetización masiva hace que esos estándares artificiales se conviertan en algo sólido e intocable, como las leyes. Sólido e intocables según los que mandan, claro. 

Viajar de forma lenta, hace años, por el norte de España, me convenció de qué no se acababa una lengua -o una forma dialectal- y empezaba otra sinó que el habla fluctuaba de forma dócil entre el catalán y el gallego, pasando por las formas aragonesas y asturianas. De aquí viene, me cuentan, el hecho de que míticos predicadores como San Vicente Ferrer se entendiesen con casi todo el mundo, viajaban a pie e iban asimilando los cambios diversos. El término dialecto se ha usado de forma despectiva cuando un dialecto es algo más real y vivo que esas lenguas de libro y de gramática sagradas y oficiales.

Como los lenguajes van íntimamente ligadas a nuestro imaginario sentimental y a nuestro adoctrinamiento político y social, decir estas cosas no parece bien a nadie o a casi nadie. Se intenta marcar más las diferencias que las palabras comunes, para significarse. Hablo de las lenguas de origen románico, más que nada. El euskera es otro caso muy interesante y singular en el cual no entraré ahora. Una lengua, un idioma, no es nada concreto, incluso si miramos diccionarios y los leemos con cierta atención comprobaremos como su definición és absolutamente etérea e imprecisa. 

Pasa algo parecido con la religión, poner en duda la existencia histórica del Jesucristo canónico, evidenciando las lagunas en la documentación existente, levanta muchas protestas y reticencias. La historia sirve para todo y esta llena de medias verdades y de mentiras gruesas escritas por los vencedores o por los perdedores resentidos. Todo es según el color del cristal con qué se mira, que ya lo decía Campoamor, hoy casi olvidado. 

La lengua oficial ha sabido crear su forma perfecta y correcta y sus perversiones ligadas a la poca cultura. Ese concepto, el de cultura, es también abstracto e impreciso, como el de arte. Los pobres hablan mal, claro. Los barbarismos, las contaminaciones, son un peligro que hay que frenar. Un intento vano, ya que todo se acaba contaminando, con el contacto  humano y la realidad de un mundo diverso y con muchas relaciones de todo tipo. Veáse lo que está pasando con ese latín moderno, el inglés de estar por casa, que ocupa ya una gran parte de nuestro buen castellano, de nuestro mítico catalán, de lo que sea, incluso de ese francés oficial, tan protegido por todas partes.

Nuestros orgullos personales andan relacionados con patrias, religiones, lenguas, incluso con las propias familias en las cuales hemos caído, siempre por azar. Vanos orgullos son esos, no responden a nuestros propios méritos. La lengua debería ser un instrumento de comunicación y poca cosa más. En nuestro ámbito profesional precisamos de una lengua consensuada, común, no les niego utilidad a los académicos sabios cuando fijan los conceptos, el estándar y la ortografía para evitar líos. Ahora bien, inferir de eso que todo es intocable, como la Constitución, no lleva a nada bueno. 

La ignorancia sobre la geografía lingüística y sobre las formas dialectales de las lenguas que conocemos se ha fomentado siempre. Conocemos muy poco el mapa mundial de los idiomas, de las variedades lingüísticas. También conocemos poco o nada las variantes existentes, todavía vivas, de nuestra lengua familiar. A todos nos parece que los otros hablan mal, incluso que esas palabras raritas que escuchamos en nuestro pueblo, en nuestro barrio, son incorrecciones, localismos, arcaísmos, curiosidades campesinas o bien ordinarieces. Si la capital de España hubiese sido Sevilla seguramente el castellano actual sería muy diferente. O si la gran ciudad catalana hubiese sido Tortosa en lugar de Barcelona, por ejemplo, nuestro catalán canónico también sería de otra manera. 

Sin embargo continuamos necesitando dogmas y doctrinas. En el ámbito de la lengua no hay bueno ni malo, correcto ni incorrecto, sinó adecuado o no al contexto comunicativo, profesional. El resto es política, en el peor sentido de la palabra. La lengua, como la ley, debería estar al servicio de los hombres y las mujeres y no éstos al servicio de las normas pertinentes y, supuestamente, inalterables. Las variantes diversas deberían ser acogidas con entusiasmo, como saben y hacen los buenos escritores, aunque de esos quedan pocos y todo parece cada día más estandardizado y unificado, a la baja, claro.

Cuando ha habido la necesidad de unificar territorios, de crear estados, de encender el sentimiento patriótico, se ha visto la necesidad de inventar o reinventar una forma común de lenguaje que, a menudo, no existía. De forma retrospectiva tendríamos que reflexionar sobre el hecho de qué muchos europeos lo que usamos, todavía, es un muy mal latín, lengua que también, ay, instauró el imperio romano por necesidades obvias.


4 comentarios:

Mª Trinidad Vilchez dijo...

Hola Júlia, unas profundas y muy sensatas reflexiones las que nos das en este post.
Muy elegante y sutil, y con todo lo que hay que decir.
Muchas gracias y un abrazo.

Lluís Bosch dijo...

Creo que todavía hoy, el viajero que viaje a pie desde Portugal hasta Italia podría ir cruzando "territorios lingüísticos" sin darse cuenta. Como sucede con tantos otros fenómenos de nuestra vida y de nuestra cultura, el dominio lingüístico está sometido a cuestiones tristemente manipulables. Sólo nos faltaba el PP en Madri y Ciu en Barcelona para acabar de estropear algo tan bonito como el tesoro de las lenguas hijas del latín, que nos permiten comunicarnos con millones de personas en estados distintos. Definitivamente, la clase política actual es la peor desgracia que debemos soportar.
Por suerte se puede vivir sin verles, o por lo menos intentarlo. Y luego viajar a pie.

Júlia dijo...

Gracias, Mª Trinidad!!!

Júlia dijo...

Lluís, he vistos cosas rarísimas como por ejemplo italianos y catalanes comunicarse en inglés. A eso hemos llegado cuando hablando despacito nos entenderíamos. Y otro tema es que si los políticos quieren plantar cizaña con lenguas, religiones o costumbres gastronómicas, lo consiguen, vaya si lo consiguen. Aquí y en Ruanda.