martes, 5 de mayo de 2015

AQUELLOS GUAPOS CORRESPONSALES DE ANTAÑO


 

Hoy se considera joven de forma ingenua y algo infantil a las personas que no han llegado a los ochenta años. Por eso la muerte de Jesús Hermida ha parecido, en general, prematura. Leo en la prensa, de forma algo apresurada, que ha sido a causa de un infarto cerebral. Los infartos suelen ser rápidos y piadosos, una ya empieza a envejecer y teme esas largas enfermedades que comportan tratamientos agresivos, caer en el circuito de las pruebas hospitalarias y de los procesos de decadencia largos e irreversibles, por ello esas muertes de agonías cortas me parecen casi deseables, considerando que se ha de morir de alguna manera.

Más prematura fue la muerte de José Antonio Plaza, a los cincuenta y ocho años. Durante sus años de corresponsales en Londres y Nueva York ambos, jóvenes y guapos, fueron para nosotras, las adolescentes y jovencitas de la época, tan famosos y admirados como los actores de cine o los cantantes de moda. Recuerdo que había partidarias del uno y partidarias del otro. En todas las Españas veíamos los mismos programas de televisión. Hermida nos parecía demasiado presumido, en una ocasión recuerdo que acariciaba un inquietante gato negro. Plaza tenía más apariencia de buen chico, de encantadora modestia profesional. Esos corresponsales fueron también muy imitados por los humoristas, la imitación y la parodia son recursos muy efectivos ligados a cada época y a cada situación.

Todas esas tonteríasjuveniles conformaronn un imaginario colectivo que nos unía más que los gobiernos, la política o las patrias gloriosas. Pienso en ello a menudo cuando miro por la tablet, con mi nieta, los encantadores dibujitos de Peppa Pig y compruebo que se pueden escuchar en tropecientos idiomas. Me imagino a mi niña en un futuro que no veré, viajando a China, a Rusia, al Perú, y comentando con gente de su edad cosas de este tipo, los dibujos que todos veían, de pequeñines, los actores de moda de su adolescencia, las músicas que aún están por inventar y que formarán parte de su memoria sentimental, la mayoría de cosas estarán ya absolutamente globalizadas y quiera el destino que exista eso que hoy todavía parece tan imposible y lejano, la paz universal o al menos la ausencia de guerras enquistadas y crueles.

Los coches y la televisión nos cambiaron del todo.  La guerra civil era un fantasma del pasado que parecía irrepetible y que debía ser olvidada a cualquier precio, por lo menos se comía y había trabajo, decía, incluso la gente poco adicta a un gobierno que, ese sí, parecía inmortal. De pronto el mundo venía a casa y tú podías ir a correr mundo con cierta facilidad y, todavía, con un pasaporte que exigía pesados  trámites e incluso un certificado de penales para serte concedido. 

El tiempo pasó y ambos, Plaza y Hermida, hicieron otros muchos trabajos periodísticos, todos interesantes, pero ya nada conservaba la mística de cuando nos hablaban desde ciudades entonces tan míticas y lejanas para la mayoría como Londres o Nueva York. Los setenta ya no fueron económicamente tan boyantes como los sesenta aunque llegó la transición y la ilusión se disparó de nuevo.

Mueren estos personajes y se llevan también trocitos de nosotros mismos, retazos de toda una época con luces y sombras en la cual ellos eran jóvenes y nosotros, todavía más jóvenes que ellos. Primero íbamos a ver la tele a algún local del pueblo o a casa del vecino que se la había podido comprar y nos abría sus puertas de forma generosa y algo presuntuosa, al fin y al cabo, de qué sirve tener cosas bonitas y caras si no se pueden enseñar?

Luego todos tuvimos tele casera y se perdieron aquellas comunidades que se formaban delante de la pantallita, como antaño se había perdido la emoción de ir al cine del barrio o del pueblo y coincidir con todo el mundo. Todavía hoy se produce ese milagro en algunos bares y centros sociales, gracias al fútbol. Los corresponsables en el extranjero ya no tienen el mismo carisma, mucha gente chapurrea inglés en la actualidad e incluso idiomas más difíciles. No me gusta la nostalgia ni tampoco comparar el pasado con el presente, todo resulta engañoso cuando eres mayor, existe una gran tendencia a la mitificación retrospectiva.

Descanse en paz Jesús Hermida en el cielo de los periodistas en el cual, al menos por ahora, no hay ningún corresponsal que pueda contarnos como va por allí o en qué idioma se comunican las almas de los difuntos que nos precedieron en la fe y ahora duermen el sueño de la paz, como dicen en misa. Aunque yo no me refiero a la fe religiosa sinó a la fe en un futuro mejor, imposible y también mítico, el de aquellos años sesenta que tantas ilusiones de todo tipo construyeron en nuestro imaginario individual y colectivo. Luego siempre llegan las rebajas.

No hay comentarios: